A los dieciséis años, fui obligada a casarme con Dante Moretti, un hombre catorce años mayor, poderoso y distante.
En sus ojos, nuestro matrimonio era solo un contrato; en los míos, era amor.
Fui enviada al extranjero para estudiar y, durante cinco años, viví con la esperanza de que algún día él realmente me viera.
Ahora, graduada y decidida, he vuelto a Florencia.
Pero lo que encuentro me destruye: mi esposo tiene a otra mujer y planea casarse de nuevo.
Solo que esta vez no será a su manera. Ya no soy la chica ingenua que dejó partir.
He vuelto para reclamar lo que es mío: el nombre, la fortuna, el respeto… y quizá, mi lugar en su cama y en su corazón.
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Capítulo 24
(POV: Dante)
— Edward, por favor, vete, después hablamos, no hagas las cosas más difíciles.
Oír a Bianca tan dócil con él solo empeoró mi estado. Verlo salir fue un alivio porque ya estaba a punto de perder la razón.
Yo estaba en medio de la sala cuando sentí la tensión explotar entre nosotros. Una mezcla de rabia y celos se apoderaba de mí, quemando por dentro. Sentía como si mi posición de "marido" estuviera siendo desafiada, como si todos mis esfuerzos y mi paciencia no significaran nada ante la proximidad de ellos.
— Bianca — comencé, la voz cargada de autoridad y frustración — tienes que escucharme. Como mi esposa, tienes que respetarme! No puedo aceptar que te involucres con otros hombres, que seas íntima con ellos!
Al pronunciar esas palabras, sentí que su mirada se transformaba. Era una mezcla de incredulidad y furia, y eso solo aumentó mi irritación. Mi sangre hervía, mi respiración se aceleraba, y apenas podía controlar el impulso de exigir respeto y obediencia.
— ¿Cómo te atreves a hablarme así? — dijo Bianca, la voz firme, desafiante. — ¡No tienes derecho a acusarme!
Sentí cada palabra de ella como una provocación, y al mismo tiempo, una verdad que yo aún no estaba listo para encarar. La posesividad y la rabia me empujaban, pero una parte de mí ya sentía que estaba a punto de cometer un error irreversible.
— ¡Soy tu marido! — grité, avanzando un paso. — ¡Y vas a respetarme! No puedo aceptar que duermas con otro hombre como... ¡como una zorra!
Ella retrocedió levemente, pero antes de que pudiera continuar, sentí el impacto de la bofetada en mi rostro. El choque recorrió mi cuerpo, y el sonido resonó por la sala, dejándome atónito. La miré, con los ojos desorbitados, sintiendo una mezcla de dolor e incredulidad.
— ¡Idiota! — gritó ella, la voz cargada de rabia — ¡Arrogante, viejo amargado y sin corazón!
Sentí el peso de esas palabras atravesar mi pecho como láminas afiladas. La rabia inicial se transformó en un nudo de arrepentimiento que comenzó a instalarse. Cada insulto de ella, cada gesto cargado de indignación, me atingía de lleno, haciéndome percibir la profundidad de mi error.
— Tú... tú no entiendes! — balbuceé, la voz fallando. — ¡Yo solo quiero que me respetes como marido!
— ¿Respeto? — replicó ella, la voz baja, pero mortal. — ¡Yo siempre te respeté, Dante! — De sus ojos, lágrimas contenidas amenazaban con brotar.
— A diferencia de ti... ¡tú duermes con cualquier cualquiera y aún osas acusarme de deslealtad!
El frío recorrió mi espina dorsal. Cada palabra que salía de su boca rasgaba mi orgullo y exponía mi propia arrogancia. Estaba viendo, por primera vez, la injusticia de aquello que estaba diciendo. Yo, que siempre me creí en el derecho de controlar, de poseer, de juzgar, estaba completamente equivocado.
— Bianca... yo... — intenté, pero la voz falló. Tragué saliva, incapaz de completar.
Ella dio un paso adelante, los ojos verdes brillando de lágrimas, y habló con la fuerza de todo el dolor que yo nunca percibí que causara:
— ¡Aún soy virgen, Dante! ¡Siempre me guardé para ti! ¡Siempre esperé, siempre te respeté, siempre fui fiel! Me guardé para ti durante estos cinco años. Nunca dejé que mis principios se quebraran. Por más que para ti yo no fuera nada y tú me vieras solo como una niñita, yo te veía como hombre, como mi marido, en mi cabeza solo tú podrías tener lo mejor de mí. Mi amor, mi fidelidad, mi... pureza, ¡incluso cuando tú te permitías a cualquier mujer! ¡Siempre fui fiel!
¿Virgen...? Aquella palabra martilleaba en mi mente, el suelo pareció desaparecer bajo mis pies. La magnitud de lo que había hecho, de las acusaciones injustas, de la rabia ciega, me atingió como un puñetazo en el estómago. Por primera vez, vi su verdad — una verdad que yo había irrespetado con palabras crueles y acusaciones infundadas.
— Yo... yo... — murmuré, la voz ronca, casi sin fuerza. — Yo no percibí...
Ella me miró una última vez, respirando con dificultad, y se dirigió a la puerta, dejándome solo en el vacío que yo mismo creara. Cada paso de ella resonaba en mi mente, y me senté en el sofá, el rostro ardiendo, el corazón pesado. Por primera vez, sentí el verdadero peso del error que cometí: no solo la lastimé, sino que rompí la confianza de alguien que me dio todo de sí.
Cuando salí de la empresa ella ya se había ido. ¿Y qué esperaba? Que después de haberla llamado de frívola ella correría en dirección a mis brazos y me llenaría de besos agradecidos. Fui un idiota arrogante.
Llegando a casa todo lo que encontré fue el silencio de la Villa que era aplastante. Yo me quedaba allí, inmerso en el arrepentimiento, sintiendo cada lágrima que ella derramara, cada palabra que me atingiera. Por primera vez, percibí que ser marido no era solo un título o un derecho, sino un compromiso que yo había irrespetado.
Y allí, solo, percibí cuánto tenía que cambiar si aún quería merecer el amor y la fidelidad que Bianca siempre me ofreció.