La cárcel más peligrosa no se mide en rejas ni barrotes, sino en sombras que susurran secretos. En un mundo donde nada es lo que parece, Bella Jackson está atrapada en una telaraña tejida por un hombre que todos conocen solo como “El Cuervo”.
Una figura oscura, implacable y marcada por un tormento que ni ella imagina.
Entre la verdad y la mentira, la sumisión y la venganza. Bella tendrá que caminar junto a su verdugo, desentrañando un misterio tan profundo como las alas negras que lo persiguen.
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V. Sumisión.
Bella abrió los ojos con pesadez al oír unos golpecitos suaves en la puerta.
Había llorado durante gran parte de la noche. No supo en qué momento se quedó dormida, pero al despertar, el dolor en su pecho seguía presente. Se incorporó lentamente en la cama mientras otro par de golpes resonaban, delicados pero insistentes.
—Adelante… —murmuró, apenas con fuerza en la voz.
La puerta se abrió con cuidado, y Arianna apareció con esa sonrisa constante que parecía tatuada en su rostro.
—Hola, dormilona. ¿Qué tal dormiste?
Bella se llevó una mano al rostro, frotándose los ojos. Frunció el ceño al mirar hacia la ventana: no había luz de la mañana, solo un resplandor pálido.
—¿Qué hora es? —preguntó, desconcertada.
—Mediodía. No quise despertarte. William me pidió que me asegurara personalmente de que nadie te molestara.
Bella torció los labios, dejando escapar una mueca de hastío.
—No hace falta que mientas.
—¿Mentir? ¿Por qué lo haría? —suspiró con suavidad—. Ah... parece que no fue muy amable en vuestra primera charla.
—Es un psicópata. Un... —llevó una mano a la frente, apretando los ojos—. Me duele la cabeza. Mucho.
—Lo imaginé. Por eso traje esto.
Arianna se acercó a la mesilla y dejó una pequeña bandeja con un vaso de jugo y un par de comprimidos. Bella los vio con recelo. Volvió a verla, y parecía haberse dado cuenta.
—Primera etapa: desconfianza. Es normal que no quieras confiar. Estás en un lugar extraño, contra tu voluntad.
—Estoy secuestrada. Eso no es una etapa, Arianna, es un crimen. Y lo que tú haces, también lo es. Eres cómplice.
—Vamos, Bella… no seas tan dura.
—¿No sea cómo? Hace menos de dos días estaba celebrando mi cumpleaños, rodeada de mis amigos. Y ahora estoy encerrada. ¿Cómo se supone que debería sentirme?
—Lo sé. Créeme, lo entiendo. Yo pasé por lo mismo. —Bella la miró con incredulidad. Arianna asintió—. También fui traída aquí contra mi voluntad.
—¿Tú… también fuiste secuestrada?
—Sí. Estuve en tus zapatos. Asustada, furiosa, rota. Pero uno se acostumbra. Y llega un momento en que... ya no quieres marcharte.
Bella parpadeó, sin poder creer lo que oía.
—Estás... completamente trastornada.
—¿Trastornada? —soltó una risita dulce—. Tal vez un poco, pero no en el mal sentido.
—Arianna, ¿te estás oyendo? ¿Cómo puedes decirlo con una sonrisa? ¿Ese demente, William… te secuestró también?
—¿William? No, no… Él no fue quien me trajo. Fue James. William es su hermano. Mi cuñado.
Bella la observó, atónita.
—¿Tu cuñado…?
—Sí. James es mi esposo. El padre de mi hijo, Jack. Y del bebé que viene en camino —dijo con orgullo, posando ambas manos sobre su vientre redondeado.
—¿Entonces estás diciendo que te enamoraste de tu captor? ¿Tuviste hijos con él... por voluntad propia?
Arianna rio de nuevo, divertida, como si le contaran una anécdota graciosa.
—Sí. Amo a James. Sé que suena descabellado, pero a veces el destino tiene formas extrañas de unir caminos. Dicen que lo que está destinado a suceder siempre encuentra su forma de manifestarse.
—¿De verdad intentas convencerme de que mi secuestro es cosa del destino?
—No el secuestro. Pero sí el encuentro. A veces los inicios más rotos… llevan a historias hermosas.
Bella soltó un suspiro exasperado, llena de tensión acumulada.
—¿Y por qué te secuestró?
—Simplemente, me quería.
—Te quería… —repitió en voz baja, cada vez más incrédula—. ¿Y eso te parece suficiente?
—No pretendo convencerte de nada ahora. Sólo… date tiempo. Todo cambia.
Bella negó lentamente con la cabeza.
—No puede cambiar. Lo que hizo anoche… no se borra.
Arianna se puso en cuclillas, colocándose a su altura, con ternura.
—¿Te hizo daño?
Bella tragó saliva. Su cuerpo se tensó.
—Me agarró. Me besó… sin mi consentimiento.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Ayer creyó haber llorado todo lo posible. Se equivocaba.
—Le pedí que se detuviera. Me dijo que tenía que acostumbrarme. Que era suya…
Arianna cerró los ojos un momento, conteniendo su propio pesar.
—Le pedí que fuera despacio. Que no te asustara. Pero él siempre hace lo que quiere.
—¿Por qué yo? ¿Me conocía? ¿Por qué…? —su voz se quebró— ¿Por qué me eligió?
Arianna alzó la mano, acariciándole el cabello con la dulzura de una hermana mayor.
—Tienes tantas preguntas… y todas son válidas. Pero primero, tienes que sanar. Aquí —le ofreció el vaso y la medicina—. Lo primero, es calmar el dolor.
Bella dudó. Pero finalmente, con los dedos temblorosos, tomó el vaso.
Bella obedeció sin rechistar.
—Quiero salir de esta habitación. No soporto más el encierro.
—Eso debe decidirlo él —respondió Arianna con suavidad.
Bella desvió la mirada, sintiendo la desesperanza abrazarle el pecho.
—¿Así será siempre? ¿Tendré que pedir permiso hasta para respirar?
—Habla con él. Puedes convencerlo. No es tan malo como parece.
Bella dudó. Después bajó la mirada hacia la ropa que traía puesta.
—No me siento cómoda. ¿Puedo ducharme?
—Por supuesto. Tienes todo lo necesario en el baño. Dejé ropa limpia en el vestidor. No sé si será de tu gusto, pero la escogí pensando en el vestido tan bonito que llevabas cuando llegaste.
Un nudo se formó en la garganta de Bella. Aquella noche de fiesta, aquel cumpleaños... ahora parecía un sueño lejano.
—Gracias, Arianna —murmuró con una débil sonrisa.
—Es la primera vez que te veo sonreír —dijo ella, dulcemente—. Y déjame decirte, eres preciosa.
Le devolvió una mirada cálida antes de retirarse, dejándola sola con el peso del silencio.
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El agua caliente resbalaba sobre su piel, liberando lentamente la tensión acumulada. Bella cerró los ojos, inclinando el rostro bajo el chorro. Sus músculos estaban al borde del colapso, su mente al borde de la locura.
Tres días en esa habitación. Cuatro desde que fue secuestrada. Las horas se confundían entre lágrimas, insomnio y pensamientos oscuros. Dormía para escapar, y lloraba para no romperse por dentro.
Pensaba en su familia. En su madre. En la vida que le fue robada en un parpadeo.
Terminó de ducharse y envolvió su cuerpo en una bata blanca de algodón. Al salir del baño, acomodó la toalla sobre su cabello húmedo... y entonces, lo vio.
Estaba sentado en el sillón frente a ella, como una sombra esperando el momento adecuado para atacar. Llevaba un traje completamente negro, elegante y amenazador, como un cuervo al acecho.
Su mirada era oscura. Hambrienta. Peligrosa.
Bella se paralizó. Su pulso se aceleró al instante. Instintivamente, apretó con fuerza los bordes de su bata, cubriéndose mejor, como si ese simple gesto pudiera protegerla de la intensidad con la que la miraba.
—Buenos días, muñeca —dijo con voz grave, arrastrando la mirada por su cuerpo con una lentitud aterradora.
—No me llames así —susurró ella, retrocediendo medio paso.
—¿Así cómo? —se incorporó, avanzando hacia ella con una calma que solo lo hacía más aterrador.
Bella respiró con dificultad. Su cuerpo temblaba. Sentía el suelo moverse bajo sus pies. Estaba sola. Desnuda. Encerrada con él.
—Tengo un nombre. No soy un objeto.
La sonrisa que él esbozó fue más una amenaza que un gesto amable.
—¿Cómo dormiste? —preguntó, con ese tono autoritario que no dejaba espacio a discusiones.
—Debes saberlo. Me vigilas, ¿no? —dijo, señalando con un gesto la cámara que colgaba en la esquina—. Quiero que la quites.
—Parece que mi muñequita tiene más carácter del que pensé —musitó, sin dejar de devorarla con la mirada—. Me gusta.
—Te he dicho que no me llames así —escupió con rabia contenida—. Yo también tengo muchos nombres para ti, pero me los guardo.
—¿Ah, sí? ¿Como cuáles? —preguntó, paseando la mirada por sus labios, luego por su cuello, observando cómo tragaba saliva con dificultad—. ¿Nerviosa?
—¿Qué quieres de mí? ¿Por qué estás aquí?
—Vas a desayunar con nosotros.
—¿Nosotros?
—La familia. Ya conoces a Arianna.
—¿Me dejarás salir? —preguntó con urgencia, sin poder ocultar la esperanza en su voz—. ¿Puedo salir de esta habitación?
—Te has portado bien. Desde hoy puedes moverte por la casa. —Pausó—. ¿O prefieres seguir encerrada?
—No... —dijo, temerosa de sonar demasiado ansiosa.
—Bien. Te esperaré aquí.
Se giró con rapidez hacia el vestidor. Escogió un vestido violeta, modesto, por encima de la rodilla, de mangas abombadas y cuello cuadrado. Se puso sandalias planas blancas, y secó su cabello, dejándolo suelto.
Al salir, lo escuchó. Su voz era un puñal.
—¿En la parte sur? ¿Te parece que eso fue lo que ordené? ¿O quieres que te lo escriba con la sangre del idiota que no obedeció?
Su tono era brutal. Sin matices. Frío como la muerte.
Bella se detuvo en seco, temblando. Él hablaba por teléfono, y mientras lo hacía, su presencia llenaba la habitación como una tormenta inminente.
¿Quién era él? ¿Un asesino? ¿Un líder criminal? El miedo se le incrustó en el pecho.
Cuando se acercó, aún con la mandíbula tensa, sus ojos la recorrieron de arriba abajo. Bella tragó saliva, notando cómo la estaba mirando.
Como un hombre famélico que contempla su próxima comida.
Se sintió completamente desnuda. El vestido no la cubría. Nada la cubría. Su alma temblaba.
—Cámbiate —ordenó con voz de acero—. No vas a salir así.
—¿Qué...? ¿Por qué?
Él avanzó de golpe. Bella dio un paso atrás.
—Dije que te lo quites. No quiero tanta piel expuesta. ¿Entendido?
—Yo no elegí esta ropa. Es lo que había. No hice nada malo —protestó con la voz quebrada.
—Te lo quitas, o te lo quito —amenazó sin cambiar el tono. Directo. Mortal.
Bella se quedó helada. Él no mentía. No había broma en sus palabras.
Cuando dio un paso más, ella alzó las manos temblorosas.
—¡Está bien! ¡Me lo quitaré! ¡Pero, no te acerques!
Él no respondió. Solo señaló el vestidor con la mirada.
Ella giró de inmediato, tragando su indignación. Se cambió con las manos temblorosas. Eligió unos vaqueros azules, una blusa blanca sin escote. Cerrada. Simple. Invisible.
Cuando salió, él revisaba su teléfono, impasible.
—Ya está —dijo con amargura.
Él alzó la vista y sus rasgos se suavizaron apenas.
—Bien. Podemos irnos.
Lo siguió en silencio. Pero su mente no lo estaba. Una parte de ella no pudo evitar fijarse en su espalda ancha, en la firmeza de sus movimientos. Esa parte la asustó más que cualquier otra cosa.
Sin darse cuenta, chocó contra él al detenerse frente a la puerta.
—¡Auch! —se quejó, sobándose la frente—. ¿Lo hiciste a propósito?
Él la miró por encima del hombro.
—¿En qué estabas pensando?
—En cómo escapar de tu cárcel —respondió, con el sarcasmo como escudo.
—¿Sí? —Su sonrisa era pura amenaza—. ¿Por qué no sigues pensándolo aquí? Tal vez te encierre unos días más. Te doy un mapa si quieres.
Ella lo miró, con el corazón encogido.
—Voy a salir de aquí. Lo juro.
Los músculos de su mandíbula se tensaron. Dio un paso hacia ella.
Bella intentó retroceder, pero su mano ya la sujetaba con fuerza. Y la atrajo. Su cuerpo contra el de él. Su pecho firme, su olor... inconfundible.
—Estoy siendo indulgente —murmuró él, con voz peligrosa.
—Oh, pues le agradezco su benevolencia, Sr. Nunca antes me habían tratado con tanta lenidad —habló con sarcasmo, sintiendo que aumentaba la fuerza en su agarre.
Él apretó su brazo. Dolía.
—No me provoques.
—Me lastimas... ¡Suéltame!
La soltó de inmediato. Pero las marcas ya estaban ahí. En su piel. En su alma.
—Nada de comentarios. Nada de gritos. Te sientas. Comes. Y callas. ¿Entendido?
—Sí —murmuró ella, sobándose la piel.
Él la miró. Por primera vez, dudó. Como si algo se removiera en su interior.
¿Culpa? ¿Arrepentimiento?
Quizá. Pero fue efímero.
En segundos, su expresión volvió a ser la misma. Gélida. Intimidante. Inhumana.
Y entonces, la llevó con él.
Y Bella, con el corazón encogido, solo pudo preguntarse.
¿Y si lo peor aún no comenzaba?