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Fernando López: La Elección de un Hombre

Fernando López: La Elección de un Hombre

Status: Terminada
Genre:Mafia / Matrimonio arreglado / Amor eterno / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:0
Nilai: 5
nombre de autor: Tânia Vacario

FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.

NovelToon tiene autorización de Tânia Vacario para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 9

Elena permaneció unos instantes parada, observándolo. Su corazón se oprimió. No lavé la ternura en sus gestos, ni siquiera la mínima delicadeza.

Apenas frialdad y desprecio.

—Fernando... —intentó nuevamente, dando algunos pasos en dirección a él. Su voz era suave, casi un susurro. —Sé que... que tal vez no estés feliz con todo esto, pero yo esperé tanto...

Él se giró lentamente, los ojos cargados de cansancio e irritación. Delante de él estaba su esposa, aún en el vestido de novia blanco, un rostro angelical, pero no era el rostro de Valéria.

—Espera lo que quieras, Elena. No voy a tocarte.

Las palabras cayeron sobre ella como una sentencia. Por un instante, no supo cómo reaccionar. Sintió el rostro arder, era como si todos los sueños que cultivara hubieran sido expuestos y rasgados delante de sí.

—Pero... estamos casados ahora —murmuró, con la voz embargada.

Fernando rió, pero fue una risa amarga.

—Casados sí. Pero ese matrimonio es una mera formalidad impuesta por mi abuela y por intereses que no me conciernen. No significa nada para mí.

Ella llevó las manos al regazo, apretando los dedos uno contra otro.

—Yo... esperé por ti por años —confesó, en un hilo de voz—. Sabía que podía conquistarte...

—¿Conquistar? —interrumpió él, otro sorbo al whisky—. Elena, puedes ser linda, joven, bien educada, pero mi corazón no está aquí. No insistas en algo que no va a suceder... jamás.

Las lágrimas comenzaron a surgir en sus ojos, pero Elena respiró hondo. Desde niña había aprendido a controlar las emociones, a esconder el dolor detrás de una postura elegante. No sería ahora, delante de él, que dejaría traslucir su fragilidad.

Ella alzó el mentón, sosteniendo la mirada de él con firmeza.

—Si este matrimonio es una inversión para ti, entonces que sea la mejor inversión que hayas hecho.

Fernando arqueó la ceja, sorprendido con la osadía de ella. Pero no respondió. Se giró nuevamente hacia el balcón y permaneció allí, bebiendo en silencio, como si quisiera apagar el mundo entero a cada sorbo.

Elena caminó hasta la cama y se sentó en el borde.

Lo observaba desde lejos, el cuerpo iluminado por la luna, el rostro marcado por sombras que lo tornaban aún más misterioso. En el fondo, ella sabía que no sería fácil.

Conquistar a un hombre quebrado, que aún cargaba el peso de un amor perdido y la presión de la familia, sería una tarea ardua.

Pero Elena no era del tipo que desistía. Había pasado 10 años soñando con aquel día y no se dejaría abatir por el primer rechazo.

Mientras él continuaba en el balcón, perdido en sus propios demonios, Elena cerró los ojos por un instante.

Se imaginó nuevamente niña, acostada en la cama, abrazada a la almohada que besara tantas veces en secreto. Ahora, la almohada tenía un rostro, un cuerpo y un alma atormentada.

Y ella sabía, con la certeza inquebrantable de la juventud, que un día conseguiría alcanzar aquel corazón cerrado.

—Buenas noches, Fernando —dijo, con la voz firme, acostándose en la cama, sobre los pétalos de rosas, con su vestido de novia.

Él no respondió. Apenas continuó bebiendo, mirando hacia la noche como si buscase respuestas que jamás encontraría en el fondo de una botella.

Y así, entre la esperanza silenciosa de Helena y la renuencia marcada de Fernando, tuvo inicio la primera noche de aquel matrimonio.

......................

El silencio de la mañana era casi insoportable. Los primeros rayos de sol atravesaban las cortinas pesadas del cuarto principal de la mansión López, reflejándose sobre los detalles dorados de la decoración. Elena despertó despacio, los párpados pesados, aún pegados por el agotamiento de la noche anterior.

Su cuerpo dolía, no de cansancio físico, sino de la espera frustrada.

Aún estaba vestida de novia.

El corpiño blanco de seda y encaje apretaba, el velo arrugado caía por el lateral de la cama, como si fuera un símbolo de abandono.

El cabello, cuidadosamente arreglado en la noche anterior, ahora estaba deshecho, y algunos mechones se pegaban al rostro marcado por lágrimas silenciosas.

Se sentó despacio, mirando alrededor. El cuarto parecía inmenso, frío, impersonal.

La cama de matrimonio, que debería haber sido el espacio de la unión, era ahora un palco de soledad. No había señales de Fernando.

El traje de él no estaba tirado en rincón alguno, los zapatos no estaban abandonados por el suelo, no había olor a cigarrillo o a perfume masculino.

Solo ella.

El corazón de Elena se oprimió. Parte de ella aún esperaba que, al abrir la puerta del baño encontraría a Fernando saliendo arreglándose la corbata, tal vez cansado, pero presente.

Sin embargo, el baño estaba vacío, las toallas secas, y el aire sin vapor.

Elena se levantó con dificultad, el vestido pesado como una prisión. Ella prácticamente se arrastró hasta la puerta, abrió despacio y miró por el corredor silencioso. Ningún movimiento, ningún seguridad, ningún criado de la casa.

Ella dio algunos pasos por el corredor.

—Fernando... —llamó en voz baja, casi implorando. Nadie respondió.

Quería quitarse aquel vestido. Necesitaba un baño... comer algo.

Fue cuando decidió retornar para el cuarto que una de las criadas, Carmem, una señora de mediana edad que servía a los López hacía décadas, apareció con una expresión afligida.

—Niña Gutiérrez... digo, señora López —dijo con tono respetuoso, pero cargado de pena—. El Señor Fernando partió aún de madrugada.

Elena sintió como si el suelo huyese bajo sus pies.

—¿Partió? —repitió, incrédula—. ¿Para dónde?

Carmem vaciló. No quería herir más aún a aquella niña. Si pudiera, le daría un buen correctivo al niño Fernando. La noviecita parecía salida de una película de terror. Pensó rápidamente en una buena excusa.

—Negocios. Fue lo que dijo el secretario Raúl. Y antes de salir, dejó órdenes para que yo cuidara de la señora —la mujer mintió sin avergonzarse.

Carmem vio nítidamente cuando la joven señora dejó los hombros "caer" en desánimo. Sí, el niño Fernando merecía una buena paliza. ¡Aquella niña aún estaba con el vestido de novia! O él no cumplió su obligación, o Dios tenga piedad de él, pues ella misma arrancaría sus orejas si él osó lastimar a la niña...

—Venga, señora. Yo la ayudaré con el vestido.

Elena se dejó conducir para el interior del cuarto, intentando apegarse a una única frase:

"Él dejó órdenes para que yo cuidara de la señora".

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