esta hermosa novela se trata de una mujer que dejó de vivir sus sueños juventud por dedicarse a sacar adelante a sus hermanos también nos muestra que que no importa la edad para conseguir el amor.
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capítulo 10
Victoria le sonrió a Enrique, se acercó a donde estaba y le regaló un beso de despedida… pero él la tomó de la mano, con esa mirada profunda y seria, y con una voz ronca le dijo:
—¿Te puedes quedar hoy conmigo?
Quizás la invitación del hombre era demasiado rápida, pero ella estaba dispuesta a vivir. Había pasado casi toda su vida complaciendo a los demás y nunca se había tomado el tiempo para ella. La vida para ella había ido de prisa y, a la vez, lenta. Siempre hacía todo lo posible por hacer felices a los demás, pero ¿dónde quedaba ella? Se había olvidado de eso. Entonces… ¿por qué no intentarlo, sin importar si al día siguiente tendría una gran desilusión?
Tomó la mano de Enrique con firmeza y miedo a la vez, dándose cuenta de que nunca es tarde para enamorarse, nunca es tarde para el amor… así ese amor solo lo sintiera ella.
Cuando entraron a la finca El Paraíso, ella rápidamente soltó la mano de Enrique e hizo una sonrisa tímida. Él miró que la mujer no estaba acostumbrada a eso, así que no dijo nada. Simplemente la guió hasta la cocina. Estando allí, Victoria le hablaba de todo un poco, parecía una niña. Le contaba de su vida, de cómo había sido su infancia, su primer amor, sus hermanos.
Mientras tanto, de la boca de Enrique no había salido ni una palabra. No sabía cómo empezar una conversación sincera si desde que la había conocido todo había sido una mentira. ¿Cómo ser sincero? Simplemente cayó y la escuchó. Cuando la mujer le sirvió la taza de café y él se la llevó a los labios, a pesar de haber probado muchos cafés, el de ella siempre le parecía exquisito.
Al terminar la taza, la tomó de la mano y la guió hasta su habitación. Cuando estuvieron dentro, se fundió con ella en un beso demasiado apasionado y tierno, que hacía que cada centímetro de piel, no solo de ella sino también de él, se sintiera en las nubes. Era la primera vez que sentía algo distinto por una mujer… pero esa mujer era algo prohibido para él.
Sabía que tarde o temprano ella lo iba a odiar cuando descubriera la verdad. Así que decidió disfrutarla al máximo. La llevó con lentitud hasta la cama y esta vez se tomó el tiempo para quitarle el vestido. Cuando la tuvo en ropa interior, la observó por un largo rato, como memorizando cada centímetro de su piel. Cuando la tuvo completamente desnuda, miró sus grandes caderas, su pecho voluptuoso y su rostro completamente sonrojado. Eso hizo que él se sintiera aún más excitado. Se acercó como un depredador: esta vez las caricias no eran de ternura, sino de un hombre hambriento.
No hubo parte del cuerpo de Victoria que Enrique no marcara, como si quisiera asegurarse de que ella jamás lo olvidara. Le hizo el amor con tanta pasión y, a la vez, con tanta rudeza que la mujer sentía que estaba en el mismo cielo. Era la primera vez que experimentaba hacer el amor de esa manera, donde no sabía si gritar o llorar de tanta sensación. No hicieron el amor una vez ni dos, sino tres veces. La mujer quedó exhausta.
Mientras ella dormía tranquilamente, él se dedicó a observarla. Luego salió al balcón. La brisa fría lo arropaba y en ese momento deseó un cigarro, pero le había prometido a su padre dejar de fumar. Al entrar nuevamente a la habitación y acostarse a un lado de Victoria, la acercó hacia él. Sabía que ese momento se acabaría… y deseó con toda el alma que no fuera así.
Al día siguiente, cuando ella abrió los ojos, sintió como si un carro le hubiera pasado por encima, porque todo el cuerpo le dolía. Al intentar incorporarse, sintió un fuerte dolor en su parte íntima. Recordó la noche con Enrique… y vaya que ese hombre realmente era bien dotado. Cuando él escuchó un quejido, abrió los ojos rápidamente. Era ella intentando levantarse en la cama, y fue entonces cuando se dio cuenta de que había sido demasiado rudo. No pensó que una mujer de 36 años fuera tan experta.
La tomó de la mano y la llevó hasta el baño. Ella misma estaba sorprendida: no sabía que ese hombre podía ser tan tierno y tan atento. No era el mismo Enrique que había conocido. Incluso ese día estaba sonriendo, y no era la típica sonrisa de lado; ahora podía verle todos los dientes.
—Tienes que sonreír más a menudo, eso te hace ver angelical —le dijo ella.
Fue el piropo más tierno —y quizás el más cursi— que él había recibido en toda su vida. Eso hizo que soltaran una gran carcajada.
El teléfono de Enrique comenzó a sonar. El hombre salió deprisa del baño. Al mirar la pantalla vio el nombre: Melissa amor. No sabía si contestar o simplemente ignorar la llamada. Salió de la habitación y contestó.
—Hola, amor, ¿cómo estás?
Al otro lado de la línea había una voz chillona, intentando sonar romántica y tierna a la vez.
—Te he extrañado mucho…
Esa frase la había escuchado tantas veces que hasta llegó a sentirse mal por traicionar a la mujer que él decía amar. La mujer que había elegido tener en su vida. La mujer que siempre había estado para él.
—Muy pronto estaré contigo —dijo, cortando la llamada. Esta vez había sido más corta que las otras.
Enrique bajó al primer piso y allí encontró a Wilson y Andrés conversando genuinamente. A un lado estaba Vivian, con una sonrisa.
—Buenos días, señor Quintero.
—Buenos días, señorita. ¿Cómo está?
Vivian se sorprendió. Desde que lo conocía, siempre que lo saludaba él simplemente la ignoraba. Incluso Andrés levantó una ceja, y Wilson sonrió de lado.
—Wilson, tú te irás a ver qué es lo que mi padre necesita y me tendrás informado. Eres excelente en los negocios, igual que yo y mi padre, así que confío en ti.
—Eso me ofende —dijo Andrés sonriendo de lado—. Sabes que también confías en mí.
—Pero tú eres mi lado derecho.
—¿Cómo así, tu lado derecho? —preguntó Andrés.
—El lado bueno… el que necesito que siempre me recuerde cuando estoy equivocado.
—Como si me hicieras caso —replicó Andrés.
Wilson se levantó.
—Iré a empacar. Señorita Vivian, fue un placer conocerla. Espero que pueda conquistar a este hombre que ve aquí, aunque es muy insistente diciéndole que es un viejo y que usted es solo una niña. Pero estoy seguro de que siente algo por usted.
Andrés nunca se había sentido tan avergonzado. No podía creer que su amigo le estuviera haciendo eso delante de aquella mocosa. Mientras Vivian sonreía, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. Era lo que ella necesitaba: esperanza. El hombre siempre le había dicho que podía ser su padre…
Wilson se despidió de todos y se acercó a Enrique.
—Me encanta verte feliz. Tienes una mirada que hacía muchos años no veía en ti.
Desde ese día, Victoria y Enrique no se habían separado. Lo hacían todo juntos. Ella se sentía la mujer más feliz a su lado. Incluso de vez en cuando levantaba el rostro al cielo para pedirle a Dios y a su madre que él se quedara con ella. No había parte de aquella finca donde no hubieran hecho el amor… incluso en aquella cascada donde él la había visto por primera vez bañándose desnuda, pues era uno de los lugares favoritos de ambos.
Fabricio prácticamente se había convertido en un detective, siempre vigilándola. Cada vez que la veía sola, la amenazaba, aunque Victoria no se lo tomaba en serio. Él siempre decía que ese hombre la dejaría con una gran desilusión y que él estaría allí para cuidarla.
En un abrir y cerrar de ojos pasaron tres meses… y Enrique era quien no quería irse. Así fueron pasando los días, y cada día le ponía una excusa más a su padre.
Pasaron cuatro meses y Enrique ya tenía que volver. Mientras Victoria le empacaba la maleta, una lágrima rodó por su mejilla y Enrique la limpió con delicadeza, dándole un suave beso en los labios y prometiéndole volver.
El hombre había cambiado muchísimo. Ya no era aquel hombre serio que había llegado. Ahora sonreía más, y su mirada tenía un brillo distinto.
—No llores, bonita. Pronto vendré por ti. Tengo cosas que solucionar, pero cuando lo haga, te prometo que te irás conmigo.
Victoria quería confiar en esa promesa… así que decidió creer.
Mientras Enrique se subía al carro, Victoria estaba a un lado con Vivian esperando a que arrancara, pero el carro no lo hacía. Ninguna de las dos se movió. Enrique bajó del carro y la atrajo hacia él.
—Sabes que si sigues aquí no podré irme, porque no tendré el valor de dejarte.
Andrés, por otro lado, miraba a aquella chiquilla que no había perdido el tiempo para robarle un beso o para tirarse encima de él. Ni él mismo entendía de dónde sacaba la fuerza para no tomarla en sus brazos. Estaba en un mar de lágrimas. Él tampoco quería irse sin ella, pero no tenía el valor de confesarlo. Sentía que no la merecía… era un hombre de 42 años que ya había vivido demasiado.
No supo en qué momento sacó la valentía para también bajarse del carro y traerla hacia él. Y por primera vez no fue ella quien lo besó, sino él quien la besó a ella.
—No te preocupes. Volveré por ti… y te convertiré en mi esposa.
Era lo que ella siempre había querido escuchar. Y con esa promesa se quedó, mientras él volvía a subir al carro.
Enrique soltó a Victoria aun sin querer hacerlo y subió también al carro. Mientras el vehículo se alejaba, él levantó la mano… y Victoria trataba de aferrarse a esa promesa de que volvería.