Bajo la Lluvia Carmesí – Parte II
El sonido de la lluvia golpeando los tejados llenaba el silencio entre ellas. Isolde intentó recuperar el aliento, con el corazón aún latiendo con fuerza tras la carrera.
Kaela no la soltó de inmediato, sus dedos cálidos a pesar de la humedad. Su sonrisa era tranquila, como si no hubiera nada fuera de lo común en ayudar a una noble a escapar de sus propios guardias.
—¿Dónde estamos? —preguntó Isolde, apartando un mechón húmedo de su rostro.
—Un lugar seguro —respondió Kaela, sin dar más detalles.
El refugio bajo el arco de piedra parecía formar parte de una estructura antigua, un vestigio de tiempos pasados. Musgo y enredaderas trepaban por las paredes, y el agua goteaba desde los bordes del techo de piedra.
Los cascos de los caballos resonaban en la distancia. Isolde sintió una punzada de temor. Si la encontraban aquí, su padre no le permitiría salir del castillo en mucho tiempo. Y, peor aún, castigaría a quien la hubiera ayudado.
Kaela debió notar su inquietud porque su expresión se tornó seria.
—¿Confías en mí?
Isolde titubeó. Era absurdo confiar en una extraña, en alguien de quien no sabía nada más allá de su nombre. Pero había algo en Kaela, en su presencia inquebrantable, que la hacía sentirse más segura que en el propio castillo de su padre.
—Sí —susurró, sorprendida por la honestidad de su respuesta.
Kaela asintió y, con un movimiento ágil, tiró suavemente de su mano, guiándola a través de un pasaje estrecho que apenas se veía entre las sombras.
—Por aquí.
El pasadizo las condujo a una calle lateral, lejos del bullicio principal del mercado. Isolde sintió cómo el aire frío le erizaba la piel cuando salieron al otro lado. La lluvia había amainado, dejando un aroma fresco a piedra mojada y tierra húmeda.
Kaela la llevó hasta una pequeña taberna de aspecto modesto, con un letrero descolorido colgando sobre la puerta. Al entrar, el calor del interior las envolvió de inmediato. Había pocas personas dentro, pero ninguna pareció prestarles atención.
—¿Este es tu hogar? —preguntó Isolde en voz baja, observando el lugar.
Kaela negó con la cabeza.
—Es un refugio —respondió simplemente.
Se sentaron en una mesa apartada, cerca del fuego. Un tabernero robusto con barba espesa les sirvió un par de tazas humeantes sin hacer preguntas. Isolde envolvió la suya con las manos, disfrutando del calor.
—¿Quién eres en realidad? —murmuró, sin poder contener su curiosidad.
Kaela la observó por un momento, su mirada ámbar reflejando la luz de las llamas.
—Alguien que conoce demasiado bien lo que es sentirse atrapada.
Isolde sintió que esas palabras la alcanzaban más de lo que le gustaría admitir.
—¿Quieres escapar?
Kaela sonrió, pero era una sonrisa melancólica.
—Tal vez. Pero algunas cadenas no pueden romperse tan fácilmente.
Isolde pensó en su propio destino, en su padre, en el matrimonio arreglado que la esperaba. ¿Acaso sus cadenas también eran irrompibles?
La idea la inquietó más de lo que debería.
—Si pudiera… —murmuró, más para sí misma—. Si pudiera desaparecer, aunque fuera por un tiempo…
Kaela inclinó la cabeza, observándola con atención.
—¿Y si te dijera que es posible?
Isolde parpadeó, sorprendida.
—¿Cómo?
Kaela tomó un sorbo de su bebida antes de responder.
—Hay lugares fuera del alcance de los duques y los reyes. Lugares donde nadie te encontraría.
—¿Hablas de… huir? —Isolde apenas podía creer lo que escuchaba.
Kaela asintió con calma.
—No digo que lo hagas. Solo que… si alguna vez decides que las cadenas son demasiado pesadas, hay otro camino.
Isolde sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío.
Por primera vez en su vida, alguien le ofrecía una opción.
Y la posibilidad de elegir lo cambió todo.
Fin.
(Historias extraídas de mi novela "Historias Cortas De Romance BL" contiene más Historias como está, tanto las publicadas aquí como nuevas).