Dimitri Volkov creció rodeado por la violencia de la mafia rusa — y por un odio que solo aumentaba con los años. Juró venganza cuando su hermana fue obligada a casarse con un mafioso brutal. Pero lo que Dimitri no esperaba era la mirada fría e hipnotizante de Piotr Sokolov, heredero de la Bratva... y su mayor enemigo.
Piotr no quiere alianzas. Quiere a Dimitri. Y está dispuesto a destruir el mundo entero para tenerlo.
Armas. Mentiras. Deseo prohibido.
¿Huir de un mafioso obsesionado y posesivo?
Demasiado tarde.
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Capítulo 10
Territorio de Guerra
La noticia llegó como una bomba al amanecer.
Demitre se había embarcado con la tropa de élite enviada para reforzar el frente de guerra en el Cáucaso.
Misión especial. Confidencial.
Y bajo órdenes del alto mando… sin el aval de Alexei.
El Dom júnior de Rusia estaba sentado a la mesa de reuniones con los líderes del cartel cuando Nikolai le susurró al oído:
— Se fue con tus hombres.
Está camino al campo de batalla.
Alexei se congeló.
El vaso en su mano se agrietó.
— Repite — dijo, con la voz baja.
— Demitre. Se embarcó. Vuelo militar. Nadie de nuestro sector lo sabía. Usaron a tus soldados, pero fue orden del Ministro directamente.
Los ojos de Alexei se oscurecieron.
— ¿Quién autorizó eso?
— Fue Iván. Tu padre también firmó.
Silencio.
Alexei se levantó de la mesa, con la mirada fría como el hielo.
— Reunión terminada.
— Pero Alexei, tenemos—
— AHORA.
Todos salieron. Menos Nikolai.
— Señor… ¿qué haremos?
Alexei giró lentamente el anillo negro en su dedo. Un tic nervioso que solo aparecía cuando estaba a punto de explotar.
— Se fue sin decirme.
Sin mi permiso.
Con mis hombres.
Los ojos de Alexei brillaron con algo más profundo que celos.
Miedo.
No era solo el control lo que estaba en riesgo. Era la vida de Demitre.
Y la idea de perderlo — sin poder impedirlo — lo consumía.
En el campo militar, días después…
Demitre se sentía más vivo que nunca.
Lejos de las miradas de Alexei. Lejos de sus trampas. Lejos de su voz, de sus toques…
Y aún así, más cerca del infierno.
El campo era brutal. Frío.
Los gritos a lo lejos, los disparos, la tensión constante.
Pero allí, entre los soldados, se sentía igual. Libre.
— Tú eres Petrov, ¿no? — dijo uno de los soldados, ofreciéndole una botella de agua.
— Sí. ¿Y tú?
— Antón. Uno de los perros de Mikhailov. Pero, entre nosotros, no me gusta mucho el jefe.
Demitre sonrió.
— ¿En serio?
— Él es el tipo que le gusta controlarlo todo. Nunca he visto a un hombre tan enfermo por el poder.
Demitre rió, pero algo en su pecho se apretó.
Alexei era exactamente eso.
Enfermo. Obsesivo. Posesivo.
Pero… suyo.
Del otro lado del mundo, Alexei pateaba muebles y rompía objetos dentro de la oficina.
Iván intentaba mantener la calma.
— Él es adulto, Alexei. Tiene derecho a luchar.
— ¿Con mis soldados? — rugió. — ¿Usar mi nombre? ¿Sin consultarme?
— Tú no eres el Dom. Todavía no.
Alexei se giró lentamente. La mirada mortal.
— Entonces conviérteme.
Ahora.
Iván se quedó en silencio.
— Esta guerra… — Alexei dijo, bajo — …es el único lugar donde no puedo protegerlo.
Y él lo sabe.
Él quiere lastimarse.
Él quiere castigarme.
Iván suspiró.
— Tal vez solo quiera ser libre.
Alexei lo miró fijamente, y por un instante, el brillo en la mirada cambió.
— No existe la libertad cuando se pertenece a alguien.
Y Demitre me pertenece.
En la noche siguiente, Demitre recibió una llamada encriptada.
Él contestó. Y por tres segundos, el silencio del otro lado del mundo congeló su sangre.
Entonces, la voz.
— Vas a volver.
Demitre cerró los ojos.
— Alexei…
— Voy a buscarte. O voy a mandar a todos mis hombres para traerte. Pero tú no te quedas ahí.
— Estás exagerando. Es solo una misión.
— No existe “solo” cuando estás lejos de mí.
No sabes lo que me haces… saber que estás en ese lugar, rodeado de armas, por hombres… sin mi presencia.
Demitre se quedó callado. El corazón desbocado.
— Esto no es amor — murmuró.
— Claro que no — Alexei respondió. — Es locura. Y ella tiene tu nombre.
El frío cortaba la piel como navaja en aquella noche en el frente.
Demitre estaba de vigía, los ojos atentos en la oscuridad, el arma firme en las manos enguantadas.
— Cambia conmigo, Petrov — dijo Antón, su compañero de barraca.
— Ya falta poco para que el turno termine. Aguanto.
Pero antes de que la conversación continuara, una explosión rompió el silencio.
Seca. Próxima.
Real.
El suelo tembló.
— ¡ATAQUE! — alguien gritó a lo lejos.
En segundos, los sonidos de disparos llenaron el campo.
Demitre corrió. Gritó. Buscó cobertura.
Era caos puro — humo, gritos, disparos viniendo de todos lados.
Uno de los soldados a su lado cayó.
Demitre se tiró detrás de un camión blindado, intentando mantener la cabeza en su lugar.
Pero entonces, una sombra apareció entre las llamas.
Un tirador enemigo.
El arma apuntada directo hacia él.
Sin tiempo. Sin defensa.
Y fue en ese exacto instante que algo explotó a pocos metros del enemigo.
Una ráfaga viniendo de un dron. Precisa. Mortal.
Salvadora.
Demitre miró al cielo.
Arriba, un pequeño vehículo aéreo hacía la curva.
Un dron militar ruso.
— Esto no fue de nuestro comando… — susurró Antón, al acercarse.
Demitre frunció el ceño.
Horas después, ya en el refugio, el comandante del pelotón entró con la radio en manos.
— Petrov, llamada cifrada. Prioridad Alfa. Directo de Rusia.
Demitre tomó el aparato.
— ¿Aló?
La voz que respondió era como veneno caliente bajando por la garganta.
— Ahora lo entendiste — dijo Alexei, calmado. Frío.
— Fuiste tú… — Demitre susurró. — Aquella explosión… aquel dron…
— Mandé vigilar cada paso tuyo. Mandé refuerzos invisibles. Rastreé tu ubicación en tiempo real.
— ¿Me… estás vigilando?
— Estoy protegiendo lo que es mío.
Puedes odiarme. Puedes negarlo. Puedes correr. Pero vas a seguir vivo.
Porque nadie además de mí tiene el derecho de quebrarte.
Demitre cerró los ojos, apoyando la frente en la pared del refugio.
— Esto es locura…
— Es amor. El mío.
Y el tuyo… todavía está luchando para aceptarse.
Silencio.
Alexei respiró hondo del otro lado de la línea.
— Vuelves a casa la próxima semana. Ya me encargué de eso.
— Tú no mandas en mí.
— Mando.
Pero voy a dejar que sigas creyendo que tienes elección.
La línea se cortó.
Demitre permaneció parado, la radio aún pegada a la mano.
Allá afuera, los sonidos de la guerra continuaban.
Pero la guerra real… acontecía dentro de él.
Entre la razón y el deseo.
Entre el odio… y la obsesiva necesidad de Alexei.