Renaciendo De Fuego Libro #2

CONNOR.

Días después.

La observo, y ella evita mi mirada.

—¿Por qué no me miras? —le pregunto.

—Tenemos que hablar con mi padre sobre los hombres, no podemos contarle lo del compromiso —responde, sin voltear a verme.

—¿Crees que no soy lo suficientemente bueno para que tu padre sepa de nuestro compromiso? —insisto, con un nudo en la garganta.

—No. Creo que a ningún padre que ame a su hija le gustaría verla casarse con un idiota solo por un estúpido favor, ya que él no siente nada por ella, pero ella por él sí.

Me quedo en silencio. No sé qué decir. La observo detenidamente, y ella solo rueda los ojos.

—Adiós. Llámame cuando quieras a los hombres, e iremos con mi padre. Te presentaré como mi amigo.

Y sin decir nada más, baja del auto y azota la puerta. Conduzco de nuevo a mi casa. Mientras lo hago, me pongo a pensar que, probablemente, es verdad lo que me dice: estuve enamorado de Morgan. Me duele admitirlo, pero si soy sincero, nunca intenté nada con ella por respeto y cariño a Caleb.

Llego a casa y me bajo del auto para caminar al interior. Cuando entro, me llevo una gran sorpresa al encontrar unas cuantas maletas en la entrada.

Rápidamente me pongo alerta y busco un arma en mi pantalón, pero caigo en cuenta de que no la traje.

Camino lentamente a la sala, y cuando llego, el celular y las llaves del auto se caen de mis manos.

—Hola, Connor —escucho una voz familiar.

—Mierda... ¿cómo me encontraste? —pregunto, con el corazón en la garganta.

—"Hola, Madison, ¿cómo estás?", yo estoy muy bien, ¿y tú?

—No estoy para el sarcasmo, Madison.

Nadie puede saber dónde estoy.

—Connor, necesito tu ayuda. Todos en casa están mal. Después de la muerte de Morgan y tu huida, todo se desmoronó.

—Eso a mí no me importa, y tú no deberías de estar aquí. Tú y Caleb son las últimas personas que quería ver.

—Soy... fui prostituta —dice, y me quedo en shock al escuchar lo que salió de su boca.

—No debiste haber hecho eso, solo porque te sentiste culpable.

—Tenía que hacerlo. Así fue como conseguí dar contigo... bueno, con el dinero que gané contraté a un especialista en rastrear personas, y él me compró los boletos para venir aquí. Todo fue muy discreto, así que nadie sabe de esto.

—¿Y a qué viniste? ¿Piensas quedarte?

—Sí, pero no aquí contigo. Con mi tía en Valencia.

—Vaya, y te quedarás en Madrid...

—No, me refiero a que no me iré de España.

—Entonces, ¿qué haces aquí?

—Hunter... él se droga. Caleb lleva dos putas diferentes a la casa cada día. Nadie sale a divertirse... Hunter solo va y busca con qué drogarse, Caleb va y busca a sus putas, y Dylan no sale a fiestas.

—Y tú piensas que, con solo venir y decirme eso, me convencerás de que vaya a ayudarlos.

—En serio, de no ser necesario, no hubiera hecho todo esto. Incluso no hubiera trabajado de prostituta —dice, con la voz rota.

—No... —murmuro, sin saber qué más decir.

CALEB.

—Mierda, estás demasiado apretada para ser una puta —gruño, mientras la penetro fuertemente, y cuando me vengo, le doy un fuerte azote.

Me alejo de ella, me quito el condón, lo anudo y lo tiro a la basura.

—Sal de aquí, zorra —le digo.

Ella me mira despectivamente y sale de la habitación, azotando la puerta, como ya es costumbre cada vez que las corro.

Aún estando desnudo, camino al baño, me meto bajo el chorro de agua y me quedo por unos minutos. Cuando salgo, tomo una toalla y la envuelvo en mi cintura. Camino a donde está mi ropa, busco algo para ponerme, y mientras me visto, escucho gritos que provienen de la sala. Me doy prisa y salgo directamente a esta.

Al llegar, me encuentro, para mi sorpresa, a Mason, Dylan, Hunter y Alisha, la novia de Hunter. Todos con cara de enfado.

—Vaya, si ya apareció el tercer drogadicto —dice Dylan, sin una pizca de humor.

—¿Qué coño sucede contigo, imbécil? —le pregunto, con el ceño fruncido.

—¿Qué? ¿Qué sucede conmigo?... Mierda, qué sucede con ustedes tres. Tú, Caleb, tu puta adicción últimamente son las prostitutas, y tú, Hunter, tu puta adicción es la maldita cocaína... y tú, Mason, te inyectas heroína —hace una pausa y después se apunta a sí mismo—. Incluso yo, que siempre fui el chico de las fiestas y de cama en cama, ni siquiera tengo ánimos de salir. Mierda, chicos, en estos momentos somos un completo desastre. En estos momentos, estamos hechos mierda.

—¡No estamos hechos mierda, joder! —le grito, fuera de mí.

—Caleb, solo tranquilízate, ¿Quieres? —me grita Alisha.

De pronto, la puerta principal se abre tan bruscamente que todos nos sobresaltamos y miramos en esa dirección.

—Sí, Caleb, tranquilízate, ¿quieres? —dice una voz familiar.

Todos soltamos a unísono: —¡CONNOR!