Este es el comienzo de una historia ambientada en el Reino de Aethelgard.
Contexto: El Rey Alaric es conocido por su puño de hierro y su obsesión por el orden. Su caballero más talentoso, Valerius, es también su mayor dolor de cabeza: un guerrero rebelde que cuestiona cada orden, pero que el Rey se niega a ejecutar por razones que todo el castillo murmura, pero nadie se atreve a decir en voz alta.
[Salón del Trono - Medianoche]
Rey Alaric: ¿Te das cuenta de que lo que hiciste hoy en la frontera cuenta como alta traición, Valerius?
Valerius: Salvar a esos aldeanos no es traición, Majestad. Es el juramento que hice. Aunque parece que usted olvidó el suyo hace mucho tiempo.
Rey Alaric: [Se levanta del trono, sus pasos resuenan en el mármol hasta quedar frente a frente] Mi juramento es con la corona. El tuyo es conmigo. Me perteneces, desde la punta de tu espada hasta el último de tus suspiros.
Valerius: [Sostiene la mirada, desafiante] Mi espada le pertenece. Mi voluntad... esa no la puede encadenar, por mucho que lo intente.
Rey Alaric: [Lleva una mano al cuello de la armadura de Valerius, obligándolo a dar un paso atrás contra una columna] ¿Crees que me divierte tu insolencia? Podría mandarte a la horca ahora mismo.
Valerius: [Suelta una risa seca] Entonces, ¿por qué no lo hace? Tiene a sus verdugos esperando. ¿O es que le da miedo no tener a nadie que le diga la verdad en este nido de víboras?
Rey Alaric: [Baja la voz, peligrosamente cerca de su oído] No te mato porque nadie más en este mundo se atreve a mirarme como tú lo haces. Con ese odio que parece fuego... Me pregunto cuánto tardaré en convertir ese fuego en devoción.
Valerius: Tendrá que esperar sentado en su trono de oro, mi Rey. Porque antes de arrodillarme por gusto, prefiero que me rompa las piernas.
Rey Alaric: [Sonríe con frialdad, apretando el agarre] No me tientes, Valerius. Sabes que me gusta romper las cosas que dicen ser "indomables". Mañana partirás a la Torre del Norte. Solo. Sin tu batallón.
Valerius: Eso es una sentencia de muerte.
Rey Alaric: No. Es una lección. Cuando sientas el frío y el hambre, recordarás que el único calor que tienes permitido es el que yo decida darte. Ahora, vete de mi vista antes de que decida que la torre es demasiado lejos y prefiera encerrarte en mis propias habitaciones.
Valerius: [Hace una reverencia sarcástica y se da la vuelta] Como mande... "mi señor".La tensión en el aire es casi asfixiante. Alaric observa a Valerius alejarse, sus ojos fijos en la espalda del caballero hasta que las pesadas puertas de roble se cierran.
[Aposentos Reales - Dos horas después]
Valerius no se ha ido. Ha sido interceptado por la guardia personal del Rey y conducido, no a las caballerizas, sino a las habitaciones privadas de Alaric. El caballero está de pie junto al ventanal, observando la tormenta que empieza a azotar el reino.
Rey Alaric: [Entra en la habitación, despojándose de su pesada capa roja] Te dije que te fueras de mi vista, pero no dije que te permitiera salir del castillo, Valerius.
Valerius: [Se gira bruscamente] Sus guardias me trajeron aquí por la fuerza. Si va a castigarme, hágalo ya. El suspenso es aburrido, Majestad.
Rey Alaric: [Sirve dos copas de vino con una calma inquietante] Siempre tan impaciente. El castigo de la Torre puede esperar a que deje de llover. No quiero que mi mejor juguete se oxide antes de tiempo.
Valerius: No soy un juguete. Soy un caballero del reino.
Rey Alaric: [Se acerca lentamente, ofreciéndole una copa] Eres lo que yo diga que eres. Bebe. Es una orden.
Valerius: [Toma la copa, pero la deja en una mesa lateral sin probarla] No acepto hospitalidad de quien planea enviarme a morir mañana. ¿Qué es lo que realmente quiere? ¿Hacerme suplicar?
Rey Alaric: [Acorrala a Valerius contra la pared, colocando una mano a cada lado de su cabeza] Quiero que entiendas tu posición. El pueblo te ama, tus hombres morirían por ti... pero aquí, entre estas paredes, no eres un héroe. Solo eres un hombre que me pertenece por contrato, por sangre y por deseo.
Valerius: [Siente la respiración de Alaric en su piel, su pulso se acelera a pesar de su orgullo] Su deseo es su debilidad, Alaric. Todos saben que me tiene aquí porque no puede soportar la idea de que alguien más me toque o me mande.
Rey Alaric: [Pasa sus dedos por la mandíbula de Valerius, su toque es sorprendentemente suave, contrastando con su tono posesivo] Una debilidad que puedo permitirme. ¿Sabes qué pasaría si mañana no apareces en la Torre? Diré que desertaste. Te convertiré en un proscrito. Nadie te dará refugio.
Valerius: [Apreta los dientes] Me destruiría solo para mantenerme a su lado. Es usted un monstruo.
Rey Alaric: [Se inclina hasta que sus labios casi rozan los de Valerius] Soy tu Rey. Y esta noche, vas a decidir si prefieres el frío de la Torre del Norte... o el calor de este aposento. Elige, caballero. Pero elige con cuidado, porque mi paciencia es mucho más corta que mi ambición.
Para Valerius, la idea de rendirse es un veneno más amargo que la muerte misma. La cercanía del Rey, su olor a sándalo y cuero, y esa mano posesiva en su mandíbula solo alimentan las ansias de rebelión del caballero.
[Aposentos Reales - Noche]
Valerius: [Sostiene la mirada de Alaric, una sonrisa desafiante y cargada de veneno se dibuja en sus labios] ¿Elegir? Majestad, usted confunde mi posición con la de sus cortesanos. Ellos mendigan su atención. Yo solo cuento los días para que su corona ruede por el suelo.
Rey Alaric: [Sus ojos se oscurecen, la mandíbula se tensa peligrosamente] Ten cuidado, Valerius. Estás a un suspiro de perder la lengua.
Valerius: [Da un paso hacia adelante, invadiendo el espacio del Rey, su pecho rozando el del monarca] Hágalo entonces. Arránqueme la lengua, rómpame las piernas, encadéneme a este muro... Pero incluso así, cuando me mire a los ojos, verá que sigo siendo libre. Usted tiene el trono, Alaric, pero yo tengo el control sobre lo único que usted realmente desea: mi voluntad. Y nunca, ni en mil años, será suya.
Rey Alaric: [El autocontrol del Rey se quiebra. Agarra a Valerius por la pechera de su túnica y lo lanza con fuerza sobre la cama de seda, cayendo sobre él antes de que el caballero pueda reaccionar] ¡Suficiente! He sido paciente, te he dado lujos, te he perdonado la vida una y otra vez... ¡Y me respondes con escupitajos!
Valerius: [Forcejea, tratando de quitárselo de encima, pero Alaric es más pesado y está cegado por la furia] ¡Porque no le temo! ¡Y eso es lo que lo vuelve loco! Puede tenerme aquí, pero soy su mayor fracaso, Alaric. El único hombre que no puede quebrar.
Rey Alaric: [Sujeta las muñecas de Valerius sobre su cabeza con una sola mano, inmovilizándolo contra el colchón] ¿Crees que no puedo quebrarte? Te crees un mártir, un héroe de cuentos... pero te voy a demostrar que eres carne y hueso. Voy a despojarte de esa armadura, de ese orgullo y de cada gramo de resistencia hasta que lo único que salga de tu boca sea mi nombre.
Valerius: [Jadeando, con el rostro encendido por la rabia y algo más que no quiere admitir] Inténtelo... pero si me deja vivo, juro que lo mataré mientras duerme.
Rey Alaric: [Se inclina, mordiendo el lóbulo de su oreja antes de susurrar con una voz ronca y posesiva] Entonces asegúrate de no quedarte dormido tú primero, mi valiente caballero. Porque a partir de este instante, ya no eres un prisionero del reino... eres mi prisionero personal. Y no saldrás de esta habitación hasta que aprendas a quién le pertenece tu cuerpo y tu alma.
Valerius: [Suelta un gemido de furia cuando siente las manos del Rey desabrochando su cinturón] ¡Alaric, suéltame! ¡Esto no es una victoria!
Rey Alaric: [Lo mira desde arriba, con una chispa de triunfo oscuro en los ojos] Para mí, lo es. El fuego que tanto presumes... voy a usarlo para consumirte.El orgullo de Valerius es un animal acorralado que prefiere morir antes que dejarse domesticar. En el momento en que siente que la mano de Alaric busca despojarlo de su dignidad, su instinto de guerrero toma el control.
[Aposentos Reales - Noche]
Valerius: [Con un rugido de rabia, aprovecha un segundo de confianza de Alaric para flexionar las rodillas y golpear el pecho del Rey con fuerza, logrando crear el espacio suficiente para liberar una de sus manos] ¡No me pondrás una mano encima mientras respire!
Rey Alaric: [Retrocede por el impacto, perdiendo el equilibrio un instante] ¡Insensato! ¡Guardias—! [Se detiene a sí mismo, su orgullo le impide pedir ayuda para someter a un solo hombre]
Valerius: [Se lanza fuera de la cama, buscando desesperadamente algo con qué defenderse. Sus dedos encuentran un pesado candelabro de bronce sobre la mesa lateral] ¡Venga, Majestad! ¡Demuéstreme que es un guerrero y no solo un tirano escondido tras una corona!
Rey Alaric: [Recupera la postura, sus ojos brillan con una furia fría y calculadora] ¿Quieres pelear, Valerius? Bien. No necesito una espada para domar a un perro rabioso.
Valerius: [Lanza un golpe con el candelabro que Alaric esquiva por milímetros. El metal choca contra el poste de la cama, astillando la madera] ¡Usted no sabe lo que es el honor! ¡Solo conoce el miedo!
Rey Alaric: [Aprovecha la inercia del golpe fallido de Valerius para rodearle la cintura por detrás, atrapándolo en un abrazo de hierro] El honor no te servirá de nada cuando estés encadenado en las mazmorras más profundas de Aethelgard.
Valerius: [Forcejea violentamente, echando la cabeza hacia atrás para golpear el rostro del Rey, pero Alaric lo anticipa y lo estampa contra el ventanal. El cristal vibra peligrosamente bajo el peso de ambos] ¡Suéltame! ¡Prefiero saltar al vacío que ser tu maldito trofeo!
Rey Alaric: [Apretando el cuello de Valerius con un brazo, mientras con el otro le inmoviliza el brazo que sostiene el candelabro] ¿Saltar? No te daré ese privilegio. Vas a vivir, Valerius. Vas a vivir para ver cómo doblego cada una de tus defensas.
Valerius: [Jadeando, con el rostro pegado al cristal frío, la lluvia golpeando del otro lado] Mátame... de una vez... cobarde...
Rey Alaric: [Acerca su boca a la nuca de Valerius, su voz es un susurro que hiela la sangre] No. El castigo por este ataque no será la muerte. A partir de ahora, dormirás con grilletes de oro unidos a mi cama. Comerás solo lo que yo te dé. Y cada vez que pienses en rebelarte, te recordaré que tu vida ahora me pertenece por completo. Has perdido tu estatus de caballero, Valerius. Ahora eres mi propiedad privada.
Valerius: [Siente cómo las fuerzas le fallan por el cansancio, pero sus ojos siguen destellando odio] Esto no se ha acabado... Un día me descuidaré... y te cortaré el cuello...
Rey Alaric: [Lo gira bruscamente, obligándolo a mirarlo a los ojos mientras lo sujeta por el pelo] Espero que lo intentes. Me encanta el fuego que tienes en los ojos cuando intentas matarme. Pero por hoy, se acabó el juego.A la mañana siguiente, el sol se filtra cruelmente por los ventanales del gran salón, pero para Valerius, el brillo del amanecer es solo el recordatorio de su derrota.
[Aposentos Reales - Amanecer]
Valerius despierta con el sonido metálico de un eslabón chocando contra otro. Al intentar estirar los brazos, un tirón seco en sus muñecas lo devuelve a la realidad: está sentado en el suelo, a los pies de la inmensa cama real, con grilletes de oro labrado que lo unen al poste de madera de ébano.
Valerius: [Tira de las cadenas con desesperación, el metal frío muerde su piel] ¡Maldito seas, Alaric! ¡Suéltame!
Rey Alaric: [Sentado en el borde de la cama, ya vestido con su túnica de seda negra, observándolo como quien admira una pieza de caza] Grita todo lo que quieras. Estas paredes son gruesas. Nadie vendrá a salvar al "héroe del pueblo".
Valerius: [Jadeando, con el cabello revuelto y la túnica rasgada de la noche anterior] Esto es una humillación... No puedes mantenerme así para siempre. Mis hombres preguntarán por mí. El consejo esperará mi informe sobre la frontera.
Rey Alaric: [Se inclina y le acaricia la mejilla con el dorso de la mano, ignorando el intento de Valerius de morderlo] Oh, ya me he encargado de eso.
[Salón del Consejo - Al mismo tiempo]
El ambiente en el gran salón es de puro caos. Los capitanes de la guardia y los nobles murmuran con rostros pálidos mientras el Gran Canciller lee un pergamino con el sello real.
Capitán de la Guardia: ¡Es imposible! ¡Sir Valerius nunca desertaría! ¡Es el hombre más leal que conocemos!
Canciller: Aquí está la firma del Rey, Capitán. Según el informe, Valerius intentó asesinar a Su Majestad anoche antes de huir hacia las tierras del sur. Se le ha declarado traidor a la corona. Cualquier hombre que lo ayude será colgado.
Noble 1: [Susurrando] ¿Huir? Pero si sus caballos siguen en el establo... y su espada fue hallada en los aposentos del Rey... Esto huele a sangre.
Noble 2: Calla si aprecias tu cuello. Si el Rey dice que huyó, es que huyó. Pero todos sabemos que Alaric no deja ir lo que quiere. Si Valerius no está en el camino, está en algún lugar mucho más oscuro.
[Aposentos Reales]
Valerius: [Ha escuchado el eco de las trompetas que anuncian su supuesta traición desde la plaza del castillo] Les has mentido... Has destruido mi honor. Preferiría que me hubieras matado.
Rey Alaric: [Se pone de pie, su sombra cubriendo por completo al caballero encadenado] El honor es una carga, Valerius. Ahora no eres nadie. No tienes nombre, no tienes rango. Solo tienes este cuarto... y a mí.
Valerius: [Se ovilla contra el poste, sus ojos ardiendo de lágrimas de rabia] El pueblo se levantará cuando sepa la verdad.
Rey Alaric: [Agarra la cadena y tira de ella, obligando a Valerius a quedar de rodillas frente a él] El pueblo cree lo que yo le digo que crea. Y tú... tú vas a aprender que el único mundo que existe ahora es el que yo decida mostrarte.
Alaric deja caer un plato de comida fina sobre la alfombra, justo frente a Valerius, como si alimentara a una mascota rebelde.
Rey Alaric: Come. Necesitas fuerzas. Esta noche, la corte celebrará mi "supervivencia" al ataque del traidor... y tú estarás aquí, esperando a que tu Rey regrese para que me entretengas.
La situación es crítica: Valerius es ahora un fantasma para el mundo exterior.
El silencio en la habitación es pesado, roto solo por el crepitar de las antorchas y el tintineo de las cadenas de oro. Valerius, el hombre que una vez lideró cargas de caballería sin pestañear, siente cómo algo en su interior se quiebra definitivamente. La vida de Kael pesa más que su propio orgullo.
[Aposentos Reales - Noche profunda]
Valerius: [Con las manos temblorosas, se arrastra sobre sus rodillas hasta alcanzar la jarra de vino en la mesa baja. Sus ojos están fijos en el suelo, evitando la mirada triunfante del Rey] Lo haré... Por favor, no le hagas daño a Kael.
Rey Alaric: [Se recuesta en su sillón, extendiendo las piernas, disfrutando de la imagen de su guerrero indomable reducido a esto] No te escucho, Valerius. Un servidor debe hablar con claridad y respeto.
Valerius: [Traga saliva, sintiendo un nudo de amargura en la garganta] Por favor... Majestad. Detenga la ejecución. Yo... yo haré lo que me pida.
Rey Alaric: [Toma la copa que Valerius le ofrece con dedos trémulos. Alaric no bebe de inmediato; en su lugar, derrama deliberadamente un poco de vino sobre su propia bota de cuero] Se me ha caído un poco. Límpialo.
Valerius se queda rígido. El insulto es supremo. Por un segundo, el fuego de la rebelión brilla de nuevo en sus ojos, pero entonces recuerda la imagen de los ballesteros apuntando a su amigo. Lentamente, se inclina y, con la manga de su propia túnica rasgada, comienza a limpiar el calzado del Rey.
Rey Alaric: [Pone una mano sobre la nuca de Valerius, hundiéndole los dedos en el cabello para obligarlo a mantenerse allí abajo] Así es como debe ser. ¿Ves qué fácil es? El mundo no se ha acabado porque te hayas arrodillado ante tu dueño.
Valerius: [Su voz es un hilo roto] Me ha quitado todo lo que era... Ya no queda nada que romper.
Rey Alaric: [Se inclina hacia él, obligándolo a levantar la cara. Al ver las lágrimas de rabia contenida rodando por las mejillas del caballero, el Rey siente una mezcla de excitación y una extraña, retorcida ternura] Te equivocas. Ahora es cuando empiezas a ser mío de verdad. Sin armaduras, sin títulos, sin mentiras. Solo tú y yo.
Alaric se levanta y, de un tirón seco de la cadena, obliga a Valerius a subir a la cama. El caballero no lucha; se deja llevar como un cuerpo sin alma, su voluntad evaporada por la culpa.
Valerius: [Susurrando, mientras Alaric lo envuelve en un abrazo posesivo que se siente como una celda de carne] ¿Va a cumplir su palabra? ¿Kael vivirá?
Rey Alaric: [Besando el cuello de Valerius, marcando su territorio mientras lo rodea con sus brazos] Vivirá. En una celda oscura, lejos de ti, pero vivirá. Mientras tú sigas siendo así de obediente, mi pequeño halcón. Si vuelves a mostrarme los dientes... su cabeza rodará antes de que puedas parpadear.
Valerius: [Cierra los ojos, dejando que su cabeza caiga sobre el hombro del Rey en un gesto de rendición total] Entonces... haga lo que quiera conmigo. Ya no me importa.
Rey Alaric: [Sonriendo contra su piel] Lo que quiero, Valerius, es que olvides que alguna vez fuiste libre. Esta noche es solo el comienzo de tu nueva vida.
Valerius se ha quebrado. El caballero rebelde ha muerto para salvar a su amigo, dejando en su lugar a una sombra encadenada al deseo del Rey.
Bajo la máscara de la derrota, el alma de Valerius no ha muerto; se ha sumergido en un abismo de paciencia letal. Entiende que para matar a un depredador, primero debe convencerlo de que su presa ha dejado de luchar.
[Aposentos Reales - Tres semanas después]
El cambio en Valerius es tan radical que resulta perturbador. Ya no tira de las cadenas, no escupe insultos y, lo más importante, ya no evita el contacto del Rey.
Valerius: [Sentado a los pies de la cama, peinando su propio cabello con los dedos, espera pacientemente a que Alaric entre. Cuando la puerta se abre, levanta la vista con una expresión de suave sumisión] Bienvenida sea su gracia. El día se me ha hecho eterno sin su presencia.
Rey Alaric: [Se detiene, sorprendido por el tono melodioso y la falta de odio en su voz. Se acerca y le acaricia la mejilla] ¿Extrañabas a tu dueño, Valerius? ¿O es solo otra de tus mentiras?
Valerius: [Inclina la cabeza hacia la mano de Alaric, cerrando los ojos como si buscara el contacto] Las cadenas me han enseñado que no tengo a nadie más. El mundo me cree muerto o traidor. Solo usted sabe quién soy realmente.
Rey Alaric: [Siente una oleada de triunfo que nubla su juicio. Se sienta y deja que Valerius se apoye en sus rodillas] Al fin lo entiendes. He sido generoso, ¿no es así? Kael sigue vivo en las mazmorras porque tú te has portado bien.
Valerius: [Finge un pequeño temblor de gratitud] Lo sé. Por eso... Majestad, tengo una petición. Estas cadenas de oro son hermosas, pero pesan en mi alma. Me lastiman cuando trato de... acercarme a usted. ¿Acaso no he demostrado ya que no tengo a dónde ir?
Rey Alaric: [Duda, sus ojos escaneando el rostro de Valerius buscando un rastro de traición] ¿Quieres que te las quite? ¿Incluso después de que intentaste matarme?
Valerius: [Se pone de pie lentamente, quedando a centímetros de Alaric, y toma las manos del Rey, poniéndolas sobre su propio cuello] Si quisiera matarlo, lo haría ahora con mis manos desnudas. Pero no quiero su sangre, Alaric. Quiero su confianza. ¿Qué poder tiene un Rey si no puede dominar a un hombre sin necesidad de hierro?
Rey Alaric: [El ego del Rey, alimentado por el vino y el deseo, finalmente cede ante el desafío] Tienes razón. El hierro es para los esclavos. Un caballero —incluso uno caído— se domina con la voluntad.
Alaric saca una pequeña llave de oro de su túnica. Con un clic seco, los grilletes caen al suelo por primera vez en semanas. Valerius frota sus muñecas, marcadas por cicatrices rojas, y una sonrisa gélida, casi imperceptible, cruza sus labios.
Valerius: [Se lanza a los brazos de Alaric, ocultando su rostro en el cuello del Rey para que este no vea el brillo asesino en sus ojos] Gracias... mi Rey.
Rey Alaric: [Abrazándolo con fuerza, creyéndose el vencedor absoluto] Mañana saldremos a cazar al bosque. Estarás a mi lado, como siempre debió ser.
Valerius: [Susurrando para sí mismo] Sí... mañana será un gran día para la caza.
[Bosque Real - Al día siguiente]
El Rey ha cometido el error definitivo: le ha devuelto a Valerius un caballo y una daga de caza, convencido de que el caballero está bajo su hechizo. Se han alejado de la escolta principal, buscando "privacidad".
Rey Alaric: [Deteniendo su caballo en un claro] Mira este reino, Valerius. Todo esto será el escenario de nuestra historia. Nadie volverá a interponerse.
Valerius: [Desmonta lentamente, jugueteando con el mango de la daga oculta en su bota] Tiene razón, Alaric. Nadie nos ve. Nadie puede oírnos.
Rey Alaric: [Baja del caballo, acercándose con arrogancia] ¿Por qué me miras así otra vez? Ese fuego... ha vuelto.
Valerius: [Saca la daga con una velocidad cegadora y, antes de que Alaric pueda reaccionar, lo tiene contra un árbol con el acero presionando su garganta] El fuego nunca se apagó, Alaric. Solo aprendí a esconderlo bajo las cenizas de tu propia vanidad.
Rey Alaric: [Jadeando, con los ojos abiertos de par en par, sintiendo la punta del metal] Si me matas, los guardias te descuartizarán. No saldrás vivo de aquí.
Valerius: [Presiona un poco más, haciendo que una gota de sangre real ruede por el cuello de Alaric] Oh, no voy a matarte todavía. Me vas a dar el salvoconducto para Kael y para mí. Vas a ordenar mi indulto total. Y si intentas buscarnos... recordaré a cada paso que tu vida me perteneció a mí en este claro, y que te dejé vivir solo por lástima.
La reacción de Alaric no es de miedo, sino de una fascinación enferma. Siente el frío del acero contra su piel y, en lugar de palidecer, una carcajada ronca y vibrante escapa de su garganta, haciendo que la daga de Valerius vibre contra su laringe.
[El Claro del Bosque - Atardecer]
Rey Alaric: [Con los ojos inyectados en sangre y una sonrisa de puro frenesí] ¡Ahí está! ¡Ese es el hombre que me obsesiona! No el cordero degollado que pretendías ser en mi cama, sino el lobo que muerde la mano que lo alimenta.
Valerius: [Presionando más el cuchillo, su voz es un gruñido] Cállate. Firma el salvoconducto que llevas en el pecho para las misiones de urgencia. Ahora. O juro por los dioses que esta será la última vez que respires el aire de tu reino.
Rey Alaric: [Sin dejar de mirarlo con una devoción aterradora] Lo haré. Te daré a Kael. Te daré tu libertad... por ahora. Pero mírame bien, Valerius. Al hacer esto, acabas de convertir nuestro "asunto" en algo mucho más divertido.
Valerius: [Le arrebata el pergamino y la pluma de viaje de la montura del Rey] Firma. Sin trucos.
Alaric firma con trazos rápidos y firmes, manchando el borde del papel con la gota de sangre que Valerius le ha sacado. Se lo entrega, pero antes de que el caballero se aleje, el Rey le atrapa la mano que sostiene el cuchillo, sin importarle que el filo le corte los dedos.
Rey Alaric: Escúchame bien, mi rebelde. Huye. Corre hasta que tus caballos mueran. Escóndete en los confines del mundo si quieres. Pero no olvides que he probado tu piel y he visto tu alma. Ningún otro hombre te mirará como yo, porque nadie más aceptará que para amarte, hay que estar dispuesto a morir por tu mano.
Valerius: [Se zafa del agarre con asco, guardando el documento] Quédese con sus palabras, Majestad. Yo me quedo con mi vida. No vuelva a buscarme.
Rey Alaric: [Observa cómo Valerius monta su caballo y se prepara para galopar hacia las mazmorras a rescatar a Kael] ¡Te buscaré! ¡Haré de tu captura mi único propósito! ¡Y cuando te encuentre, Valerius... no habrá grilletes de oro! ¡Habrá muros de piedra y una devoción que te hará suplicar por el regreso de estas cadenas!
Valerius no responde. Espolea a su caballo y desaparece entre la espesura del bosque, dejando al Rey solo en el claro.
[Meses después - Un pequeño pueblo fronterizo]
Valerius y Kael viven bajo identidades falsas, trabajando como mercenarios de bajo perfil. Una noche, mientras Valerius descansa en una taberna, el tabernero le entrega una nota sellada con una cera negra que no ha visto en mucho tiempo.
Al abrirla, solo hay una frase escrita con la caligrafía elegante de Alaric:
"He encontrado tu rastro en el norte. Mañana estaré en la ciudad vecina. Empieza a correr, mi caballero. La cacería es lo que nos mantiene vivos a ambos."
Valerius aprieta el papel en su puño y, por primera vez en meses, una sonrisa de adrenalina pura aparece en su rostro. La guerra entre ellos no ha terminado; simplemente ha cambiado de campo de batalla.
Valerius está cansado de ser la presa. Sabe que mientras Alaric respire, su sombra lo seguirá hasta los confines del mundo. Esa noche, en la pequeña taberna, no prepara su petate para huir; en su lugar, afila su espada y se despide de Kael con una nota, pidiéndole que se ponga a salvo.
[Ruinas de un Monasterio - Medianoche]
Valerius ha citado al Rey en un lugar neutral, un monasterio abandonado en la frontera donde los muros de piedra son los únicos testigos. El viento aúlla entre los arcos rotos cuando el sonido de unos cascos de caballo anuncia la llegada del monarca.
Alaric aparece solo, tal como Valerius exigió. Su capa negra ondea tras él y, al ver al caballero esperándolo en el centro del patio en ruinas, desmonta con una elegancia letal.
Rey Alaric: [Caminando lentamente hacia el círculo de luz de la luna] Sabía que dejarías de correr. El miedo es para los débiles, y tú, mi querido Valerius, eres muchas cosas, pero no un cobarde.
Valerius: [Desenvaina su espada, el acero brilla con un azul gélido] No he venido a correr, Alaric. He venido a terminar con esto. Tu obsesión ha quemado pueblos y ha perseguido fantasmas. Hoy, la cacería termina.
Rey Alaric: [Desenvaina su propia espada decorada con gemas, pero su postura es relajada, casi íntima] ¿Terminar? Apenas estamos empezando a entendernos. ¿No lo sientes? El pulso acelerado, la sed de victoria... Nos alimentamos de esto.
Valerius: [Se lanza al ataque con una ferocidad que sorprende al Rey. Las espadas chocan con un estruendo metálico que resuena en las ruinas] ¡Tú te alimentas del control! ¡Yo solo quiero mi vida de vuelta!
Rey Alaric: [Bloquea el golpe, quedando cara a cara, sus espadas cruzadas ejerciendo presión] ¡Tu vida soy yo! ¡Desde que te puse esos grilletes, nuestras almas quedaron atadas! ¡Puedes odiarme, puedes intentar matarme, pero nunca podrás olvidarme!
Valerius: [Empuja con fuerza, logrando rozar el hombro de Alaric con el filo de su espada] ¡Entonces muere con ese recuerdo!
El duelo es una danza brutal de odio y deseo contenido. Valerius lucha con la técnica de un caballero y la desesperación de un hombre que no tiene nada que perder. Alaric, por otro lado, lucha con una alegría maníaca, disfrutando de cada tajo, de cada gota de sudor.
Finalmente, tras un intercambio frenético, Valerius logra desarmar al Rey con una maniobra de palanca. La espada de Alaric sale volando y el monarca cae de espaldas contra un altar de piedra derruido. Valerius se sitúa sobre él, la punta de su espada presionando el centro del pecho del Rey.
Valerius: [Jadeando, con el rostro cubierto de polvo y sangre] Se acabó, Alaric. Di tus últimas palabras.
Rey Alaric: [Mira la espada y luego sube la vista hacia los ojos de Valerius, su respiración es pesada pero su sonrisa es triunfante] Hazlo. Si me matas, serás el hombre que asesinó a su Rey por despecho. Vivirás el resto de tus días con mi sangre en tus manos y mi nombre en tus pesadillas.
Valerius: [Su mano tiembla ligeramente] Crees que no me atreveré.
Rey Alaric: [Agarra el filo de la espada de Valerius con su mano desnuda, dejando que el metal le corte la palma mientras la atrae más hacia su pecho] Sé que te mueres por hacerlo. Pero también sé que, si me matas, la parte de ti que solo yo conozco morirá conmigo. Nadie más te verá como el guerrero indomable que eres. Para el resto del mundo, volverás a ser... nadie.
Valerius: [Baja la espada unos centímetros, sus ojos llenos de una confusión dolorosa] Te odio... Te odio con cada fibra de mi ser.
Rey Alaric: [Se levanta lentamente, sin que Valerius lo detenga, y rodea con su mano herida la nuca del caballero, manchando su cuello de rojo] Lo sé. Y ese odio es lo más real que he tenido en mi vida. No me mates, Valerius. Regresa conmigo. No como un prisionero, no como un esclavo... sino como mi igual en la oscuridad.
Valerius siente el calor de la mano de Alaric y el peso de meses de persecución. El silencio del monasterio parece aguardar una decisión que cambiará el destino del reino.
Valerius: [Suelta su espada, que cae al suelo con un eco sordo] Si vuelves a ponerme una cadena... me aseguraré de que sea la última cosa que hagas.
Rey Alaric: [Lo abraza con una posesividad que esta vez tiene un tinte de respeto absoluto] Ya no habrá cadenas de oro, Valerius. El mundo arderá antes de que yo vuelva a dejarte marchar.
El Caballero Rebelde y el Rey Dominante han alcanzado un pacto oscuro entre las ruinas. El Reino de Aethelgard nunca volverá a ser el mismo.