La primera vez que vi a Leo, tenía el cabello teñido de azul y los ojos más cansados del mundo. Estaba sentado en un rincón del bar, girando lentamente el vaso en su mano mientras la música electrónica retumbaba en las paredes de neón. Yo llevaba mi uniforme de bartender y tenía la bandeja en equilibrio sobre la palma. Era una noche cualquiera, hasta que lo noté.
—¿Quieres otra? —pregunté, señalando su vaso vacío.
Levantó la vista con una sonrisa amarga.
—¿Tienes algo más fuerte que una mala decisión?
Reí bajo. Me gustaban los tipos con sentido del humor autodestructivo.
—Depende de cuántas ganas tengas de olvidarlo todo.
—Digamos que muchas.
Le serví un trago doble de whisky sin hacer preguntas. El bar estaba lleno de chicos bailando, parejas besándose en los rincones oscuros, pero él seguía sentado allí, perdido en sus pensamientos.
Durante semanas, Leo se convirtió en un cliente habitual. No hablaba mucho de sí mismo, pero tenía un aire de misterio que me intrigaba. Su cabello cambiaba de color cada tanto: morado, plateado, verde fosforescente. Era un camaleón en medio de la multitud.
—¿Siempre trabajas aquí? —preguntó una noche, apoyándose en la barra con los ojos vidriosos.
—En las noches, sí. En el día, soy estudiante de arte.
—Pintura, escultura o…?
—Ilustración. Aunque últimamente estoy en crisis existencial.
Se rió entre dientes.
—Bienvenido al club.
Las conversaciones con él se hicieron más frecuentes. Descubrí que le gustaba la poesía, que vivía en un pequeño departamento con vista a la ciudad y que odiaba las películas románticas porque, según él, vendían ilusiones.
Pero lo que más me intrigaba era lo que no decía. La sombra en su mirada cuando pensaba que nadie lo veía, la forma en que sus dedos se crispaban alrededor del vaso cuando sonaba cierta canción en el bar.
Hasta que, una noche, desapareció.
Dos semanas sin rastro de él. No lo vi en el bar, no lo encontré en las redes sociales, ni siquiera conocía su apellido para buscarlo. Lo único que tenía era su rostro grabado en mi memoria y una sensación de vacío en el pecho.
Y entonces, una madrugada lluviosa, lo vi.
Estaba sentado en la acera frente a mi edificio, empapado, abrazándose a sí mismo como si intentara no desmoronarse. Corrí hacia él sin pensarlo.
—¡Leo! ¿Qué haces aquí?
Levantó la vista con una sonrisa rota.
—Perdí mi departamento. Perdí mi trabajo. Perdí… muchas cosas.
Me arrodillé a su lado.
—Ven conmigo. No puedes quedarte aquí.
Lo llevé a mi pequeño departamento de un solo cuarto. Le di una toalla, algo de ropa seca y preparé un café.
Se quedó mirando la taza en sus manos sin hablar durante un largo rato.
—No sé por qué vine aquí —murmuró.
—Quizá porque sabías que te ayudaría.
Soltó una risa sin alegría.
—¿Siempre eres así de bueno con los extraños?
—No eres un extraño, Leo.
Me miró fijamente, como si intentara encontrar algo en mis ojos. Luego desvió la vista.
—Perdí a alguien hace tiempo —confesó en voz baja—. Alguien que me enseñó a amar cuando ni siquiera sabía cómo quererme a mí mismo. Y cuando lo perdí, no supe cómo seguir adelante.
Supe que era la primera vez que lo decía en voz alta.
No respondí. Solo me senté a su lado y dejé que el silencio hablara por nosotros.
Esa noche, Leo se quedó en mi sofá. Y al día siguiente, y el siguiente. Empezamos a compartir desayunos apresurados, cenas con comida barata y conversaciones a media noche.
Un día, lo encontré en mi estudio, observando una de mis ilustraciones.
—¿Esto lo hiciste tú?
—Sí.
—Es increíble.
Nunca había visto tanta luz en sus ojos.
Y así, poco a poco, lo vi volver a la vida.
Se tiñó el cabello de rosa. Encontró un nuevo trabajo. Se rió más, se preocupó menos.
Y una noche, mientras dibujaba en mi escritorio, sentí su presencia detrás de mí.
—No sé qué habría hecho sin ti —susurró.
Me giré y lo encontré demasiado cerca.
El aire se volvió pesado. Sus ojos se deslizaron hasta mis labios y supe que no había marcha atrás.
Cuando me besó, sentí que todo en mi mundo encajaba.
Leo no era perfecto. Yo tampoco. Pero en medio de nuestras heridas, encontramos algo real.
Bajo las luces de la ciudad, entre risas, besos y madrugadas compartidas, entendí que a veces el amor no llega cuando lo buscas, sino cuando menos lo esperas.
Y yo… nunca lo había esperado así.
Fin.
(Historias extraídas de mi novela "Historias Cortas De Romance BL" contiene más Historias como está, tanto las publicadas aquí como nuevas).