Todo en ese momento era amargura y soledad, además de aburrimiento constante, hasta que un día alguien me contactó y, por mera curiosidad, decidí conocerla. Antes del encuentro, divagaba: ¿le gustaré? ¿de qué voy a hablarle? Hasta que pensé: que sea lo que Dios quiera, y me lancé, como todo un conquistador tranquilo y pensador. Suena absurdo y cursi, pero eso me daba la fortaleza de no terminar en ridículo.
Te vi en la terminal, y luego en donde te encontré tantas veces más.Tomamos mates, charlamos, y nos dio curiosidad sobre nuetras familias y vidas.Tal vez fue porque ambos somos Sagitarianos, o simplemente porque estabas tan aburrida como yo. Conociste a mi familia, y al día siguiente yo conocí a tus padres. Estaba aterrado por los nervios, pero por complacerte, me quedé, experimentando algo que jamás había hecho: convivir con otra familia. Me daba ansiedad estar con ellos y tus hermanas, pero pensaba: debo adaptarme, porque tener otra familia es lo más bonito y hermoso que se puede tener.
Poco después hablamos seriamente… o al menos lo intentamos. Vos te morías de la emoción, te sentías acelerada, y dijimos: concretemos nuestro acuerdo, seamos novios. Yo tenía 21 años y vos 27, pero la edad es solo un número; no interfiere en el amor. Me convenciste de ser tu novio porque sentías presión de tu madre y tus hermanas, y me aceptaste y probaste mi forma de ser.
Conviviamos a diario, desde temprano hasta tarde. Al principio me encantaba, pero con el tiempo todo se volvió monótono; hasta salir a pedalear ya era aburrido. En el fondo, sabía que estar contigo solo era una pantalla que habías creado para liberarte de la presión familiar, porque sentías que tu sexualidad no era aceptada. Aun así, me convencía de que las cosas podían cambiar; si tu familia notaba cambios en vos, podrían valorarte más. Y así fue, mejoraste y empezaste a sanar el dolor que cargabas por una violación. Me enfoqué en ayudarte a sanar, sin esperar nada a cambio; solo ver tu sonrisa me bastaba.
Siempre supe que lo que vos sentías no iba a durar mucho. Así fue: conociste a otra mujer que te gustó y dejaste atrás todo mi esfuerzo. Yo, aunque roto por dentro, decidí ayudarte a sanar dejando atrás mi dolor y preocupaciones previas. Me conformaba con verte feliz.
Después, te distanciaste, me olvidaste por alguien que solo te utilizaba para jugar y sentirse incansable. Sufriste de nuevo, y luego me buscaste. Te volví a abrir los brazos, sin rencor ni dudas. Aun así, tu padre decidió acabar con lo que sentíamos porque yo era pobre y vos rica. Aun así, seguías viéndome; te negabas a dejarme, al igual que yo a vos.
Finalmente, después de vivir a escondidas y de un constante vaivén, decidiste dejarme por lo sano. Me pediste que no volviera a hablarte, que no mandara flores ni cartas. Y así fue. Respeté tu decisión, por más triste que fuera, y me alejé con todos mis recuerdos, con todo el amor y cariño que tenía. Hasta el día de hoy sigo extrañándote, reprimiendo todo lo que sentía para no sufrir.
Recuerdo que, aunque había pasado tiempo, me volviste a hablar solo para lastimarme aún más, diciendo que eras otra persona y que ya tenías otro amor. Hoy te veo y noto que has vuelto a ser la misma de antes, llena de dolor, con una coraza que te protege. Me volviste a hablar con maldad y frialdad, sin importar que yo estuviera solo.
Déjame decirte que no te guardo odio ni rencor alguno. Julieta, fuiste y siempre serás una enseñanza de lo que pudo ser y no fue.