Alena Prameswari creía que el amor podía cambiarlo todo.
Pero tras tres años de matrimonio con Arga Mahendra, comprendió que la lealtad no significa nada cuando solo una parte es la que lucha.
Cuando la traición sale a la luz, Alena decide marcharse. Acepta un proyecto de diseño en Dubái… un nuevo lugar, un nuevo comienzo.
Sin esperarlo, un encuentro profesional con un joven príncipe, Fadil Al-Rashid, abre una página de su vida que jamás imaginó.
Fadil no es solo un hombre multimillonario que la colma de lujos,
sino alguien que valora las pequeñas heridas que antes fueron ignoradas.
Pero un nuevo amor no siempre es sencillo.
Existen distancias culturales, orgullo y un pasado que aún no ha terminado de cerrarse. Esta vez, sin embargo, Alena no huye. Se mantiene firme por sí misma… y por un amor más sano.
¿Logrará Alena encontrar finalmente la felicidad?
Esta historia es un viaje para las mujeres que han sido heridas…
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Capítulo 4
La lluvia caía desde la mañana, inundando el pequeño jardín de la casa de Alena con un ritmo suave que parecía acompañar sus pensamientos confusos.
El aroma de la tierra mojada se mezclaba con la fragancia del café recién hecho.
Normalmente, una mañana como esta tranquilizaba su corazón. Pero no hoy.
Arga se había ido hacía apenas media hora.
Parecía apresurado, ni siquiera tuvo tiempo de mirar a Alena, que estaba parada en la puerta, solo agitó la mano descuidadamente antes de salir disparado con su coche negro.
Alena observó la partida durante un largo rato, antes de finalmente entrar y recoger algo debajo de la mesa del comedor.
El teléfono de Arga.
Se quedó paralizada durante unos segundos.
Normalmente, Arga era muy cuidadoso con su teléfono, nunca lo olvidaba, incluso cuando iba al baño lo llevaba consigo.
Ahora el objeto yacía abandonado en el suelo.
El corazón de Alena latía lento pero pesado.
No tenía intención de ser una esposa que espiara los secretos de su marido. Sabía que la confianza es el cimiento más frágil una vez que se ha agrietado.
Pero después de todas las rarezas últimamente, después de una sonrisa que no era para ella, y un cabello extraño en la chaqueta de Arga... el deseo de saber comenzó a crecer sin poder evitarlo.
Las manos de Alena temblaban al tocar la pantalla del teléfono.
La pantalla se abrió de inmediato, sin contraseña.
Ni siquiera sabía si esto era accidental, o si el universo realmente quería mostrarle algo.
Unos segundos después, el teléfono vibró.
Llegó un mensaje.
El nombre del remitente aparecía claramente en la pantalla... Nadine HR.
[Buenos días, Mas Arga. Ya reservé un lugar para el almuerzo de hoy. No te olvides de venir, ¿sí? Te espero a la una en el restaurante de siempre 😊.]
Alena miró la pantalla sin parpadear.
¿El restaurante de siempre?
Como si fueran allí con frecuencia.
Desplazó los mensajes anteriores, lenta pero seguramente conteniendo la respiración en cada línea que pasaba.
Nadine: [Gracias por acompañarme a casa anoche. Tenía mucho miedo sola en el estacionamiento.]
Arga: [No hay problema, también estaba de paso.]
Nadine: [Eres muy amable, Mas. Si fuera tu esposa, seguramente no me atrevería a enojarme 😅.]
Arga: [Jajaja, no bromees ☺️]
La pequeña sonrisa al final de la frase se sintió más dolorosa que una maldición.
Arga no se negó, no reprendió... no mantuvo la distancia.
Alena se tapó la boca, tratando de contener una respiración temblorosa.
No era porque las palabras fueran demasiado cariñosas, sino porque el tono escrito era demasiado cómodo, demasiado familiar para una relación de compañeros de trabajo.
Miró la pantalla durante un largo rato, luego finalmente la colocó sobre la mesa lentamente, como si el objeto pudiera romperse con solo tocarlo.
Le ardían los ojos, pero no había lágrimas.
Solo había un vacío que fluía como la lluvia fuera de la ventana. Silencioso, pero torrencial.
El mediodía se acercaba.
Alena todavía estaba sentada en la sala de estar, mirando el teléfono de Arga que yacía sobre la mesa.
Estaba pensando en muchas cosas.
¿Debería llamar a Arga?
¿O pretender que no sabía nada?
En su cabeza, había dos voces que luchaban entre sí.
Una decía: "Repréndelo, no te quedes callada".
La otra susurraba: "Cálmate, a veces el silencio hace que la gente se sienta más culpable".
Finalmente eligió el silencio, pero no un silencio sin significado.
Solo quería ver, hasta dónde su marido se atrevía a jugar con fuego.
Por la tarde, Alena esperó deliberadamente en el coche después de dejar el teléfono en la recepción de la oficina de su marido.
Se sentó en el estacionamiento mirando desde la distancia, sin intención de espiar, solo quería confirmar algo.
Unos minutos después, Arga salió del ascensor con una camisa blanca enrollada hasta los codos.
El hombre tomó su teléfono, habló brevemente con la recepcionista y luego caminó hacia la salida.
Poco después, desde el lado derecho del vestíbulo, apareció una mujer. Cabello largo y negro ondulado, con un blazer crema y una falda lápiz negra.
Nadine.
Vio a la mujer sonreír alegremente a Arga, tocando el brazo del hombre ligeramente mientras hablaba.
Y Arga... no se apartó.
Salieron juntos.
Se subieron al mismo coche.
Alena cerró los ojos, tratando de contener su pecho que temblaba.
La lluvia volvió a caer, cubriendo el cristal de su coche con gotas de agua, haciendo que su visión fuera borrosa. Sin embargo, tal vez eso fue lo que la salvó. Porque borroso era mejor que tener que ver claramente una realidad dolorosa.
Por la noche, Arga regresó a casa como de costumbre.
Incluso sonrió levemente, como si nada hubiera pasado.
"¿Cansado?", preguntó Alena secamente mientras ordenaba la mesa del comedor.
"Un poco, hay muchos informes nuevos. ¿Tú qué has estado haciendo en casa?"
Arga se quitó la chaqueta, se sentó relajado en el sofá mientras volvía a jugar con su teléfono.
Alena miró a su marido por un momento. "Mas, parece que tenías mucha prisa... hasta olvidaste tu teléfono esta mañana".
Arga soltó una pequeña risa. "Sí, estoy corriendo contra el plazo de entrega".
Su respuesta fue muy ligera, como si todo estuviera bien.
Alena asintió.
No quería preguntar nada esa noche.
Pero en su corazón, había un muro que comenzaba a construir... lento pero sólido.
Si Arga podía engañar tan sutilmente, entonces Alena también podía resistir de una manera tranquila.
No iba a llorar esa noche, no iba a suplicar explicaciones. Solo iba a empezar a dejar de esperar.
La noche avanzaba.
Alena se sentó en la terraza, mirando la lluvia que aún no cesaba.
Sostenía una taza de té caliente, mirando fijamente el jardín. Sus pensamientos giraban.
¿Desde cuándo su matrimonio había cambiado así?
¿Cuándo fue la última vez que Arga la miró a los ojos sin prisa?
¿Cuándo fue la última vez que rieron juntos sin razón?
Nadie sabe desde cuándo el amor puede convertirse en una rutina fría.
Alena miró el cielo gris. "Tal vez... Dios quiere que aprenda algo de la pérdida gradual".
La lluvia no cesaba, pero por alguna razón, por primera vez, Alena sintió que ya no necesitaba esperar a que cesara.
Porque tal vez, llega un momento en que una mujer debe dejar de refugiarse bajo un techo con goteras y comenzar a buscar un nuevo hogar para su alma.