Capitulo 5

—¿Por qué estás llorando?

Nir al escucharlo más claramente levantó su mirada, sin poder creerse lo que tenía ante sus ojos.

Efectivamente, era su señor y estaba de pie frente a ella, «¿pero cómo era esto posible?» se preguntó la chica. El señor Yako no solía presentarse en la aldea de esa manera tan inesperada.

—Señor Yako, pero… ¿Qué hace aquí?—le preguntó sin poder ocultar la curiosidad que la embargaba al verlo a esa hora de la noche.

—Pude percibir el olor de mucha sangre en este lugar—fue la simple respuesta del hombre.

—Oh—Nir por algún motivo se sintió un poco decepcionada—. Es cierto, el señor Yako tiene un olfato muy agudo.

Yako no dijo nada ante aquel señalamiento, Nir continuó con sus palabras:

—Lo que ocurre es que se ha desatado una guerra en las aldeas vecinas y los heridos han venido para ser atendidos.

El hombre hizo una mueca ante sus palabras. Los humanos siempre le habían parecido patéticos, pero ahora le parecían aún más. ¿Cuál era su afán de matarse entre ellos?

—No has respondido a mi pregunta, ¿por qué estabas llorando?—decidió indagar nuevamente en lo que realmente le interesaba.

—Ah, eso…

Una brisa sopló suavemente en ese momento, Nir se encogió en sí misma sintiendo el frío de la noche calar en sus huesos, pero no era únicamente eso…

—Yo… es qué tanta sangre me ha hecho pensar en ellos—confesó la chica al fin—. No pude evitar recordar a mi familia, no pude evitar recordar cuando esos hombres los asesinaban delante de mis ojos. ¡Fue muy doloroso volver a vivirlo al atender a esas personas!

La muchacha se quedó absorta rememorando la sangre, los gritos de dolor, todo seguía vigente en su mente como si recién hubiese ocurrido.

—Nir…

Yako sintió una especie de pesar al escucharla. No pudo evitar recordar el día en que la conoció, cuando Nir era tan solo una niña, sola y maltratada. Él no era alguien que consolara, pero en ese momento sintió la necesidad de hacerlo, así que se sentó a su lado para hacerle compañía.

Nir se asombró mucho ante tal acción. A pesar de que él no dijo nada más, podía sentir que de alguna manera buscaba acompañarla en su dolor. Su corazón se sintió reconfortado, y pensó que a pesar de su terrible pasado también habían cosas maravillosas de las cuales debía sentirse agradecida, una de ellas era el hecho de haberlo conocido.

En medio de la oscuridad de la noche y los murmullos de una aldea en alerta. Nir cerró sus ojos y disfruto de la compañía de la persona más importante en su vida. No hacían falta palabras, le bastaba con tenerlo a su lado.

La joven sin darse cuenta se había quedado dormida. El frío que se sentía en esa noche hacía su cuerpo temblar ligeramente y esos leves movimientos no pasaron desapercibidos para Yako.

—Nir, es hora de que regreses—le dijo el hombre.

Sin embargo, al no recibir respuesta alguna se giró hacía ella encontrando a una joven profundamente dormida para su mayor sorpresa.

Al mirarla con sus ojos cerrados, pudo percatarse una vez más de lo frágil que era. Nuevamente, sintió aquel deseo incontrolable de protegerla.

Protegerla para él se había vuelto una necesidad, era algo que lo superaba y no había manera de que no quisiera hacerlo. Aunque, no entendía la razón de ese instinto que nacía en su interior, simplemente no podía llevarle la contraria.

De pronto, Nir abrió sus ojos y sus miradas se encontraron, la conexión que se podía sentir entre ellos era increíble. La joven no pudo evitar ruborizarse, al reparar en que su señor la estaba contemplando dormir.

«¿Cuánto tiempo había dormido?» se preguntó la chica en su bochorno. Sin duda era el momento de regresar a la cabaña, la anciana Kaede seguramente estaba preocupada.

—Lo siento, señor Yako—se disculpó Nir apresurada—. Me he quedado dormida—dijo lo obvio, mientras se ponía rápidamente de pie.

Yako la imitó sin dejar de observarla y Nir se sintió cada vez más abochornada.

«¿Por qué tenía una mirada tan intensa? ¿Por qué empezaba a sentir calor cuando la miraba de esa forma?»

—Seguramente la anciana Kaede debe estar preocupada—siguió diciendo la chica, esquivando sus orbes doradas.

—Nir—Yako la detuvo en su desesperación—, estaré cerca. No dudes en llamarme si algo ocurre.

La muchacha lo miró con su corazón acelerado, era tan gratificante saber que contaba con él, que uno de los seres más poderosos de ese mundo estaba dispuesto a venir hasta ella si tan solo lo llamaba.

—Gracias, señor Yako—el sonido de su voz salió débil, pero por dentro se sentía muy feliz y emocionada.

Nir no lo dudo, se acercó hasta él y le dio un fuerte abrazo. Uno que tomó al hombre completamente por sorpresa, Yako no sabía qué hacer ante aquella muestra de afecto tan espontánea.

Por alguna razón, su corazón se había acelerado, no estaba acostumbrado a ningún tipo de contacto. Y, aunque pudo evitarlo antes de que ella lo tocará, no quiso hacerlo.

El abrazo continuó un rato más, los dos unidos en un armonioso silencio. Un silencio que solo podía ser interrumpido con el latir de sus corazones, un par de corazones que parecían conectarse en ese efímero momento.

Luego de unos instantes de aquel abrazo que pareció eterno, Nir se separó de su señor, sonriéndole de tal manera que hizo sentir al hombre por un momento completamente embobado.

—¡Hasta pronto!—dijo la joven antes de seguir su camino alegremente hacia la aldea.

La muchacha se giró de tanto en tanto para regalarle sonrisas, mientras no dejaba de agitar sus manos a modo de saludo.

—¡No olvide volver a visitarme!—gritó a lo lejos.

Yako solamente la miró marcharse, mientras no dejaba de sentirse extraño. Nir le hacía sentir cosas que nunca antes había experimentado.

¿Cuál era ese poder que ejercía en él? ¿Por qué un abrazo lo hacía sentir de esa manera?

Simplemente no podía comprenderlo…

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