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El Precio de la Redención

El Precio de la Redención

Status: Terminada
Genre:CEO / Venganza / Aventura de una noche / Mujer poderosa / Mafia / Embarazo no planeado / Romance de oficina / Romance oscuro / Completas
Popularitas:4
Nilai: 5
nombre de autor: Amanda Ferrer

Luigi Pavini es un hombre consumido por la oscuridad: un CEO implacable de una gigantesca farmacéutica y, en las sombras, el temido Don de la mafia italiana. Desde la trágica muerte de su esposa y sus dos hijos, se convirtió en una fortaleza inquebrantable de dolor y poder. El duelo lo transformó en una máquina de control, sin espacio para la debilidad ni el afecto.

Hasta que, en una rara noche de descontrol, se cruza con una desconocida. Una sola noche intensa basta para despertar algo que creía muerto para siempre. Luigi mueve cielo e infierno para encontrarla, pero ella desaparece sin dejar rastro, salvo el recuerdo de un placer devastador.

Meses después, el destino —o el infierno— la pone nuevamente en su camino. Bella Martinelli, con la mirada cargada de heridas y traumas que esconde tras una fachada de fortaleza, aparece en una entrevista de trabajo.

NovelToon tiene autorización de Amanda Ferrer para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 8

Nueva York, 10:45 de la mañana, Mansión Blackwood

El sol de otoño se filtraba por las ventanas panorámicas de la Mansión Blackwood, cayendo sobre la sala de estar opulenta. La familia, el pilar de la Mafia Americana, se reunía para el brunch, y el ambiente era de tranquilidad doméstica.

El patriarca, el ex-Don Richard Blackwood, estaba en la alfombra persa, riendo mientras jugaba al escondite con sus dos nietos (hijos de Henry y Charlotte). Su esposa, la elegante Anna Blackwood, conversaba con la hija, Elizabeth (Liz), y la nuera, Charlotte, cerca de la chimenea encendida.

—La nueva galería de arte abrió en la Cuarta Avenida, Anna, deberías ver el cuadro que Charlotte compró —dijo Liz, sonriendo.

—Tienes un gusto impecable, Charlotte, pero espero que no hayas gastado una fortuna —respondió Anna con una sonrisa gentil.

—Claro que no, Anna, Henry me daría una charla sobre "activos tangibles" —bromeó Charlotte.

La conversación ligera fue interrumpida por el sonido pesado de la puerta de entrada abriéndose. Henry Blackwood, el actual Don de la Mafia Americana, entró. Su presencia era de acero, pero hoy, él exhibía una tensión inusual.

Henry había vuelto de un viaje de negocios a Europa con una semana de anticipación. Charlotte, percibiendo la rigidez en sus hombros, fue inmediatamente al encuentro del marido.

—Amor, ¿qué pasó? —Ella colocó la mano en el brazo de él—. ¿Por qué volviste de Italia tan temprano?

Henry se quitó el abrigo, tirándolo a un asistente que ya esperaba, su rostro estaba endurecido.

—Italia, Charlotte, es un infierno absoluto.

La familia quedó en silencio. Richard paró de jugar y observó al hijo.

—¿Qué hubo allá, Henry? —Richard preguntó, con la autoridad silenciosa del antiguo Don.

Henry pasó la mano por el cabello. —Hay personas muertas esparcidas por todas partes, padre, de Milán a Nápoles, parece que eran miembros de la Mafia Italiana que traicionaron al Don. Los cuerpos fueron mutilados de formas que harían incluso a nuestros hombres sentir náuseas.

—¿Mutilados? —Liz se asustó.

—Sí, y en cada local hay una advertencia —Henry tomó un vaso de whisky puro—. Los cuerpos tenían mensajes dejados en plazas públicas, en los puertos algo como: "Nadie toca lo que es del Don de la Cosa Nostra".

Anna frunció el ceño. —Esa es una demostración de poder excesiva, Henry.

—Es una demostración de furia y posesión, Madre, la furia de un hombre que fue traicionado y desrespetado en el más profundo nivel —Henry bebió un sorbo largo.

—Uno de mis soldados allí escuchó una conversación, parece que la esposa del Don fue secuestrada, golpeada, abusada sexualmente y está en el hospital, pero mis soldados no saben la historia real, son solo chismes del submundo.

Liz, que tenía una aversión particular a la violencia contra mujeres, un dolor que ella conocía bien desde el trauma de haber sido drogada en una fiesta, resultando en relaciones sexuales que ella no recordaba bien y, más tarde, en el embarazo de sus hijas gemelas, frunció el ceño con profundo disgusto.

—Hermano, ¿conoces al Don de Europa? ¿Quién es él?

Henry sacudió la cabeza. —No lo conozco, no sé ni su nombre, él comanda toda Europa Occidental y Oriental, creo que él tampoco me conozca. Nosotros tenemos hoteles esparcidos en Europa y nunca implicaron con nosotros—. Pero él está limpiando su casa, Liz, y esa limpieza envió ondas de choque por toda la Mafia del Viejo Mundo.

Traición de Consigliere, robo de secretos de su farmacéutica... y el abuso de su mujer.

Richard intervino, su voz seria. —Él está reafirmándose, Henry. Es la única manera de un Don sobrevivir a la traición. Pero esa demostración... es personal.

—Es personal de más, es por eso que yo volví —Henry miró a la familia, la preocupación en sus ojos.

—El hombre que hizo eso... es un predador que no va a parar hasta tener todo lo que él considera ser suyo de vuelta. Y él está con rabia, el tipo de rabia que puede desestabilizar los negocios en todo el continente.

Charlotte apretó la mano del marido. —¿Eso nos afecta?

—Si esa furia se esparce, sí —respondió Henry.

—Él hizo una declaración brutal y ahora, sabemos que, en Europa, la posesión del Don debe ser respetada.

Y la lección que él enseñó a sus traidores... es una que todos nosotros deberíamos recordar.

El silencio en la Mansión Blackwood ahora era pesado, cargado con el peso de las noticias de una masacre distante. La furia del Don enfurecido resonaba en Nueva York, recordando a todos que, no importa cuán lejos estuvieran, las reglas de la Cosa Nostra eran siempre escritas en sangre.

El brunch en la Mansión Blackwood había terminado, pero la tensión traída por Henry aún pairaba en el aire. Henry y su padre, Richard, estaban ahora en la biblioteca, un santuario de cuero y madera oscura donde los asuntos más delicados de la familia eran discutidos.

Henry estaba cerca de la chimenea, la misma rigidez aún en sus hombros. La conversación sobre la masacre en Italia había reacendido otra preocupación, más íntima y dolorosa.

—Padre, —Henry comenzó, su voz baja y controlada.

—¿Hay alguna noticia... del hombre que pasó la noche con Liz?

Richard estaba sentado en un sillón de cuero, hojeando un periódico que él no estaba realmente leyendo. Él bajó el periódico, encontrando la mirada del hijo.

—No, no tenemos el nombre de él, Henry, lo que sabemos es que él no hace parte de nuestra organización.

—¿Y las investigaciones?

—Las filmaciones de la discoteca muestran a uno de nuestros soldados colocando la droga en la bebida de Liz —Richard suspiró, el desapontamiento pesado en su tono—. La intención de él era pasar la noche con ella.

Una traición deplorable, pero la ambición de él paró por ahí, por lo que parece.

Richard apretó el mentón. —El hombre que salió de la discoteca con Liz es otro y ese hombre... Él y Liz pasaron por todos los puntos ciegos que ella sabía usar. Los puntos de vigilancia desactivada, ella sabía exactamente por dónde ir para no ser notada. Por eso no sabemos quién es él, Henry, él desapareció.

En ese momento, Liz entró en la biblioteca, como si hubiera sido convocada por sus pensamientos, ella estaba elegante, pero había una melancolía discreta en sus ojos. Ella caminó hasta la ventana, observando el jardín.

—No necesitan hablar sobre eso susurrando, —Liz dijo, sin voltearse—. Yo oí.

Henry y Richard intercambiaron una mirada. Henry fue hasta la hermana.

—Liz, nosotros solo queremos que ese hombre pague lo que él hizo... fue inaceptable.

Liz pasó la mano sobre el vientre, un gesto cariñoso y protector, que acentuaba la discreta protuberancia de su embarazo de cuatro meses.

—Yo no tengo rabia de él, Henry, —ella dijo, volteándose hacia los dos hombres. La serenidad en su rostro era un contraste con la furia que ellos esperaban.

Richard se levantó, intrigado. —¿No tienes? Él se aprovechó de ti, hija.

—No sé si él se aprovechó, yo estaba drogada, era un estimulante sexual fuerte —Los ojos de Liz estaban distantes—. Él me dio mis hijas y lo poco que me acuerdo... él fue cariñoso, recuerdo de pocas cosas, pero recuerdo la gentileza en sus manos, recuerdo de él cubriéndome cuando terminamos, recuerdo de él preguntando si estaba doliendo, si tuviera él paraba, incluso yo siendo virgen.

Ella miró a Henry, la voz quedando un poco más firme.

—Si fuera Julián... o cualquier uno de nuestros soldados, el resultado sería otro, tengo certeza que él me habría lastimado. Tengo certeza que él me habría desrespetado de todas las formas, el padre de mis gemelas no hizo eso, se preocupó y cuidó de mí cuando nosotros terminamos.

Henry cruzó los brazos, la rabia disminuyendo para una confusión cautelosa.

—¿Estás defendiendo a un extraño que se acostó contigo sin tu consentimiento total, Liz?

—No estoy defendiendo el acto, estoy aceptando la consecuencia —Liz afirmó—. La consecuencia más linda de mi vida, yo no quiero que él sea cazado, Henry, por el contrario. Si él es quien yo recuerdo, un hombre... gentil... él probablemente no sabe que estaba drogada.

Richard asintió lentamente, procesando la perspectiva de su hija.

—Ella tiene razón, Henry —Richard miró al hijo mayor—. Su hermano intentó de todo, pero Heitor no encontró ninguna ligación de ese hombre con nuestro soldado, él lo interrogó, Julián actuó solo y murió por causa de eso.

—Él no es un monstruo —Liz apretó las manos—. Él es el padre de ellas.

—Muy bien, Liz —Henry finalmente cedió, con un suspiro pesado—. Por ahora, él continúa siendo una sombra. Pero si él resurgir y amenazar a ti o mis sobrinas... él se torna mi problema.

Liz asintió, un alivio sutil cruzando su rostro, ella sabía que la decisión no era final, pero era lo suficiente para proteger, por ahora, la tenue y misteriosa memoria del hombre que le diera sus hijas. El hombre que, incluso en medio a la oscuridad de la traición y de las drogas, había sido cariñoso.

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