Desterrado. Marcado. Silenciado.
Kael fue expulsado de su manada acusado de traición, tras una emboscada que acabó con la vida del Alfa —su padrastro— y la Luna —su madre—. Desde entonces, vive apartado en las sombras del bosque, con cicatrices que hablan más que su voz perdida.
Naia, una joven humana traída al mundo sobrenatural como moneda de pago por su propia madre, ha sobrevivido a la crueldad del conde Vaelric, un vampiro sin alma que se alimenta de humanos ignorando las antiguas leyes. Ella logra lo imposible: huir.
Herida y agotada, cae en el territorio del lobo exiliado.
Kael debería entregarla. Debería mantenerse lejos. Pero no puede.
Lo que comienza como un refugio se transforma en un vínculo imposible. Y cuando el pasado los alcanza— con el nuevo Alfa, su medio hermano sediento de poder, y Vaelric dispuesto a recuperar lo que cree suyo— Kael ya no puede quedarse al margen.
Porque esta vez, no está dispuesto a ceder...
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La herida invisible
(Naia)
Era más de mediodía, el silencio de la cueva era casi absoluto, salvo por el crepitar del fuego que había encendido Kael más temprano. Me senté frente a él, cruzando las piernas, con la sensación de que cada movimiento que hacía estaba siendo observado. Su silencio, era algo que podía leer con claridad: la forma en que ladeaba la cabeza, la intensidad de su mirada, la manera en que sus hombros se tensaban levemente cuando yo me movía.
Pensé en el gruñido de anoche. La primera vez que lo escuché, me asusté. Pero ahora, en la calma de la cueva, reconocí que no era solo furia. Era algo más profundo. Era un escudo que él levantaba por mí, un rechazo hacia el peligro que yo había corrido, hacia Vaelric. Cada músculo de su cuerpo, cada gesto de tensión, hablaba de un instinto de protección que no podía ignorar.
Me di cuenta entonces de algo inesperado: Kael me miraba con algo más que compasión. Sus ojos no solo veían mis heridas; parecían leer mi presencia, como si intentaran adivinar cada pensamiento, cada miedo. Esa idea me confundió y, de algún modo, me hizo sentir extrañamente viva.
No podía apartar la vista de sus manos, de la forma en que se movían al encender el fuego para que no pasara frío. Cada detalle parecía medido con precisión, como si yo fuera frágil y preciosa al mismo tiempo. Mi corazón se aceleraba, y tuve que recordarme a mí misma que él nunca había hablado, que sus silencios eran lo único que conocía, y aun así… me sentía observada de una manera que me incomodaba y me atraía al mismo tiempo.
(Kael)
Mi mente estaba en caos. Aún recordaba el gruñido que había escapado la noche anterior. No era algo que me permitiera con frecuencia. Había revelado demasiado: mi enojo, mi frustración, mis deseos de protegerla de algo que no podía controlar… y la verdad, aunque no pronunciada, también se asomaba.
Recordé mi infancia, las palabras de Hassim, la crueldad de ser considerado indigno de tener una compañera, el peso de un destino que no me pertenecía. Cada palabra cruel, cada mirada despectiva, había quedado marcada en mi interior. ¿Qué pensaría Naia si supiera que parte de mi deseo de protegerla viene de una necesidad más antigua, más profunda, de demostrar que podría cuidar y poseer algo que se suponía que nunca me correspondería?
Respiré hondo y me obligué a mantener la calma, aunque mi corazón golpeaba con fuerza. Cada vez que ella sonreía, aunque fuera mínimamente, algo dentro de mí se tensaba. Cada gesto, cada movimiento de su cuerpo, cada forma en que se inclinaba sobre las hierbas o simplemente se movía era un recordatorio de lo que sentía y de lo que no podía expresar.
(Naia)
Durante los días siguientes, la convivencia se volvió más ligera. Kael seguía igual de atento, me servía la comida primero, encendía el fuego antes de que pasara frío, acomodaba la manta sobre mis hombros con un cuidado silencioso que me hacía sonreír sin poder evitarlo.
Yo, por mi parte, disimuladamente, lo observaba mientras trabajaba, notando cómo sus hombros se tensaban o cómo sus ojos me seguían. Cada reacción era sutil, pero clara.
Me sorprendía, sin embargo, cómo esa cercanía empezaba a confundirme. No podía ignorar la punzada que sentía en el pecho cada vez que lo veía mirarme de manera intensa. No era miedo, ni incomodidad, sino algo más profundo. Algo que me hacía sentir que él deseaba algo más que mi bienestar, algo que despertaba emociones que no podía nombrar.
(Kael)
Cada gesto de Naia me desarmaba. La forma en que inclinaba la cabeza, cómo sus dedos se movían sobre las hierbas, la delicadeza de cada movimiento… Todo eso encendía un fuego dentro de mí.
Me sentía expuesto, vulnerable. Odiaba la necesidad que comenzaba a crecer en mi pecho. La primera vez que sentí algo así había sido un accidente, un gruñido que escapó antes de que pudiera controlarlo. Ahora, cada pequeño gesto de ella reavivaba esa tensión, y me obligaba a controlar mis instintos.
No podía dejar que supiera lo que sentía. No podía permitir que entendiera que mi deseo de protegerla y mi atracción por ella eran inseparables. Mi historia, mi origen… todo lo que había sufrido, el exilio, la soledad, el rechazo de Hassim, me recordaba que nunca podría tener lo que otros tenían. Y aun así, allí estaba ella, ocupando un espacio en mi corazón que creía cerrado para siempre.
(Naia)
Una noche, mientras dormíamos, la cueva estaba en un silencio absoluto, salvo por el leve crepitar del fuego y la respiración profunda de Kael y Fenn, que dormían profundamente a unos metros de mí. El aire estaba frío y seco, y el mundo exterior parecía recubierto por un manto de sombras. Me desperté sobresaltada, un ruido extraño en el exterior de la cueva había atravesado mi sueño, y un escalofrío recorrió mi espalda.
Intenté controlar mi respiración, pero cada crujido de la piedra o rama movida por el viento me hacía saltar. El miedo se apoderó de mí, y sin pensarlo demasiado, me incorporé lentamente. Mis pies descalzos tocaron el suelo frío y, temblando, caminé hacia la cama donde Kael dormía. No me acerqué con intención de contacto; solo necesitaba sentirme más segura, cerca de alguien que pudiera protegerme.
—Solo un poco… solo para sentirme protegida —susurré para mí misma, mientras me acomodaba en la esquina de su cama, dejando suficiente espacio entre nosotros—. No quiero molestarte.
El frío de la piedra me empujó inconscientemente hacia él. Me acurruqué contra su costado, buscando calor, protección, algo que ni siquiera yo podía nombrar. Su cuerpo estaba firme, cálido, y el ritmo de su respiración me tranquilizó.
Sentí su mano moverse ligeramente sobre mí, y me estremecí, sin abrir los ojos. No podía imaginar que su mente estuviera tan cerca de la mía, ni que él estuviera despierto debatiéndose entre apartarse o rendirse a este contacto silencioso.
(Kael)
La sentí antes de que me diera cuenta de lo que ocurría. Su cuerpo se acurrucó contra el mío, cálido y frágil. Por un instante, todo mi control se tambaleó. Mi corazón golpeaba con fuerza, mi respiración se aceleraba, y el mundo entero parecía reducirse a la sensación de su peso junto al mío.
Quise apartarme. Quise recordarme a mí mismo que ella no me pertenecía, que nunca podría permitirme tenerla de la manera que deseaba. Pero al mismo tiempo, cada fibra de mi ser gritaba por permanecer allí, por sentirla, por protegerla, por permitirme un instante de paz en su cercanía.
Mi cuerpo se quedó inmóvil, cada músculo tenso, mientras mi mente luchaba entre el deseo y la prudencia. Su calor, su cercanía, su respiración suave… todo me recordaba que había alguien que realmente necesitaba mi protección y, al mismo tiempo, estaba despertando algo que nunca creí que podría sentir.
Sentí que Fenn se movía, acercándose un poco, como si supiera que debía vigilarme también, y eso me dio un mínimo respiro. Sabía que no podía permitir que esta conexión se rompiera, pero tampoco podía ceder completamente. La tensión era palpable, densa como el aire mismo de la cueva.
(Naia)
En ese silencio, acurrucada contra él, me sentí segura. Sentí que podía confiar en él sin miedo, que podía dejar que mi cuerpo buscara consuelo sin palabras, que podía permitirme un instante de calma.
Abrí un ojo y lo observé respirar, con los músculos tensos aún estando dormido. Su figura era imponente, incluso inmóvil, y sentí que cada latido de mi corazón coincidía con el suyo.
Nunca antes había estado tan cerca de alguien de esta manera. Y aunque el miedo a sentir demasiado todavía me rondaba, una parte de mí deseaba que este contacto durara para siempre
(Kael)
No me moví. No podía. Su contacto era un recordatorio de todo lo que había perdido, de todo lo que nunca podría tener, y aun así… allí estaba, con su cuerpo junto al mío, permitiéndome sentir algo que había estado prohibido durante años.
La noche pasó lenta, cada sonido de la cueva era amplificado por la tensión que me envolvía. Sentí su respiración cambiar, un leve temblor que me indicó que estaba consciente de la cercanía, aunque no del todo despierta. Cada segundo me recordaba que debía protegerla, pero también que deseaba permanecer allí, abrazado a ella, sintiendo su calor, dejando que la distancia que siempre habíamos mantenido desapareciera, aunque solo fuera un instante.
Cuando finalmente amaneció, me separé ligeramente, pero no del todo, permitiendo que la última sensación de cercanía permaneciera con nosotros. Fenn se acomodó a mis pies, vigilante, mientras yo observaba a Naia dormir, hermosa y vulnerable, sintiendo cómo la herida invisible que había cargado durante años comenzaba a cerrarse lentamente, gracias a su presencia.