Una amor cultivado desde la adolescencia. Separados por malentendidos y prejuicios. Madres y padres sobreprotectores que ven crecer a sus hijos y formar su hogar.
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Cap. 24 Sé que se equivocó
Al final, Belle no tuvo más remedio que aceptar la situación. Aunque le indignaba un poco que su hermana se tomara las cosas con tanta frialdad pragmática, en el fondo la entendía.
Después de todo, eso de andar entregando el corazón a lo loco... tampoco es que hubiera sido un buen negocio para ella misma.
Así pasaron el fin de semana, entre charlas íntimas y risas de hermanas, alistándose para ir a visitar a sus padres en la casa principal y ver a sus pequeños hermanos, un oasis de normalidad familiar.
Sin embargo, al otro lado de la ciudad, se cocinaba otra tormenta.
Gabriela, la tía de Diego y Rodrigo, estaba de visita en el departamento de los muchachos.
Todo el mundo en la familia sabía qué hacía allí y qué era lo que realmente buscaba: ejercer su chantaje emocional de siempre. "Mi querida hermana ha fallecido y ustedes dos son todo lo que me queda", era su mantra.
Y, sin embargo, por más que lo intentaba, los chicos no complacían sus peticiones, que siempre involucraban alejarlos de "esas chicas sin linaje".
Lo que Gabriela no sabía era que había preparado su jugada más audaz. Y el día lunes, otra bomba estaba programada para estallar en las oficinas de Breton S.A. Parecía que, desde la llegada de Belle Ferrer Monterrosa, la paz era un lujo que esa empresa ya no podría permitirse.
El día lunes, Belle entró como siempre: tranquila, serena, absorbiendo las miradas de admiración a su alrededor sin siquiera notarlo. Era inevitable; era deslumbrantemente hermosa, pero sobre todo, poseía esa suavidad que hacía que su energía se expandiera como un bálsamo.
Era el tipo de artista que emanaba luz, una calma en medio del caos corporativo.
Pero ese día, algo estaba fuera de lugar. Un alboroto inusual se percibía en el ambiente, y la razón era simple: Kendall había vuelto a la empresa.
Gabriela había presionado a los muchachos durante todo el fin de semana. Entre lágrimas y súplicas, había usado su carta más poderosa: el chantaje emocional.
—Diego, cariño, es mi querida ahijada. Su madre era como una hermana para mí. Cuando falleció, le prometí que la cuidaría. Tienes que ayudarme con esto —decía con una voz melosa y quebrada.
—Sé que se equivocó, sé que hace cosas que no están bien... es que tiene un vacío en el alma. Pero está dispuesta a aceptar sus errores, a recuperarse. Por favor, cariño…
Entre tanta lloradera y el peso de una promesa familiar, Diego cedió. Kendall volvía. No al mismo puesto de poder, pero seguía dentro del círculo cerrado, cerca de él. Y con su regreso, la frágil paz que Belle había empezado a construir se resquebrajaba, preparando el terreno para que las cosas volvieran a ponerse igual de difíciles.
Kendall había llegado cargada de bolsas de lujo, llenas de pequeños pero costosos presentes. Era una estrategia clara: reforzar y limpiar su reputación a base de sobornos dulces.
—¡Chicos, he vuelto! —anunció con una sonrisa de portada de revista.
—Sí, tuve un mal momento hace unas semanas, pero ya estoy de vuelta, renovada. ¡Así que vamos a trabajar, seamos compañeros, seamos amigos!
Mientras repartía sus regalitos, los empleados, como buitres atraídos por el brillo del empaque caro, se arremolinaban a su alrededor, olvidando por un momento los dientes afilados que esa sonrisa escondía.
Sin embargo, Belle, al pasar por el lobby, solo la miró con la comprensión más triste y clara del mundo. Si no puedes conquistar a la gente por lo que eres, intentas comprar su aceptación.
Y eso no era generosidad; era coacción emocional disfrazada de regalo. Negó con la cabeza, apenada por la escena, y se dispuso a dirigirse al ascensor.
Pero la mirada de Kendall, que había seguido cada uno de sus pasos, se ensombreció. La rubia no había pasado ni veinte minutos desde su reingreso y ya estaba lista. El teatro de la redención había terminado. Ahora empezaba, de nuevo, la guerra.
—Belle, contigo quería hablar, querida —dijo Kendall con una sonrisa suave, casi tímida, bajando la mirada.
—Sé que hice algo malo hace unas semanas, y es verdad, estaba un poco celosa. Espero que me perdones y que podamos llevar una relación laboral saludable y armoniosa. No me guardes rencor, por favor, realmente estaba equivocada en muchas cosas.
Se frotaba las manos con nerviosismo, adoptando una postura de súplica, como si Belle fuera la CEO del lugar y no una simple pasante.
Belle levantó una ceja con elegancia, se alisó el vestido y se paró frente a ella. Luego, esbozó la sonrisa más dulce y comprensiva del planeta.
—Kendall, ¿cómo puedes pensar algo así? —susurró, pero con una claridad que todos en el radio de diez metros podían escuchar.
—Yo jamás creería algo malo de ti. Sé que estabas nerviosa y que pensabas que yo te tenía mala voluntad, pero no es así, te lo aseguro. —Hizo una pausa, dejando que su bondad resonara.
—Me alegra que hayas vuelto, y espero que te sientas mejor. Ya sabes, esos ataques de histeria no son buenos para tu salud; tienes que cuidar tu sistema nervioso. Cada vez que tengas alguna duda, habla conmigo. Verás que yo no tengo ninguna mala intención. —Su voz era un arrullo de seda.
—Yo solo soy una pasante, jamás podría amenazar tu trabajo. Solo quería demostrar mis capacidades. Si te ofendí en algo, también espero que me disculpes.
Kendall parpadeó varias veces, atónita. La furia le hervía por dentro. Esperaba que Belle se regodeara en su triunfo, que fuera arrogante. Pero allí estaba, de pie, como un ángel perdonando a un pecador con la gracia de un alma pura y celestial. Era la humillación perfecta.
Kendall casi dio un pisotón de rabia, pero tuvo que aguantarse.
—Bueno, querida... nos vemos en la reunión de la mañana —logró articular Belle, antes de retirarse con una elegancia devastadora.
Kendall se quedó plantada, con la boca apretada en una línea fina, tratando de procesar lo que acababa de suceder. ¿Cómo era posible? Belle no se había sentido ofendida, ni había alzado la voz.
En cambio, se había mostrado infinitamente más suave, más complaciente y más... superior que ella misma. Era una derrota tan absoluta que no sabía ni por dónde empezar a contraatacar.
Pillina ya los veré en cada rincón ahi dandose su despedida 😆🤭🤭🤭