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"¿Qué pasa cuando la fachada de galán encantador se transforma en un infierno de maltrato y abuso? Karina Sotomayor, una joven hermosa y fuerte, creció en un hogar tóxico donde el machismo y el maltrato doméstico eran la norma. Su padre, un hombre controlador y abusivo, le exige que se case con Juan Diego Morales, un hombre adinerado y atractivo que parece ser el príncipe encantador perfecto. Pero detrás de su fachada de galán, Juan Diego es un lobo vestido de oveja que hará de la vida de Karina un verdadero infierno.
Después de años de maltrato y sufrimiento, Karina encuentra la oportunidad de escapar y huir de su pasado. Con la ayuda de un desconocido que se convierte en su ángel guardián y salvavidas, Karina comienza un nuevo capítulo en su vida. Acompáñame en este viaje de dolor, resiliencia y nuevas oportunidades donde nuestra protagonista renacerá como el ave fénix.
¿Será capaz Karina de superar su pasado y encontrar el amor y la felicidad que merece?...
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Una clase extraña...
Karina siguió a la morena esbelta por el pasillo hasta una habitación decorada con un gusto marcadamente femenino. La mujer caminaba con seguridad, sus caderas moviéndose con una gracia que intimidaba a Karina. Al llegar, abrió la puerta con un suave clic y la invitó a entrar con un gesto de la mano.
La habitación estaba ambientada en tonos fucsia y lila. Las paredes tenían un acabado aterciopelado, y cortinas semitransparentes colgaban de los ventanales, filtrando la luz que entraba desde afuera. En el centro, justo frente a una cama amplia con sábanas de satén, se encontraba un escritorio moderno, donde descansaba una laptop encendida. Parecía un espacio pensado para el trabajo, pero todo el entorno sugería otro propósito.
En una esquina destacaba un diván con forma de letra "M", cubierto de terciopelo negro. Junto a él, había una colección de juguetes sexuales meticulosamente organizados, algunos en vitrinas iluminadas, otros sobre estantes flotantes. A un lado, un exhibidor mostraba disfraces eróticos: desde uniformes de enfermera hasta lencería de encaje con arneses de cuero.
La morena tomó un control remoto y presionó un botón. De inmediato, las luces del techo cambiaron a tonos neón tenues: púrpura, azul eléctrico, rosa cálido. El ambiente adquirió una atmósfera íntima, casi como la de un club nocturno exclusivo.
Karina tragó saliva. No se sentía para nada cómoda con la situación. Su estómago se retorcía y sus manos empezaron a sudar.
—Cariño, tu primera clase empieza aquí y ahora —dijo con cinismo la voz masculina, aunque aún melodiosa de Juan Diego. Karina lo miró confundida, con el ceño fruncido.
—No entiendo, cielo… —dijo ella con timidez, frotándose las manos por la ansiedad.
—Tranquila, cariño. Deja que todo fluya… y pronto lo entenderás —respondió él con una sonrisa suave. Luego, se inclinó hacia ella y depositó un beso casto en sus labios.
La morena se acercó por detrás de Juan Diego y lo rodeó con sus brazos. Lo besó en la mejilla, y luego en la boca, con descaro, mientras él permanecía sentado junto a su esposa.
Karina sintió una punzada de celos y un dolor inexplicable le atravesó el pecho.
—¿Por qué tienes que besarlo? —preguntó en voz baja, apenas audible.
La morena se giró hacia ella, con una expresión serena, casi maternal.
—Tranquila, bonita. Es parte de la clase. Tú solo observa… y aprende —dijo con una tranquilidad que a Karina le resultó abrumadora, casi ofensiva.
—Karina —intervino Juan Diego—, lo mejor para tener una sexualidad plena… es estar dispuesta.
La morena asintió, acariciando el cabello de Juan Diego con dulzura.
—Si quieres sorprenderlo —continuó—, debes besarlo sin que te lo pida. Tócalo sin que lo espere. Eso lo alentará a continuar… a abrirse contigo… a desearte más.
Karina bajó la mirada, atrapada entre la incomodidad, la inseguridad y una curiosidad tímida que se abría paso entre sus emociones.
—Sabes —dijo la morena con voz suave pero firme, mientras se acercaba a Karina—, a los hombres poderosos, exitosos y guapos como Juan Diego les gustan las mujeres desinhibidas al momento de hacer el amor.
Su tono era casi didáctico, como si estuviera impartiendo una lección.
—Que tu primera vez haya sido dolorosa es normal —continuó—. Todas las mujeres pasamos por eso. Ven, acompáñame… Ponte uno de estos.
Se dirigió al exhibidor y seleccionó un disfraz provocador de conejita, con encaje negro, orejas en una diadema, ligas y un pequeño pompón en la parte trasera.
—Eso es… Este te quedará perfecto.
Las manos de Karina temblaban visiblemente. Su rostro estaba encendido de vergüenza y confusión. Miró a su esposo con ojos suplicantes, buscando algo de compasión, una señal de que esto podía detenerse. Pero Juan Diego solo asintió con la cabeza, con una calma que la desarmó aún más. Luego, se sentó en el sofá de terciopelo, cruzando una pierna sobre la otra con una actitud serena, casi contemplativa.
Karina tragó saliva. Sentía un nudo en la garganta. La morena, con una sonrisa gentil, se acercó y deslizó las manos por los brazos de Karina, instándola a quitarse el sencillo vestido que llevaba puesto.
—Vamos, cariño. Nadie te va a juzgar aquí.
Karina se abrazó a sí misma, incómoda.
—Si usted me sigue mirando… le aseguro que no podré ponerme eso —dijo, su voz apenas un murmullo tembloroso.
—Está bien, me daré la vuelta para que puedas cambiarte —respondió la morena con una sonrisa comprensiva, girándose con gracia.
Con movimientos lentos, inseguros, Karina se quitó el vestido, dejando al descubierto su ropa interior. Luego, con manos temblorosas, se colocó el diminuto y provocador disfraz. El encaje se ceñía a su cuerpo como una segunda piel. Cuando la morena se volvió, la miró con satisfacción.
Juan Diego la observó desde el sofá. Sus ojos se encendieron de deseo. Karina lucía demasiado bella, demasiado perfecta. Justo lo que él necesitaba.
Sin decir palabra, la morena comenzó a desvestirse frente a ellos. Lo hizo con una soltura que a Karina le pareció inalcanzable, como si desnudarse fuera lo más natural del mundo. Una a una, dejó caer sus prendas al suelo, quedando completamente desnuda. Su piel brillaba bajo las luces neón. Luego, con la misma sensualidad, se puso un diminuto disfraz de felina: un conjunto de vinilo negro con orejas puntiagudas, cola y botas altas.
Se acercó a Juan Diego, y sin vacilar, lo besó. Lo hizo con hambre, con un deseo explícito que se apoderó del ambiente. Él respondió a cada uno de sus besos con igual intensidad. Sus manos se deslizaron por la espalda y las caderas de la mujer, acariciándola con descaro y posesividad.
Karina sintió cómo los celos le punzaban el pecho. Una mezcla de incomodidad, tristeza y confusión la inmovilizó. Quería hablar, pero las palabras no salían. Solo podía observar la escena frente a ella, muda, congelada, con el corazón latiendo con fuerza desbocada.
La pareja se besaba con descaro, con pasión, con una lujuria que llenaba la habitación de un aire espeso. En menos de cinco minutos, la camisa de Juan Diego fue a parar al suelo.
Frente a Karina se desarrollaba una escena pornográfica, en vivo y en directo, y ella no sabía qué hacer. Estaba clavada al suelo, como si sus pies se hubieran fundido con la alfombra. Su mente estaba en blanco, bloqueada. No sabía cómo actuar, qué decir, ni siquiera cómo respirar.
Lo único claro en su mente era que no estaba disfrutando, en absoluto, de la situación.
—Uf… ¿viste cómo se calienta a un hombre con rapidez? —dijo la morena bajándose de encima de Juan Diego, con un brillo de triunfo en los ojos—. Ahora hazlo tú.
—Yo… —titubeó Karina, con la voz apagada.
—Sí, tú. Es tu esposo, ¿no? Más ganas deberías tener tú que yo —replicó la mujer con una sonrisa burlona.
—Ven, cariño —ronroneó Juan Diego desde el sofá, su voz grave cargada de deseo—. No seas tímida… ven, que quiero tocarte, sentirte, besarte… Estás hermosa.
Karina dio unos pasos torpes hasta llegar a él. Su cuerpo temblaba. Juan Diego la tomó con fuerza por las caderas y la alzó sobre sus piernas con una brusquedad que la sobresaltó. La besó de forma demandante, posesiva, con una intensidad que la abrumó. Su lengua dominaba la de ella, sus manos recorrían su cuerpo con descaro, como lo habían hecho con la morena.
Karina no podía seguirle el ritmo. Le faltaba el aire. La mirada de la morena, que ahora se tocaba a sí misma con libertad mientras los observaba, la hacía sentir aún más vulnerable, más expuesta.
—Para… cielo, no me siento cómoda… me da vergüenza —susurró, con un hilo de voz.
Juan Diego apartó el rostro de ella, molesto.
—¡Ah! Tú y tus estúpidas excusas… Perfecto. Bájate. Solo observa.
Le hizo una seña a la morena, que se acercó sin dudarlo y volvió a montarse sobre él, con una sonrisa satisfecha.
El pantalón de Juan Diego cayó al suelo, junto con su ropa interior. La mujer se inclinó y le practicó sexo oral con una destreza casi mecánica, mientras él gemía sin pudor. Karina no pudo soportarlo más. Sintió una oleada de náuseas subir por su garganta. Corrió al baño y vomitó, con el corazón latiendo con furia. Sentía que se ahogaba, que todo su cuerpo era demasiado pequeño para contener tanto horror.
Pero entonces, la voz autoritaria de Juan Diego retumbó en el pasillo:
—¡Karina, vuelve ahora!
Obligada por el tono y el miedo, regresó a la habitación. Fue forzada a presenciar cada una de las cosas que su esposo hizo con la morena. Los dos terminaron sudados, cansados y jadeantes… mientras Karina permanecía helada, como si su alma hubiera abandonado su cuerpo.
No entendía, en lo absoluto, qué ocurría en esa habitación. No le cabía en la cabeza que un hombre pudiera usar una “clase” como esa para enseñar a su esposa cómo debía comportarse. ¿Eso hacían las parejas normales? Algo dentro de ella gritaba que no. Que eso no era amor. Ni cercanamente.
Una vez que los cuerpos y la respiración de Juan Diego y la morena volvieron a la normalidad, él le ordenó a Karina que se cambiara. Luego se fue a la ducha, moviéndose con tanta familiaridad por el lugar que parecía haberlo transitado muchas veces.
Meses después…
Cuatro meses de raro y tormentoso matrimonio habían pasado desde aquel día. Karina Sotomayor vivía junto a Juan Diego, un hombre controlador, manipulador, narcisista, machista y egocéntrico. No alcanzaban los adjetivos para describir todo lo negativo y tóxico que él representaba.
Juan Diego había impuesto una estricta rutina a su joven esposa. Cada paso, cada tarea debía cumplirse al pie de la letra. Si omitía algo, si cometía el más mínimo error, él enfurecía. El ciclo se repetía: de victimario a víctima, y quien siempre llevaba la peor parte era ella, la joven promesa de la arquitectura...