—Divorciémonos.
La voz de Alessio Albrecht cortó el silencio como un bisturí, precisa y sin emociones. Ni siquiera se dignó a mirar al hombre que había sido su esposo durante ocho largos años. Frente a él, Enzo Volkov entrecerró los ojos, cruzándose de brazos con frialdad.
—¿Quieres separarte mi ahora?
Ocho años atrás, Alessio, quien no era el verdadero villano. Solo era un hombre que despertó atrapado en el cuerpo del antagonista de una novela BL escrita por su compañera de oficina. En ese mundo ficticio, su personaje era cruel, obsesivo y dispuesto a cualquier cosa para separar al protagonista de su verdadero amor.
Se enamoró de Enzo Volkov y lo obligo a comprometerse y contraer matrimonio con él. Finalmente, después de 8 años, su amor no fue correspondido, Y así, un día, harto del eco de su propia culpa y su amor no fue correspondido, solicitó el divorcio.
Un día sucedió un accidente. Un segundo de descuido. Un camión. Y entonces, la segunda oportunidad.
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07
Al llegar a la mansión, el imponente portón de hierro forjado se cerró tras ellos con suavidad. El auto se detuvo frente a la entrada principal, iluminada por cálidas luces doradas. Bajaron del coche en silencio, y apenas cruzaron la puerta, los recibió el siempre impecable mayordomo Louis.
A simple vista, Louis podría pasar por un joven Alfa de veintitantos, pero quienes conocían bien su historial sabían que ya rondaba entre los treinta. Alto, quizás de 1.88 cm, su porte era elegante y sereno. El cabello negro azabache caía con suavidad sobre su frente, perfectamente peinado, y sus ojos oscuros tenían un brillo firme y atento.
—Buenas noches, señor y jóvenes maestros —saludó Louis con leve reverencia, acercándose enseguida para tomar el abrigo del señor Adler.
El delta dominante entregó su prenda sin decir palabra, y Louis, con su eficiencia habitual, lo colgó en el perchero cercano.
—La señora Edith ya se encuentra en la recámara, señor —informó con voz tranquila.
Adler asintió con una leve inclinación de cabeza.
—Buenas noches a todos. Descansen —murmuró antes de desaparecer por el pasillo que conducía a las habitaciones.
Louis los observó marcharse, y tras una breve pausa, se volvió hacia Artem y Alessio.
—Con permiso, me retiro. Que tengan buena noche, jóvenes —dijo, con una pequeña sonrisa, antes de alejarse en dirección a sus aposentos.
Finalmente, la mansión quedó en silencio, con solo Artem y Alessio de pie en la sala. Sin necesidad de palabras, se dirigieron juntos a la cocina. Alessio cargaba con las cajas de la cafetería, el pedido que no alcanzaron a comer antes.
Encendieron las luces cálidas de la estancia y colocaron los postres en el microondas por unos minutos. El aroma a tarta de manzana pronto llenó el ambiente, cálido y nostálgico. Cuando estuvo listo, sirvieron las porciones con cuidado, junto a dos tazas de café con leche.
Se sentaron uno frente al otro, en la gran mesa de la cocina, sencilla pero elegante. El reloj marcaba el final del día, y aunque el cansancio empezaba a notarse, había en ambos una calma. Como si todo lo vivido hoy necesitara este último momento de silencio y azúcar.
El silencio que reinaba entre ellos, cómodo, pero denso, fue finalmente roto por la voz de Alessio.
—Artem… quería disculparme por lo que pasó en la pastelería —dijo con suavidad, bajando un poco la mirada.
Artem lo miró, desconcertado, ladeando un poco la cabeza.
—¿Disculparte? ¿Por qué? —preguntó con genuina confusión.
Alessio tomó un sorbo de su café con leche, dejando que el calor le ayudara a encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, habló con un suspiro.
—Por lo de Enzo —murmuró, luego hizo una pausa—. Ya no me casaré con él.
El desconcierto se desvaneció de inmediato en el rostro de Artem, reemplazado por una expresión de sincera alegría. Sus ojos brillaron y su sonrisa se expandió sin filtros.
—¡¿De verdad, hermano?!—exclamó con entusiasmo infantil.
Alessio no pudo evitar sonreír con ternura, asintió mientras se llevaba un trozo de tarta de manzana a la boca, masticó en silencio unos segundos, tragó, y luego soltó con una risilla.
—¿Te preocupaba eso?
Artem, al sentirse expuesto, frunció los labios en un puchero casi infantil. Sus mejillas se tiñeron de un rojo suave mientras miraba fijamente su taza de café.
—Sí, me preocupaba —murmuró, como si le costara admitirlo—. No quiero que mi hermano se case.
Esa confesión, sencilla y genuina, flotó entre ambos como una brisa ligera. Alessio lo observó en silencio, con ternura contenida.
Alessio soltó una risa suave y divertida, mientras negaba con la cabeza.
—Pero algún día me tendré que casar… y tú también —añadió, dándole un tono ligero a sus palabras—. Con la persona que ames, claro.
Artem frunció los labios aún más, reaccionando con infantil honestidad.
—No quiero —soltó con una mueca, apartando la mirada.
Aquella negativa, caprichosa y honesta, la sonrisa de Alessio se suavizó. Alargó la mano por encima de la mesa y acarició el cabello suave de Artem, como hacía cuando eran niños.
Mientras lo hacía, los recuerdos cruzaron por la mente de Alessio como destellos suaves. Él no era el hermano biológico de Artem. Lo supo desde hace años.
Había sido adoptado por los señores Albrecht cuando apenas tenía dos años cuando llegó a esa enorme casa, y fue acogido con amor por Edith y Adler. Una pareja noble y afectuosa que, tras muchos intentos fallidos por tener un hijo propio, decidió criarlo como suyo. Alessio había crecido rodeado de amor, nunca le faltó nada. Abrazos, cuentos por la noche, celebraciones por cada pequeño logro.
Recordaba también aquel día, cuando a los seis años, sus padres le anunciaron con alegría que tendría un hermano. Alessio, curioso y emocionado, había esperado impaciente conocer al bebé. Cuando vio por primera vez a Artem en los brazos de su madre, su pequeña vida pareció volverse aún más brillante.
Crecieron juntos, compartiendo juegos, comidas, peleas tontas, y tardes interminables. Pero eran distintos. Artem siempre había sido más sensible, más artístico. Le encantaba la música, pintar en silencio, y hornear junto a su madre. Alessio, en cambio, desde pequeño se interesó en el mundo empresarial, siempre siguiendo los pasos de su padre, como un pequeño polluelo que no quería perder de vista al ave que lo guiaba.
Aunque no compartían la misma sangre, los padres de ambos nunca hicieron distinción. Alessio fue elegido como heredero, no por imposición, sino por mérito, y sobre todo, por amor. Lo veían como a su hijo en todo el sentido de la palabra.
Sin embargo, cuando Alessio cumplió la mayoría de edad y descubrió oficialmente que no era hermano de sangre de Artem, todo cambió. La revelación le dejó un nudo extraño en el pecho, y en esa misma época, su relación con Artem comenzó a deteriorarse. Ambos se distanciaron sin saber cómo hablar del tema.
Años después, ya más adultos. El lazo, aunque maltratado por el tiempo y los silencios, seguía allí. Con paciencia, risa y recuerdos compartidos, se reconstruyó.
Por eso ahora, en esta nueva vida, en este mundo de novela, Alessio no se sintió incómodo al llevarse bien con Artem desde el principio.
Acariciando aún el cabello de su hermano, Alessio murmuró con ternura.
—No tienes que preocuparte por eso ahora.
Alessio retiró su mano con una sonrisa suave, observando a Artem con afecto. En su mente, ya tenía clara su misión; haría que Enzo y Artem volvieran a estar juntos. Sabía que, antes de regresar en el tiempo, él mismo había sido el causante de la separación entre ambos, justo por estas fechas. Una decisión impulsiva, tal vez movida por celos o un deseo. Ahora, con la oportunidad de corregir su error, sabía que debía actuar. Restauraría el curso natural de la historia, incluso si eso implicaba renunciar a lo que él mismo podría haber sentido alguna vez.
Sostuvo su taza de café con leche entre las manos y rió suavemente, como si un recuerdo cálido lo envolviera.
—Recordé cuando me perseguías de pequeño —dijo con una sonrisa burlona—, y le decías a mamá y papá que querías casarte conmigo.
Artem, quien daba otro sorbo a su bebida, casi se atraganta. Sus mejillas se encendieron como brasas y exclamó con voz ahogada.
—¡Hermano! —gritó en una mezcla de vergüenza y reproche.
—Eras tan adorable —añadió Alessio, con una mirada traviesa—. Tranquilo, no se lo diré a la persona con la que te cases en el futuro.
—¡Hermano, basta! —refutó Artem, medio escondiéndose tras su taza, el rostro rojo como un tomate.
Se levantó de la mesa con su taza vacía en mano, y al pasar por detrás de Artem, volvió a despeinar su cabello con una caricia.
Colocó la taza en el lavaplatos con calma, y al regresar, Artem aún no levantaba la cabeza.
—Descansa, Arty —dijo con una sonrisa serena, usando ese apodo que no pronunciaba desde hacía años.
Artem se quedó inmóvil por un momento, el rostro completamente sonrojado, con las manos apretando la taza y la mirada baja. Ese apodo. Hacía tanto que no lo escuchaba. Era como si una parte de su infancia, que creía enterrada, hubiera vuelto a la superficie de golpe.
Escuchó los pasos de Alessio alejándose por el pasillo. Solo entonces soltó un suspiro largo, resignado.
Sabía que los sentimientos que guardaba no podían ser compartidos. Que su corazón latía por alguien que veía en él solo a un hermano.
la pregunta es el es el de la novela cundo hizo que se separen o era el hermano original el que hizo que se separen ?