Marta caminaba sola por el viejo parque. El sol caía suavemente sobre las hojas doradas del otoño, pero su corazón estaba tan gris como el cielo que se desmoronaba. Años atrás, en ese mismo parque, había tomado decisiones que aún la perseguían. Cada banco vacío le traía a la mente una oportunidad perdida.
Recordó a Andrés, su primer amor. Él le había ofrecido un futuro juntos, pero ella, por miedo a lo desconocido, lo dejó ir. El tiempo pasó, las estaciones, y ella se encontró atrapada en una rutina que nunca había deseado, buscando algo que nunca llegó. A veces, pensaba en sus hijos, en los sueños que jamás construyó y en las conversaciones que nunca tuvo.
"Si pudiera volver el tiempo atrás...", susurró Marta para sí misma, mientras el viento acariciaba su rostro, como si la naturaleza la escuchara. ¿Qué haría diferente? ¿Volvería a arriesgarse a ser feliz? ¿Haría caso a su intuición y no al miedo? El parque, tan familiar, ya no parecía el mismo. Todo estaba allí, pero ella había cambiado.
De repente, alguien la llamó por su nombre. Era Andrés. No era el joven de antaño, pero en sus ojos seguía habiendo ese brillo que Marta recordaba. Se acercó con una sonrisa, como si nada hubiera pasado. Él sabía que no era tarde para pedir perdón, para hablar de lo que nunca se dijo.
"El tiempo no se detiene, Marta", dijo Andrés con voz suave. "Pero siempre hay una nueva oportunidad... si sabes verla."
Marta lo miró, por primera vez sin arrepentimientos. Quizás no podía retroceder, pero tal vez aún quedaban caminos por recorrer. Y, aunque las oportunidades perdidas no se recuperan, las que aún quedan podrían ser tan valiosas como aquellas que alguna vez dejaron escapar.