No podía escuchar más que llantos y lamentos, más el sonido de hierro golpeando contra el suelo. Lentamente, fue abriendo sus ojos. Necesitaba saber dónde se encontraba, que estaba pasando, ¿había soñado todo eso? No le molestaría despertar en su cuarto y darse cuenta de que aun el día de la graduación no había ocurrido. Pero no es así.
Al abrir los ojos, se dio cuenta que se encontraba sobre el suelo, acompañada de grandes cajas de madera llenas de paja. Le dolía la cabeza, suponía que, cuando su vista desapareció, su cuerpo se encargó de utilizar su cráneo como retaguardia contra las cerámicas del suelo.
Pudo lograr sentarse en donde se encontraba. Frunció el ceño por la aparente migraña y la poca luz que entraba al lugar. ¿Se estaban moviendo? Sentía que su cuerpo se abalanzaba, ¿o se trataba de ella?
-Me alegra que sigas viva—escuchó una voz conocida cerca. Al recordar toda la situación, volteó rápidamente hacia la voz masculina, encontrándose con su amigo de toda la vida: Ryan Müller— Ya sabemos que el secuestro no te sienta bien. Personalmente, creo que a mi sí. Mi cutis se siente bien— Lae suspiró, sabía que él estaba lanzando esas idioteces para aliviar la situación en la que se encontraban (y la que acababan de pasar).
-¿Dónde estamos? No, primero: ¿Que rayos ha pasado? — cuando terminó de preguntar, no pudo evitar enviar sus ojos a las demás personas dentro del lugar. No había muchos, pero los conocía. Todos se encontraban separados el uno del otro, tratando de compensarse o manejar sus propias crisis.
-No lo sé, dimelo tu. Te levantaste como una demente de tu asiento y fuiste a... no sé, ¿ir a pelear con los guardias de las siete familias más peligrosas del país?—dijo no tan seguro—Ah, y al perecer quemaste a un tipo, o utilizaste ácido. Sinceramente, ¿qué rayos hiciste?
-¡No lo sé! Por eso te estoy preguntando, idiota—dijo al borde de perder los pocos estribos que tenía—Solo lo toque y él... apareció así.
-Azul—sentenció seguro, haciendo que ella ponga toda su atención sobre él— Azul. Ese era el color en tu brazalete, Laetitia. Era un jodido azul más claro que el del mar—hizo una pequeña pausa—Solo hay dos posibilidades en los exámenes de fin de año, Lae, ¡Solo dos!: Violeta o rojo. ¡Violeta o rojo! ¿Cómo carajos obtuviste azul?
-¿Puedes calmarte un poco?—dijo rápido al ver que no paraba de hablar,
-¡Claro que no! ¿No lo entiendes? ¡Podría pasarte algo peor que a todos los que estamos aquí!—movió su mano indicando a las personas llorando, encorvadas— Eres pura. No entendemos porqué. Pero lo eres. Y, por alguna razón, seguramente más enorme que la Muralla China, te encuentras en una sociedad de simples e inútiles mortales. ¿Comprendes la gravedad del asunto?—quedaron en silencio—¡Lae!
-Cierra el pico un segundo, obstruyes mis pensamientos—Ryan irguió la espalda y se quedó en silencio—Y agravas mi dolor de cabeza—murmuró por lo bajo.
Bajó su cabeza para que pueda ver sus manos. No se había dado cuenta que estaba utilizando guantes, ¿Cuándo se los puso? ¿Se los pusieron? ¿Por qué? ¿Estaba relacionado con el episodio con el guardia? Levantó las manos y miró intrigada a su amigo de cabello oscuro.
-Lord Reinhardt les exigió a los demás que los consigan. Dijo que era un peligro si tocabas algo.
-Entonces, si me los sacó... podríamos salir de aquí.
-Criatura estúpida, estamos en un tren en movimiento. ¿Acaso lo consideras una buena idea?—la chica desvió la mirada y bajó sus manos, colocándolas a los lados—Además, no sabes si funciona cuando quiere. Me refiero a que en el salón no parecía que supieras manejarlo.
-Entre pánico.
-Si, se notó bastante. No eres muy buena fingiendo.
Una fuerte sacada hizo que ambos se movieran bruscamente y se sostuvieran de lo que encontraban.
-¿Sabes hacia donde vamos?
-Sinceramente, no. Pero supongo que serán campos de concentración como aquellos de la Segunda Guerra Mundial—ante la mirada de tristeza de Lae, agregó—: Vale, estamos yendo a Villa Alegría.
-Que gracioso—soltó con molestia y volvió su vista hacia los demás— ¿Has tratado de hablar con ellos?—el chico asintió.
-Es más fácil entablar conversación con Pickles—Lae sonrió ante eso. Pickles era el gato gris de Ryan, el cual era el gato más gordo que había conocido y el que más odiaba la existencia del humano en sí. Un acercamiento al señor Pickles era sinónimo a una visita de emergencia al hospital más cercano— Me he acercado, pero se ponen más nerviosos. Supongo que siguen en shock.
-Tu luces tranquilo.
-Gracias, estoy llorando por dentro—sonrió ampliamente—Traté de mantener la compostura porque cuando despertaras necesitarías un guía cuerdo.
-"Cuerdo"—refutó ella.
Ambos dejaron de hablar (y las demás personas de llorar), cuando el tren se detuvo. Los dos se miraron, muertos del pánico, preguntándose que ocurría. Una de las paredes había desaparecido, el carro había sido abierto y dejaba a la vista un tumulto de guardias de ambos géneros. Las personas que se encontraban resguardadas como si se trataban en insectos fueron los primeros en levantarse y correr preocupados lo más lejos de la salida. Pero aquellos tipos rudos no se dirigían a ellos, se dirigían a nuestro dúo que hace tan solo segundos discutía.
-¿A dónde vamos? ¿Qué es todo esto?—se levantó Lae del suelo, preparada a proteger a su amigo si era necesario. Mientras tanto, Ryan tenía un pensamiento contrario, la observaba como si fuera la persona más tonta con la que se había encontrado. Ante el accionar de su amiga, el chico la tomó de sus ropa y la jaló hacia atrás, quedando a su lado— ¿Qué haces?
-Evitando que nos fusilen antes de tiempo—le regañó por lo bajo. Desvió sus ojos hacia el guardia frente a ellos, el más alto y amplio— ¿Debemos bajar?—el hombre asintió.
-Extiendan sus manos—dictó. Los dos adolescentes le hicieron caso, y en un par de segundos, sus muñecas se encontraban juntas, imposibilitados en hacer cualquier cosa—Sígannos.
El dúo era custodiado por guardias tanto en el frente como en la retaguardia. Lae decidió mantenerse su mirada en alto, analizar en donde se encontraban, a dónde es que llevaban a los chicos que secuestraban de la "fiesta" de graduación. Pero había un detalle que la ponía incómoda, ¿por qué solo ellos? ¿Era porque ella era una azul? Eso no tendría sentido del porqué traían a Ryan consigo.
Miró de soslayo el lugar en el que se encontraba. A diferencia de su pensamiento, estaban yendo por un sendero de piedras adornado con plantas a los costados. ¿Por qué esto estaba conectado con un tren? No parecía un temeroso pasillo oculto y oscuro por donde se llevarían a los presos. Parecía un pasaje romántico salido de un libro.
-Disculpe, ¿podríamos saber a dónde nos llevan?—una de las mujeres le dio una mirada de desagrado—Al menos podríamos saber eso.
-Por Dios, mantente callada—le exigió por lo bajo Ryan, con un tono de miedo.
-Lo sabrán cuando lleguemos—le contestó una de las mujeres de la retaguardia.
Siguieron caminando, manteniéndole los pasos a los tipos que podían llegar a matarlos. Luego de minutos, el camino se abrió, y se pudo presenciar más luz. Ahora se mostraba a la vista un enorme patio más grande que todos los colegios juntos de la zona. Y, a lo lejos, se notaba una casa extensa.
-¿Dónde rayos estamos...?—soltó en un hilo de voz Ryan con su boca abierta de la sorpresa al igual que su amiga. Ambos fueron arrastrados rápido por todo el extenso patio, encontrándose con varias estatuas de marfil, arbustos bien podados, una fuente innecesaria en el medio, y cantones llenos de todas las variedades de flores. Por sus mentes pasaba la idea de que, si estos eran los lugares de tortura, durante toda su vida se habían equivocado por completo. Esto no se parecía a un lugar lúgubre, atestado de gente, lleno de enfermedades y habitaciones dedicadas al asesinato.
Pero cuando fueron llegando a lo que antes era la lejana casa. Los guardias se fueron dispersando y dándoles más "libertad" por así decirlo. Algo que descolocó todavía más al dúo adolescente. Ahora, frente a ellos, y frente a una puerta de dos alas hecha de cristal, se encontraban una especie de mayordomo y una sirviente.
-¿Siguen existiendo?—murmuró Lae por lo bajo.
-Tal vez nos tuvieron compasión y seremos sirvientes de un Lord—la chica le otorgó una mirada de soslayo, preguntándose si eso era una acción que reflejaba compasión.
-Nosotros no haremos cargo desde ahora, puede irse con su grupo, general Berger—habló la mujer. Se trataba de una señora mayor, de alrededor sesenta años, o tal vez un poco menos. Parecía ser jefa de la casa. Mientras que el hombre junto a ella parecía un poco mayor en comparación. ¿Setenta, tal vez? Tenía un mostacho gris con algunos cabellos oscuros, casi inexistentes y su cabeza era brillante, carente de vello.
Cuando el intimidante grupo de guardias se apartó de ellos, ambas personas paradas frente a la puerta se hicieron a un lado, abriéndola.
-Por favor, pasen. El amo Reinhardt quiere verlos.
¿Reinhardt? ¿ Habían escuchado bien? ¿Por qué aquel Lord quería verlos? ¿Qué hacían en sus aposentos? ¿Estaban todos los demás integrantes de su círculo temoroso y cínico? ¿O acaso habían hecho una ruleta rusa y él había ganado el mayor premio: asesinarlos?
-¿Podemos saber que hacemos en los aposentos del señor Reinhardt?—preguntó Lea con delicadeza. No podía quedarse con la duda y, respecto a la respuesta, idearía un estúpido plan para fugarse de ahí.
La señora y el señor simplemente sonrieron.
-Lo sabrán cuando los llevemos a su despacho. Por favor, pasen. Sientanse en casa—habló ahora el hombre que, al contrario de su acompañante, su voz era rasposa.
La sala en la que entraron era lo más costoso que habían visto, si no contaban el extenso e innecesario patio trasero que acaban de cruzar. Si Lae no se equivocaba, los muebles que se encontraban estaban hechos de pino puro; recordaba haber visto uno de ellos cuando era pequeña. El resto de la sala estaba tapizada y varias obras decoraban las paredes junto a candelabros de oro que parecían no haber sido usados nunca. La luz entraba por las ventanas, evitando un aspecto lúgubre a pesar de los colores opacos que coloreaban el lugar.
-Levanta la cabeza—escuchó que su amigo le susurró detrás. Al hacerle caso, se encontró con una enorme araña de techo, adornada con cristales— Vale más que mis dos riñones juntos.
-Vale más que nuestras dos vidas juntas, querido—le refutó.
-Por aquí, queridos—habló con una voz armoniosa, diga de una madre hablando con sus polluelos. Los hombros de la señora se movían hacia delante y atrás, y daba grandes zancadas al igual que el señor, provocando que los chicos tuvieran que acelerar el paso.
-Um, disculpe—la señora se dio vuelta cuando escuchó la voz de Lae— ¿Tenemos que seguir con estas cosas?—levantó sus manos, mostrando las esposas que le habían puesto en el tren.
-Eso. Molestan mi circulación sanguínea—comentó Ryan.
La mujer hizo un paso al frente. Por un momento pensaron que había sentido pena por ellos y los liberaría. Pero en vez de eso, giró su rostro a su acompañante de bigote llamativo. El hombre, que quedó en silencio, respondió luego de unos segundos.
-El amo Reinhardt tendría que habernos dado la orden si los quisiera sueltos—sus ojos se posaron sobre Lae, haciendola sentir incómoda. ¿Por qué la miraba así? Sentía que la estaba analizando, como un animal de caza—Especialmente a ella—los adultos siguieron caminando.
-Al menos te van a matar primero a ti que a mi.
-Eres adorable.
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Luego de hacer varios pasos y cruzar varias salas que fascinaron a los jóvenes hasta el punto de pensar en ofrecerse como mascotas con tal de estar en un lugar tan adorable. Ahora mismo, se encontraban frente a una puerta de madera de dos alas. Del otro lado, estaba unos de los cabezales del Círculo, uno de los más jóvenes pero no menos fuerte. No era más que el heredero de una de las familias más fuertes del país, era a quien más debían temerle en estos momentos.
-Tranquilos, el amo Reinhardt es comprensivo—volvió a hablar las mujer con su melodiosa voz. Ryan la miró de soslayo, comenzaba a pensar que tal vez ese era su habilidad pero no quería pensar sobre ello— Que les vaya bien.
Las dos alas fueron abiertas y ellos fueron empujados adentro, a la boca del lobo, sin consideración. Ahora ya no pensaban que aquella mujer fuera una madre adorable hablandole a sus pequeños hijos.
Al instante de pisar la oficina, Ryan y Lae se apegaron, tratando de ocultar su miedo a la situación. Estaban preparados para implorar por sus vidas y pedir por volver con sus familias, a pesar de que antes la joyería los había cautivado.
-¿... Hola?—preguntó temeroso él al ver que nadie se hacia presente y el asiento estaba mirando por la ventana. Esperaba que el hombre girara sobre ésta y apareciera con un rostro poco amigable. Pero no había señales de vida. Los dos se miraron, ¿iba a hacer una entrada épica como villano de película?
Pero luego una de las estanterías de la biblioteca se abrió como si se tratara de una puerta, y ahí fue cuando temieron todavía más por sus vidas. La idea de un calabozo era presente en sus mentes, y la ocasión de ellos metidos ahí por el resto de sus vidas todavía más.
Apareció el famoso Lord Reinhardt de ahí. A diferencia del momento de la graduación, ahora vestía una camisa blanca arremangada hasta los codos con un chaleco azul marino sobre esta, combinándolo con unos pantalones de vestir del mismo color. El hombre los quedó mirando, por su expresión, los jóvenes pensaban que tal vez él no los estaba esperando como habían dicho sus sirvientes. Se acercó al escritorio, abrió uno de los cajones y sacó un reloj de bolsillo bañado en oro. Después, elevó la mirada, con el ceño fruncido.
-Veo que ya son las cinco. Lamento la tardanza—dijo al instante y volvió a guardar el reloj en el cajón. Llevó los puños de su camisa hacia delante y ahora se estaba encargando de abrochar los botones— Por favor, tomen asiento—cabeceó hacia el par de sillas frente a él y, seguido a esto, tomó su silla y la dio vuelta para poder estar cara a cara contra ellos.
Hubo un silencio incómodo hasta que habló nuevamente.
-Laetitia McDonald y Ryan Müller—recitó sus nombres, viéndolos fijamente. No podían decifrar bien que singificaban, ambos se perdían en el fuerte azul de sus ojos que se asemejaba a las fotografías del profundo océano. No estaban seguro cuál era la habilidad de la familia Reinhardt, pero si se trataba de hipnotizarlos, no los sorprendería— ¿Cómo están con el hecho de saber que sus padres no son sus verdaderos padres? —los dos se miraron al simultaneo hasta que Ryan habló.
-En realidad en mi caso sería uno—murmuró.
-Cierto—asintió con la cabeza— Así que tu madre le fue infiel a tu padre—en ese momento ante lo dicho por el Lord, Ryan enfureció su mirada.
-Soy capaz de poner las manos en el fuego de que mi madre no ha hecho algo semejante... señor—dijo lo último con algo de recelo— Para mi es acertado pensar que haya sido...-se detuvo al instante, mordiéndose la lengua y bajando la mirada.
-No es necesario que lo digas, lo he comprendido. Realmente inteligente objetar eso de mi raza—el joven tragó en seco, sentía que había metido la pata— Aunque para nada errado—dijo con una voz lejana, sorprendiendo al dúo—Me disculpo de ante mano si llegara a ser el caso, señor Müller.
Ryan abrió la boca y al instante la cerró. Los ojos azules ahora estaban sobre Lae.
-¿Señorita McDonald?—preguntó con tono de invitación— Aunque ese en realidad no es su apellido, ¿verdad?
-¿Sugiere que yo sabía sobre esto?—soltó de repente, cabreada— En mi defensa, me desmayé en frente de una enorme cantidad de gente, desperté en un asqueroso tren, me encuentro hablando ahora con usted y me encuentro miles de kilómetros lejos de mi familia.
-Recuerde que no es su verdadera familia.
-Un estúpido examen no va a cambiar mi vida pasada—escupió.
Los tres se quedaron en silencio, lo único que se escuchaba es que se había levantado algo de viento. Ante la incomodidad del ambiente, Ryan le dio un codazo por abajo a su amiga y ella rechistó.
-Lamento mi forma de expresar, Lord Reinhardt—mintió. El hombre hizo una leve sonrisa y apoyó su mentón sobre sus manos, analizándola.
-No deberías de mentir—dijo con algo de gracia—Pero agradezco tu falsa disculpa—sonrió— Dejando esto de lado, vayamos al porqué los tengo aquí y no en nuestros... agradables aposentos para mestizos— respiró profundamente— Usted es una situación especial, señorita McDonald. Es el primer caso de una de nosotros conviviendo con una familia común y corriente, y que nadie se haya dado cuenta de ello—pensó unos segundos— ¿Piensa que su familia sabía sobre esto? Tranquila, no le haremos nada dependiendo de lo que diga.
-Absolutamente no. Si fuera así supongo que no me hubieran dejado ir a estudiar al colegio—el hombre asintió.
-Tenía la misma idea—suspiró de forma pesada, extrañando al duo. Se había lanzado sobre el respaldo de su silla, como si estuviera resignado— Les voy a ser honesto, los demás Lores y las Duquesas te quieren ver muerta.
-¿Qué?—soltaron los dos a la vez.
-Espere, ¿cómo es eso posible? Ella podría ser nieta de algunos de ellos—el hombre negó al instante.
-Por lo que llegamos a ver todos, la habilidad de McDonald se trata de la eliminación de partículas. En otras palabras, ella puede desintegrar cualquier cosa—señaló sus manos—Por eso exigí que te pusieran esos. Si hubieras tocado a tu amigo sin ellos, lo hubieras matado al instante—ambos abrieron los ojos de la sorpresa— La desintegración no es una habilidad de las familias alemanas del Círculo. Es decir, serías una intrusa. Vienes de una familia de sangre azul proveniente de otro país, entraste de forma ilegal (seguramente). Y pueden solicitar pedido de fusilación porque podrías ser un arma de guerra o una espía.
-Eso es estúpido.
-Bienvenida al ambiente político—dijo sin más— Los demás Lores y Duquesas te quieren muerta porque representas un peligro para nuestra sociedad...
-¿Y por qué usted no?—interrumpió Ryan, impaciente, estando inclinado hacia el frente.
El hombre sonrió de manera nostálgica. Se reclino hacia el frente y miró a ambos a los ojos.
-Solo les voy a decir que soy el único de ese grupo de ancianos que conoce personalmente tu habilidad. Y sé de donde proviene. Y puedo asegurar, poniendo las manos sobre el fuego, que tu verdadera familia no te envió aquí con intenciones de provocar una guerra—respiró profundamente— Como soy el único que comprende tu situación, me veo obligado a ser quien te tenga bajo la mira.
-No es solo eso, ¿verdad?—soltó Lae. Había algo detrás de aquella media sonrisa.
-Somos parte del mundo político ahora—contestó Ryan, mirando un punto fijo— No volveremos a ver a nuestras familias, ¿no?
-Se podría decir que ahora nosotros somos su familia—sonrió de manera burlona— No se preocupen, procuraremos que se sientan cómodos aquí y que nunca recuerden sus viejos hogares—ambos chicos se estremecieron ante la idea, era cínico, terrorifico, lo que el Lord frente a ellos le dictaba. Sonaba como una especie de tortura en borrar su memoria y hacerlos futuros robots.
En ese momento, sintieron las puertas abrirse y unos pasos conocidos se hicieron escuchar. Cuando se dieron cuenta, ambos sirvientes se encontraban a un lado del otro, esperando órdenes.
-El señor y la señora Banner los llevaran a sus nuevos cuartos y le proporcionaran prendas adecuadas—sonrió— Hasta ahora ya hemos hablado lo necesario, nos vemos a la hora de la cena.
Reinhardt se levantó de su asiento y dejó su oficina. Ahora solo se encontraban los dos adolescentes junto a personas mayores de cuarenta años.
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