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Idealizado

Idealizado

Status: Terminada
Genre:Elección equivocada / Completas
Popularitas:1.6k
Nilai: 5
nombre de autor: criis jara

Idealizado es una novela juvenil que narra la vida de Elena, una adolescente atrapada en un hogar marcado por la violencia doméstica y el abuso psicológico de su padre. A través de su amistad con Carla, un breve romance con Lucas y su propio proceso de resiliencia, Elena enfrenta el dolor, la pérdida de su madre y la búsqueda de justicia. Con un estilo emotivo y crudo, la historia explora temas de empoderamiento, superación y la lucha contra el silencio, culminando en un mensaje de esperanza y amor propio.

NovelToon tiene autorización de criis jara para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Donde Empieza la Luz

Elena se levantó sin ganas. Ni siquiera necesitaba que sonara la alarma: su cuerpo se despertaba antes que ella. Como si tuviera miedo de soñar demasiado.

La casa estaba silenciosa, pero no en paz. Era ese silencio espeso, pesado, como cuando se quiebra un vaso y nadie se atreve a hablar.

Bajó en silencio y encontró a su madre en la cocina, de espaldas, sirviendo café. Tenía el cuello cubierto con un pañuelo. El pijama, más cerrado de lo normal. No hacía falta preguntar. Elena lo supo de inmediato.

Sintió un nudo en la garganta, uno de esos que no se tragan con saliva.

Miró hacia el comedor. Su padre leía el diario como si nada. Como si la vida no doliera. Como si la violencia pudiera taparse con café caliente.

Se quedó parada, mirándolo. Con odio. Con esa mezcla de asco y tristeza que te parte al medio. Él alzó la vista, notando su mirada.

—¿Y ahora qué? —dijo con tono áspero—. ¿Otra vez con esa cara de mártir? Agradecé que tenés un techo, nena.

Elena apretó los labios. No dijo nada. Porque si hablaba, explotaba.

—Vamos —gruñó él—. Te llevo. No quiero que llegues tarde y después digas que es culpa mía.

Su madre apenas giró la cabeza. No dijo nada. Solo la miró de reojo, como pidiéndole que aguantara. Que faltaba menos.

Pero para Elena, cada minuto ahí era una condena.

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El camino hasta el colegio fue un monólogo de insultos pasivos y silencios incómodos. Él hablando del tránsito, del país, de cómo la juventud ya no valía nada. Elena mirando por la ventana, deseando desaparecer.

Cuando bajó del auto y se cerró la puerta, respiró por primera vez. Un poco. Lo justo.

Caminaba hacia la entrada cuando Carla la interceptó con una sonrisa amplia.

—¡Ey! —exclamó—. ¡Sos la última! Te estábamos esperando para armar el equipo de la presentación de arte.

Elena trató de sonreír, pero no le salió. Bajó la mirada. Carla lo notó al instante. Se acercó y le tocó el brazo.

—¿Pasó algo?

Y en ese momento, Elena ya no pudo sostenerse. Cerró los ojos y murmuró apenas:

—No puedo más con ese señor.

Carla la abrazó de inmediato. Sin preguntas. Sin esperar.

Elena se quebró en sus brazos. No fue un llanto escandaloso. Fue uno bajito, pero dolía como si el mundo se le cayera encima.

—No estás sola —le susurró Carla, apretándola fuerte—. No estás sola, Elena. Te lo juro. Si querés, hablamos. Denunciamos. Hacemos algo. Pero no te calles. No más.

Elena asintió, sin saber bien por qué. Quizás porque necesitaba creer que había salida.

Carla le secó las lágrimas con sus propias mangas.

—Vamos. Te acompaño. Yo no me muevo de tu lado.

Y así, entraron a clases juntas. Más cerca que nunca.

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En el recreo, las chicas se sentaron en el pasto cerca del mural. Lucas ya estaba ahí, pelando una mandarina y charlando con Daiana. Cuando las vio, su cara se iluminó.

—¡Al fin llegan! —dijo con alegría—. La plaza no está completa sin ustedes.

—¿Vos siempre tenés frases así preparadas o te salen espontáneamente? —bromeó Daiana.

—De nacimiento —respondió él, mirando a Elena con ternura.

Elena no dijo nada al principio, pero la sonrisa de Lucas era como una estufa prendida en pleno invierno. Algo en él le daba calma. Le hacía bien.

—¿Querés? —le ofreció un gajito de mandarina.

—¿Me vas a alimentar ahora?

—Y... si hace falta, sí. A vos te hace falta vitamina C. Y sonrisas.

Elena rió, por primera vez en el día. Una risa cortita, real. Lucas le sonrió de vuelta, como si ese momento valiera oro.

—Gracias —le dijo bajito.

—¿Por qué?

—Por tratarme lindo… sin querer nada a cambio.

Lucas bajó la mirada y le dio un codazo suave.

—No es tan difícil, ¿sabés? A veces uno solo tiene que tratar bien a la gente que le importa.

Elena lo miró. Carla y Daiana charlaban entre ellas, dándoles un poco de espacio sin hacer que pareciera obvio.

—¿Y yo te importo? —preguntó Elena, bajito.

Lucas no respondió enseguida. Le alcanzó otro gajito de mandarina y murmuró:

—Más de lo que pensás.

Ella sintió un calor en el pecho. No como el de la rabia. Otro. Uno nuevo. Uno bonito.

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El segundo recreo fue aún más cercano. Los cuatro compartieron risas, chismes sobre profesores, juegos de palabras absurdos. Carla hacía imitaciones malísimas, Daiana le seguía el juego. Lucas a veces se quedaba callado, solo mirando a Elena. Como si ella fuera un lugar al que quisiera volver una y otra vez.

Antes de que sonara el timbre, Lucas se acercó y le susurró al oído:

—Si alguna vez necesitás escaparte, yo sé de un banco escondido detrás de la biblioteca. El sol da justo ahí. Y nadie jode.

Elena lo miró con los ojos brillosos.

—Gracias. Por hacer que mi día no sea una mierda.

Lucas le sonrió con esa mezcla de ternura y respeto que se siente pocas veces en la vida.

—Todavía falta mucho día. Voy a seguir intentándolo.

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Ese lunes no se llevó todo el dolor. Pero algo empezó a cambiar.

En medio del caos, de los gritos en casa, de las heridas que nadie ve, apareció algo parecido a la esperanza.

Una amistad sincera. Un abrazo real.

Un chico que no exigía nada. Solo estaba.

Y a veces, eso es más que suficiente para empezar.

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La tarde terminó demasiado rápido para Elena. El último timbre sonó como una alarma que la despertaba de un sueño bonito.

Lucas le sostuvo la mochila con un gesto natural, como si hacerlo le saliera del alma. Carla y Daiana bromeaban detrás, pero Elena solo lo miraba a él. Como si ese instante no se fuera a repetir.

Los cuatro salieron del colegio entre risas, compartiendo los últimos minutos del día. Apenas cruzaron la reja principal, el sol de la tarde les dio de lleno. Era un sol suave, amable. De esos que acarician, no queman.

El auto de su padre estaba ahí. Apoyado contra el capot, cigarrillo en mano. Gafas oscuras. La boca torcida.

Elena sintió que el estómago se le encogía.

—Nos vemos mañana —dijo apurada, tratando de mantener el tono alegre. Lucas la miró y le sonrió.

—¿Seguro que estás bien?

Ella asintió. Pero no lo estaba.

—Gracias por hoy —le dijo, y se alejó rápido.

Cuando llegó al auto, su papá ya la estaba mirando de arriba abajo.

—¿Y eso? —dijo sin saludar, con sorna—. ¿Ahora salís escoltada por varones?

—Es un amigo, nada más —respondió Elena, sin mirarlo.

Él soltó una risa seca, desagradable.

—Ah… ¿“amigo”? A vos no te crio nadie, ¿no? Las chicas que andan con “amigos” así terminan mal.

No te quiero ver embarazada a los dieciséis, ¿me entendiste?

Elena apretó la mandíbula. Se subió sin decir una palabra.

El resto del camino fue silencio. Él hablaba solo, insultaba al tránsito, y cada tanto la miraba de reojo con desconfianza.

Ella solo miraba por la ventana, deseando ser invisible.

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Cuando llegaron a casa, Elena bajó corriendo. Entró sin saludar, fue directo a su habitación y cerró la puerta con llave.

No quería escuchar. No quería explicar.

Solo quería escribir.

Sacó su cuadernito, el mismo de siempre.

Se sentó en el piso, espalda contra la cama, y empezó a llenar página tras página.

“Hoy vi los ojos de mi mamá queriendo llorar y no pudo. Hoy él volvió a ser el monstruo.

Pero también hoy… alguien me miró como si valiera algo.

Lucas.

Me hizo reír. Me escuchó. No me tocó. No me empujó.

Solo estuvo.

Lo miré como si fuera un lugar seguro.

Y eso es peligroso. Porque cuando uno empieza a imaginar cosas lindas… duele más volver a la realidad.

No sé si le gusto. No sé si él quiere algo. Pero no importa. Yo quiero guardarlo así.

Ideal.

Bueno.

Inalcanzable.

Como un personaje de novela que entra cuando todo duele y deja la página un poquito menos triste.”

Suspiró. Cerró los ojos.

Afuera, la casa era un campo de guerra. Adentro, su habitación era un refugio. Un escondite.

Y en ese escondite, Lucas ya tenía un altar.

1
Blanca Ordaz
muy buena trama hermoso mensaje de amo y supervivencia felicidades por esta hermosa novela de aprendizaje
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