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Mi Sexy Tutor

Mi Sexy Tutor

Status: En proceso
Genre:Romance / Amor a primera vista / Profesor particular / Diferencia de edad / Colegial dulce amor / Chico Malo
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Alondra Beatriz Medina Y

Lucía, una tímida universitaria de 19 años, prefiere escribir poemas en su cuaderno antes que enfrentar el caos de su vida en una ciudad bulliciosa. Pero cuando las conexiones con sus amigos y extraños empiezan a sacudir su mundo, se ve atrapada en un torbellino de emociones. Su mejor amiga Sofía la empuja a salir de su caparazón, mientras un chico carismático con secretos y un misterioso recién llegado despiertan sentimientos que Lucía no está segura de querer explorar. Entre clases, noches interminables y verdades que duelen, Lucía deberá decidir si guarda sus sueños en poemas sin enviar o encuentra el valor para vivirlos.

NovelToon tiene autorización de Alondra Beatriz Medina Y para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Diego, drama y un cigarrillo

Estábamos cruzando la reja principal del campus, donde la ciudad nos recibía con su caos habitual. Los edificios altos reflejaban la luz del atardecer, y el aire olía a asfalto y comida callejera. Me encontraba a punto de contestar cuando algo me hizo detenerme. A unos metros, cerca de un coche negro brillante, estaba Kassandra. Su pelo platino brillaba bajo el sol, y estaba pegada a un chico que no es Nicolás. Lo reconocía vagamente: Diego, un tipo de último año que siempre estaba en las fiestas con una cerveza en la mano. Su pelo es de color castaño, y tiene una sonrisa de galán de telenovela y, en este instante, las manos firmemente plantadas en las nalgas de Kassandra mientras caminaban hacia el coche.

—Oh, por Dios —siseo Sofía, y se detuvo en seco—. ¿Ves eso? Kassandra no pierde el tiempo. Primero Nicolás, ahora Diego. ¿Es que colecciona trofeos humanos o qué?

—Es... descarada —dijo Marcos, con una combinación de diversión y sorpresa—. Pero, vamos, no es ninguna novedad. Kassandra es Kassandra.

—Kassandra es un problema —corrigió Sofía, mientras se cruzaba de brazos—. Observa cómo se pavonea. Y Diego, todo orgulloso, como si hubiese ganado la lotería. Qué patético.

Yo no dije nada, porque mi atención se encontraba en otra parte. Mientras Kassandra y Diego se acercaban al coche, con ella riéndose fuerte y él murmurandole algo al oído, mis ojos recorrían el estacionamiento. No sabía el por qué, pero estaba buscando a Nicolás. Es como si una parte de mí necesitaba saber si él estaba viendo esto, si le importa. Y entonces logré encontrarlo.

Estaba apoyado contra un poste, a unos metros de distancia, con un cigarrillo entre los dedos. El humo subía en espirales, y su pelo rubio brillaba bajo la luz del atardecer. Sus ojos azules, fríos como el hielo, estaban fijos en mí. No en Kassandra, no en Diego, no en el coche. En mí. Mi corazón dio un vuelco, y empecé a sentir un calor que no tenía nada que ver con el sol. Entonces, él sonrió. No era aquella sonrisa arrogante que siempre usaba en la cancha, sino algo más suave, casi curioso, como si supiese algo que yo no.

Gire la cabeza rápidamente, dirigiendo mi mirada al suelo como si de repente fuese lo más interesante del mundo. Mi pulso estaba disparado, y no comprendo por qué. Nicolás no es mi tipo. No es nada mío. Pero esa mirada, esa sonrisa... me dejaron descolocada.

—¿Lucía? ¿Estás con vida? —La voz de Marco logró sacarme de mi trance. Estaba caminando a mi lado otra vez, con Sofía a su izquierda, los dos todavía conversando como si no hubiese sucedido nada.

—S-sí, estoy aquí —balbuceo, y fuerzo una sonrisa—. Solo... distraída.

—Distraída, si claro. —Sofía me lanzó una mirada sospechosa—. ¿Qué viste? No me digas que era Kassandra otra vez. Te juro, si sigo viendo sus shows, voy a necesitar terapia.

—No, no era ella —mentí, aunque no sabía el por qué me sentía culpable—. Solo... nada, cosas mías.

—Ajá, cosas tuyas. —Sofía no se escuchó convencida, pero cambió de tema—. Oye, Marcos, hablando de la fiesta, ¿quienes más irán? Porque si es solo tu pandilla de siempre, me aburrire.

—Tranquila, va a haber variedad —contesta marcos, con un brillo en los ojos—. Gente de artes, de ingeniería, hasta unos de posgrado que prometieron traer un altavoz decente. Y, obvio, ustedes dos, las estrellas de la noche.

—Tú sí que sabes vender un plan —dijo Sofía, riéndose—. Pero, en serio, nada de chicos como Diego. O como Nicolás. No quiero lidiar con egos inflados

—Prometido —dice Marcos, elevando las manos—. Solo egos moderados, como el mío.

Me reí, pero mi cabeza seguía en aquella sonrisa de Nicolás. No comprendo que significó, si es que significó algo. Probablemente solo se encontraba aburrido, fumando su cigarrillo y observando a quien pasaba. Pero entonces, ¿por qué sentí que me veía a mí? Sacudí la cabeza, intentando concentrarme en la conversación.

Llegamos a la entrada del metro, donde la ciudad nos engulle con su ritmo frenético. Marcos se despidió con un abrazo rápido, prometiendo enviarnos los detalles de la fiesta por WhatsApp. Sofía y yo optamos por bajar las escaleras, compramos nuestros boletos y esperamos en el andén, rodeadas de desconocidos con auriculares y caras cansadas.

—¿De verdad te encuentras bien? —preguntó Sofía, mientras se apoyaba en una columna—. Estás rara desde que salimos.

—Me encuentro bien —insistí, aunque no sonaba convincente—. Solo cansada. Y... no lo sé, lo de la fiesta me da un poco de ansiedad.

—Lucía, relájate. —Sofía me puso una mano en el hombro—. Va a ser divertido. Y si no, nos escapamos y pedimos pizza en el piso. Trato hecho.

—Trato hecho —respondí, limitandome a sonreír a pesar de mi misma.

El metro llegó con un rugido, y nos subimos, apretujadas entre la multitud. Mientras el vagón avanzaba, observo mi reflejo en la ventana, apenas visible contra las luces del túnel. Pensé en Nicolás, en su cigarrillo, en su sonrisa. Pensé en Kassandra y Diego, en la fiesta de Marcos, en este día que parecía haber durado una eternidad. Y, sobre todo, pensé en mi cuaderno, aguardando en mi mochila, listo para tragarse todas las cosas que no sé pronunciar en voz alta.

Cuando logremos llegar al piso, lo voy a abrir. Voy a escribir algo, aunque no sea bueno, aunque no tenga sentido. Porque si no escribo, siento que voy a perderme en esta ciudad que jamás se calla.

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