En el 2010, dos años después de su receso a su tiempo, Anastasia, lleva una vida muy tranquila. De su casa a la universidad, en dónde daba clases, y de ahí de regreso.
todo se moviliza cuando recibe un sobre proveniente de florida, firmado por su hermana, en tiempo presente. Ana se siente un poco extraña con este hecho, sumado a un accidente, por el cual, vuelve a viajar, Pero está vez a 1989.
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CAPITULO 7: LA OFERTA
Capítulo 7: LA OFERTA
Val miró detenidamente a la joven y luego a su hermana.
—Es… —pronunció, y volvió a mirar a la chica—. ¿Tía?
Y Yoli, sin pensarlo, se echó a sus brazos.
—Esto es tan increíble… —dijo la chica mientras abrazaba a la mayor de sus sobrinas. Se apartó un momento, miró a Ana y la atrajo hacia ellas, abrazándolas a las tres.
Al rato, Ana se enderezó, miró a Rafael y fue directo a él.
—Ven aquí, bonita —dijo su cuñado, y la abrazó.
Con la excusa del reencuentro con su hermana y su tía, Ralf logró llevar a su esposa a casa para que descansara.
Iban los cuatro en el auto, atravesando los portones. Ralf frenó para que el guardia del barrio privado los abriera.
—Sí, señor… —respondió el hombre.
—Espera, no avances… —pidió Anastasia a su cuñado. Bajó la ventanilla para ver al guardia—. Hola, ¿se acuerda de mí? —preguntó.
El guardia la miró y luego miró a Ralf.
—Es mi cuñada —dijo él.
El hombre volvió a mirar a Ana.
—Lo felicito por su buen servicio —le dijo ella con una sonrisa.
El guardia tragó saliva.
—Gracias, señorita…
Entonces Ralf avanzó con el coche.
—De todas maneras, hay que admitir que este tipo hizo bien su trabajo: no podía dejar entrar a una desconocida —comentó.
Llegaron a una gran casa tipo chalet, con un parque enorme. Nada se parecía a la pequeña vivienda de su hermana en California.
Cuando bajaron, Ana notó que a su hermana le costaba moverse, así que la tomó del brazo para ayudarla.
—¿De cuánto estás?
—Casi ocho meses —respondió Val.
—¡Ocho meses! ¿Cómo hiciste para viajar?
—Mentí…
Del otro lado, Yoli también le sostenía el brazo, sin perderse nada de lo que había a su alrededor.
—Este parque es hermoso… —comentó maravillada, mientras entraban por la puerta.
—¿Te gustó, tía? Deberías ver lo que tenemos atrás… —respondió Val, llegando al sofá, donde su hermana la ayudó a sentarse.
—¿Qué hay? —preguntó Yoli, entusiasmada.
—Vamos, que te enseño —dijo Ralf riendo, mientras se dirigía a una gran puerta que daba al jardín.
La idea era dejar a las hermanas solas para que pudieran hablar.
Una vez sentadas en el sofá, Val le tomó la mano y miró hacia la puerta.
—¿Así que estás viviendo con los abuelos? —preguntó, y Ana asintió—. ¿Ella sabe algo…?
—No —respondió rápido—. Esas cosas son muy delicadas, no creo que sea conveniente que lo sepa. Podría provocar un quiebre en la línea temporal.
—Entonces tampoco sabe de papá… —dijo Val, y Ana volvió a negar—. ¿Los has visto?
—No… estamos de vacaciones en el norte…
—Es verdad, en esa época nos llevaban con ellos.
De repente, entró Yoli muy efusiva.
—¡Tienen dos perritos y un conejo! —exclamó.
—¡Qué bueno, tía!
—¿Y no viste el árbol lleno de pajaritos de colores? —preguntó Val.
Yoli miró a Ralf de nuevo.
—Vamos, que te llevo —dijo él, y salieron otra vez.
Ambas las miraron con una sonrisa.
—Parezco más la tía yo que ella… —comentó Ana.
—Sí, debe de ser porque es una niña…
Anastasia la miró y resopló.
—Val, ella no es la tía que recordamos.
—¿Cómo que no? Si ya está por ponerse de novia con el tío… ¿no?
—Y no sé cómo aún… —dijo ella, y Val la miró sin comprender—. Es retraída, vive encerrada, no habla con nadie.
—Eso no puede ser…
Ana se acercó para hablarle más bajo.
—El otro día fuimos a comprar el diario al puesto del tío y… por poco salió huyendo. Es más, tuve que hablar yo.
—Pero algo podremos hacer…
—No sé… Dijeron que hay una fiesta en el club del barrio, pero…
En ese momento, volvieron a entrar.
—¡Ana! —exclamó Yoli, sentándose en el sillón de enfrente—. Tienen pajaritos amarillos, verdes y azules.
—¿Azules? —preguntó Ana.
—En realidad, esos no son nuestros. Vinieron con la casa —aclaró Ralf, antes de sentarse también.
—¿Por qué eligieron acá para hacer la segunda parte? —preguntó Ana.
—Por presupuesto. Con la situación del país, aquí es más barato… entre otras cosas.
—Claro… —asintió ella con una sonrisa.
—Entre otras cosas… —repitió Ralf, pensativo.
Las contempló un momento antes de decir:
—Bueno… ya que Ana está aquí, podría tomar tu puesto en la película.
—¿Qué? —preguntó Ana.
—Pero yo aún puedo… —empezó a decir Val.
—Ni moverte puedes, cariño.
—Bueno, en realidad… —dijo Val—. Sos la mejor opción.
—Ustedes están locos… ¿Saben lo que me están pidiendo?
—Sí, se llama ayuda… —dijo Ralf.
—Pero ya saben cómo me fui. Ahí va a estar mi pasado… ¿ya entienden?
—Yo no… —terció Yoli.
—Bueno, ¿qué les parece si lo discutimos en la cena? —propuso Ralf, levantándose.
Ana y su tía se miraron.
—No creo que sea conveniente… —empezó a decir Ana.
—¿Puedo llamar a mis papás? —preguntó Yoli.
—Sí —respondió Val.
La chica tomó el teléfono que estaba sobre una mesita junto al sofá y marcó su número, mientras Ana y Val seguían discutiendo el tema.
—¿Mamá? —preguntó Yoli—. ¿Cómo está papá?
—Bien —respondió su madre—. Está descansando ahora, se cansó en el paseo.
—Bueno, mamá, quería preguntarte si puedo quedarme a comer en la casa de los nuevos, que también son los viejos jefes de Ana…
—Hija, pasame con Ana.
Yoli miró a su sobrina menor y le entregó el tubo del teléfono.
—Quiere hablar con vos.
Ana miró el teléfono en la mano de su tía, luego a su hermana, y lo tomó.
—Hola… Blanca…
—Te felicito por el trabajo, hija —dijo la mujer—. Asegurame que es seguro donde están.
—Claro, señora.
—Bueno, escúchame bien… tratá de distraerla. No vengan. Carlos no está bien, estamos en el hospital.
Ana miró a su tía y a su hermana.
—Sí… no se preocupe, señora.
Colgó.
—Bueno… creo que vamos a discutir lo del trabajo en la cena… —dijo con una sonrisa.
—¡Bravo! —exclamó Yoli, aplaudiendo feliz.
Ana la veía sonriendo, pero sus manos temblaban. Miró a su hermana, luego a la puerta que Ralf había dejado entreabierta. Afuera, la risa de Yoli se mezclaba con el canto de los pájaros, como si nada pudiera romper ese momento.
Pero Ana sabía que sí.
Su abuelo estaba en el hospital… y el reloj para volver a verlo seguía corriendo.
Al mismo tiempo, la propuesta de Ralf martillaba en su cabeza.
Entre salvar un recuerdo y enfrentar su propio pasado, sabía que no podía ganar en las dos batallas.
Y muy pronto, tendría que elegir.