La Gordita Virgen

La clínica estaba desbordada. Una colisión múltiple a escasas cuadras del lugar había desatado el caos. Personal médico corría de un lado a otro, socorriendo heridos, cargando camillas, improvisando vendajes. Las ambulancias no daban abasto.

En medio del tumulto, entre quejidos, gritos y pasos acelerados, ocurrió algo tan sutil que pasó desapercibido: dos expedientes cayeron al suelo. La enfermera a cargo, absorbida por la emergencia, no lo notó. Pero sí lo hizo una niña de apenas cuatro años, de trenzas desordenadas y ojos curiosos, que se acercó, hojeó los documentos como si fueran cuentos, y con inocente desorden, intercambió sus hojas. Nadie la vio. Nadie sospechó.

Linda:

—Hola, buenos días. Mi nombre es Linda Rose. Tengo una cita con la doctora Gina Smith.

Enfermera (apurada):

—Sí, claro, pase... la doctora la está esperando.

La sala de consulta estaba bañada por el olor a látex y desinfectante. La doctora Gina Smith hojeaba un expediente con expresión cansada. Apenas alzó la vista cuando Linda entró.

Doctora Gina:

—Señorita, buenos días. Como puede ver, hoy todo es un caos. Pero ya está todo preparado para su procedimiento. Póngase la bata y recuéstese en la camilla, por favor. Tengo que atender una cesárea urgente, así que procederé de inmediato.

Linda (insegura):

—Disculpe, doctora... ¿esto va a doler mucho?

Doctora Gina (breve):

—Solo una pequeña molestia. No se preocupe.

Linda obedeció, sintiendo cómo el nerviosismo le subía por el estómago. Se cambió en silencio, se acostó, apretó los puños. Intentó respirar profundo. La bata le parecía de papel. Su dignidad, aún más frágil.

La doctora se lavó las manos, se colocó los guantes, y justo cuando se preparaba, sonó su teléfono con el tono de emergencia. Contestó sin dudar.

—Sí, estoy lista, solo termino aquí... sí, ya voy... cinco minutos.

Volvió al procedimiento. Tenía prisa. Tenía vidas que salvar. Pero esa urgencia le nubló la atención. No notó la tensión en el cuerpo de Linda, ni la expresión de desconcierto en su rostro.

Y entonces lo hizo. Introdujo el instrumento. Un leve temblor sacudió el cuerpo de Linda. Un sonido ahogado, mezcla de dolor y sorpresa, se le escapó. Nadie lo escuchó realmente.

Doctora:

—Listo, señorita. Vístase rápido. Tengo otra paciente esperando.

Linda se sentó lentamente. Algo dentro de ella no encajaba. Había sentido algo más que una simple "molestia". Pero no dijo nada. Se vistió en silencio. Salió de la sala como si todo fuera normal. Como si no acabara de ocurrir algo que marcaría su vida para siempre.

📱 Doctora (llamada):

—Enfermera, avísele a la señorita Raquel Brown que apenas llegue, se cambie y me espere en el otro cuarto para la citología. Tengo una cesárea urgente. No puedo tardarme.

Raquel:

—Hola, buenas. Mi nombre es Raquel Brown. Tengo cita con la doctora Gina Smith.

Enfermera:

—Sí, claro. Pase a aquel cuarto, se pone la bata y la espera en la camilla.

Raquel sonrió con nervios. Se sentía esperanzada. Hoy era el día. El primer paso hacia su sueño de ser madre. Se cambió con cuidado, se acostó y esperó.

Doctora Gina (entrando con prisa):

—Hola, soy la doctora Gina Smith. Le haré el procedimiento ahora. Disculpe la rapidez, tengo una emergencia. En un mes vuelve por los resultados, ¿sí?

Raquel:

—Claro, doctora. Gracias. ¡Estoy emocionada!

La doctora realizó la citología con la destreza de la rutina. Para ella, otro caso más. Para Raquel, el inicio de una nueva vida. O eso creía.

Al terminar, la doctora salió casi corriendo. La enfermera entró, recogió todo y comenzó a archivar.

Doctora (voz de fondo):

—Enfermera, los dos expedientes de hoy, póngales nombre a las muestras. Me olvidé de hacerlo. Uno es de Linda Rose, el otro de Raquel Brown. La muestra está en el consultorio número dos.

La enfermera, sin sospechar nada, tomó los papeles que estaban sobre el escritorio. No vio que dos estaban fuera de orden. No se dio cuenta de que, otra vez, la niña había jugado con ellos.

Enfermera (revisando):

—Linda Rose... número de identificación terminada en 56... citología. Listo.

—Raquel Brown... inseminación realizada hoy... resultado en un mes. Perfecto.

Y así, sin saberlo, dejaron sembrado un error que cambiaría destinos.

Raquel se fue creyendo que en su vientre empezaba a crecer una esperanza.

Linda salió sin entender por qué sentía que le habían quitado algo.

Y la niña de las trenzas, en algún rincón del pasillo, volvía a mirar curiosa una carpeta médica como si fuera un cuento de hadas.