Cerré los ojos, una lágrima se escapó y se deslizó por mis rostro y desapareció en mi camiza azul. Podía sentir que un elefante se sentaba sobre mi pecho. Ejerciendo una enorme precion en esa zona. Todo ese dolor me atravesaba como cuchillas. Mi mente no dejaba de torturarme con los recuerdos. Me culpaba una y otra vez —¿por qué ella? me tenías que ver llevado a mi— nunca me había peleando ni con Dios ni con la vida pero en estos momentos no podía dejar de odiarlos. La vida y Dios me quitaron lo que más quería. Mi amada Clara. Sus ojos marrones llenos de esperanza, su cabello azabache, su risa contagiosa, su voz suave y reconfortante. Todo en ella era perfecto y ahora ya no estaba.
Me sentía perdido sin ella, como si ya no tuviera un propósito en la vida. ¿Cómo seguir adelante sin la luz que iluminaba mi camino? ¿Cómo superar la pérdida de la persona más importante para mí?
Pero a pesar del dolor y la tristeza que me consumían, sabía que Clara no querría que me quedara sumido en la desesperación. Ella siempre había sido fuerte, valiente y optimista, y no quería que su partida me destruyera.
Así que decidí recordarla con amor y gratitud, celebrar los momentos felices que compartimos juntos y llevar su memoria en mi corazón para siempre. Aunque el dolor nunca desaparecería por completo, sabía que con el tiempo aprendería a vivir con él y seguiría adelante, honrando su vida y su amor.
Clara siempre estará conmigo, en cada latido de mi corazón y en cada suspiro de mi alma. Y aunque su ausencia sea una herida que nunca sanará del todo, sé que encontraré la fuerza para seguir adelante y vivir la vida que ella hubiera querido que viviera.