Prologo

A los 12 años Marcos Duque ya tenía claro que quería ser de grande, por su don creativo había participado en varios concursos y eventos escolares. Para Marcos su visión de la vida era muy realista, ya que sus padres le demostraban cada día que el compromiso no era duradero ya que su carácter transitorio en las relaciones que sus padres mantenían por separado se lo reafirmaba, teniendo en su haber dos matrimonios fallidos a la fecha. Llevándolo a refugiarse en el dibujo animado.

Marcos es un hombre de gustos simples, le encanta las galletas, la Coca cola y desde pequeño siempre le gustó todo lo relacionado al diseño, la fotografía y el dibujo, un hobbie que disfrutaba mucho más cuando se reunía con sus tres amigos inseparables en la casa de los Mendoza. Una propiedad con extensos jardines, una cancha de juegos y un estanque en donde se podían relajar y disfrutar.

En uno de esos encuentros con sus amigos de la infancia, vivió un momento crucial, ya que su padre, un hombre que siempre estuvo ausente, le obsequió una cámara SIRAGON como regalo de su cumpleaños. Marcos por su gran habilidad en el dibujo jamás manifestó mayor interés por la fotografía y al principio la apartó, pero un día al escuchar a su abuela refunfuñando con su madre contra el irresponsable de su padre con respecto al regalo que le envío le picó la curiosidad y para fastidiar a las dos mujeres iba a todas partes con su cámara, jugaba y experimentaba con ella, sacaba fotos de todo, lo único malo es que las fotos salían borrosas, desenfocadas y oscuras y otras que no tenían ningún sentido. En vista de su poco éxito con la cámara y el inminente divorcio de su madre y su tercer padrastro, el poco interés de Marcos por la SIRAGON, comenzó a desvanecerse.

Incluso años más tarde no supo descifrar porque en una tarde de verano, había ido a casa de su amigo Patricio a jugar a los vídeos juegos con la cámara encima.

Habían pasado toda la tarde jugando en la Sala de juegos de la casa en compañía del gran Duncan el afable y anciano pastor alemán. Al ver que no ganaba nada con los vídeos juegos llamo al perro y se salió con él a los jardines de la casa y camino cada sendero con la cámara al cuello, hasta ver qué sus amigos se le unían y comenzaron a jugar al fútbol.

Cuando tomaron un descanso para merendar lo que la mamá de Patricio les había llevado para compartir, se fijó en el resplandor del sol en la cancha de juegos reflejando el perfil de Luis bajo la gorra de los Yankis que tenía puesta, lo sintió, lo sintió desde el interior de su alma. Sus amigos se alinearon de forma descuidada en el centro de la cancha, formando un triángulo y por instinto Marcos tomo la cámara, ajusto su posición tan solo un poco y ladeó la cámara, no tenía conocimiento que estuviera desarrollando una composición, solo observo que a través de la lente de la cámara la imagen resultaba sorprendente.

El perro revoloteo dentro de su campo visual y se ubicó delante de sus amigos, el asombro y el placer se reflejó a la ves en las tres caras de sus amigos y Marcos apretó el disparador de la cámara y lo supo, supo que la fotografía no saldría desenfocada, ni borrosa, supo que su dedo pulgar no optaculizo la lente y estuvo consciente de la imagen capturada, comprendió que su abuela se había equivocado.

Quizás lo de ser felices y comer perdices era una idiotez, pero Marcos tuvo la certeza de que quería ser diseñador gráfico y fotógrafo, porque quería capturar momentos felices, para que de ese modo las personas fueran felices para siempre.