Capítulo 3

Al fijar la mirada en los ojos de mi abuelo que veía la fotografía mientras la acariciaba entre sus dedos, reflejó una sutil sonrisa en los labios y continuó con sus palabras:

—Nunca pensé que a esta edad lograría recuperar esa memoria de mi vida de infante que creí que no existía, porque no podía recordar nada.

Apoyó una de sus manos sobre mi mejilla con cándido toque mientras decía:

—¡Ves querido nieto!, ¡cómo la vida no deja de sorprendernos! Es increíble que este diario haya hecho un viaje tan largo hasta llegar a mis manos. Lo más extraordinario es que fue una amiga mía con la que conversaba muy a menudo durante los descansos.

Deslizó su mano de mi mejilla hacia el diario, contemplándolo por un instante para luego proseguir con su relato.

—Ocurrió cuando platicábamos sobre el pasado, y en ello me mostró el diario que atesoraba con mucho amor, ya que mencionó que era un obsequio de su abuela. Cuando abrió la tapa del libro para enseñarme lo que contenía dentro, al momento de extender la cubierta se deslizó una fotografía hacia mis pies, así que me apresuré a recogerlo, y al ver la imagen de la foto me quedé pasmado y abstraído. Reconocía mi rostro cuando era pequeño, ya que desde que llegué a vivir con mi familia, a la cual le estoy muy agradecido por lo que hicieron conmigo, era usual en mi madre tomar fotos de cualquier acontecimiento que teníamos, sea importante o no. Estaba acostumbrado a verme en portarretratos que tenía por toda la casa, fotos mías y de la familia, incluso una en donde vine por primera vez a la casa, en el que pasaría a vivir por muchos años junto a ellos.

Se quedó en silencio sin dejar de acariciar el cuero de la tapa, entonces decidí intervenir para apremiar a que continuara con su relato.

—Abuelo, si esto le pertenece a tu amiga, deberías de comentárselo antes de dármelo a mí. Tal vez, solo te prestó y tú pensaste que te lo dio. Entiendo que la fotografía demuestra que eres tú al lado de tu verdadera madre y hermano, pero mencionaste que este diario era un obsequio de su abuela. Puede ser que sean parientes y se reencontraron ahora.

Su sonrisa se desvaneció y la expresión de su rostro se tornó fría, al levantar la vista a mi rostro extrañado por su reacción, con tono apagado expuso:

» En realidad, mi querida amiga con la que pasaba el tiempo falleció hace un mes. Ella me entregó el diario unos días antes de irse para no volver jamás. Lo único que recuerdo fueron sus últimas palabras mientras tomábamos el té en un día agradable y primaveral, en el que me decía que no tenía a quién dárselo para que lo conservara como ella lo hizo. También, me comentó que su única nieta, a quién la he visto en varias ocasiones porque venía a visitarle muy a menudo, trayéndole flores que la entusiasmaban mucho; no quiso quedarse con el diario, ya que le resultaba extraño poseer un cuaderno escrito por alguien a quien no conocía. Es por ello que, cuando le mostré la foto y le dije que era yo el pequeño que se hallaba en la imagen, solo comentó con una amena sonrisa que debía ser yo a quién dejara el diario, porque al fin había encontrado al propietario. Estaba confundido con su petición y quise preguntarle más sobre la procedencia del diario y de las personas de la fotografía, pero en ese instante le comenzó a dar un fuerte dolor de cabeza, y los enfermeros tuvieron que llevarla a su habitación de inmediato. Me sentí preocupado y ansioso por saber su estado que había olvidado el diario sobre la silla mecedora. Salí de inmediato siguiendo a los enfermeros que luego de unos tramos más me retuvieron en el camino, y a pesar de la insistencia para poder ver a mi amiga, no obtuve el permiso y me condujeron a mi habitación, asegurándome que la vería en la mañana. Aunque eso nunca ocurrió e incluso me ocultaron su repentino fallecimiento.

Al final, luego de tres días, me animé a dar un paseo por el jardín exterior, y de repente vi salir a su nieta del interior de la residencia, luciendo un elegante pero sombrío vestido de color negro con un sombrero de estilo moderno. Estaba de luto, su rostro reflejaba desolación, no poseía esa risueña sonrisa que siempre mostraba cuando la veía durante las visitas a su querida abuela. Cuando la saludé a lo lejos no me respondió, así que intenté acercarme a ella con premura a pesar de no tener la flexibilidad en mis piernas como antes. Trataba de alcanzarla sin conseguir detener sus pasos ligeros, aun cuando llamaba su nombre en voz alta. Creí que no lograría detenerla a tiempo, pero de pronto se detuvo y se giró hacia mí, se sorprendió al verme caminar casi corriendo agitadamente, y se encaminó a mi dirección con rapidez. Me contó la triste noticia, y antes de marcharse la retuve al darme cuenta de que llevaba consigo el diario que no lo había recordado hasta ese momento, lo vi en su bolso que estaba abierto. Le comenté que su abuela me lo había obsequiado, aunque no era necesario que me lo entregase si no lo quería hacer, ya que supuse adecuado que ella tuviese ese preciado libro como un recuerdo de su querida abuela. Sin embargo, rechazó amablemente mi intención y me lo entregó de inmediato, diciendo que era mejor que yo lo cuidara, y no dejarlo guardado en un rincón de su estante.

Luego de darle mi sentido pésame con profunda aflicción, se marchó y yo deambulé por los rosales pensando en mi querida amiga mientras abrazaba el diario con fuerza «.

Dio un suspiro hondo y melancólico mientras se aferraba al libro con añoranza, al verlo así le dije que no era necesario que me lo entregase en ese momento, pero se negó a hacerlo y lo dejó en mis manos.

—He reflexionado mucho estos últimos días, mi querido Frank, sobre la vida y lo que contiene en este diario, como también, la fotografía que me reveló mi verdadero origen. Quise leerlo, pero el idioma es extraño para mí, no lo conozco. Me hubiese gustado saber a quién pertenece los escritos que contiene este diario, si es de mi madre o de mi hermano, y saber qué pasó con ellos, develar mi pasado a través de sus escritos. Sin embargo, lo único que me queda es atesorarlo, y por ello te lo entrego a ti. Sé que lo cuidarás tan bien como lo hicimos la señora Elison y yo, espero que tú también puedas conservarlo de la mejor manera —aconsejó con tono apacible.

Intervine cuando depositaba sobre mis manos el cuaderno de cuero oscuro.

—Abuelo, por favor, debes conservarlo aún, no hay prisa para que me lo des. Es más importante para ti, y por ello debes quedártelo. Solo tienes este recuerdo que refleja tu pasado y que está de algún modo relacionado con tu amiga.

Los toques sonoros sobre la puerta interrumpieron mis palabras, y la voz del enfermero anunciando que se había terminado mi tiempo y que debía retirarme. Me dejaron una sensación agria y de malestar, por ende, tuve que despedirme de mi abuelo con un beso tierno sobre su frente, entre tanto, él apoyaba sus manos cálidas sobre las mías que sostenían el diario, incitándome a llevarlo conmigo.

No pensé que ese último encuentro calara hondo en mi ser. Ya que después de regresar al día siguiente, con la necesidad de seguir charlando con mi abuelo, fue una impresión verlo sentado en su mismo lugar favorito, extraviado en sus pensamientos y ajeno a su alrededor, en silencio y con la mirada cabizbaja. Estaba diferente y no era como antes, me brindaba su afable sonrisa, pero se perdía constantemente en nuestras conversaciones, y cada día era peor. Me afligía verlo así, y a pesar de la medicación y los tratamientos que recibía para mantenerlo estable, la enfermedad del Alzheimer había avanzado con más prontitud de lo esperado.

Durante las noches desde que me entregó su diario, lo hojeaba y examinaba meticulosamente, observando repetidas veces la fotografía mientras me abstraía en ella, reflexionando el pasado que mi abuelo no pudo recordar, y que, por lo tanto, no las incluyó en sus historias cuando las escuchaba de niño.

Terminaba de escribir mi novela que la había dejado pendiente por varios días, a causa de la falta de concentración por lo acontecido con la confesión de mi abuelo y su diario. Estaba por levantarme de mi escritorio y estirar mis brazos con la intención de descansar, ya que me había quedado despierto para concluir con mi obra hasta las tres de la mañana. De repente, el sonido del teléfono al timbrar me provocó un sobresalto en el pecho, y sin levantar la bocina en mi corazón se anidó una sensación de miedo y angustia, sin saber si ese presentimiento estaba relacionado con mi abuelo. Alcé la bocina y la aproximé a mi oreja, una voz de inmediato habló:

—¿Señor Frank es usted?

Hizo una pausa en espera de mi respuesta, a la cual afirmé con un "Sí, soy yo".

—Señor Frank, siento llamarlo tan tarde. Intenté hablar con el señor Heraldo, su padre, pero no respondió la llamada. Se trata sobre su abuelo ...—manifestó.

Volvió a emitir una pausa antes de proseguir, como si pensara en las palabras adecuadas para revelarme una trágica noticia que yo presentía en mi corazón como en mis pensamientos. Antes que retomara la palabra, intervine exponiendo mi decisión:

—En seguida iré para allá, esperen mi llegada, por favor.

Al concluir con mi mensaje colgué la bocina, y sin más pérdida de tiempo me dirigí a la residencia donde se hallaba mi abuelo, rogaba en mi mente que no sea nada trágico, y que todo fuese una falsa alarma. Tenía el pecho agitado como angustiado, con los nervios a flor de piel mientras conducía con movimientos automáticos, y mi mente extraviada en mis turbulentos pensamientos.

Ni bien estacioné el auto, salí corriendo hacia el interior de la residencia que se encontraba iluminada y con ruido en los pasillos por las pisadas apuradas de algunos enfermeros. Sin prestar atención al ambiente me dirigí a la recepción, pregunté sobre mi abuelo ni bien me acerqué a la secretaria que llamó por teléfono a su superior anunciando mi llegada.

Después de un breve lapso en actitud de espera, apoyado sobre el mueble de su escritorio, sintiendo impaciencia por no saber lo que sucedía. La voz de un hombre me despabiló de mi preocupación, dijo mi nombre y luego me pidió que lo siguiera a su oficina. Ni bien me senté con premura, el hombre de aspecto maduro y prolija imagen, alegó sin preámbulos al momento de tomar asiento.

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