«¡Maldita sea!», pensó. ¡Elena pidió a los guardias de seguridad que la atraparan!
—¡Ah!
Renata estaba tan concentrada en deshacerse de la gente que la perseguía que no vio a la persona que tenía delante. Por accidente, chocó con los brazos de alguien, y el impacto fue tan fuerte que se le llenaron los ojos de lágrimas por el dolor.
—¿Quién es usted? ¿Cómo se atreve a molestar al Sr. Martin?
—Lo siento, no era mi intención —se disculpó de inmediato. Estaba a punto de irse cuando le agarraron la muñeca, y presa del pánico, levantó la cabeza para ver al hombre que tenía delante. Sus rasgos eran delicados y su pelo estaba cuidadosamente arreglado. Su aura digna lo hacía parecer inaccesible.
Renata no pudo evitar mirarlo, y solo una mirada hizo que se aterrorizara, sin siquiera darse cuenta.
—Zorra, a dónde crees que vas. ¿Cómo te atreves a grabar un vídeo y amenazarme? ¿Acaso quieres morir? —la seguían amenazando.
—Señorita, ha molestado al Sr. Martin. ¿Cree que puede irse así?
«¿Sr. Martin? ¿Quién es el Sr. Martin?», pensó apresurada. Al ver que los que la perseguían estaban a punto de alcanzarla, estuvo a punto de llorar de ansiedad. Debía llevarse el dinero. Era para salvar la vida de su hermano. Así, después de pensarlo, decidió pedir ayuda al llamado «Sr. Martin». No importaba quién fuera, pero parecía ser poderoso y nadie se atrevería a ofenderlo.
Después de echar un vistazo a la mano en su muñeca, se inclinó de repente y abrazó al hombre como un pulpo, diciendo: —Cariño, ¿por qué llegas tan tarde? Te extrañé demasiado…
El rostro de Daniel Martin se ensombreció. Un destello de displicencia cruzó su rostro y repitió con indiferencia: —¿Cariño?
—Sí, estoy muy asustada. Alguien me siguió mientras no estabas. Querían venderme a un viejo… —respondió ella asintiendo con vehemencia y forzando una sonrisa. A esas alturas, sintió que no tenía otra opción. En efecto, un hombre de más de 40 años se acercaba con varias personas detrás; y Daniel les lanzó una mirada penetrante.
—Señor, ayúdeme, por favor. Si me salva, estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por usted —imploró Renata.
Daniel sintió la desesperación en su suave voz mientras miraba a la chica que le sujetaba el brazo y le suplicaba.
Hacía unos segundos, le pareció oler una fragancia familiar, así que estiró la mano para agarrarle la muñeca. Pero no esperaba que fuera una chica tan codiciosa. Él no quería meterse en los asuntos de los demás, así que la rechazó con indiferencia.
En ese momento, Carlos la alcanzó diciendo: —Renata, puta. Deberías sentirte honrada de tener la oportunidad de acostarte conmigo. ¿Cómo te atreves a amenazarme? Te voy a dar una lección.
Pata su sorpresa, Renata fue empujada por Daniel y tropezó, haciendo que los billetes en sus brazos se esparcieran por el suelo. De inmediato, se arrodilló para recogerlos.
Pero al verla así, Carlos se interesó. Pisó los billetes con sus gordos pies y dijo: —¿No has sido muy arrogante hace un momento? Si me prometes ser mi amante, pagaré el tratamiento de tu hermano. ¿Qué te parece? ¿No es un gran trato?
«La ropa de la chica está desaliñada. De seguro ya fue tocada por muchos hombres», pensó Carlos. Pero a él no le importaba. Solo estaba interesado en jugar con ella.
—Pequeña zorra, te has acostado con otro de todos modos. No me rechaces. ¡Sería una suerte para tí servirme!
A Renata se le escaparon las lágrimas. Cuando Carlos le tocó la barbilla con su sucia y gorda mano, ella se limitó a esquivar y a seguir recogiendo el dinero del suelo.
—¡Ah!
De repente, oyó un bramido. Era Carlos que gritaba de dolor:
—¿Quién... quién eres? ¿Cómo te atreves a meterte en mis asuntos? Lo creas o no, yo... ¡Ah!
—¿Cómo te atreves a ofender al Sr. Martin? ¿Acaso quieres morir?
Asustada, Renata se puso pálida. Se sentó en el suelo, perdida. En ese momento, una delgada mano apareció frente a ella.
—Levántate —dijo Daniel con su fría voz.
—Gracias, señor.
El cuerpo de Renata temblaba y había lágrimas en sus gruesas pestañas. Su mirada lastimera hacía que la gente quisiera protegerla, y hasta Daniel tuvo una extraña sensación.
El guardaespaldas de Daniel atrapó a Carlos, quien quería arremeter contra su jefe antes de ser detenido por él.
—Chica, tienes mucha suerte de haberte encontrado al Sr. Martin. Toma el dinero y vete. Encuentra un trabajo decente y no vuelvas a hacer algo así —declaró la asistente de Daniel.
Renata se mordió los labios en silencio. Mientras, la asistente recogió todos los billetes esparcidos por el suelo y se los entregó a Daniel, que a su vez se los devolvió a ella. Cuando lo hizo, le tocó la punta del dedo por accidente, sintiendo su fría y húmeda piel.
Renata dejó de llorar, se levantó y le hizo una profunda reverencia: —Señor... Señor Martin, gracias por salvarme. Haré todo lo posible para compensarle.
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Comments
Chepi Martínez
interesa
2024-01-27
0
Ludexys Gonzáles
fastidio esperar tanto
2022-05-24
0
Veronica Barojas Perez
interesante
2022-01-05
1