César es un CEO poderoso, acostumbrado a tener todo lo que desea, cuando lo desea.
Adrian es un joven dulce y desesperado, que necesita dinero a cualquier costo.
De la necesidad de uno y el poder del otro nace una relación marcada por la dominación y la entrega, que poco a poco amenaza con ir más allá de los acuerdos y transformarse en algo más intenso e inesperado.
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Capítulo 8
El domingo pasó como una mancha. Adrian fue a hacer algunas reparaciones en la cafetería de Mara. Ella intentó pagarle, pero terminaron acordando que los arreglos que él hizo se pagarían con almuerzos durante dos semanas. Él sabía que no valía todo lo que había hecho, sin embargo, Mara insistió y también preparó una lonchera bien nutritiva para que se la llevara a casa y cenara.
Mara era una mujer luchadora y que conocía a Adrian desde que era niño. Sabía que él ya había pasado por muchas cosas y ahora, con el tratamiento de Amanda, ella veía cuánto el joven estaba haciendo más de lo que podía soportar.
El lunes llegó. La alarma sonó a las seis, pues no necesitaba despertarse en el horario antiguo, ya que su hermana le prohibió ir a verla todas las mañanas.
Como ya estaba acostumbrado, a las siete marcó la entrada y cuando Bruno llegó, algunos informes ya estaban listos.
— Gracias, Adrian. Por cierto, a partir de hoy, no harás más horas extras.
El hombre lanzó esa bomba y ya se iba alejando, cuando Adrian lo abordó, aún atónito.
— Di-disculpa, ¿cómo así? ¿Hice algo mal?
El supervisor tardó algunos segundos en responder.
— Hasta donde sé, no... Pero recibí órdenes de no darte más horas extras. Si quieres trabajar más allá del horario, está bien, pero no ganarás nada más por eso.
Adrian se desesperó. Y, ahora, ¿cómo haría para pagar las cuentas del hospital y además el nuevo tratamiento? ¿De dónde iba a sacar los doce mil para iniciar el tratamiento? ¿Por qué le estaba pasando eso a él y justo en ese momento?
Respiró hondo e intentó concentrarse en las cosas que tenía que resolver, al fin y al cabo, no podía dar motivos para que lo despidieran y perder lo poco que ganaba.
Estaba tan concentrado que ni siquiera se dio cuenta de que ya era la hora del almuerzo, hasta que sintió un toque ligeramente familiar en su hombro.
César estaba parado detrás de él. El traje sobre el hombro izquierdo, mano en el bolsillo.
— ¿Aún trabajando? Pensé que ya sabías que no tendrás más horas extras...
— Es... lo supe... Solo... no vi que ya era la hora...
Incómodo, avergonzado por los recuerdos de lo que había hecho, se levantó torpemente y se fue alejando.
— Bue-bueno, yo-yo voy a almorzar...
César intentó decirle que lo llevaba, pero él se negó y salió casi corriendo del edificio. César se quedó parado, con una sonrisa enigmática en el rostro. Lentamente, se dirigió hacia la puerta de entrada y salida de la empresa, mientras silbaba una canción.
Adrian llegó a la cafetería, pálido y temblando como una vara verde. ¿Será que el hecho de no poder hacer más horas extras tenía alguna relación con lo que pasó el viernes? ¿Será que el CEO estaba detrás de aquello? ¿Pero por qué?
El muchacho mal pudo comer, pensando en cómo conseguiría otra forma de ganar dinero y para empeorar, recibió un mensaje del médico que cuidaba de su hermana, avisando que el pago de los doce mil debía hacerse hasta el viernes.
El corazón de Adrian se aceleró. Mientras trabajaba, en la parte de la tarde, fue invadido por una ola de sentimientos negativos, que comenzaron a hacer que sudara frío, sus manos y piernas temblaban, el aire le parecía faltar, la garganta se le secó, como si todo el líquido de su cuerpo hubiera sido drenado y un dolor agudo en su pecho comenzó a manifestarse.
Rápidamente, se levantó y fue hasta el baño de la empresa. Se lavó el rostro mientras intentaba recordar cómo respiraba. Caminó de un lado para otro, intentando contar mentalmente del cien hasta el cero. Pero se perdió más o menos en la mitad. Miró la pantalla del celular:
Cinco y cincuenta. Diez minutos más y podría marcar la salida y... "menos dinero para recibir... ¿Qué hago?", pensaba él. Sus latidos cardíacos estaban acelerados y el dolor continuaba. Él sabía que no era ningún infarto aquello, pero aún así era algo incómodo.
De repente, la notificación de un mensaje parpadeó en la parte superior de la pantalla de su celular. No reconoció el número ni la foto de perfil, hasta leer el mensaje.
Desconocido 📳¿Quieres ganar un extra hoy?
Desconocido 📳 El mismo servicio del viernes.
Él no conseguía pensar bien, pero... ¿Tenía alguna otra opción?
Adrian 📳 ¿Mismo valor?
La respuesta tardó algunos segundos en llegar.
Desconocido 📳 Sí.
Desconocido 📳 Te espero en mi oficina cuando todos se hayan ido.
Desconocido 📳🫦
Adrian sintió un escalofrío al ver ese emoji, para él, aquello no significaba buena cosa.
Intentó recomponerse lo máximo que pudo y volvió a su puesto de trabajo.
A las dieciocho horas y cinco minutos no había más nadie en el estacionamiento. Excepto él y el CEO.