El Prisionero Y La Reencarnada

Cuando James salió del despacho, el corazón le latía con fuerza. No era miedo: era determinación.

Más tarde, al cruzarse con Ginger en el corredor, no dijo nada de inmediato. Solo la miró con esa intensidad suya, contenida pero clara. Ella levantó la vista, notó algo distinto en él… y el leve rubor volvió a sus mejillas.

—¿Todo bien? —preguntó ella, intentando sonar casual.

James se inclinó apenas hacia ella, lo justo para que solo Ginger pudiera escucharlo.

—Muy bien. Mucho mejor de lo que imaginas.

Ella no supo por qué, pero su pecho se llenó de una calidez tranquila. No había promesas apresuradas, ni palabras grandilocuentes… solo esa certeza silenciosa, firme.

Cuando le avisaron que el carruaje estaba listo, Ginger se quedó inmóvil un segundo. No recordaba ninguna reunión fuera de la mansión; aun así, todo parecía preparado con una precisión extraña. Su doncella le aseguró que eran órdenes claras, dadas con antelación, y Ginger acostumbrada a confiar subió sin hacer preguntas.

El trayecto fue tranquilo. A medida que el carruaje avanzaba, el paisaje comenzó a cambiar.. los caminos empedrados dieron paso a senderos de tierra, y luego a un bosque que Ginger conocía demasiado bien. El aire se volvió más fresco, cargado de resina y hojas húmedas. Su corazón empezó a latir con fuerza cuando reconoció el lugar.. el bosque cercano al castillo del sur, no muy lejos de donde habían estado los antiguos calabozos.

El carruaje se detuvo.

James la ayudó a bajar. No llevaba el uniforme formal de seguridad, sino ropa sencilla y oscura, elegante a su manera. Había algo distinto en su mirada.. una serenidad profunda, como si cada decisión ya estuviera tomada.

—Quería que fuera aquí —dijo él, con voz baja—. Porque este lugar marcó el final de una vida… y el comienzo de otra.

Caminaron unos pasos entre los árboles. La luz del atardecer se filtraba entre las ramas, dorada y suave. Allí, donde el bosque se abría en un claro discreto, James se detuvo. Ginger apenas tuvo tiempo de respirar cuando él dio un paso al frente y se inclino ante ella, con una rodilla en el suelo..

El mundo pareció detenerse.

—Ginger Evenhart —dijo, pronunciando su nombre completo con un respeto que le apretó el pecho—. No vengo a prometerte lo que no necesitas. Tú ya lo tienes todo. Vengo a ofrecerte lo único que es verdaderamente mío.. mi vida, mi lealtad y mi elección, cada día.

Sacó una pequeña caja. Dentro, un anillo sencillo y hermoso, con una piedra clara que parecía guardar luz propia, trabajada con la misma magia protectora que ella había perfeccionado con los años.

—Me elegiste cuando yo no era nadie —continuó—. Cuando era un prisionero, una sombra. Desde entonces, cada paso que he dado ha sido para merecerte, no para alcanzarte. Si me permites caminar a tu lado… ¿aceptarías ser mi esposa?

Ginger sintió cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. Pensó en el calabozo, en el silencio, en las heridas. Pensó en los años sin cartas, en la fiesta, en los silencios cargados de miedo. Y entendió, con una claridad absoluta, que nunca había sido agradecimiento.. siempre había sido elección.

Se acercó, temblando apenas, y apoyó una mano en su mejilla.

—Sí —dijo, con la voz quebrada pero firme—. Te elijo.

James exhaló como si hubiera estado conteniendo el aire durante años. Se puso de pie y la abrazó con cuidado, como si aún temiera que no fuera real. El bosque guardó el momento en silencio, testigo de un amor que había sobrevivido a la caída, a la culpa y al tiempo.

Allí, donde todo había terminado una vez, comenzó por fin su verdadero futuro.

De regreso, dentro del carruaje todo fueron besos y caricias, pero también palabras susurradas y risas contenidas. El traqueteo suave de las ruedas parecía acompasarse con el latido acelerado de ambos corazones. Alban sostuvo el rostro de Ginger entre sus manos, como si temiera que el momento se deshiciera si aflojaba la presión, y apoyó su frente contra la de ella.

—Nunca pensé que volvería a este bosque por algo así —murmuró él, con una sonrisa que ya no escondía nada—. Aquí perdí mi nombre… y aquí quiero empezar de nuevo contigo.

Ginger entrelazó los dedos con los suyos, todavía temblándole un poco las manos. Miró por la ventanilla el perfil oscuro de los árboles, el mismo lugar que había sido símbolo de miedo y ahora lo era de elección.

—Tal vez por eso duele menos el pasado —respondió—. Porque no nos define, solo nos trajo hasta aquí.

Alban besó sus nudillos con una ternura que contrastaba con todo lo que había sido. No había prisa. No había huida. Solo la certeza silenciosa de que se estaban eligiendo, sin cadenas ni deudas.

Cuando el carruaje retomó el camino de regreso, Ginger apoyó la cabeza en su hombro. Él la rodeó con un brazo, protector, tranquilo. Afuera, el bosque quedaba atrás.. adentro, se estaba construyendo un futuro que por fin no necesitaba esconderse.

cuando Ginger bajo del carruaje mirando ilusionada su anillo, sus hermanos y su padre lo entendieron todo, e incluso el duque le dijo a James que le habia dado permiso para cortejarla no penso que fuera tan rapido todo..

- era permiso para cortejarla.. no crei que todo fuere a pasar tan rápido..

James inclinó apenas la cabeza, con una mezcla de respeto y determinación que no pasó desapercibida.

—Cuando uno sabe —respondió con calma—, no tiene sentido retrasarlo.

El padre de Ginger lo observó largo rato. Había visto a muchos hombres hablar con seguridad fingida; en James no había teatro, solo una certeza silenciosa. Luego miró a su hija. Ginger sostenía la mano de James con el anillo aún brillando, los ojos luminosos, sin rastro de duda ni miedo. No era el entusiasmo pasajero de una joven ilusionada, sino la serenidad de alguien que había elegido.

Sus hermanos intercambiaron miradas. El mayor fue el primero en sonreír, cruzándose de brazos.

—Parece que nos ganaste —dijo—. Y no cualquiera logra eso.

El segundo asintió despacio.

—Mientras la cuides así… no tenemos objeciones.

Ginger sintió un nudo en la garganta. Había temido ese momento más que la propuesta misma. Sin embargo, allí estaba: apoyo, aceptación, incluso orgullo.

El padre dio un paso al frente y apoyó una mano firme sobre el hombro de James.

—Te lo dije —murmuró—. Mi hija no necesita a nadie. Pero eligió caminar contigo. Si la proteges, si la respetas y la haces feliz… entonces tienes mi bendición.

James inclinó la cabeza con mayor profundidad esta vez.

—Daré mi vida por ella si es necesario —dijo sin alzar la voz—. Pero espero darle, sobre todo, una vida larga y en paz.

Ginger no pudo contenerse. Abrazó a su padre primero, luego a sus hermanos, y finalmente volvió a los brazos de James. Por primera vez desde que había renacido en ese mundo, sintió que todas las piezas encajaban.. el pasado que había dolido, el presente que había construido y el futuro que ahora se abría ante ella.

Esa noche, cuando estuvo sola en su habitación, volvió a mirar el anillo. Pensó en el calabozo, en el silencio, en las heridas que había curado con manos temblorosas. Pensó en el hombre que había renacido lejos de la sombra del traidor… y en cómo, sin proponérselo, también había salvado algo dentro de ella.

No fue un final apresurado.

Fue una elección mutua.

Y esta vez, sin barrotes, sin miedo y sin secretos entre sangre de por medio.