Sonia Pérez López, de 23 años, era la hija mayor de José Pérez y Susana López. Se destacaba no solo por su belleza serena y su inteligencia aguda, sino también por una tenacidad que sorprendía a quienes solo veían su apariencia delicada. Criada en un entorno de cercanía familiar, Sonia creció junto a Mercedes, Pedro Luis y Saúl, con quienes compartía una amistad profunda desde la infancia. Era común verlos juntos en reuniones, viajes o simplemente pasando el tiempo como si fueran hermanos.
Aunque el mundo empresarial nunca fue de su agrado, Sonia entendía el peso de su apellido. Como heredera de López LLC, se vio obligada a elegir una carrera que le permitiera, en el futuro, asumir responsabilidades dentro de la empresa familiar. Su verdadera pasión era el diseño gráfico, un universo donde podía dar rienda suelta a su creatividad y sensibilidad estética. Sin embargo, decidió renunciar a ese sueño y enfocarse en formarse como una futura gerente. Actualmente, se desempeñaba en el área de mercadeo, donde su talento para la comunicación visual y estratégica comenzaba a destacar.
Junto a su hermano menor, Carlos José, Sonia representaba la nueva generación de la familia López. Ambos llevaban sobre sus hombros una gran responsabilidad, y aunque eran jóvenes, se esperaba mucho de ellos. Sonia trabajaba codo a codo con su madre, Susana, una mujer fuerte y exigente, ambas tenía muchas diferencias debido a que eran muy tercas y similares en su forma de actuar.
Tanto Sonia como su hermano Carlos José representaban la nueva generación de la familia López, y sobre sus hombros recaía una gran responsabilidad. A pesar de su juventud, Sonia ya trabajaba junto a su madre, Susana López, en la empresa familiar. La convivencia profesional entre ambas no era sencilla: compartían una personalidad fuerte, perfeccionista y obstinada. Eran tan parecidas que, inevitablemente, chocaban. Pero también se respetaban profundamente, aunque pocas veces lo dijeran en voz alta.
Sonia poseía una belleza clásica y elegante. Alta, delgada, de piel blanca, ojos negros intensos y cabello oscuro, siempre vestía con un estilo impecable que combinaba sofisticación y modernidad. Sin embargo, detrás de esa imagen pulida no había frivolidad. Sonia era una joven generosa, comprometida con causas sociales, y con frecuencia dedicaba su tiempo libre a labores comunitarias. Lo hacía en silencio, sin buscar reconocimiento. Para ella, la verdadera bondad no necesitaba testigos.
Desde la infancia, Sonia había compartido una estrecha amistad con Pedro Luis y Mercedes Alcalá. Los tres crecieron como una pequeña hermandad, inseparables, cómplices de juegos, secretos y sueños. Pero con el paso del tiempo, algo cambió. Sonia comenzó a mirar a Pedro Luis con otros ojos. Lo que antes era cariño fraternal se transformó, sin aviso, en una atracción silenciosa y persistente.
El problema era que Pedro Luis no sentía lo mismo porque para él, Sonia seguía siendo su amiga de toda la vida. Nada más.
Desde entonces, las reuniones entre ellos comenzaron a tornarse incómodas. Las conversaciones se llenaban de silencios, las miradas evitaban cruzarse demasiado tiempo. Mercedes, siempre perceptiva, notaba la tensión, pero no decía nada. Y Sonia, fiel a su carácter reservado, prefería callar antes que arriesgar lo que aún quedaba de su amistad.
Porque, a veces, lo más doloroso no es amar sin ser correspondido y tener que fingir que no se siente nada… cuando, en realidad, se siente todo.
—Pedro Luis, dime… ¿Qué hay de malo en mí? —preguntó Sonia, con la voz quebrada, incapaz de ocultar la tristeza que la embargaba tras otra negativa.
Pedro Luis suspiró. No era la primera vez que tenían esa conversación, y cada vez le resultaba más difícil herirla sin querer.
—Sonia, no hay nada malo en ti. Eres brillante, hermosa, divertida… Es solo que no siento lo mismo.
—¿No te gustan las mujeres?
Pedro Luis soltó una risa breve, casi resignada. Esa pregunta siempre aparecía en el mismo punto de la conversación.
—Sí, me gustan las mujeres, Sonia. Pero tú… tú eres como una hermana para mí. Estar contigo sería como salir con Mercedes. No puedo forzar algo que no siento.
Sonia bajó la mirada. Esas palabras, aunque dichas con ternura, dolían más que cualquier rechazo directo. Porque no era indiferencia. Era cariño… pero del tipo equivocado.
En ese momento, Julio entró en la sala. Visitaba con frecuencia la casa de su tío Luis Arturo, y cada vez que coincidía con Sonia, el ambiente se tensaba. No la soportaba. O al menos, eso decía.
—Ten un poco de dignidad, niña —espetó al ver la escena.
—No estoy hablando contigo, amargado. Ve a darle lecciones a la aburrida de tu novia —respondió Sonia, sin mirarlo.
—Ella tiene más respeto por sí misma que tú.
—Me voy, Pedro Luis. No soporto a tu primo.
Sonia salió con paso firme, pero por dentro, estaba hecha pedazos. Pedro Luis se quedó en silencio, incómodo, mientras Julio se dejaba caer en el sofá con una sonrisa satisfecha.
—Julio, ¿por qué tienes que hacerla enojar? —preguntó Pedro Luis, sin ocultar su molestia.
—Porque me divierte. —Julio se encogió de hombros—. Es de las pocas personas que no me temen. Y verla perder el control… no sé, me pone de buen humor.
Pedro Luis lo observó con atención. Había algo en su tono, en la forma en que lo decía, que no cuadraba del todo.
—A veces creo que te gusta Sonia —dijo, sin rodeos.
Julio lo miró con severidad. La sonrisa desapareció de su rostro.
—No digas estupideces.
Pero Pedro Luis no respondió. Solo lo miró, como si ya supiera la verdad que su primo no estaba listo para admitir, porque a veces, lo que más nos irrita… es precisamente lo que más nos atrae.
Carlos José Pérez López era el hermano menor de Sonia, y cursaba su último semestre en la Facultad de Administración de Empresas. Al igual que su hermana, trabajaba junto a su madre, Susana López, en la empresa familiar. Sin embargo, a diferencia de Sonia, su carácter era más apacible, más reservado. No levantaba la voz, no buscaba protagonismo, pero detrás de su mirada tranquila se escondía una mente calculadora y estratégica.
Los hermanos eran muy unidos. Se respetaban, se apoyaban, y rara vez discutían. Pero había un tema en el que nunca lograban ponerse de acuerdo: el legado oscuro de la familia López.
Sonia creía que había llegado el momento de cortar definitivamente los lazos con el pasado criminal de la familia. Para ella, el futuro debía construirse con transparencia, lejos de las sombras. Carlos José, en cambio, pensaba distinto. Estaba convencido de que si los López abandonaban por completo su red de influencia en el mercado negro, sería el principio del fin. Su abuelo, Carlos López, había acumulado muchos enemigos a lo largo de los años, y aún quedaban seguidores de Carmelo Carmona que los odiaban con fervor.
Tras la caída del régimen de Carmona, la familia López cedió parte de sus negocios ilegales como gesto de buena voluntad hacia el nuevo orden. Pero Carlos López, astuto como siempre, comprendió que alejarse por completo era un riesgo que no podían permitirse. No todos los carmonistas habían sido detenidos. Algunos se ocultaban, otros comenzaban a reorganizarse. El peligro seguía latente.
Con los años, y ya sintiendo el peso de la edad, Carlos López entendió que necesitaba un sucesor. Aunque Susana era una gerente brillante al frente de López LLC, nunca se le permitió conocer la verdadera naturaleza de los negocios paralelos de la familia. Fue entonces cuando tomó una decisión silenciosa pero definitiva: formar a su hijo ilegítimo, Carlos Júnior, como su heredero en la sombra.
Carlos Júnior y su padre se conocieron cuando él tenía apenas 12 años. Desde el primer momento, se entendieron. Júnior creció bajo la tutela de Carlos López, aprendiendo a manejar la red de información, los contactos, los silencios. Con el tiempo, fue asumiendo cada vez más responsabilidades, hasta convertirse en el verdadero operador de los negocios ocultos de la familia. Para Carlos López, fue un alivio. Por fin podía retirarse sabiendo que su legado —el visible y el invisible— estaba en buenas manos.
Júnior era un hombre reservado, pero afectuoso con su familia. Consentía a su sobrina, Sonia, y tenía una relación especialmente cercana con Carlos José, con quien compartía largas conversaciones. Aunque evitaban hablar de negocios —por respeto a Susana, que desaprobaba cualquier vínculo con el pasado criminal—, ambos sabían que la red de información de los López no podía descuidarse.
Carlos José lo tenía claro: los seguidores de Carmona no eran solo un recuerdo del pasado. Estaban reorganizándose, infiltrándose en sectores vulnerables, sembrando descontento. Y si la familia López bajaba la guardia, podrían volver a convertirse en objetivo.
Carlos José Pérez López era el hermano menor de Sonia, y cursaba su último semestre en la Facultad de Administración de Empresas. Al igual que ella, trabajaba junto a su madre, Susana López, en la empresa familiar. Sin embargo, a diferencia de su hermana, su carácter era más apacible, más reservado. No levantaba la voz ni buscaba protagonismo, pero detrás de su mirada serena se escondía una mente calculadora, estratégica y profundamente observadora.
Los hermanos eran muy unidos. Se respetaban, se apoyaban, y rara vez discutían. Pero había un tema que siempre los separaba: el legado oscuro de la familia López.
Sonia creía que había llegado el momento de cortar definitivamente los lazos con el pasado criminal. Para ella, el futuro debía construirse con transparencia, lejos de las sombras que durante décadas habían acompañado al apellido López. Carlos José, en cambio, pensaba distinto. Estaba convencido de que si la familia abandonaba por completo su red de influencia en el mercado negro, sería el principio del fin. Su abuelo, Carlos López, había acumulado demasiados enemigos, y aún quedaban seguidores de Carmelo Carmona que los odiaban con fervor.
Tras la caída del régimen de Carmona, la familia López cedió parte de sus negocios ilegales como gesto de buena voluntad hacia el nuevo orden. Pero Carlos López, astuto como siempre, comprendió que alejarse por completo era un riesgo que no podían permitirse. No todos los carmonistas habían sido detenidos. Algunos se ocultaban. Otros comenzaban a reorganizarse. El peligro seguía latente.
Con los años, y ya sintiendo el peso de la edad, Carlos López entendió que necesitaba un sucesor. Aunque Susana era una gerente brillante al frente de López LLC, nunca se le permitió conocer la verdadera naturaleza de los negocios paralelos de la familia. Fue entonces cuando tomó una decisión silenciosa pero definitiva: formar a su hijo ilegítimo, Carlos Júnior, como su heredero en la sombra.
Carlos Júnior y su padre se conocieron cuando él tenía apenas doce años. Desde el primer momento, se entendieron. Júnior creció bajo la tutela de Carlos López, aprendiendo a manejar la red de información, los contactos, los silencios. Con el tiempo, fue asumiendo cada vez más responsabilidades, hasta convertirse en el verdadero operador de los negocios ocultos de la familia. Para Carlos López, fue un alivio. Por fin podía retirarse sabiendo que su legado —el visible y el invisible— estaba en manos capaces.
Júnior era un hombre reservado, pero afectuoso con su familia. Consentía a su sobrina Sonia, y tenía una relación especialmente cercana con Carlos José, con quien compartía largas conversaciones. Aunque evitaban hablar de negocios —por respeto a Susana, que desaprobaba cualquier vínculo con el pasado criminal—, ambos sabían que la red de información de los López no podía descuidarse.
Carlos José lo tenía claro: los seguidores de Carmona no eran solo un recuerdo del pasado. Estaban reorganizándose, infiltrándose en sectores vulnerables, sembrando descontento. Y si la familia López bajaba la guardia, podrían volver a convertirse en objetivo.
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Comments
Gabriela Coy
que paso el capitulo nos debe un maraton 😭😭😭
2022-08-28
2
Gabriela Coy
lo heredo de su padre
2022-08-28
0
Gabriela Coy
del amor al odio solo un paso julio y recuerda de quien es hija susana❤
2022-08-27
1