...II...
La habitación era lujosa, amplia y los rayos del sol apenas y lograban ingresar debido a los oscuros ventanales cubiertos de gruesas y costosas cortinas. Afuera la noche empezaba a reinar cuando el astro real caía en su letargo. La luna se abrió paso iluminando la noche y un cielo estrellado se alzaba como un manto que se extendía infinitamente.
La puerta del pent-house se abre de par en par y de forma súbita y procesional cuatro sirvientas encabezadas por un hombre de avanzada edad ingresan en silencio respetuoso por la persona que ahí moraba y que en ese instante se encontraba en su descanso.
No era necesario emitir palabra alguna cuando ya todas tenían conocimiento de su trabajo, el grupo se dividió rápidamente y empezaron a ejecutar sus deberes bajo la estricta vigilancia del hombre mayor. Dos sirvientas fueron las encargadas de mover las pesadas y gruesas cortinas y abrir las ventanas oscuras para dar paso a la fresca brisa de la noche.
Las luces se encendieron, limpiaron las habitaciones dejándolas impecables y se aseguraron de no dejar nada fuera de lugar, el tiempo estimado para hacer los deberes de aseo eran de exactamente 40 minutos tiempo más que suficiente para un departamento que prácticamente siempre lucia limpio y sin mayor muestra de suciedad que el polvo habitual formado en los sillones y escaparates, incluso el hall principal siempre lucía impecable y sin nada fuera del orden. No había mucho que hacer de hecho y eso siempre era bueno para ellas.
Las mujeres se retiraron de la misma forma en como ingresaron, con la mayor discreción y seriedad posible, llevan trabajando casi nueve años en ese edificio y nunca habían visto al propietario del lugar ni siquiera por asomo.
Las puertas se cerraron y el mayordomo ingresó a la recamara principal abriendo las ventanas y cortinas y encendiendo la luz de la habitación mientras observaba a un hombre dormir profundamente.
― ¿Ya se retiraron todos? ―el hombre en el lecho hablo aun sin abrir los ojos, pero muy consciente de todo lo que se desarrollaba a su alrededor.
―Si joven maestro ―respondió el mayordomo haciendo una reverencia en señal de saludo ―. Espero que haya tenido un buen descanso mi lord
El hombre más joven abre los ojos, y es como si nunca hubiese conciliado el sueño desde un principio, el sol ya había muerto y la luna se alzaba orgullosa en el cielo más sin embargo para él era otra noche tortuosa más anhelando algo que jamás podría alcanzar.
Todo yace completamente igual.
El mismo cielo, la misma recamará, incluso el cuerpo en el que habitó los últimos mil años sigue siendo el mismo, solo el mundo a su alrededor cambiaba constantemente de una forma tan hermosa, moría y nacía en un ciclo tan maravilloso y natural.
En momentos como esos Ignis Caelestis anhelo estar muerto.
Como todas las noches luego de despertar de su letargo se sienta en su lecho y con la mirada nebulosa y perdida observa el vacío.
― ¿Qué hora es? ―pregunta a su fiel sirviente quien en todo momento permanece a su lado.
William era un hombre leal que había dado sus mejores años al servicio de su joven maestro. El viejo mayordomo le da un vistazo a su reloj de bolsillo observando la hora señalada para informarle a su maestro.
―Alrededor de las 7:00 pm mi señor ―respondió el hombre de modales elegantes y hablar respetuoso ―. Su cena familiar es alrededor de las 11:00 pm y su asistencia ya fue confirmada con semanas de antelación así que su presencia es esperada
Ignis lanza un suspiro cargado y fue como si un pedazo de su vida inmortal se esfumase de su cuerpo.
―Lo recuerdo, supongo que no puedo echarme para atrás ahora ―y por un segundo el silencio se instaura de nuevo abriendo paso a la melancolía y los cabellos desordenados caen como una cascada castaña que cubren los ojos ―. Ya no puedo seguir posponiéndolo…
El viejo mayordomo guarda silencio mientras escucha a su señor, por supuesto que sabe a quién este se refería, pero por discreción y porque además sabía muy bien que la mención de ese nombre solo traería amargura a su joven maestro decidió callar.
―No puedo verla…
―No tiene que hacerlo.
―No quiero verla.
―No lo haga.
Si eso solo se requería para expiar sus culpas permanecería lejos de ella tanto como se pueda. Su recuerdo era amargo y doloroso al igual que las circunstancias de su alejamiento, solo lagrimas es lo único que se le viene a la mente cuando intenta traer su rostro de nuevo, eso y palabras inentendibles ahora por el paso del tiempo. Hubo un tiempo en que pretendió ser feliz, hubo un tiempo en que la hizo feliz a ella o al menos así lo intento, la soledad era la peor enemiga de la eternidad y en ese tiempo él tenía tanto temor de verse perdido y solitario, nunca se le hizo bien la soledad ya que siempre tuvo a alguien a su lado, pero incluso los que creyó cercanos se fueron alejando y el miedo se hizo más agonizante, solo la tenía a ella y ella lo seguía con la misma devoción que un monaguillo a un clérigo.
Tan sumisa y hambrienta de cariño al igual que él, tan necesitada de compañía y calor.
Tal vez ambos se usaron para aliviar el frio del alma, tal vez él no fue el único quien saco algo de todo eso.
¿Cuándo es que todo empezó a desmoronarse ante ellos? ¿Cuándo es que se supo la verdad de que ahí no existía amor más que absoluta dependencia?
No puede estar seguro del momento exacto, tal vez fue la forma en que ella observaba el cielo y dejo de verlo a él en su lugar, tal vez fue la forma en que él dejo de sostener su mano y su solo tacto le pareció insoportable.
Ella dejo de complacerlo en todo, sus ojos empezaron a ver a otro lado, buscando algo más que solo pequeñas migajas de un cariño que nunca fue para ella en un principio.
Porque ella en su corazón por mucho que le doliera sabia a la perfección que ese hombre a su costado aun sentía por alguien más, que sus besos no eran para ella realmente, que la vida que creyó ver en esos ojos por un breve lapso de tiempo era ocasionada por la presencia fugaz de un fantasma lejano.
Pero él nunca dijo su nombre y en su lugar murmuraba otro.
Sus palabras nunca fueron para ella, ni sus suspiros y mucho menos sus lágrimas.
Ardía, quemaba, desgarraba.
Agonizante como la peor de las muertes.
Ignis lo recordaba todo, el momento exacto de aquel adiós, la noche, la melodía, incluso la fugaz lagrima que recorrió su mejilla.
Ella asintió y ser retiro del lugar, silenciosa y distante, nunca fue de él realmente, así como Ignis jamás le perteneció.
¿Qué debía de hacer ahora con todo eso? Escapo de aquel encuentro por 20 años, el tiempo que permaneció en Japón aislado de su clan y ajeno al mundo que se desarrollaba ante sus ojos.
El tiempo de verla de nuevo y pedirle perdón había llegado y en su corazón anhelo que al menos aquella dama que le había otorgado compañía en el momento en el que más la necesitaba hubiese por lo menos alcanzado su propia felicidad.
Él no lo haría, porque su alegría había muerto, se había perdido con el paso del tiempo, sus ojos no lo verían de nuevo y no tocaría su piel nunca más.
Hoy era luna llena.
Cuanto odiaba la luna llena, lo recordaba a él en noches como esas, la cicatriz se abría de nuevo exponiendo la herida latiente y dolorosa.
Recordó su sueño, ese recuerdo que se repetía en su subconsciente infinitamente como la maldición eterna a la estaba condenado. Al despertar siempre anhelo su toque, su voz, sus besos y la calidez de su cuerpo, pero eso había desvanecido junto con aquel tiempo que no volvería a él.
Y en medio de su sueño unas lágrimas se escaparon, no era la primera vez y no sería la última tampoco. ¿Cuándo el sueño se volvió pesadilla? ¿Cuándo lo precioso se volvió tan hiriente? Sus manos se estiraban, pero como el humo ese hombre se desvanecía, se escapada entre sus dedos y solo quedaba la sensación del vacío que le dejaba una sensación punzante y un amargor en los labios.
“Pudimos haber sido hermosos” ―pensó ―. “Pudimos haber sido perfectos”.
El amor verdadero no existía, pero él fue lo más cercano al verdadero amor y por un segundo creyó que así seria.
No importaba…
Ya nada importaba en realidad, no tenía caso seguir agonizando en el pasado. El mundo se movía junto con él, los días pasaban en un parpadeo y solo Ignis permanecía como su fuese el primer hombre de la creación.
¡Mentira! ¡Sí importaba! Lo tenía todo y al mismo tiempo nada, ahogaba sus penas en sangre mezclada con lágrimas y desespero. Gritaba su nombre cada vez que podía y lloraba el no haber sido lo suficiente fuerte como para haber permanecido a su lado.
Lo dejo morir y llevar la culpa consigo.
―Mi señor ―una voz familiar rompe la profundidad de sus pensamientos ―. Ya es hora mi señor.
Era verdad, la noche apenas iniciaba y él tenía la obligación de encarar aquello de lo que estuvo huyendo todos esos años.
Ignis se incorpora de su cama y camina desnudo hacia el baño más cercano, arrastra los pies como una especie de condenado que se dirige hacia su ejecución. Ingresa a aquel elegante baño y se mete a la ducha, abre la llave del agua y deja que su cuerpo se limpie por completo, mientras el agua recorre su dorso y el resto de su cuerpo él cierra los ojos e intenta evocar gracias a sus memorias la imagen del objeto de su amor y tormento. ¿Qué tanto era un sueño y que tanto fue real?
A veces se veían juntos libre de todo lo que alguna vez les hizo daño, bajo un cielo azul corriendo por las campiñas de un reino ya olvidado. Otras veces en cambio era la última imagen lo que atropellaba su mente y traía consigo el recuerdo de los segundos finales.
Nunca lo había visto más hermoso y al mismo tiempo aterrado.
“Simplemente pudimos haber sido todo”
Mientras Ignis Caelestis se asea sumergido en sus cavilaciones su mayordomo de confianza procede a organizar todo para la salida de su señor. Prepara la copa de sangre que será ingerida, organiza las prendas de su señor y las deposita sobre su cama la misma que fue extendida con antelación y de forma prolija. Dejando todo preparado el hombre mayor se retira y decide ir al área de la cocina para revisar si las mujeres del servicio cumplieron a cabalidad con su tarea.
Minutos después Ignis sale del baño envuelto con una toalla de la cintura para abajo y mostrando sus músculos cincelados hermosa y perfectamente, su cabello húmedo cae por su cuello pegados a su piel, aquella era la imagen de la más perfecta de las creaciones, sus labios emiten un suspiro pesado y sus ojos castaños se dirigen a la copa de sangre debidamente posicionada para su fácil acceso.
Tan deliciosa y calmante, la sustancia carmesí pasa por sus labios y su garganta inyectando de vida su cuerpo y causando una momentánea sensación de euforia a su vez. Deja la copa vacía y procese ahora a secarse el cuerpo apropiadamente y vestirse.
Al cabo de un tiempo las puertas de la recamara y Ignis sale luciendo impecable y elegante, el traje Ford color negro resaltaba aún más su figura.
―Luce bien joven maestro ―dice el mayordomo abriéndole la puerta del pent-house y haciéndose a un lado para que Ignis pudiese salir sin problemas rumbo al elevador.
La noche apenas e iniciaba, pero para Ignis era el principio de unas largas horas lidiando con todo lo eludido a lo largo de los años.
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Updated 22 Episodes
Comments
Beatriz Valiente
INTERESANTE HISTORIA AUTORA FELICITACIONES
2024-01-18
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