La Llegada al Caos
Mi madre entró por la puerta de mi inmenso armario, donde había un caos total. Era la noche antes de mi partida y mi habitación parecía haber sido azotada por un huracán de cachemira y cosméticos.
Lucía: Sam, hija, ¿qué es todo este desastre? —dijo, señalando con el dedo mis accesorios, ropa y maquillaje regados por todo el suelo de mármol.
Suspiré, dramáticamente frustrada.
Sam: Mami, todo esto es tu culpa. —Dije haciendo pucheros, dejándome caer en un sillón tapizado que estaba en un rincón del armario.
Lucía se cruzó de brazos. La luz resaltaba la dulzura de sus ojos color miel, pero la sonrisa burlona en su rostro anunciaba un discurso.
Lucía: Ah, ¿sí? ¿Y por qué es mi culpa? —Enarcó una ceja.
Sam: ¡Sí, mami! ¿No ves que yo no sé ni cerrar una maleta? Y tú estás empeñada en que yo empaque mis cosas. No sé ni siquiera doblar la ropa y tampoco sé qué llevar. —Dije, soltando un suspiro cansado. Para mí, empacar era una actividad arcaica.
Lucía: De veras, eres todo lo contrario a tu hermano. Él ni siquiera deja que le toquen sus cosas y a ti hay que hacerte hasta lo más insignificante, como empacar unas maletas.
No presté atención a lo que mi madre decía. Siempre solía dar ese tipo de discursos y charlas sobre la dependencia, la humildad y la necesidad de ser autosuficiente, herencia de sus orígenes. Pero yo estaba segura de algo: yo había nacido para que me sirvieran, no para servirle a nadie. Mi destino era el terciopelo, no el esfuerzo.
De pronto, una idea que consideré brillante surgió en mi mente.
Sam: ¡Y si no llevo nada y compro todo allá! Claro, ¡eso es lo mejor!
Dije entusiasmada, dando saltos por toda la habitación mientras tecleaba mi móvil una y otra vez, probablemente haciendo listas de tiendas de diseñador en Boston.
Lucía no entendía nada al principio. Después de unos segundos, captó la idea y se negó rotundamente.
Lucía: Ni creas, señorita. El hecho de que tengas dinero hasta para regalar no significa ni justifica el porqué de hacer esas estupideces. Mandaré a que empaquen tus cosas ya que veo que tú no lo vas a hacer.
Lucía se dirigió al pasillo para ordenar a las chicas de servicio.
Sam: Pero mami, no son estupideces. Solo le voy a dar uso al dinero de mi padre. Eso es hacer un bien para mí. —Dije, señalándome y levantándome de la cama hasta llegar a la puerta del armario.
Mi madre me observó y supo que no podía contradecirme. Llevarme la contraria era provocar la tercera guerra mundial en medio del closet. Mi hija era devastadoramente caprichosa, y ella, la madre que había desafiado a su familia por amor, ahora se rendía ante la tiranía de su hija.
Lucía: Has lo que quieras.
Se resignó, pero igual mandó a empacar parte de mis cosas, sabiendo que yo necesitaría al menos lo básico en lo que hacía mi raid de compras. Conversó un rato, recordándome algunas cosas sobre Nicolás, sobre la prudencia y la mesura, pero no me molesté en escuchar por más de un par de minutos antes de perderme en las redes sociales.
Ya era de noche. Las dos nos encontrábamos solas en la casa, ya que mi padre había viajado. Decidimos dormir juntas y hacer diferentes actividades en el inmenso dormitorio principal: mi madre, una mujer fuerte pero centrada, hacía un poco de yoga, mientras yo me hacía una muy buena rutina de skin care que había visto en mis feeds.
La Amenaza Disfrazada de Bienvenida
Los días pasaron y pronto llegó la semana en la cual Samantha se marchaba.
Viajaba ese día y estaba abordando el Jet privado de mi padre, algo nerviosa. Mi madre casi se queda sin lágrimas por mi partida, y mi padre me dijo que iban a ir cada quince días a visitarme. Él siempre dice que yo soy la luz de sus ojos, que siempre voy a ser su pequeña Sam, y no lo contradigo porque, obvio, que es así.
Estaba cómoda en la pequeña suite del Jet, acomodada para la travesía. Había comenzado la lectura de uno de mis libros favoritos cuando un mensaje perturbó la paz.
> Mensaje de Cristian
> Hola pequeña Sam, me enteré que hoy vendrás, no sabes cuánto esperé este día... Jajajajja, espero que llegues completa.
>
> (Respuesta de Sam)
> Eres un imbécil.
>
> (Contesta Cristian)
> Pero así me quieres...
>
Maldito imbécil. Sabía muy bien que me daba un poco de pánico cada vez que me recordaba la vez que iba a abordar un avión y a última hora no lo hice; horas después, el avión estalló en mil pedazos. Según mi padre, decían sus investigadores que querían asesinarme. Cristian usaba ese recuerdo de la manera más cruel: como un chiste.
Bueno, después del mensaje del inútil de Cristian, hizo efecto la píldora para dormir que ingerí al subir al avión. No pensaría más.
Boston y Ojos Color Verde Agua
Ocho horas después, llegué a Boston. Gracias a Dios, sana y salva.
Afuera del avión, apenas descendiendo la escalerilla, pude identificar una figura alta y arrogante. Bajo y allí está el estúpido de Cristian.
Al observarlo sonriente y tan tranquilo, una idea cruzó por mi mente. Se me prendió el bombillo: le voy a hacer una broma. Tenía que empezar con el pie derecho, o el izquierdo.
Bajo las escaleras apresuradamente y corro hacia él, fingiendo una emoción que no sentía. Él me recibe, sonríe ampliamente y me alza en sus brazos con una fuerza inusual.
Sam: ¡Cris...! —Lo abrazo, cerrando la trampa.
Cristian: Pero qué cambio. Hace dos meses me querías matar. —Dijo, soltándome lentamente. Cristian había venido a visitarnos hace dos meses y no terminó para nada bien; le había tirado un pastel de chocolate por la cabeza.
Sam: Sí, que sabes arruinar el momento, ¿no? —Me aparto de él e hice mi mejor puchero.
Cristian: Ya, Sam, no hagas tus dramas, que yo te conozco muy bien. Sé cómo eres, y si no me falla mi subconsciente, me estás jugando una broma. —Enarcó una ceja, y como no le respondí, se rió con ese sonido grave que siempre me ponía nerviosa.
Sam: Dime algo. —Le pedí al observar cómo me miraba sin decir nada, solo se dedicaba a mirar mis ojos, esos ojos celestes que heredé de mi padre.
Cristian: Algo. —Dijo, desviando la mirada a su teléfono, ya que estábamos montados en un auto deportivo de lujo.
Sam: Deja lo idiota, ¿qué comes? ¿Por qué todo lo que trato de hacerte lo adivinas? —Le digo, algo molesta. No podía creer que todo me saliera mal.
Levantó su mirada y conectó sus hermosos ojos color verde agua con mi mirada celeste. El contraste era hipnotizante.
Cristian: Conocerte es mi trabajo. —Dijo y dirigió la mirada nuevamente a su celular.
No le respondí. Sinceramente, me desconcertó mucho lo que dijo.
Después de un incómodo silencio decidí preguntarle algo.
Sam: Cris, ¿y Nick?
Arrugó el ceño y me vio.
Cristian: Está de enamorado. Ya no quiere salir de las faldas de su Lisa. —Lo dijo con el sarcasmo muy evidente en su voz.
Sam: OK, así que mi hermanito tiene novia.
Cristian: Para nada. Si la chiquilla se va a casar.
Arrugué el ceño.
Sam: ¿En qué piensa Nicolás? Ya me va a escuchar.
Me vio y sonrió.
Cristian: Sabes que te ves más hermosa cuando te enojas.
Ese comentario hizo que me sonrojara en un par de segundos. No entendía por qué se ensañaba en hacerme sentir incómoda, en hacerme sentir pequeña y reaccionar.
Sam: ¿Y tú, Cris, tienes novia? —Decidí cambiar de tema.
Desvió la mirada y cambió el tema nuevamente.
Cristian: Mira, ya llegamos. —Dijo, bajándose del auto, cosa que me pareció extraña.
Bajamos y estábamos en un penthouse de una torre moderna. Subimos al departamento y estaba completamente solo.
Sam: ¡Cris, Cris, Cristian! —Dije, sacándolo de su celular. Odiaba repetir las cosas tres veces.
Cristian: ¡Que! —Me respondió en el mismo tono.
Sam: Aquí no hay nadie. —Digo, buscando con la mirada a alguien.
Cristian: ¿Qué pensabas? ¿Que iban a haber treinta sirvientes y diez chóferes a tu disposición? —Enarcó una ceja.
Sam: Ni tanto, pero ni pensé que no habría nadie.
Cristian: Pues ve acostumbrándote, porque créeme que es mejor vivir así que con una cuerda de chismosos que le dicen todo a nuestros padres.
Sam: ¿Y Nicolás? ¿Viene para acá? —Pregunté, sintiendo un leve miedo a la soledad y la dependencia.
Cristian: No, él vive en la fraternidad. —Respondió inmediatamente, y tragué grueso.
Sam: ¿Y tú?
Cristian: También, pero a veces me quedo aquí. Decidí quedarme para hacerte compañía.
Sam: Ni que la necesitara. —Le respondí, rodando los ojos.
Me hizo una mueca burlona y me fui a mi habitación. Ordené todas mis cosas como pude. La verdad es que lo que hice fue un desastre, pero así se quedaría.
El Cuerpo del Delito
Tengo hambre.
Salí de la habitación y llamé a Cris, pero no me contestó. Lo busqué en todo el penthouse y no estaba. Toqué la puerta de su habitación y no obtuve respuesta, así que decidí abrir.
Al abrir, solo pude ver la ropa que tenía puesta cuando llegamos regada en el suelo. Este no se queda muy atrás en el desorden.
En cuestión de segundos, la puerta del baño se abrió y él salió.
Y por Dios… Estaba desnudo.
Me ve y yo lo veo, y me ve y yo lo veo. Un loop silencioso de vergüenza y... ¿fascinación?
Sam: ¡Tápate! ¿Por qué estás desnudo? —Le pregunté con la vergüenza reflejada en mi rostro. No es que me disgustara verlo, pero definitivamente debía de estar sonrojada hasta las orejas.
Cristian: Te recuerdo que esta es mi habitación y estoy desnudo porque no...
Sam: ¡Ya, tápate! Toma. —Le lancé la toalla que estaba sobre un sillón cercano.
Cristian: Ay, ya deja el drama. —Dijo, tomando la toalla y enrollándola perezosamente en su cintura.
Me quedé ahí parada como una imbécil sin poder moverme. No entendía qué me estaba pasando, pero de igual manera sabía que después de verlo en este estado, con esa piel bronceada y ese cuerpo... nada volvería a ser como antes.
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Comments
Marleni Azuaje
Ay Dios!!! 🔥🫣
2025-08-01
1
Raquel Cardenas
Jajajaja ya lo vió como dios lo trajo al mundo y se van a enamorar más!
2023-11-08
2
Elide Rubio
jaja 🤣 esa Sam pero se queda viendo
2023-08-11
1