El frío de la noche se cernía sobre ellos cuando finalmente se detuvieron. El bosque a su alrededor era denso, envuelto en sombras que parecían moverse con el viento. Lucian soltó la mano de Elias con renuencia, su pecho aún agitado por la carrera.
—No podemos quedarnos aquí —dijo en un murmullo, escudriñando la oscuridad.
Elias se apoyó contra un árbol, tratando de recuperar el aliento.
—Lo sé. Pero necesitaba un momento.
Lucian asintió, aunque su mente seguía trabajando. Sabía que no tardarían en ser perseguidos. Conocía demasiado bien las estrategias del rey; él mismo había sido el cazador en incontables ocasiones.
—Hay un refugio al este, en las montañas. Un viejo santuario abandonado. Podremos escondernos ahí mientras pensamos qué hacer.
Elias lo observó, sus ojos oscuros reflejando un destello de esperanza.
—¿Por qué me ayudas, Lucian?
La pregunta lo tomó por sorpresa, pero no tuvo que pensar demasiado en la respuesta.
—Porque es lo correcto.
Elias dejó escapar una risa baja y amarga.
—¿Desde cuándo seguimos lo que es correcto?
Lucian apretó la mandíbula.
—Desde que el rey nos convirtió en sus piezas de ajedrez.
El silencio entre ellos se extendió, cargado de un peso invisible. Elias finalmente apartó la mirada.
—Entonces vámonos antes de que cambies de opinión.
Avanzaron a través del bosque, cuidando sus pasos. Lucian iba delante, su mano instintivamente cerca de la empuñadura de su espada. Cada crujido en la maleza lo hacía girar la cabeza, cada sombra parecía esconder ojos acechantes.
Elias, en cambio, se movía con la cautela de alguien acostumbrado a la huida. No era la primera vez que corría por su vida, pero sí la primera que no estaba solo.
Después de horas de caminata, cuando la luna estaba en su punto más alto, divisaron una cabaña semiderruida en medio de un claro. No era el santuario del que Lucian había hablado, pero serviría por ahora.
—Descansa un poco —susurró Lucian mientras inspeccionaba el lugar.
Elias asintió, aunque sabía que el sueño no llegaría fácilmente.
Lucian se quedó de pie junto a la puerta, vigilante. Sus pensamientos lo atormentaban. Había desobedecido órdenes directas. Había huido con un traidor.
Pero entonces miró a Elias, que se había sentado contra la pared de madera, abrazándose a sí mismo en busca de calor. Y recordó por qué había tomado esa decisión.
No podía perderlo.
No otra vez.
Y así, bajo el manto de la noche, los ecos de su pasado los persiguieron en el viento.
(Historias extraídas de mi novela "Historias Cortas De Romance BL" contiene más Historias como está, tanto las publicadas aquí como nuevas).