El amanecer llegó con un resplandor tenue, tiñendo el cielo de dorado y malva. Elias no había dormido. Se quedó mirando la entrada de la cabaña, observando la silueta de Lucian contra la luz que se filtraba entre las grietas de la madera.
—Debemos seguir —dijo Lucian, su voz ronca por la falta de descanso.
Elias se puso de pie, sintiendo el peso de la fatiga en sus huesos.
—¿Hacia dónde?
Lucian dudó. Durante toda su vida había seguido órdenes, un camino marcado por otros. Ahora, por primera vez, debía elegir por sí mismo.
—El santuario. —Decidió al fin—. Es el único lugar donde podríamos estar a salvo… al menos por un tiempo.
Pero Elias no asintió. Miró a Lucian con una tristeza apacible.
—¿De verdad crees que podemos huir para siempre?
Lucian frunció el ceño.
—No estoy dispuesto a rendirme.
Elias suspiró.
—No se trata de rendirse. Se trata de decidir cómo terminamos esto.
Lucian comprendió en ese instante lo que Elias intentaba decirle.
No tenían un futuro en la sombra. Huir solo los condenaría a una vida de miedo, siempre mirando por encima del hombro.
La única forma de ser libres era enfrentar al rey.
—Es una locura —murmuró Lucian.
—Lo es —coincidió Elias con una sonrisa ladeada—. Pero dime, ¿qué otra opción tenemos?
Lucian apretó los puños. Pensó en todos los años que había servido, en cada batalla librada por una corona que no tenía compasión. Pensó en el amor que había enterrado bajo la obligación, en los sueños que había dejado morir.
Y luego miró a Elias.
—Está bien —dijo al fin—. Hagámoslo.
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El regreso al castillo fue un acto de desafío silencioso. No se escondieron. No huyeron. Caminaron por el camino principal con la determinación de aquellos que ya no temen a la muerte.
Los guardias los vieron llegar. Hubo murmullos, manos que se aferraron a las empuñaduras de sus armas. Pero nadie se movió. Nadie se atrevió a desafiar la presencia de Lucian, el guerrero más letal del reino.
Hasta que llegaron al trono.
El rey los esperaba, su rostro una máscara de desdén.
—Vaya, vaya… —murmuró con una sonrisa helada—. Qué inesperado.
Lucian avanzó, su espada aún envainada, pero su voz fue un filo en sí misma.
—Sabemos lo que hiciste.
El rey alzó una ceja.
—¿Y qué piensan hacer? ¿Matarme?
Elias dio un paso adelante.
—No necesitamos matarte. Solo necesitamos que todos sepan la verdad.
El rey se echó a reír.
—¿Y quién les creerá?
Lucian miró a su alrededor. Los nobles observaban con cautela. Los soldados, con duda. Había pasado años ganándose su respeto. Ahora, por primera vez, se preguntaban si habían estado siguiendo al hombre correcto.
Y entonces, Lucian hizo lo impensable.
Sacó su espada.
Y la arrojó al suelo.
El sonido del metal resonó en la sala, un eco que pareció sacudir los cimientos del trono.
—No pelearé más por un rey que traiciona a su gente —declaró.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Luego, un soldado dejó caer su lanza. Otro lo imitó. Uno a uno, los guerreros que habían servido bajo el mando de Lucian comenzaron a soltar sus armas.
El rey se puso de pie de un salto.
—¡Insolentes!
Pero su voz ya no tenía el mismo peso.
Elias lo miró con calma.
—El reinado de un tirano solo dura mientras el miedo lo sostiene.
El miedo había desaparecido.
El rey supo en ese instante que había perdido.
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El sol se alzó sobre un nuevo día.
Lucian y Elias se quedaron en el balcón de la torre más alta, observando la ciudad que alguna vez creyeron inalcanzable.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Lucian.
Elias sonrió, un destello de esperanza brillando en su mirada.
—Vivir.
Lucian entrelazó su mano con la suya.
Por primera vez, el futuro les pertenecía.
Fin.
(Historias extraídas de mi novela "Historias Cortas De Romance BL" contiene más Historias como está, tanto las publicadas aquí como nuevas).