El cielo, teñido de un gris apocalíptico, presagiaba la llegada del asteroide que acabaría con todo. En un pequeño apartamento, un grupo de amigos se reunió, conscientes de que era su último día en la Tierra. La música sonaba suave, y el aire estaba impregnado de risas nerviosas y un leve aroma a pizza.
Clara, la más extrovertida, rompió el hielo. “Siempre he querido decírselo a todos”, dijo, con una sonrisa forzada. “Nunca me gustó el helado de pistacho. ¡Lo odio!” Las risas estallaron, pero pronto se apagaron, dando paso a un silencio tenso.
Javier, el más callado, tomó aire. “Yo… he sido infiel”, confesó, mirando al suelo. “No a Ana, pero sí a alguien de nuestro círculo. Me duele haberlo hecho, y no sé cómo perdonarme”. Ana, su novia, palideció. Un frío recorrió la habitación, y la risa se transformó en murmullos incrédulos.
María, que siempre había sido la mediadora del grupo, decidió que ya era tiempo de liberar su carga. “Siempre he sentido que no pertenezco aquí”, dijo con calma. “Los quiero, pero me he sentido sola. He pensado en irme lejos, a empezar de nuevo, incluso antes de saber del asteroide”. Las miradas de sorpresa se cruzaron, y un vacío se instaló en el aire.
Diego, el bromista del grupo, decidió que era su turno. “No soy quien creen que soy”, comenzó, con una sonrisa que apenas ocultaba su angustia. “En realidad, soy un artista. He pintado obras que nunca he mostrado. Me he hecho pasar por alguien que no soy, y estoy cansado de esconderme”. Las risas se desvanecieron, dejando espacio a un eco de revelaciones inesperadas.
Finalmente, cada uno guardó silencio, reflexionando sobre lo que acababan de compartir. El tiempo se detuvo, y el peso de los secretos flotaba entre ellos.
“¿Qué hacemos ahora?”, preguntó Ana, su voz temblando. “¿Cómo seguimos después de esto?”
“Tal vez esto es lo que necesitábamos”, sugirió Clara, con una chispa de esperanza. “Tal vez deberíamos celebrar nuestra verdad, aunque el mundo se acabe”.
Así, se unieron en un abrazo colectivo, dejando que sus secretos se disolvieran en el aire. En su último día, el amor y la amistad se reafirmaron en medio de la tormenta, convirtiendo el dolor en un eco de redención. Afuera, el asteroide se acercaba, pero dentro de ese pequeño apartamento, el mundo seguía vivo, aunque solo por un instante más.