ME QUIEREN EMPAREJAR

No sé por qué mis manos comenzaron a sudar de repente. ¡Era como si mis emociones me estuvieran derritiendo!

Subimos por una escalera forrada de madera y su barandal era de cristal, en su interior, la casa lucia realmente muy bonita. Llegamos a un pasillo amplio donde había varias pinturas que no lograba entender (ya sabes que a veces el arte moderno no se entiende tan fácil a la primera), pero que seguramente colgaban de las paredes porque eran pinturas modernas y con estilo. ¡Ese no era mi estilo!

Nos detuvimos justo enfrente de una puerta. Era de color gris y la tía Arabela toco antes de entrar.

—¡Adelante! —Exclamaron desde adentro.

La tía Arabela puso su mano sobre la perilla y antes de abrir, me miró por algunos segundos.

—Todo estará bien Ari. Ya vi que andas un poco nerviosa. El Abuelo solo quiere hablar contigo de algo que te beneficiará —dijo ella.

¿Algo para mi beneficio? ¡Así que ella sabía el motivo! Y no quiso decirme. ¡Ella fue astuta!

La puerta se abrió. Era una habitación enorme, las paredes eran de color blanco y al entrar, topabas con una cama gigante. Un clóset, un espejo, un perchero, una pintura campestre, un… la habitación olía a cítricos.

—¡Papá! —Saludó mi tía.

El abuelo se encontraba mirando a través de su enorme balcón. Su chaleco de rombos cafés con blanco fue lo primero que vi cuando nos detuvimos detrás de él. Se giro a mirarme y cuando sus ojos encontraron mi rostro, no pudo evitar sonreír. ¡Yo tampoco! Mis nervios se transformaron en una sonrisa amplia. El efecto era similar en mi abuelo. Aquellos labios colgados por las arrugas se alzaron para formar una sonrisa tenue y brillante que irradiaba tranquilidad.

—¡Ariadna! —Exclamó muy emocionado y comenzó a avanzar hacia a mí.

—¡Abuelito! —Me acerque a él para poder abrazarlo y regalarle un beso en la mejilla.

Mi corazón comenzó a latir muy rápidamente y la inseguridad que sentía en mi interior desapareció justo al momento en que sus brazos me resguardaron. ¡Se sentía bien la sensación de recibir abrazos!

—Los dejare a solas para que platiquen —dijo la tía Arabela y se encamino a salir de la habitación.

—Mi niña ¿cómo has estado? Te veo más grande y bonita. ¡Ya eres toda una señorita! —La voz del abuelo era tranquila—. Ven, sentémonos afuera, es más fresco allí.

Y nos acomodamos en el balcón. Tenía una mesa y un par de sillas de herrería que eran cubiertos por una sombra del fresno que estaba sembrado frente a nosotros.

—¿Adán vino contigo?

—Tuvo que quedarse en casa por la escuela. Pero él está muy bien, le manda saludos.

El viento de la tarde era fresco.

—El pequeño Adán siempre me manda saludos, espero verlo pronto.

—Si, quizá pueda traerlo la próxima vez que yo venga.

La idea pareció ser de su agrado.

—A ti no te había visto desde hace un año y mira cuanto cambiaste. Te pareces mucho a tu padre y tu padre se parecía a tu abuela y tú eres lo único que me queda de ellos. ¡Qué bueno que viniste!

Mi abuelito parecía sentir fragilidad en su corazón. Le tome la mano. Estaba suave y arrugada como las pasas. ¡Su calor era un abrigo a mi frialdad!

—¡Lamento no haber venido en todo este tiempo! —Me disculpé.

—No tienes por qué disculparte conmigo. Yo he sido un ingrato con ustedes dos, perdóname tú a mí por no visitarlos. A veces si me preocupa mucho que estén solos.

—No se preocupe abuelito, hemos estado bien.

Una ola de viento nos refresco, algunas hojas amarillentas cayeron del árbol.

—Me imagino que sí. ¡Mis nietos son demasiado fuertes! Pero también sé que debe haber cosas que les inquietan.

—Bueno eso sí, pero no es nada del otro mundo.

—Aunque no sean cosas del otro mundo, por ello es que le pedí a tu tía a que fuera por ti. Necesito hablarte de algo.

Asentí.

—¿Como van las cosas con el restaurante? —Preguntó, se rasco la barbilla—. Trabajas muy duro allí.

—Tenemos muchos clientes y el trabajo, bueno, usted sabe que el trabajo no se acaba nunca.

Sonrió.

—¿Sigues en la escuela?

—Estoy tomando un curso por internet de computación y las materias del bachiller. Tuve que dejar la escuela para poder cuidar bien de Adán y del restaurante.

—¿Y no te cansas de la rutina que llevas?

—La verdad no. Ya me acostumbré, al principio, si había días en los que sentía mucho cansancio y sueño, pero después se me quito. Silvia me ayuda bastante y Toño también.

Cuando el abuelo escucho el nombre masculino arqueo sus cejas y sonrió. ¡Su sonrisa se pintó de picardía!

—¿Toño es tu novio? —Preguntó con curiosidad.

Sonreí y le negué con la cabeza.

—No abuelito. Toño es un amigo de muchos años.

—¡Ah! Yo pensé que ya tenías novio. Con eso de que los jóvenes se están casando. Ya ves a tu primo Rafael.

—Si, pues es que yo creo que ya se sienten capaces de mantener una relación amorosa.

—¿Tienes pretendientes?

—¡Quien sabe! La verdad es que yo siento que aún no es tiempo para que yo tenga novio.

Me miró con curiosidad.

—Tienes razón hija, aun no es tiempo. Pero ¿qué harías si algún muchacho quiere ayudarte más que como un amigo?

Me detuve a pensar.

—¡Pues lo rechazaría! Que claro tendría que averiguar sus verdaderos motivos y así ya podría decidir. Aunque, siendo sincera, hay algo que no sé, cómo que no me siento con la necesidad de tener a un hombre romántico en mi vida. Ya sea que él fuese una buena persona, no podría cambiar una amistad por un noviazgo que me va a quitar el tiempo que no tengo. Supongo que solo mantendría las cosas en la amistad.

Sonrió.

—Muy bien hija. Me parece que eres muy firme en tus pensamientos así que no dudes que lograras cosas grandes —se me quedó mirando por algunos segundos—. ¡Pero a veces no debemos desaprovechar las oportunidades que nos presenta la vida! Ariadna, sé que eres una niña muy trabajadora y responsable, eres diferente a los hijos de mis otros hijos. Por eso necesitaba verte, necesito hablarte de algo urgente.

—Si abuelito, usted dígame.

Volvió a sonreír.

—Yo estoy viejo, tengo ochenta y cuatro años y aunque mi corazón es de un chamaco de veinticinco, mi cuerpo ya no tiene esa fuerza de antes. ¡Quizá algún día me puedas entender! Se que tus tíos no estarán de acuerdo con lo que te voy a decir, pero no me importa, ellos me han tenido toda la vida y no me han valorado, tú que no me has tenido, aquí estás hablando conmigo.

—Usted siempre será joven y yo estaré con usted, a veces de cerca y en otras ocasiones de lejos. ¡Pero siempre contara con mi cariño!

—¡Lo sé mi niña! Eso lo sé perfectamente. Y por eso, quiero darte la hacienda que era de tu abuela.

Aquella noticia me hizo abrir los ojos por completo y todo parecía ser algo inesperado. ¡Una sorpresa demasiado inesperada!

—¿La hacienda de la abuela? —Pregunté curiosa.

Asintió y tomó mi mano.

—Si mi niña. La hacienda que era de tu abuela será para ti.

—Pero abuelito, eso es…

—Antes de que ella muriera me hizo prometerle que se la daría a alguien que supiera valorarla tal y como ella la había cuidado. ¡Es una herencia de generaciones! Algún día, te tocará a ti heredarla.

Sentí el viento golpear y menear los listones de mi cabeza. Pensé en Adán de repente.

—¿Y por qué yo abuelito? —Pregunté muy sacada de onda—. ¿Qué es lo que vio usted en mí que no ve en mis otros primos?

—Humildad. Humildad es lo que veo en ti. Tú brillas porque tu sonrisa es sencilla y fresca, iluminas de alegría a quien te rodea. En el caso de tus primos, ellos no pueden brillar, su arrogancia es más grande que la fortuna que poseen.

Alguien toco la puerta de la habitación y el abuelo hizo pasar a un mayordomo. El hombre llevaba un traje negro y parecía no ser muy grande. El mayordomo llamó al abuelo para que tomáramos la cena.

—Muchas gracias Luis. Vamos en un instante.

Luis, asintió y salió de la habitación. El abuelo se levantó de su silla y yo le imite, caminó un poco y se detuvo frente al barandal.

—Necesito que te quedes conmigo de ahora en adelante Ariadna, mañana habrá una fiesta que hará la tía Arabela en honor de tu llegada.

Y de momento me pareció que era mucha fiesta para tan pronto. Ayer estuve en una boda y mañana en una fiesta para darme la bienvenida. ¡Que curiosa la vida!

—Abuelo. ¿No cree que soy muy joven para dirigir una hacienda?

—Eres muy joven para dirigir una hacienda, pero te digo algo, también eres muy joven como para haber sobrevivido todos estos años sin tus padres y sin la ayuda mía. ¿No es así?

—¿Y si yo...? —Pregunte y el abuelo me interrumpió de repente.

—Tranquila Ariadna. No te inquietes por lo que será el día de mañana o dentro de un mes. Tranquila, todo saldrá bien. Háblale a tu amigo Toño, dile que venga mañana a la fiesta y que traiga Adán para que lo vea. ¡Tengo muchas ganas de ver a mi nieto menor!

Y entonces, con cosas como esta, te das cuenta de que existen momentos en la vida que nunca esperas que sucedan, pero ocurren y el momento de estar viva te hace pensar en querer decidir lo que más te convenga. Tengo dieciocho años, mi nombre completo es Ariadna María de la Mora Hernández, soy huérfana y gracias a Dios, nunca nada me ha faltado, salvo, mis padres.

—Está bien abuelito, hablare con Toño.

Asintió complacido.

—¡Muy bien! Hay otra cosa que quiero contarte.

—¿Que es abuelito?

...🌼🌼🌼...

...Al día siguiente, en la fiesta…...

Aún no lograba comprender como es que había terminado aquí, rodeada de un montón de personas que nunca había visto en la vida y que nunca imaginé ver.

Toño se había puesto un pantalón de mezclilla negro y usaba una camisa de cuadros, parecía todo un galán. Adán parecía estar demasiado despreocupado, le pedí que se pusiera lo más cómodo para la fiesta de la tía Arabela, que, en realidad, era mi fiesta de bienvenida. Yo, por mi parte, estaba usando un vestido en corte circular de color vainilla.

—¡Mi querida! —Escuché la voz del abuelo.

Toda la gente que había venido iba vestida en traje y saco, vestidos elegantes y tacones. Cuando miraban a Toño, podías darte cuenta del desprecio con el que la gente nos miraba, como si fuésemos objetos raros.

—¡No pertenecemos aquí! —Dije a Toño.

—Pero, aun así, estamos aquí —dio un trago a su copa.

—¿Podríamos irnos a casa? —Pregunté.

—Si podríamos. Pero parece que tu abuelo aún no te libera de este bochorno. ¿De verdad te pidió eso?

Acerco su mano a mi frente y sus dedos tomaron un mechón de mi fleco. Lo acomodo detrás de mi oreja. No fui capaz de responder su pregunta, yo aun no lo asimilaba del todo.

—Entonces hay que seguir fingiendo que todo está súper bien aquí.

—Parece que no tengo otra opción. Igual no quiero que él se ponga triste.

Había un pianista tocando melodías agradables. Había bocadillos en variedad y los meseros estaban mejor arreglados que cualquier otra persona en servicio, aquí en la casa. Mi abuelo había preferido usar un pantalón casual y una camisa de franela de cuadros a combinación de Toño. Él hablaba con un grupo de personas y entonces escuché mi nombre.

—Ariadna —llamó—. ¿Puedes venir por favor?

Toño se giró a mirarme y asintió para darme ánimo. Vi como movía sus labios y susurraba suavemente, decía "la liberación".

—Si abuelo, dígame.

Había dos parejas de personas adultas y justo en medio de las parejas había un sujeto que se me quedo mirando con cierta curiosidad. ¿Qué cosas pasaron por su mente?

¡Esa fue la primera vez que lo vi!

—Amigos. Les presento a mi nieta, la señorita Ariadna de la Mora.

Las personas que me rodeaban me miraban y parecían sonreír. En mi mente retumbaba la otra petición del abuelo. ¿Qué petición? Mi querido viejito quería emparejarme con un muchacho pavo-real de no sé qué familia de alcurnia. ¿La razón? Mi papá le hizo esa promesa.

—¡Un gusto! —Dije sonriendo y acomodé mis manos detrás de mi espalda.

—¿Qué edad tiene señorita? —Preguntó el joven.

Vestía un traje de color negro, una camisa blanca y un moño que combinaba con el negro de su abundante barba.

—Tengo dieciocho años, ¿y usted?

Las personas miraban al abuelo.

—Soy mayor que usted señorita. Tengo veintitrés.

Me causo curiosidad que nos estuviéramos hablando de “usted”. Aunque bueno, en realidad él no parecía tener veintitrés años, la barba lo hacía ver más viejo.

Toño estaba platicando con un par de muchachas vestidas muy elegantemente. Adán había hecho un amigo y jugaba en el patio de la casa.

—Erick, ¿por qué no baila con mi nieta? —Sugirió mi abuelo y la música que sonaba de fondo era un danzón.

Erick me miro, atravesó el circulo que habían formado las personas a mi lado y se detuvo frente a mí. Vi como su mano se extendió, sus labios se movieron de una manera tan precisa para invitarme a bailar esa pieza. Extendí mi mano y ambos nos abrimos paso hasta la pista de baile donde algunas parejas, principalmente, personas mayores de edad bailaban muy a gusto

—¿Como es que nunca la había visto cerca del señor Máximo? —Preguntó con curiosidad.

—Lo que pasa es que apenas llegue a vivir a casa de mi abuelo.

—Si bueno, a lo que me refiero es que a usted no la había visto. Por ejemplo, a sus otros nietos los ubico perfectamente, pero a usted…

—Yo prefiero ser invisible. Digo, es bueno pasar desapercibida y no me gusta ser el centro de atención.

Sus cejas se movieron de forma curiosa.

—Entiendo.

—¿A usted le gusta ser el centro de atención?

Mi pregunta le tomo desprevenido.

—Bueno no realmente.

—¡Genial! Entonces usted me cae bien.

Sonreí de forma sincera, el correspondió.

—Es interesante hablar con usted.

—¿Le parezco interesante?

—Un poco, sí.

—Creo que eso es bueno.

—¿Donde aprendió a bailar tan bien?

—En casa es común que hagamos fiestas para divertirnos y así podemos bailar con nuestros amigos. Claro que, las fiestas allá son muy diferentes a todo esto.

Mi comentario causo sorpresa en él, su entrecejo se arrugo ligeramente un poco.

—¿De dónde es usted? —Sus cejas se arquearon un poco.

—Vivo como a treinta minutos de aquí. ¿Y en su caso?

—Vivo a diez minutos, ¿ubicas Cholula?

—Un poco, la verdad casi no suelo venir por aquí.

—¿Y por qué no?

—Porque no tengo ningún motivo de peso para frecuentar aquí.

—¿Y su abuelo no es un motivo por el cual debería frecuentar esta casa?

Su mano estaba en mi cintura y mis manos, una en su hombro derecho y la otra entrelazada con su mano.

—Realmente no. O sea, quiero a mi abuelo y todo, pero a causa de las circunstancias no puedo venir a verlo frecuentemente.

—¿Y cuáles son sus circunstancias? —Preguntó y la música termino.

¿Este era el hombre con el mi abuelo quería emparejarme?

—¿Podríamos dejar de hablarnos en tono muy formal? Ya me choqué de estar hablándonos de usted —admití.

Note que sonreía.

—Está bien. Sin problema.

—Genial.

—¿Y entonces?

—¿Entonces que? —Me saque un poco de onda.

—Sobre tus circunstancias, ¿cuales son?

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Comments

Luz angelica Arcila

Luz angelica Arcila

si está muy interesante, me gustó

2023-11-19

1

Xochitl Parra Triana

Xochitl Parra Triana

se ve que está interesante la novela, por lo que veo es escrita en mi país , México.

2023-10-01

2

maggi

maggi

me gusta la novela

2023-09-11

0

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