En esta vida parece que el mundo te protege, pero... eres la única que no sabe lo que pasó en la vida anterior, podrás perdonar o será muy tarde para hacerlo.
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Cap. 10 Sangre de Dragón puro
Con cuidado, se deslizó en la cama y rodeó a Dely con sus brazos, enterrando el rostro en su cabello. Olía a lavanda y brasas dormidas, como siempre.
Pero Dely, entre dormida y despierta, gruñó:
—Dragón despreciable... —su voz era áspera por el sueño, pero no menos furiosa—. No me toques. Vete con tu prometida, que ya sé que anda por aquí. ¿O qué, me usas a mí de diversión mientras ella no ve? —sus pequeños puños golpearon su pecho suavemente, aún desvanecida por el sueño.
Elian no se inmutó. Sabía que esa ira era solo el reflejo de su orgullo herido.
—Los Dragónes no tenemos contratos matrimoniales, pichoncita —susurró, sonriendo contra su su frente—. Shania solo me usa para escapar de un matrimonio peor.
Dely intentó zafarse, pero el cansancio y el calor de su cuerpo la traicionaron.
—Mentiroso... —murmuró, aunque su voz perdió fuerza. El calor del cuerpo de ese hombre la hacía sentir segura, más relajada y hasta feliz.
—Tranquila —él acarició su brazo, sintiendo cómo las venas de ella pulsaban bajo su tacto—. Nadie te lastimará. Sus dedos acarician sus muñecas tocando el suave calor que sale de sus venas, ella es simplemente perfecta.
Ella quiso replicar, pero el sueño la venció. Se durmió con el ceño fruncido, como una niña enfadada.
Elian la observó un momento más. Sabía que no confiaba en él. ¿Cómo iba a hacerlo? Los Dragónes habían sido los verdugos de su familia. Pero también sabía otra cosa:
Cada vez que se acercaba, el corazón de Dely latía como un tambor de guerra. Y esa noche, mientras dormía, sus mejillas aún estaban teñidas de rojo. Le dio un suave beso en su pequeño puchero, con delicadeza, era uno de varios besos que le robaba mientras ella dormía.
Deli soñó con un reinado tranquilo, en un gran trono, con un par de niños, uno niña y otro niño, ellos la miran sonrientes y ve felicidad en sus lindas caritas, pero ella contempla el retrato de un hombre haciéndola derramar lágrimas, un sueño triste, que le rompió el corazón.
*_*
El Gran Salón de los Clanes bullía con murmullos tensos. El Juez de Almas, flanqueado por sus acólitos de ojos vacíos, escuchaba con falsa paciencia las explicaciones de los representantes del Clan Brown sobre sus "pociones inocentes". Todo era una farsa, por supuesto. Todos en esa sala sabían que los mismos Jueces habían usado alquimia siglos atrás para ganar guerras.
Mientras tanto, en los pasillos…
Dely, disfrazada impecablemente como Yled, caminaba junto a Gisela, cargando un montón de pergaminos que olían a tinta y menta. Dos acólitos del Juez la interceptaron.
—Pequeño señorito —dijo el más alto, con una sonrisa que mostraba dientes amarillos—. Necesitamos ayuda para llevar unos... libros sagrados.
Sus manos sudorosas ya se extendían para tocar su brazo cuando Gisela tosió discretamente. Con un rápido movimiento se interpuso entre ellos con pretexto de ayudar a Yled a tomar los documentos.
—Lo siento, santos hermanos —dijo Dely, ahuecando la voz para sonar juvenil—. El Rey Dragón espera estos documentos. Ya saben como es, no tiene paciencia —dijo Yield con falsa preocupación.
Pero los hombres insistieron, apartaron a Gisela de inmediato, abalanzándose sobre el jovencito, sus miradas lascivas lo decían todo. No se aguantaron corriéndole las manos por la espalda, los hombros, demasiado cerca de su cuello…
Gisela salió disparada. Solo un nombre importaba ahora: Elian.
Gisela llegó al gran salón y se acercó a Elian haciendo varias reverencias, pero la cara de pánico de Elian los decía todo, Elian al enterarse casi estalla de ira.
Elian llegó como un huracán de músculos y furia. Los pasillos temblaron cuando sus garras (humanas, solo de nombre) se cerraron en los cuellos de los acólitos.
—¿Qué creen que están haciendo? —rugió, estrellando sus cabezas entre sí antes de dejarlos caer como sacos rotos. Se giró hacia Dely, tomándole el rostro con manos que minutos antes habían destrozado huesos.
—¿Te hicieron daño? —preguntó, voz ronca por la rabia contenida. Sus manos recorrían su delicado rostro con devoción. Dely negó, apartándose con un escalofrío. No por miedo a él, sino a lo que sentía cuando esos dedos la tocaban.
—S-Solo fueron... insistentes... —tartamudeó, fingiendo la voz quebrada de un adolescente asustado.
Elian no se convenció. Sus ojos azules como el cielo recorrieron su rostro, y luego barrieron su cuerpo en busca de magulladuras.
—Nadie te toca —susurró, tan bajo que solo ella lo oyó—. Nadie —esas palabras hicieron que Dely se emocione como nunca, se sonrojó de inmediato. Solo Serafín y Jonier la cuidan así, pro cuando Elian lo decía la hacía sentir que el cielo y la tierra le pertenecían.
El Juez de Almas, informado por un testigo casual, se relamió mentalmente. El Rey Dragón, que ignoraba a su prometida Shania, protegía con ferocidad a un simple asistente. Demasiada ferocidad. Un hombre como ese no le da importancia a nimiedades, eso quiere decir que ese niño es más que interesante en su juego de muerte.
—Preparen el Hierro Estrellado —ordenó a sus guardias—. Y vigilen a ese jovencito.
*_*
Las reuniones entre los clanes se aceleraban, el juez de Almas andaba por todo lado queriendo buscar el mal, pero parecía ser bloqueado todo el tiempo, Elian era el culpable, sabía lo que revisaría de antemano y eso acorralaba al hombre cruel. Ese día en particular las cosas cambiaron y nadie sabe si para bien o par mal.
Las grandes puertas del salón se abrieron con un crujido que heló la sangre incluso a los más valientes. El Clan Grau ingresó en formación perfecta, sus túnicas plateadas ondeando como niebla bajo la luz de las antorchas. Iban rezagados, sí, pero su llegada cambió el aire de la sala al instante.
Eran conocidos como los Pacificadores, el único clan capaz de: Ver los dones de otros desde la infancia (incluso los ocultos por pócimas o hechizos). Calmar conflictos con solo una mirada (aunque nunca intervenían directamente). El líder, un hombre alto de cabello blanco y ojos sin pupila, avanzó hacia el centro. Su voz resonó sin necesidad de gritar:
—Hemos visto el fuego que se avecina —Todos entendieron: no hablaba de guerras comunes, sino de algo peor.