Érase una vez, en un reino remoto, muy poco conocido. Vivía una muchacha de cabellos oscuros como la noche, ojos marrones cual granos de café, labios rojos y sobre todo: su piel, tan blanca como la nieve.
Se llamaba Blancanieves.
Vivía sola en una casa aislada del reino, en el bosque. No era el lugar más adecuado para que una chica de su edad viviera pero era feliz.
Sólo necesita una cocina más pequeña que un cuarto de baño de la actualidad, un dormitorio en el que cabía su diminuta cama y una mesita de noche casi demolida por las termitas; no necesitaba un armario pues sólo tenía dos vestidos, de los cuáles cuando uno estaba secándose en la cuerda de detrás de su casita, el otro lo llevaba puesto. Utilizaba el río para bañarse entre otras cosas pues, no tenía cuarto de baño.
Ése era su hogar.
No le hacía ningún mal a nadie, al menos no conscientemente, pues no era culpa suya que un cazador estuviera bebiendo el agua del río justo después de que ella terminara de hacer pis unos tramos más arriba. Era parte de la naturaleza.
No tenía padres, o al menos no llegó a conocerlos.
Sus únicos amigos eran los animales, los mismos que la criaron y la ayudaban en lo que necesitaba. Sí bien es cierto que a veces duplicaban su trabajo, como cuando la ayudaban a cocinar, la comida siempre acaba con pelos o plumas, lo que la obligaba a reiniciar el proceso de cooking. Había días en los que ella tenía que conformarse con frutas del bosque, cuando los animales estropeaban sus guisos y pasteles.
Ella no sabía cómo decirles que no le ayudaran con eso, creía que sí lo hacía se lo tomarían como un «No os necesito», obligándoles a dejar de ayudarla y ella no quería eso, porque ¿Quiénes espantarían a los ladrones? ¿Quién la ayudaría a robar leña de la burguesía durante los días de invierno?
Nadie, así que se aguantaba.
Blancanieves pasaba todo el día trabajando así que en las noches se iba a la cama temprano, lo que vendría siendo las nueve de la noche en el siglo XXI.
Ella dormía plácidamente, su pecho subía y bajaba despacio, su respiración casi inaudible.
Esa minúscula habitación que ella llamaba dormitorio se encontraba parcialmente oscura, iluminada sólo por la tenue luz lunar que atravesaba esa grieta triangular en su pared, a la que había puesto un vidrio translúcido para hacer de ventana.
Las mantas cubrían su cuerpo hasta sus hombros, permitiendo así que la luz que se colaba por su improvisada ventana alumbrase únicamente su rostro, como si supiera que la Reina Malvada estaba viéndola a través del espejo mágico.
Como si estuviera presumiendo su belleza natural.
—Blancanieves es la más bella — Repitió el espejo mágico a la Reina Malvada por segunda vez.
Su majestad observó con odio la imagen de Blancanieves en plena fase REM.
Apretó su mandíbula y dió la espalda al espejo mágico, golpeando el mismo con su capa real de malvadas. Soltó un gruñido.
La máscara blanca parlante dentro del espejo se dió un giro sobre sí mismo.
—Si le parece una amenaza podría librarse de ella. —Soltó observando a La Reina Malvada la cual se había sentado en su trono con los pies cruzados.
No había nadie más en esa parte del castillo, que estaba iluminada con velas amarillas y decorada con cortinas negras y verdes. El Espejo Mágico se encontraba colocado en un altar improvisado opuesto al trono de la Reina Malvada.
—Sí...—La Reina Malvada sonrió iluminado su maquillado rostro. — Contrataré a un mercenario.
—Por Arturo su majestad, —Se río El Espejo Mágico. —Sólo es una niña.
Su majestad frunció el ceño visiblemente molesta.
—¿Entonces qué?¿Un cazador?
—Levantaría sospechas su majestad, recuerde que todavía corren rumores sobre que mató al príncipe que debió despertar a la Bella Durmiente.
—Ése bastardo se lo merecía.
—Sí usted lo dice...
La Reina Malvada se levantó de su trono, comenzó a caminar de un lado a otro alrededor del espejo mágico, éste siempre intentando seguir sus movimientos.
—Seguro que se le ocurre algo majestad. —Alentó el Espejo Mágico.
—¿Una manzana envenenada? —Preguntó la Reina Malvada mirando de reojo al Espejo Mágico. —Así dormirá eternamente y no podrá despertar hasta que la bese un príncipe. Dudo mucho que uno se atreva a besar a semejante bosquera. —Se detuvo frente al espejo con una sonrisa cínica. —¿Qué te parece?
—Bueno... —Titubeó el Espejo— Sí hay príncipes que salen de reinos recónditos sólo para intentar despertar a la Bella Durmiente... ¿Por qué no harían lo mismo por la chica más bella del reino?
El espejo cerró los círculos oscuros que tenía por ojos listo para recibir los gritos de la Reina Malvada, a ella normalmente no le gustaba que la tomaran por tonta y menos un espejo.
Pero para su sorpresa, no hubo gritos, ni golpes, ni miradas asesinas.
La Reina Malvada estaba asintiendo con la cabeza, pensando. No sé había enfadado.
—Dame la mejor opción que tengas y por favor que sea a largo plazo, sin príncipes que estén ahí para despertarla ni ningún reino vecino buscando pruebas para culparme de asesinato.
El Espejo Mágico sonrió, una sonrisa extraña pues echaba de menos ese lado de la Reina Malvada, su lado receptor y para nada egocéntrico.
—Verá.
—Veo.
—Llevo un buen tiempo trabajando en un hechizo que permite el transporte a otro universo...
La Reina Malvada frunció el ceño sin entender pues Él Espejo Mágico no podía desplazarse y mucho menos hacer algo como un experimento por sí sólo.
— ¿Olvidaste que ya no eres humano?
—Para nada su majestad, de hecho el no serlo me ha perdido probar mi hipótesis. ¿Conoce algo llamado Uber?
—¿Guber? ¿Qué es eso? —La Reina Malvada comenzó a sentirse confusa. Y ella odiaba ése sentimiento.
El Espejo río negando.
—Uber, es un tipo de transporte que no usa caballos y se contrata uno vía online.
—¿Sin caballos? ¿Vía Nolife? ¿Qué estás diciendo?
Las risas dominaron al Espejo, el cual tardo casi dos minutos en recomponerse.
La Reina Malvada por su lado estaba a un paso de la agresividad, pues deseaba romper al Espejo en esos momentos.
—Olvídelo. Vamos a lo que nos importa, con éste hechizo podrá mandar a Blancanieves a otro universo, otro mundo, nunca podrá volver. Será como que nunca existió.
Su Majestad acarició su barbilla, mirando hacia arriba.
—Nunca existió...—Dijo casi en un susurro.
—Sí.
En aquellos momentos ese era su mayor y único deseo: acabar con Blancanieves. Y si ese hechizo era la mejor opción pues, ¿Para qué dudar?
— ¿Qué necesitamos?
El Espejo Mágico esbozó una sonrisa a la par que se preparaba para explicarle a su reina lo que iban a hacer.
Mientras la probre Blancanieves dormitaba plácidamente, ajena a lo que se estaba tramando contra ella.
¿Cómo iba a pensar que su mundo cambiaria de un momento a otro?