UN LOCO MUNDO DE HOMBRES LOBO

Nor entró al toldo donde Leda cuidaba de Ikki.

—Luna… no ha comido aún. Le traje estas frutas.

—Gracias, Nor. —Leda sonrió apenas y devoró las frutas. No se había dado cuenta del hambre que tenía.

—Rina, la vidente, desea hablar con usted. Si puede ir a su toldo…

Leda dudó un momento.

—Está bien… llévame, por favor.

Nor la guió hasta la tienda sagrada. El aroma a humo y hierbas lo impregnaba todo. Allí estaba Rina, sentada sobre pieles, cantando en un idioma que Leda no comprendía. Los ojos de la anciana estaban en blanco.

—Siéntate —indicó, con una voz que no parecía humana.

Leda se sentó, incómoda, sintiendo el peso de algo que no podía explicar. Ella nunca creyó en nada: ni lobos, ni magia, ni dioses. Y ahora, frente a esa escena, sentía que la realidad se quebraba bajo sus pies.

Rina terminó el canto y, sin abrir los ojos, habló:

—Luna Leda… tu esposo humano necesita un entierro. Pero este es el mundo de los lobos, y aquí no conocemos rituales humanos. Su alma pide… que lo cremen.

Leda parpadeó, aturdida.

—¿¡Qué dices!? ¿Mi esposo… qué? ¡Estás bromeando!

Los ojos blancos la atravesaron como cuchillas.

—Soy vidente. Hablo con los que están dispuestos… y él lo está.

—¡Mentira! —gritó Leda, con la voz quebrada—. ¡No te atrevas a hablar de Ángel!

Las orejas de Rina se movieron apenas, como si escuchara algo que Leda no podía oír.

—Dice… que lo perdones. Por no darte la vida que soñaron juntos. Que habría querido ver el amanecer una vez más.

Las palabras la golpearon como un puñal. Leda se derrumbó. Las lágrimas brotaron sin control. Entonces lo sintió: un calor suave, amoroso, en la espalda. Una caricia invisible que la hizo temblar.

—Dice que te ama. Que tu destino ha cambiado. Que seas fuerte, como lo fuiste en tu mundo. Las cosas suceden porque el destino así lo quiso.

Leda sollozó con un gemido desgarrador.

—Ángel… mi amor… te extraño.

Un viento fresco le rozó el rostro. Y supo que era su despedida.

—Se va a su morada de paz, luna. Te amará siempre —susurró Rina.

Leda cerró los ojos, dejando que el dolor la atravesara como una lanza. Quiso morir allí mismo. Pero recordó sus palabras: “Lucha… como lo hiciste en tu mundo.”

Respiró hondo y se obligó a levantarse.

—¿Cómo hacen las ceremonias aquí? —preguntó, con la voz rota.

Rina la miró con ternura.

—Hacemos un canto, quemamos el cuerpo. Luego juntamos las cenizas o las dejamos al viento, para que el alma se libere.

Leda asintió. El corazón hecho trizas, pero firme.

Fue hasta el tronco donde yacía Ángel. Cuando Tom abrió la tapa, un grito de dolor arrancó del pecho de Leda. El cuerpo estaba frío,desgarrado, el pecho destrozado. La manada guardó silencio. Dejaron que llorara. Su aullido humano se mezcló con la pena ancestral del bosque.

En su tienda, Ikki abrió los ojos al oírla. Y sintió su dolor como si fuera propio. Se incorporó como pudo y aulló al cielo. La manada respondió, un eco de lobos que erizó la piel de Leda.

Rina se acercó.

—Comenzó el ritual, luna.

Leda asintió, temblando. Buscó entre la ropa de Ángel su celular, sus documentos. Milagrosamente, halló su bolso. Lo apretó contra el pecho como si allí estuviera su vida entera.

Luego, con manos temblorosas, colocó dentro del cuerpo de Ángel, sus tripas que sobresalían,unas flores, lo peinó, le acomodo sus ropas,lo besó en los labios por última vez.

—Te amo —susurró.

Tom lo cargó en sus brazos y lo llevó hasta el risco donde la hierba seca formaba una pira. El sol caía tras las montañas, tiñendo el cielo de rojo.

Rina alzó los brazos, su voz tembló como un trueno antiguo:

—Madre Tierra, Diosa Luna… encomendamos a ustedes esta gran alma. Ángel… hombre bueno, que amaba la vida. Llévenlo a su eterna morada de paz.

Leda sintió una mano firme en su hombro. Detrás, un aullido se elevó. Luego otro. Y otro. Toda la manada cantaba a la muerte.

Las llamas devoraron la madera. Y el fuego abrazó a Ángel, elevando chispas que parecían estrellas.

Entonces ocurrió algo imposible: luces de colores comenzaron a danzar sobre la pira. Hadas, pensó Leda, incrédula. Y entre la bruma vio una silueta… Ángel. Sonreía. A su lado, dos mujeres etéreas, hermosas como la luna.

Él la miró, le dedicó un último “te amo” con los labios. Y se fue, caminando hacia la luz.

Leda se secó las lágrimas. Sintió la mano que la sostenía y creyó que era Nor. Pero cuando giró, vio a Ikki. De pie. Envuelto en pieles. Herido, débil… pero con los ojos grises fijos en ella.

Sin decir palabra, la atrajo hacia su pecho y la abrazó. Leda se quebró por completo. Lloró en silencio, mientras él la sostenía con fuerza. Y, sin entender por qué, Ikki sintió que algo dentro de él ardía como esas llamas.