DINASTÍA: Reinas Perdidas.

La noche había caído sobre Velado, extendiendo su manto oscuro salpicado de miles de estrellas brillantes. Un suave murmullo de viento recorría los pasillos de la caverna, llevando consigo el eco distante de la cascada. Luna, a pesar de su naturaleza luminosa y su amor por el día, a menudo encontraba una extraña paz en la quietud de la noche. Después de un día intenso de entrenamiento con Lyra, donde había perfeccionado sus movimientos evasivos y la manipulación sutil de la luz, sentía la necesidad de un momento de calma.

Mientras caminaba por los senderos menos transitados, su curiosidad la llevó a un rincón apartado de la caverna, un lugar que se abría al cielo nocturno. Era una especie de balcón natural, tallado en la roca, desde donde se podía contemplar la inmensidad estrellada. Y allí, de pie en el borde, con la silueta recortada contra el firmamento, estaba Orion.

Él, el maestro de las sombras, el más enigmático de los mentores, rara vez se dejaba ver fuera de sus lecciones con Nyx. Su presencia solía ser discreta, casi imperceptible. Pero aquí, bajo las estrellas, parecía más presente, aunque su postura seguía siendo la de alguien que prefería la soledad.

Luna dudó por un instante. Su timidez natural siempre la hacía cautelosa al acercarse a los demás, especialmente a alguien tan reservado como Orion. Sin embargo, la escena era tan hermosa, y la figura de Orion tan... pensativa, que algo en ella la impulsó a dar un paso.

—¿Orion?— murmuró, apenas en un susurro.

Orion se sobresaltó ligeramente, girando la cabeza. Sus ojos, que a menudo parecían tan profundos como la noche misma, se suavizaron un poco al verla.

—Luna— respondió, en un tono bajo y tranquilo, como el murmullo de un río subterráneo. —No te había oído—

—Lo siento si te he molestado— dijo Luna, sintiendo un leve rubor en sus mejillas. —Es solo que... este lugar es hermoso. Y... te vi aquí—

Orion volvió su mirada hacia las estrellas. —Sí, lo es. Es uno de mis lugares favoritos. La oscuridad de la noche, la luz de las estrellas... es un equilibrio perfecto—

Luna se acercó con cautela, deteniéndose a su lado, pero manteniendo una distancia respetuosa. Juntos, observaron el tapiz celestial.

—¿Te gustan las estrellas, Orion?—

—Me recuerdan que, a pesar de la oscuridad que a veces nos rodea, siempre hay puntos de luz— dijo él, su voz casi poética. —Y que incluso la oscuridad más profunda tiene su propia belleza, su propio propósito—

Luna asintió, comprendiendo. Sus propias inseguridades a veces la hacían sentir como si fuera una pequeña luz en un mundo inmenso, pero las palabras de Orion le dieron una nueva perspectiva.

—A veces... me siento un poco así— confesó Luna, bajando la mirada. —Mi magia es luz, pero a veces me siento tan pequeña, tan... tímida. No tan fuerte como Ignis, ni tan misteriosa como Nyx—

Orion la miró, y por primera vez, Luna sintió una calidez inusual en su mirada.

—Tu luz, Luna, es una de las fuerzas más poderosas que conozco— dijo suavemente. —Es la luz que cura, que guía, que da esperanza. No necesita ser ruidosa o imponente para ser fuerte. A veces, la luz más suave es la que más perdura. Y tu timidez... es parte de tu encanto, no una debilidad. Te hace más real, más... accesible—

Las palabras de Orion la sorprendieron. Nadie le había hablado así antes, con tanta gentileza y comprensión. Sintió un nudo en la garganta, una mezcla de gratitud y una emoción que no podía nombrar.

—Gracias, Orion— murmuró, sus ojos brillando —Eso... significa mucho para mí—

Hubo un breve silencio, roto solo por el suave murmullo del viento. Luna sintió un impulso repentino, una necesidad de extender una parte de su propia luz hacia él, de darle un poco de la calidez que él le había ofrecido. Con una valentía que no sabía que poseía, extendió su mano y, con delicadeza, tomó la de Orion.

La piel de Orion era sorprendentemente suave, y su mano, aunque más grande que la suya, no se sentía fría, sino reconfortante. Él no la retiró. En cambio, sus dedos se cerraron suavemente alrededor de los de ella, un gesto apenas perceptible, pero que para Luna significó el mundo. Era un toque de conexión, de comprensión mutua que trascendía las palabras.

Una chispa, no de magia, sino de algo más profundo, pareció encenderse entre ellos. No era el fuego ardiente de Ignis, ni la sombra envolvente de Nyx, sino una luz suave y constante, como las estrellas que los observaban. En ese momento, bajo el vasto cielo nocturno, Luna sintió que había encontrado un alma afín en el lugar más inesperado. La timidez no había desaparecido por completo, pero ahora estaba acompañada de una nueva sensación de confianza, un lazo inesperado que la unía al misterioso maestro de las sombras.

Orion apretó ligeramente su mano, y una pequeña sonrisa, apenas visible, curvó sus labios. —No hay de qué, Luna. Siempre es bueno recordar que no estamos solos en la oscuridad—

Lo que Luna y Orion no sabían, mientras sus manos se entrelazaban bajo el manto estrellado, era que su encuentro no era una simple casualidad. Era el primer susurro de una antigua profecía, una que había permanecido dormida en los anales de Vesperia, esperando el momento justo para despertar.

En lo más profundo de la Gran Biblioteca de Vesperia, oculta entre pergaminos centenarios y textos olvidados, existía una crónica conocida como "El Canto de los Eclipses". Pocos la habían leído, y menos aún comprendido su significado. Hablaba de un tiempo de grandes desafíos para Vesperia, un momento en que la oscuridad amenazaría con consumir toda luz, y la luz, a su vez, podría volverse cegadora en su desesperación.

En ese momento de desequilibrio, la profecía anunciaba:

*Cuando la Luz Sanadora, pura y gentil, encuentre su reflejo en el Velo Sombrío, profundo y enigmático, sus esencias se entrelazarán. No como dos opuestos que luchan, sino como dos mitades de un todo ancestral. La Luna Oscura nacerá, no como un presagio de fin, sino como el equilibrio perfecto entre la claridad y el misterio. Su unión no será de poder, sino de entendimiento; no de conquista, sino de armonía. En ellos residirá la clave para restaurar el equilibrio perdido, para desvelar los secretos que ni la luz sola ni la sombra por sí misma podrían comprender. Juntos, serán el alba y el crepúsculo, la guía en la penumbra y el refugio en el fulgor.*

La timidez de Luna y el misterio de Orion no eran barreras, sino los cimientos sobre los cuales se construiría este lazo único.

A medida que Luna y Orion se alejaban de ese rincón estelar, cada uno con una nueva sensación de conexión en su corazón, el universo mismo parecía ajustar sus hilos. Sin saberlo, habían dado el primer paso hacia la realización de una profecía, una que no solo cambiaría sus destinos, sino el de toda Vesperia. Su unión, forjada en la sutileza de un toque y la profundidad de una mirada, sería la clave para el equilibrio que el mundo anhelaba...