NovelToon NovelToon
JUEGO DE BRUJAS

JUEGO DE BRUJAS

Status: Terminada
Genre:Brujas / Magia / Mundo de fantasía / Fantasía épica / Completas
Popularitas:4.1k
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

Cathanna creció creyendo que su destino residía únicamente en convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar para los hijos que tendría con aquel hombre dispuesto a pagar una gran fortuna de oro por ella. Y, sobre todo, jamás ser como las brujas: mujeres rebeldes, descaradas e indomables, que gozaban desatarse en la impudencia dentro de una sociedad atrancada en sus pensamientos machistas, cuya única ambición era poder controlarlas y, así evitar la imperfección entre su gente.
Pero todo eso cambió cuando esas mujeres marginadas por la sociedad aparecieron delante de ella: brujas que la reclamaron como una de las suyas. Porque Cathanna D'Allessandre no era solo la hija de un importante miembro del consejo del emperador de Valtheria, también era la clave para un retorno que el imperio siempre creyó una simple leyenda.

NovelToon tiene autorización de lili saon para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO CINCO

014 del Mes de Maerythys, Diosa del Agua

Día del Corazón Roto, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

CATHANNA

Mi madre me mataría si supiera donde estoy en este momento y con quién estoy. Había logrado fugarme después de la cena. Casi me descubre Celeste, pero al parecer tenía tantas cosas en la cabeza, qué me ignoró por completo, y no era de menos. Le dijeron que se irían a otra provincia debido a que su padre lo transfirieron.

—Vendrás conmigo al paraíso esta noche, Cathanna —dijo ella, sonriendo en grande, como si lo que hubiera dicho, fuera la mejor idea del mundo—. Por fin lo conocerás después de tanto tiempo.

Fruncí el ceño y entreabrí los labios. No era cualquier lugar; lo llamaban el paraíso en la tierra, en el que el lujo y el placer se entrelazaban en un espectáculo cautivador, y donde solo entraban los más poderosos de todo el imperio: ministros corruptos, cazadores con complejo de dioses y guardias que se creían intocables. La escoria con más dinero, básicamente. Un negocio sucio, pero bastante lucrativo.

Katrione trabajaba ahí desde los quince años para ayudar a su madre enferma con los gastos del pequeño hogar que arrendaban. No podía atreverme a juzgarla por sus decisiones; las monedas que ganaba siendo una mujer de esas era absurdamente bueno. Pero tampoco me gustaba saber que mi mejor amiga era una prostituta.

—¿Estás jugando conmigo, Katrione? —hablé, soltando una risa incrédula—. ¿Recuerdas que soy la hija de un hombre reconocido por el imperio? Poner un pie ahí, en medio de toda esa gente repulsiva, es una locura. Sería mi sentencia de decapitación públicamente.

—No seas exagerada, Hanna. —Rodó los ojos, sin dejar de sonreír de esa manera tan hermosa. ¿Cómo era posible que un humano sufriendo, sonriera como si nada?—.  No todas las personas que van ahí son tan horribles como parecen. Te lo aseguro.

—Si alguien va a esos lugares, tan bueno no puede ser. —Me crucé de brazos, evitando su mirada—. Me parece muy ordinario.

—¿Recuerdas que trabajo ahí?

Suspiré pesadamente, relajando mis brazos. No me gustaba recordar que Katrione debía permitir que varios hombres asquerosos tocaran su cuerpo solo para poder sobrevivir como cualquier otra persona. No sentía repulsión por ella, pero sí por todos esos: hombres con esposas, con hijas, aquellos que la sociedad respetaba, pero que en la oscuridad buscaban lugares como ese para tomar a mujeres que, en muchas ocasiones, como Katrione, ni siquiera querían estar ahí.

Lo sabía porque ella misma me lo había dicho en incontables ocasiones: detestaba la forma en que la tocaban, cómo su piel se estremecía de repulsión, cómo terminaba llorando después de salir de cada habitación. Verla de esa forma solo me estremecía completa.

Le había implorado que lo dejara, que yo le pediría a mi padre que le consiguiera otro trabajo, uno más decente, pero nunca aceptaba. No sabía si era por miedo a lo que podría pasarle si lo hacía, o porque la cantidad de monedas que recibía era difícil de rechazar.

—No te estoy juzgando a ti, Katrione —le dije con sinceridad, apoyando mis manos en sus hombros, intentando sonreír—. Sé que tienes necesidades. Los juzgo a ellos por lo que hacen.

—Tengo que aprovechar mi belleza mientras pueda. —Sus hombros se encogieron—. El tiempo no perdona jamás, Cathanna. En unos años solo será un horrible recuerdo que desearé sacar de mi mente. Mientras tanto, me toca vivir de esta manera.

En algo tenía muchísima razón: su belleza era hipnotizante, difícil de arrancar de la mente. Su cabellera larga y ondulada, me recordaba al dorado del trigo bajo la luz del sol. Y sus ojos, de un azul marino, solían observarme con una intensidad peculiar; no era algo desagradable, pero me resultaba extraña.

—Podrías encontrar un esposo, Katrione —propuse, acercándome más a ella—. Hay muchas opciones en las que puedes aprovechar tu belleza. No solo vendiéndote. Lo digo en serio.

—No me interesa tener un esposo. No sirvo para estar detrás del trasero de un hombre todo el tiempo. Además, ¿quién aceptaría a una mujer como yo? —Soltó una risa breve, carente de humor—. Nadie, definitivamente. Ya estoy usada, como dicen todos.

Sus palabras no fueron sorpresa para mí, pero, aun así, seguían dejando un mal sabor en mi garganta. Sabía que, en esta sociedad, una mujer como ella, marcada por tantos prejuicios, jamás sería vista como alguien digna de ser convertida en una esposa. Y, sin embargo, eso no significaba que no lo mereciera tanto como otras. Katrione era una persona muy buena, y con eso bastaba.

—Pero Katrione...

—Olvida eso, Hanna. —Puso un dedo en mi boca, silenciándome—. Mejor acompáñame. Por favor.

Volví a suspirar, sin decir nada más. Ella sonrió y comenzó a escarbar en su closet hasta que sacó un vestido que dejaba mucho a la vista. Ni en mis peores sueños me pondría algo como eso. No combinaba con mi estilo, ni con mi dignidad, ni con nada que gritara Cathanna.

—Póntelo —insistió Katrione, acercándome la ropa, con una mirada macabra—. Solo por hoy. Quiero salir con mi mejor amiga, ¿acaso es mucho pedir eso, Hanna? Por favor.

—Sí, si es mucho pedir. No uso esa ropa. Solo mírala.

—Sí, sé que usas vestidos elegantes que recogen la mugre del suelo —soltó con sarcasmo, ondeando un falso vestido con las manos ocupadas—, pero no es para tanto. Solo por esta vez. Hazlo por mí. Por favor, Hanna. Por favor. Por favor. Por favor. Solo por hoy, ¿sí?

Negué. No podía hacerlo. Iba en contra de mis principios, en contra de todo lo que mi madre me había enseñado durante muchos años. Además, nunca había ido al paraíso. Sabía de él por las historias que me relataba Katrione y eran demasiado horribles.

—Confía en mí, cariño. Solo tienes que verte un poquito menos inocente. —Aplaudió emocionada y me empujó hacia el baño—. Te doy diez minutos, Hanna.

—¿Diez minutos para qué? —Fruncí el ceño, sujetando el vestido con dos dedos, como si fuera una enfermedad—. ¿Para salir convertida en un mal chiste? Esto es peor que cualquier cosa mala.

Katrione ignoró mi comentario y cerró la puerta antes de que pudiera seguir protestando. Miré la ropa con susto. No podía estar pasando esto. Comencé a cambiarme a regañadientes. Minutos después, me miré en el espejo y tragué saliva. La tela de satén roja se ajustaba en todos los lugares correctos, el corsé resaltaba mi figura y los lazos brillantes en el frente apenas mantenían unidas las aberturas estratégicas, dejando entrever la piel morena de mi cuerpo.

—¿Dónde están las medias veladas? —hablé en un tono alto para que ella escuchara—. ¿Dónde está el velo para cubrirse? ¿Dónde está el resto del vestido, Katrione? ¡Por los dioses!

—No usamos nada de eso, Cathanna. Ya no estamos en la época de nuestros abuelos —gritó desde el otro lado—. Saldrás así.

—¡Estás demente!

—El tiempo corre, mujer.

Abrí la puerta del baño despacio y salí, sintiendo la incomodidad adentrarse en cada parte de mi ser. Me bajé el vestido.

—Si muero esta noche, te juro que volveré como fantasma solo para atormentarte toda tu existencia. —La señalé con el dedo.

—Admítelo, te ves increíble.

—Me veo como si fuera a cobrar por minuto.

—¡Ese es el punto! Es bueno romper los límites de las vestimentas, aunque sea solo por una simple noche. No es como que el mundo vaya a acabarse porque no uses un vestido largo hasta el suelo, Hanna. Disfruta solo un poco.

Ya estaba metida en esto, ¿cierto? Antes de que pudiera decir algo más, Katrione me empujó para que me sentara en la silla de su tocador y comenzó a revolver entre sus cosas de maquillaje.

—Un poco de magia aquí y allá y estarás lista —dijo Katrione.

—Espero no terminar como un payaso.

—No seas dramática, Hanna. Solo quiero hacerte ver más de calle. —Me sonrió—. Confía en mí.

—Kat, tengo la cara de una persona que duerme ocho horas y se asusta con la literatura de terror. No hay maquillaje que arregle eso. —Apunté mi rostro, con una sonrisa pequeña.

—Déjamelo a mí. —Puso sus manos en mis hombros—. Soy una experta en el maquillaje en personas como tú.

—Bueno, al menos vuélveme irreconocible. —Suspiré de manera dramática—. Nadie debe saber que yo, Cathanna D’Allessandre, estoy metida en ese lugar de mala muerte, donde quién sabe que cosas tan asquerosas se hacen con ustedes. ¡Es impensable!

Katrione rio nuevamente y empezó a maquillarme sobre el desastroso intento de maquillaje natural que me había hecho yo misma antes de salir del castillo. Nunca fui buena maquillándome; apenas sabía darme unos retoques cuando sentía la piel grasosa.

Sentí el trazo suave en mi ojo cerrado. Jamás me habían delineado de una manera tan marcada como se los hacía Katrione, y aunque quería quejarme para que dejara de hacerlo, guardé silencio.

Cuando terminó, sacó un labial rojo intenso y me lo aplicó con cuidado en ambos labios. Llevé la vista hacia el espejo. No me veía mal. De hecho, me veía muy bien. Mis ojos pequeños parecían más grandes y afilados con el delineado. Curvé una ceja, asombrada.

—¿Qué hiciste conmigo?

—Te volviste la versión de ti que no sabías qué querías ser.

—Eso sonó ridículamente filosófico.

—Solo di gracias y vámonos.

Me crucé de brazos.

—Gracias. Ahora vámonos antes de que me arrepienta.

—Oh, Hanna, arrepentirte ya no es una opción.

—No entiendo cómo pudieron cambiar los vestidos por esta ropa tan horrible —murmuré, ajustando el vestido a mis piernas mientras salíamos de la habitación—. ¿Cómo pueden caminar por la calle con esto sin morir de frío? Por todos los dioses del Alípe.

Katrione solo rodó los ojos.

—No seas tan showsera.

Cuando bajamos las escaleras, la madre de Katrione, Sealine, nos vio y su expresión de sorpresa fue tan evidente que, por un segundo, creí que iba a mandarme de vuelta a casa. Pero antes de que pudiera decir algo, Katrione me agarró del brazo y me arrastró.

—¡Nos vemos luego, mamá!

Subimos al carruaje que cada noche llevaba a Katrione al paraíso. Una vez dentro, corrí las cortinas; no quería que nadie me viera así. Me sentía extraña, como un maniquí al que las miradas perseguían solo por lo que llevaba puesto. Me hundí en mi lugar, desviando la mirada de Katrione, quien me miraba con una sonrisa.

—Te juro que no te arrepentirás. —Me dijo con ese tono de emoción, acomodándose en el asiento—. Es muy divertido la música alta. Las mujeres bailando. Mis compañeras lo hacen genial.

—No confío en tus palabras, Kat.

—Me ofendes demasiado, Hanna. ¿Cómo no vas a confiar en el amor de tu vida? —Se llevó una mano al pecho, fingiendo dolor, mientras abría la boca de forma dramática—. Nunca te llevaría a ninguna situación peligrosa. Por favor, confía en mí, Cathanna.

Asentí, y después de lo que pareció una eternidad, llegamos al dichoso lugar: el paraíso, cuyo nombre sonaba elegante, pero que en realidad ocultaba un hoyo de perdición.

Katrione me guío por la parte trasera, hasta una gran puerta de madera que servía de entrada para las trabajadoras del sitio. Al cruzarla, una cortina de terciopelo cayó tras nosotras y de inmediato me encontré en un pasillo flanqueado por varias puertas. Y entonces, sonidos obscenos inundaron mis oídos: gemidos demasiado fuertes, tan exagerados que no podía evitar pensar que se trataba de una simple mentira para satisfacer los fetiches masculinos con los ruidos.

Ella me pidió que la siguiera, hasta que salimos a un salón amplio, iluminado por varios candelabros en el techo, y donde muchas personas bebían como si no hubiera un mañana y conversaban animadamente. Llevé la mirada al escenario.

—Siéntate en esa mesa del centro —indicó, señalándola—. Si alguien intenta tocarte, no dudes en golpearlo hasta que muera. ¿De acuerdo? No estás aquí para vender ningun servicio.

Obedecí, a pesar de sentirme demasiado incómoda. Caminé despacio a la mesa, viendo a las personas: hombres y mujeres. Algunos ya mayores y otros que parecían muy menores como para estar aquí. Me senté con la vista frente al escenario adornado con cortinas de terciopelo. Varias mujeres bailaban en el tubo, tres de ellas completamente desnudas, y las otras dos con ropa mínima. Observé sus movimientos con curiosidad. Dioses benditos.

Katrione apareció en escena después de varios minutos que se sintieron demasiado largos para mí, vistiendo un atuendo que gritaba provocación. Sus pezones estaban cubiertos por dos corazones hechos con cristales rojos, dejando el resto de sus senos expuestos sin pudor. Bajé la mirada y fruncí el ceño. Lo único que cubría su zona íntima era un diminuto hilo de encaje. Me removí incómoda en mi asiento, tratando de apartar la mirada.

—¿Cuánto tiempo estaremos aquí?

«Mierda»

—¿Apoco quieres irte ya?

Aquellas voces provenían de la mesa detrás de mí. No hacía falta girarme para saber quiénes eran, pero aun así lo hice, con cuidado para no ser descubierta. Calen estaba allí, con su habitual expresión serena, acompañado por sus compañeros de academia, Dary y Fendi, quienes miraban a las mujeres con lujuria.

Pasé las manos por mi cabeza con frustración y volví la mirada al frente. Katrione seguía bailando con una sonrisa cautivadora. Necesitaba salir de aquí. Calen podía hacer lo que quisiera, no era mi problema ni mi intención impedírselo, pero yo no podía darme el lujo de arruinar mi imagen de niña buena. Porque después de todo, si lo era.

Dirigí la mirada hacia la mesa nuevamente. De inmediato noté como Dary me observaba con una expresión extraña, como si me hubiera reconocido. Así que me levanté rápido, sin darme cuenta de que había una persona caminando detrás de mí. Sentí el choque, y luego escuché como esa persona caía sobre la mesa de ellos. Abrí los ojos, alejándome tan rápido como podía.

Me detuve cuando llegué a un pasillo rojo, flaqueado por puertas de madera. Cerré los ojos, maldiciendo internamente. Pasé una mano por mi cabello, jalándolo. Quedarme ahí no era lo que quería, pero sabía que, si salía, posiblemente terminaría siendo descubierta por mi hermano, y eso era peor que escuchar los fuertes gemidos de una mujer junto con un varón.

Me giré y sentí cómo el mundo se me venía abajo en un instante. Frente a mí estaba mi abuelo… y eso era aún peor que enfrentar a mi hermano. Peor que cualquier otra cosa que hubiera podido pasar en ese club. Su rostro, más arrugado de lo habitual, me observaba con una dureza que me heló la sangre. Retrocedí instintivamente, con el corazón golpeándome el pecho con fuerza.

Él no tardó en acercarse a mí y cerró su mano sobre mi hombro con tal fuerza que un chillido de dolor escapó de mis labios. No quise levantar la mirada. No podía. Mi respiración estaba muy errática.

—¿Qué haces aquí, Cathanna? —preguntó con un tono que me hizo tragar duro—. ¡Responde! ¿Qué haces en este maldito lugar cuando deberías estar en tu cama? ¡Abre esa maldita boca, mujer!

—Abuelo, yo no… —Un golpe fuerte en la mejilla me hizo tragar cada una de mis palabras, provocando así que mi cabeza diera vueltas, y un zumbido agudo me dejara aturdida por varios segundos.

Apenas pude recuperar el aire cuando sus dedos sé hundieron en mi cabello, sacándome otra vez un gemido fuerte, y me arrastró sin compasión, tirándome al suelo, como si no fuera más que un animal salvaje, hacia la puerta que brillaba con una tenue luz roja, indicando la salida de emergencia. Quise despegar sus manos de mí. No pude.

Las miradas de los demás que se encontraban ahí se clavaron en mí, pero ninguno se atrevió a salir en mi defensa. El sonido de mi cuerpo siendo arrastrado sobre las piedras se mezclaban con mis sollozos y súplicas por piedad, hasta que mi abuelo me lanzó dentro del carruaje. Las lágrimas calientes corrían por mi piel, mientras el traqueteo me mecía hacia un destino que desconocía.

Después de unos minutos llegamos gracias a que los guardias activaron un portal. No entramos por la puerta principal. Él conocía otra que yo no: una que se encontraba cubierta por grandes arbustos. Tras de ella, nos esperaba una escalera que se sintió interminable. Yo apenas podía con mis piernas lastimadas, pero él me empujaba a continuar, hasta lograr subir al octavo piso, donde no había nadie.

La puerta frente a nosotros era demasiado vieja, tanto que parecía que en cualquier momento se caería al suelo. Dentro solo había una débil vela parpadeante sobre una mesa de metal. Las paredes estaban cubiertas por mantas gruesas de color blanco, que se movían por el aire que entraba por las ventanas medio abiertas.

Mi corazón comenzó a moverse a un más rápido, retumbando en mis dos oídos, mientras mi cabeza se movía de un lado al otro, en completa negación: no debía entrar ahí. No quería hacerlo, pero tampoco tuve otra opción, porque él me lanzó al suelo dentro de la habitación, como si fuera un trapo viejo, provocando que mis labios besaran la piedra llena de mugre, y la puerta se cerró detrás de mí.

—Solo mírate, Cathanna... —escupió con desprecio, subiéndose sobre mí—. Pareces una cualquiera. ¿Eso eres, Cathanna? ¿Una puta que se ofrece al primero que te mira esas piernas desnudas? —Su mano se cerró sobre mi cuello, cortándome la respiración de golpe—. Eso es lo que eres... —Apretó más fuerte. Tomé sus manos, queriendo apartarlo, pero no logré hacer nada—. Una maldita zorra que anda provocando hombres. Pues te voy a enseñar lo que significa estar con uno de verdad, muchachita sin vergüenza.

La presión en mi garganta me hacía doler la cabeza. Intenté resistirme, pero mis fuerzas me abandonaron finalmente. No podía respirar. No podía pensar. Solo escuchaba esas palabras metiéndose en mi cabeza como la única verdad que podía existir. Pero yo sabía que no era así: no era una provocadora. No me interesaba serlo… ¿O si lo era? ¿De verdad era una mujer de esas?

—No puedes imaginar cuanto tiempo estuve esperando por esto —susurró en mi oído, dejándome respirar. Su mano subió lentamente hasta mi rostro, acariciándome con una ternura que me estremeció—. Desde que eras una niña me preguntaba... qué tan suave sería tu piel. Y ahora... se siente deliciosa, mi princesa.

Quise soltar un grito desde lo más profundo de mi alma. Sin embargo, su mano se estampó contra mi boca, evitando cualquier sonido que llamara la atención, y rompiéndome el labio otra vez. Pateé, me retorcí, intenté arañarle alguna parte del cuerpo, pero era demasiado inútil. La diferencia de fuerza entre nosotros era abismal.

Yo era solo una chica intentando huir de un destino trágico. Y él... él era mi abuelo. Uno de los hombres que se suponía debía protegerme del mal, no lo contrario. No causarlo. Sabía que había cometido un error al seguir a Katrione a ese lugar, pero ¿acaso eso me hacía merecedora de lo que me estaba haciendo ese hombre?

Podía defenderme. Lo sabía muy bien. Había ensayado mi poder varias veces con Taris, y lo había sentido crecer en mi interior... pero ahora, bajo su maldito dominio, algo en mi cabeza me lo arrebataba. Intentaba alcanzarlo, y era como alzar agua con los dedos: se escapaba con facilidad. Estaba atrapada en este infierno sola.

¿Por qué no podía usar mi magia?

¿Por qué no podía reaccionar?

No quería ser tocada.

No quería permitirlo.

¿Acaso no existía un dios que bajara a ayudarme?

—¡No quiero! —grité cuando su mano se alejó de mi boca, sintiendo las lágrimas bajar por mis ojos como dos gotas de lava que me quemaban la piel—. ¡Déjame! ¡Por favor, déjame! ¡No volveré a salir! ¡Te lo juro, abuelo! ¡Ya deja de maltratarme así! ¡Por favor!

—Andabas de zorra en ese lugar, buscando hombres como una cualquiera. Y ahora mírate… llorando como una inútil. ¡Deja de llorar! —Su mano volvió a estrellarse contra mi mejilla, arrancándome un gemido ahogado—. Tú te lo buscaste, Cathanna. ¡Ahora aguanta!

Cerré los ojos con fuerza, intentando llevar aire a mis pulmones. Mi mente se puso en blanco, volviendo a ese momento cuando era pequeña y mi madre solía hacerme dos trenzas y decorarlas con las flores de lila que se encontraban en el jardín, detrás del castillo, cuidado únicamente por las hadillas de la tierra.

Ella decía que me veía hermosa, como una princesa de los cuentos infantiles que me leía en las noches antes de dormir. Pero con el pasar del tiempo, eso fue cambiando. Ella dejó de tocar mi cabello. Y cuando me di cuenta, era la mujer más distante del mundo, hasta el punto de hablarme solo por obligación, como si existiera un contrato invisible entre nosotras que la forzaba a interactuar conmigo.

Aun así, yo era la más feliz cuando ella me miraba, cuando me tocaba, cuando me hablaba. Mi corazón saltaba de alegría con solo ver en su rostro una sonrisa en lugar de ese gesto frívolo, carente del amor maternal. Sabía que estaba mal, pero que me importaba a mí eso.

Era muchísimo más fácil pensar en eso. Aferrarme a ese recuerdo, abrazarlo como mi único refugio, que quedarme en el presente. Porque si lo hacía... lo sentiría todo. Y no quería. No quería sentir las manos de mi abuelo recorriéndome como si mi cuerpo no me perteneciera, como si fuera suyo desde siempre. No quería. Nunca.

—¿Esto te duele, mi princesa? —susurró en mi oído con una frialdad que me congeló aún más los huesos, mientras se hundía en mi cuerpo—. Pues aguanta, porque apenas comienza. Y créeme, al final te gustará. Siempre es así: primero lloran, y luego gimen como las perras que son. Así era tu santísima abuela conmigo. Al principio gritaba, se resistía como tú… y ahora no puede vivir sin mí esa cosa.

Ya no me quedaban gritos para seguir soltando, ni fuerzas para luchar por mi cuerpo. Así que solo clavé la vista en el techo, recordando mi infancia y esperando que todo esto terminara rápido para irme a mi habitación y encerrarme del mundo. Uno. Dos. Tres. Y otra vez se reiniciaba la cuenta, al tiempo que mi cuerpo se movía.

Si cada noche rezaba a los dioses, si cada maldita noche les pedía protección, les suplicaba por un mundo mejor donde todos pudiéramos ser felices… ¿Por qué me estaba pasando esto justo a mí? ¿Acaso había hecho algo malo que mereciera un castigo divino? Y si fue así, ¿por qué pagarlo de esta manera tan cruel? Malditos dioses de mierda, ¿acaso nunca existieron realmente, o solo desviaban la vista?

—Espero que te mantengas callada, Cathanna —dijo mientras se incorporaba y se acomodaba la ropa con calma, como si nada hubiera ocurrido—. Porque no sería yo el castigado. Serías tú: te harían cosas peores de las que puedas imaginarte. Solo así vas a aprender que no puedes andar por ahí vestida como una cualquiera. —Sonrió aún más—. Imagina, nada más… que no hubiera sido yo, sino cualquier otro hombre. Sería una desgracia. Cosas muy terribles.

Asentí, sin mirarlo del todo.

—Limpia la sangre y vuelve a tu habitación. —Se agachó y me acarició el rostro—. Descansa. Mañana estarás radiante, mi Cathanna.

1
Rubí Jane
aqui hay amooie😫
Rubí Jane
vea a este animal 🦍
Rubí Jane
pero cathanna
Rubí Jane
no es tú culpa
Rubí Jane
perro desgraciado
Rubí Jane
no lo eres. nunca 😭
Rubí Jane
hijo de tú madre 😫
Rubí Jane
😫😫😫😫 te entiendo mana
Rubí Jane
las mujeres no nacimos para parir 😭
Rubí Jane
eso mami, calla a esas mujeres
Rubí Jane
anne cállate mil años
Rubí Jane
exactamente reina👏
Rubí Jane
me encantan las protagonistas altas 🤭
Rubí Jane
amooi
Rubí Jane
ojala te caiga fuego en la cabeza, desgraciada
Sandra Ocampo
quiero el final
Sandra Ocampo
q paso sé supone q está completa ,tan buena q está
Erika García
Es interesante /Proud/
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play