Laura Díaz y Felipe Núñez parecen tenerlo todo: un matrimonio de cinco años, la riqueza y el prestigio que él ha construido como empresario. A los ojos de todos, son la pareja perfecta. Sin embargo, detrás de la fachada, su amor se tambalea. La incapacidad de Laura para quedar embarazada ha creado una fisura en su relación.
Felipe le asegura que no hay nada de qué preocuparse, que su sueño de ser padres se hará realidad. Pero mientras sus palabras intentan calmar, la tensión crece. El silencio de una cuna vacía amenaza con convertirse en el eco que destruya su matrimonio, revelando si su amor es tan sólido como creían o si solo era parte del perfecto decorado que han construido.
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Capitulo X Un trofeo enjaulado
Punto de vista de Damián
Al caer la noche, fui a mi habitación. Se suponía que mi esposa estaría esperándome, pero el silencio me recibió. No estaba. Fui a buscarla a su antigua habitación, pero tampoco estaba allí. Pasé por el cuarto de Zoé y la encontré, sentada en una silla, leyéndole un cuento a mi hija. Laura se veía tan tranquila, tan serena, que casi olvidé la furia que me consumía.
—Hola —susurré, con la voz grave, para no despertar a Zoé.
—Hola —respondió ella, cerrando el libro. Su voz, aunque suave, estaba cargada de cansancio.
—Salgamos. Tenemos que hablar.
Laura se levantó con cuidado. Besó la frente de Zoé, la arropó, y luego salió de la habitación. Yo la seguí.
—¿Qué pasa? —preguntó, su voz agotada.
—Desde hoy dormirás en mi habitación.
—Ese no fue el trato. Dijiste que no me forzarías a nada.
—Y no lo haré. Pero somos esposos. Para el mundo, somos una pareja real, y no quiero que mis empleados murmuren. —Mi voz era un susurro frío.
Laura se resignó. Había pagado una fortuna para salvar a su familia. Ahora era dueña de su vida, y yo era dueño de la suya. La llevé a mi habitación, donde ya se encontraban sus pocas pertenencias.
—Mañana iremos al centro comercial —dije con firmeza.
—¿Es necesario que te acompañe?, — pregunto cabizbaja.
—Compraremos los que necesitas. — respondí tajante.
—Tengo lo necesario aquí, no necesito nada más. — respondió con arrogancia.
—Sí, lo necesitas. Mi esposa no puede andar por ahí como una mujer simple. — fui más arrogante que ella.
—No le veo el sentido. Nunca salgo de esta jaula. —Su voz era una mezcla de tristeza y rabia.
—Mis órdenes no se discuten —dije, y el aire de la habitación se enfrió.
—Y yo te digo que no usaré cosas que no necesito. No me gustan las joyas ni las cosas caras. Me gusta la comodidad, y no pienso discutirlo —respondió, su arrogancia me hizo perder la paciencia.
Acorralé a Laura contra la pared. Mi cuerpo presionó contra el suyo, y la frustración que sentía se convirtió en una amenaza silenciosa.
—Harás lo que te digo. Tú misma te vendiste a mí para pagar la deuda de tu familia. Ahora obedeces, sin chistar.
Entré al baño. Mi furia era un incendio que no podía controlar. La idea era ser amable, darle un regalo, pero su terquedad me hastió. No podía creer que ella, mí trofeo, mí peón en este juego, se atreviera a desafiar mí autoridad. Esa mujer, con su tristeza y su fuerza, lograba sacarme de mis casillas.
El vapor del baño llenó la habitación, y con él, la furia que me había consumido comenzó a disiparse. Me quedé frente al espejo, la imagen de un hombre que no reconocía. Había prometido no ser un monstruo, pero frente a ella, esa promesa parecía desvanecerse. Mi terquedad, su rebeldía... era un ciclo vicioso en el que ambos estábamos atrapados.
Salí del baño y la encontré sentada en el borde de la cama, la espalda recta, los hombros tensos. Un silencio pesado se instaló entre nosotros, un eco de la discusión que acabábamos de tener. Me di cuenta de que ella no me tenía miedo, me despreciaba. Y ese desprecio me dolía más que cualquier golpe.
—Laura... —comencé, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta.
Ella no me miró. Su mirada estaba fija en la pared, como si estuviera viendo a través de ella.
—Sé que te sientes atrapada —dije, mi voz más suave de lo que esperaba. —Sé que crees que eres un trofeo.
—No creo, lo sé. Tú mismo lo dijiste.
Me acerqué a ella, mis manos temblaban, algo que no me pasaba desde hacía años. Con la voz baja y temblorosa, le conté sobre mi esposa, sobre el atentado y la soledad en la que me había hundido. Al final, ella levantó su mirada, sus ojos llenos de tristeza.
—¿Y qué tiene que ver tu tragedia con la mía? —preguntó.
—No somos tan diferentes. Ambos somos el resultado de un trauma. A ambos nos arrebataron lo que más amábamos. La diferencia es que yo tenía el poder para destruir a mis enemigos, y tú no.
Esa noche, no nos acostamos juntos, pero tampoco lo hice solo. Por primera vez en seis años, alguien me escuchó. Le hablé de Zoé y del miedo que sentía de no ser un buen padre, de mi incapacidad de conectar con ella. Y ella, con una paciencia que me desarmó, me escuchó, sin juzgarme.
Esa noche, entendí que no era un trofeo, era algo más. Era mi salvavidas.
La mañana llegó rápido, Laura se encontraba dormida a mi lado, realmente era hermosa no entendía cómo Felipe la pudo despreciar y dejarla por la mujer con la que estaba ahora. Con o sin hijos yo no dejaría que ella se escapara de mis manos.
Despacio me levanté de la cama para no despertarla, fui a la cocina y ordene que prepararán el plato favorito de Laura, era una forma de disculparme por mi mala actitud de anoche.
Después de dejar todo listo en la cocina volví a la habitación, Laura ya no estaba en la cama, me acerqué al baño, ella estaba ahí. Respire aliviado sentándome en la cama. Empecé a revisar mi teléfono buscando información sobre mi matrimonio con Laura y los resultados eran los que esperaban, los titulares decían: "La hermosa Laura Díaz contrajo matrimonio con el magnate Damián Miller mostrándose como la pareja perfecta", había una foto de los dos donde Laura salía realmente hermosa, fue una de esas pocas fotos donde ella salía sonriendo. Empecé a ver los comentarios y muchos eran felicitándonos y en otros señalaban el error de Felipe en haber dejado libre a una mujer tan inteligente y bella por una tonta que no sabía ni dónde estaba parada.
Este era el tipo de comentarios que me interesaban, conociendo a Felipe debía estar furioso, ya que estaba quedando como un imbécil y eso era algo que su ego no le podía permitir. De repente la puerta del baño se abrió y la imagen más bella que jamás vi se apareció frente a mí, Laura llevaba solo una toalla cubriendo su cuerpo, está no era tan larga dejando al descubierto sus perfectas piernas, además su cabello aún estaba goteando y el carmesí de sus mejillas se había intensificado mucho más.
—Pensé que habías salido, — susurro apenada.
—No podía dejar a mi esposa sola en nuestro primer día como marido y mujer. — dije acercándome a ella despacio.
—Iré a cambiarme...
La detuve agarrándola por la cintura, —estás perfecta así, — dije acariciando la piel de su hombro desnudo. La sentí estremecer ante mi toque. —¿Por qué tiemblas?, ¿me tienes miedo o te gusta mi cercanía?
—No te temo, pero tampoco me gustas...
Calle su boca besando sus dulces labios, al principio se resistió un poco, pero después se dejó llevar por mis caricias aceptando y correspondiendo a mis besos.
—Por favor detente. — su voz suave me hizo detener.
—Hoy no serás mía, pero sé que te gustan mis besos y eso es una buena señal.
Deje que se fuera a cambiar, no quería presionarla a tener intimidad conmigo. Solo tenía que tener paciencia y restaurar su lastimado corazón.