Podía ver las luces azules desde lejos, todavía era de día, pero la luz mortecina de la tarde no era capaz de apagarlas. Nos acercábamos escuchando las sirenas que atravesaban el aire hasta llegar a nosotras estrujándonos el corazón como si fuera un pedazo de basura. No era un sonido ajeno, habíamos escuchado las sirenas más de una vez al día todos estos años, pero nunca nos había parecido tan desagradable aquel sonido como lo era en este momento. Era doloroso y aún no sabíamos nada, pero mamá y yo podíamos sentir que todo era claro, ya sabíamos todo lo que teníamos que saber, que ya no se podía hacer más nada, pero seguimos caminando, seguimos adelante, seguimos hasta que nos acercamos a la escena. Mamá se derrumbó, cayó de rodillas, pero yo solamente escuché el policía, mirando por encima de su hombro a aquel bulto que cubrían unas sábanas, o lo que carajo fuera eso que cubría su cuerpo ahí, tirado en el suelo, como si fuera un animal. Sentí la rabia apoderarse de mí, no sabía contra quién, atinó a gritarle insultos al policía que no hicieron más que aflojar el nudo que tenía en la garganta dejando salir todo el llanto que no se había dado cuenta que contenía hasta ese momento. Apenas escuchó que fueron siete, todavía no sabían si había sido con eso que usaban los presidiarios, lo que el policía llamó "faca". También escuchó que se lo habían llevado. Pero ¿de qué servía? Mañana le volvería a arrebatar a una familia su hermano, su esposo, su novio, su hijo, su primo, su tío...
**
Ojalá nunca hubiera visto aquella noticia, pero con todo la rabia y el dolor del mundo, decidí escribir esto. Ojalá la ciudad de las sirenas no fuera más que una invención de mi imaginación y no una realidad cada vez más tangible y cercana a todos.