Una luna perdida. Un alfa maldito. Una marca que arde más fuerte que la sangre.
Cuando el reino de Nyra Veyra cae ante la brutal invasión de los clanes lobo, ella se convierte en botín de guerra. Sin títulos, atrapada en un templo de piedra, solo le queda su cuerpo… y un fuego desconocido que empieza a despertar bajo su piel.
Pero hay algo que ni ella ni su captor esperaban:una Marca antigua arde en su vientre. Una conexión salvaje la une a Varkhan, el alfa más temido del norte.
Y él está dispuesto a reclamar lo que el destino le ha entregado. Con placer. Con sangre. Con colmillo.
Entre rituales, deseo y magia dormida, El Alfa y su Presa es una novela de romance oscuro, brujería ancestral y erotismo salvaje, donde el mayor enemigo no siempre es el que te encierra… sino el que arde dentro de ti.
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Capítulo 10 – El nombre del fuego
La luna llena se alzaba sobre el templo como un ojo inmenso y plateado.
Todo estaba preparado.
El círculo de piedra había sido limpiado, purificado con agua de río y hierbas sagradas. Las antorchas ardían con una llama azulada, diferente a cualquier fuego que Nyra hubiera visto antes. Una docena de lobos custodiaba el perímetro, en forma humana o transformada, todos en completo silencio.
Esa noche, el aire estaba cargado. Cada respiración sabía a poder.
Nyra esperaba en el centro del claro, vestida con una túnica blanca tejida con hilos de luna y ceniza. Mairen la había vestido en privado, sus manos temblorosas, su voz apenas un susurro.
—Estás a punto de decirle al mundo quién eres —le había dicho—. No solo su luna. También su guardiana. Su bruja.
Ahora, ante todos, Nyra no temblaba.
A su izquierda estaba Varkhan, imponente, con el torso descubierto, la Marca del Alfa brillando en su piel. A su derecha, Mairen sostenía un cuenco de ónice lleno de ceniza negra. Frente a ella, un altar de piedra tallado con símbolos antiguos que resplandecían poco a poco, como si despertaran.
Kate, Samuel y los demás observaban en círculo, y entre los presentes se encontraba también Cassian, vigilado, pero libre. Sus ojos no contenían rabia esta vez, sino una mezcla de temor… y algo parecido a respeto.
Mairen alzó la voz, clara y firme:
—La sangre ha hablado. La luna ha regresado. Y con ella, el fuego de las antiguas hechiceras. Esta noche, el clan de la Llama Eterna reconoce a Nyra como su luna. Como su hechicera. Como portadora del poder.
El silencio fue absoluto.
—Nyra de la sangre dormida, ¿aceptas el lazo que une la magia a la manada? ¿Aceptas la Marca del fuego y la responsabilidad de guiar, defender y encender lo que el olvido intentó apagar?
Nyra respiró hondo. Sus ojos buscaron los de Varkhan. Él asintió, despacio. Y entonces ella habló:
—Acepto. En cuerpo, en sangre y en espíritu.
Mairen la miró con un brillo reverente.
—Entonces, toma tu nombre.
La guardiana hundió los dedos en la ceniza negra y la marcó sobre la frente de Nyra. Un círculo. Una espiral. Un rayo. La ceniza brilló como oro fundido, y el aire a su alrededor se encendió.
Nyra gritó.
No de dolor. Sino de poder.
Su cuerpo se alzó del suelo por unos segundos. Sus ojos se volvieron completamente blancos. El viento se arremolinó. Las piedras vibraron. Los árboles del bosque inclinaron sus copas.
—La has despertado —susurró Mairen, retrocediendo—. Has despertado el nombre.
Cuando Nyra descendió, su piel brillaba como si llevara luz líquida por dentro. Abrió los ojos y, por un instante, todos vieron en ella a las Guardianas que habían muerto hacía siglos. Y también algo nuevo. Algo salvaje.
El fuego de las antorchas cambió de color. Rojo, luego blanco. Luego dorado.
Varkhan se acercó y la tomó de la mano.
—Nyra, luna del clan de la Llama Eterna —dijo en voz alta—. Hechicera nacida del dolor y la sangre. Te reconozco. Te protejo. Y te amo.
Entonces la besó.
Ante todos.
Y nadie se atrevió a objetar.
Después de la ceremonia, la celebración comenzó. Bailes tribales, tambores, vino, carcajadas. Pero Nyra y Varkhan no se quedaron.
Caminaron juntos hasta la cascada oculta, donde los reflejos plateados jugaban sobre la superficie del agua.
—¿Cómo te sientes? —preguntó él.
—Diferente. Entera. Fuerte.
—Lo eres.
Nyra lo miró, sonriendo.
—¿Me amarás también si lo que hay dentro de mí se descontrola?
Varkhan le acarició la mejilla.
—Sobreviví al vacío. Sobreviví a Serelis. Sobreviví a la guerra. Si te vuelves fuego, yo arderé. Si te vuelves hielo, yo temblaré contigo. Lo que no haré… es alejarme.
Ella lo abrazó. No por miedo. Sino por puro deseo de permanecer. Y en el murmullo de la cascada, el eco de su nombre nuevo flotó como una promesa.
Nyra, hija del fuego. Bruja de la llama eterna. Luna de un alfa que no conoce el miedo.