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El Oráculo De La Bruja: El Despertar Del Nexus

El Oráculo De La Bruja: El Despertar Del Nexus

Status: En proceso
Genre:Magia / Demonios / Brujas / Fantasía épica
Popularitas:2.5k
Nilai: 5
nombre de autor: Kevin J. Rivera S.

En un mundo que olvidó la era dorada de la magia, Synera, el último vestigio de la voluntad de la Suprema Aetherion, despierta tras siglos de exilio, atrapada entre la nostalgia de lo que fue y el peso de un propósito que ya no comprende. Sin alma propia pero con un fragmento de la conciencia más poderosa de Veydrath, su existencia es una promesa incumplida y una amenaza latente.

En su camino encuentra a Kenja, un joven ingenuo, reencarnación del Caos, portador inconsciente del destino de la magia. Unidos por fuerzas que trascienden el tiempo, deberán enfrentar traiciones antiguas, fuerzas demoníacas y secretos sellados en los pliegues del Nexus.

¿Podrá una sombra encontrar su humanidad y un alma errante su propósito antes de que el equilibrio se quiebre para siempre?

"No soy humana. No soy bruja. No soy demonio. Soy lo que queda cuando el mundo olvida quién eras."

NovelToon tiene autorización de Kevin J. Rivera S. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO XXII: Sombras y Sabores en Thérenval

— Vaelor —

El frío.

Siempre el frío.

Lo recuerdo como si aún lo sintiera recorriéndome los huesos, como cuchillas invisibles que no se conformaban con herirme por fuera… sino por dentro.

Era solo un niño.

Vivía en la aldea oculta de la nieve, al norte de la provincia cinco. Un pequeño rincón donde la vida era dura, pero los corazones eran cálidos. Allí, la nieve nunca se derretía del todo. Solo una vez al año, durante diez breves días, el verano se asomaba tímidamente. Las flores brotaban, cubriendo los campos blancos con manchas de color y esperanza. Y por un instante… por un breve y sagrado instante, la vida parecía posible.

Recuerdo el olor dulce de esas flores. El sonido de las risas. Las manos de mi madre, ásperas pero tiernas. El canto de mi padre al amanecer mientras sacaba agua del pozo helado.

Yo era feliz.

Un niño sin poder, sin deber, sin miedo.

Y entonces…

El cielo se volvió rojo.

El calor llegó, no como verano, sino como fuego.

Gritos.

Tantos gritos… que aún los oigo en las noches.

El aroma de las flores fue reemplazado por el hedor del humo, de la sangre derramada en la nieve. Mi aldea…

mi hogar…

mi familia…

Todo fue devorado por una violencia que no entendía.

La nieve, antes pura, se tiñó de escarlata. Aún veo esa imagen: la sangre fundiéndose con el hielo, como si el invierno hubiera llorado tanto que decidió morir con nosotros.

Yo corrí.

No sé cómo. No sé por qué.

Mis pies se movían, aunque no sentía mis piernas.

Escapé. Sobreviví.

Pensé que había dejado atrás el infierno.

Pero solo estaba entrando en uno más profundo.

Me convertí en un arma. Un niño moldeado por otros, enseñado a matar, a endurecer el alma, a enterrar el pasado. Me quitaron el nombre. Me dieron una espada. Y una causa.

Los Cazadores Éclyon no aceptaban debilidades. Así que escondí mi llanto. Sepulté mi corazón bajo capas de obediencia.

Pasaron los años.

Aprendí a luchar. A ganar. A perder sin mostrar dolor.

Pero cada victoria sabía a ceniza.

Porque lo único que realmente deseaba…

era volver a sentir ese calor de diez días de verano.

Y cuando por fin creí que la redención era posible,

cuando creí que podía proteger en lugar de destruir…

ella apareció.

Synera.

Esa bruja.

No me habló. No se presentó.

Solo la vi entre el humo… una silueta, un sombrero, un destello de cabello blanco.

Y aun así… lo destruyó todo.

Sin decir una palabra, me arrancó lo último que amaba.

Sin tocarme, me dejó vacío.

Valara.

Mi hogar adoptivo.

Mi gente.

Quemados. Asesinados. Como mi aldea. Como mi familia.

Como todo lo que toco.

El pasado no me dejó escapar.

Solo esperó el momento justo para recordarme que no merezco paz.

Que todo lo que amo se destruye por mi culpa.

Por confiar. Por creer.

Y ahora…

todo lo que tengo son recuerdos.

Cenizas en el viento.

Gritos que me despiertan por las noches.

Y un nombre que pesa como una tumba.

Vaelor.

Un nombre que ya no sé si significa protector…

o condena.

El recuerdo se disuelve.

Un crujido de madera bajo mis pies me arranca de la pesadilla.

La cabaña a las afueras del bosque de Valara me envuelve en su penumbra matinal. La luz del alba se cuela por los cristales empañados, tiñendo todo con un dorado tenue y melancólico. El día parece dudar en comenzar.

—Joven Vaelor... —la voz de Esmeralda susurra con una suavidad cautivadora, como el susurro del viento entre las hojas—. Necesito tu sangre para vincular los recuerdos y hallar a esa mujer.

Esmeralda.

Una aliada del Capitolio.

Bruja de rastreo.

Dulce y cooperativa en su trato, pero cuando se trata de cumplir con su misión, su seriedad es inquebrantable.

Le conté todo. No dudó. Ni una palabra de juicio. Solo acción.

—Hazlo —digo, y deslizo el filo de la hoja de mi katana sobre mi palma. La sangre, densa y oscura, cae al centro del pentagrama tallado en el suelo.

Las velas que lo rodean se encienden solas, una a una, como si la sangre las despertara.

—Concentraré mi maná… —murmura Esmeralda— para activar el campo de visualización. Este hechizo exigirá más de lo que tengo. Pero si estás dispuesto…

—Lo estoy. Haz lo que tengas que hacer.

Ella asiente y flota dentro del círculo, los brazos extendidos, los ojos cerrados. El aire se vuelve más espeso, cargado de olor a hierbas quemadas y ozono.

—Visionem! —grita de pronto.

Sus ojos se abren, y se tornan completamente blancos, como cristal resplandeciente. El pentagrama tiembla bajo su cuerpo, las llamas bailan al ritmo de una fuerza invisible.

Del centro surge una imagen brumosa… una figura entre sombras.

—¡Es ella! —susurro con los puños apretados. Mi voz tiembla de ira contenida—. Synera…

El humo se disipa lentamente. La silueta avanza con elegancia contenida… es ella. Detesto admitirlo, pero su belleza es innegable, casi antinatural. A su alrededor, la realidad misma parece doblarse, como si el mundo no supiera cómo sostener su presencia.

—Se dirige a la frontera de Thérenval… —dice Esmeralda, jadeando por el esfuerzo—. No está sola… pero no logro distinguir quién la acompaña…

—No importa con quién esté. —Mi voz ya no tiembla—. Mi objetivo es claro.

La visión se disuelve. Las velas se apagan. El aire vuelve a ser aire.

Pero dentro de mí, solo hay fuego.

—Estoy más cerca —murmuro, apretando los dientes—. Más cerca de vengarlos.

Mientras Vaelor juraba venganza en el corazón roto de Valara, a kilómetros de distancia, el día comenzaba con pasos mucho más ligeros…

— Synera—

Caminábamos por el estrecho sendero que se dirigía a la frontera de Thérenval, disfrutando de la sensación de tener el destino tan cerca. El aire fresco de la mañana acariciaba mi rostro, y el sol empezaba a asomarse con perezoso brillo entre los árboles. Un nuevo día traía nuevas aventuras… o eso esperaba, aunque el viaje ya se sentía largo.

—Un nuevo amanecer, nuevas aventuras. Después de tanto esfuerzo, finalmente estamos por llegar a la frontera de Thérenval… —pensé, satisfecha con la marcha, sin pensar en lo que se avecinaba.

De pronto, escuché una queja que no me sorprendió en lo más mínimo.

—Synera, ¿cuánto falta? Tengo mucha hambre... —dijo Kenja, su voz entrecortada por el cansancio y la desesperación. Lo miré de reojo; su cara estaba pálida y su caminar errático, como si estuviera a punto de desmayarse.

Solté un suspiro, irritada pero sin perder la calma. No podía evitar pensar en cómo siempre encontraba algo de lo que quejarse, como si tuviera una queja distinta para cada hora del día.

—¡Ashh…! Solo sabes quejarte. El día ni empieza y ya estás renegando. No es mi culpa que anoche hayas rechazado mi comida. Si la hubieras aceptado, no estarías aquí muerto de hambre. —Me sentí algo satisfecha al decirlo, cruzando los brazos con cierto aire de superioridad.

Kenja hizo una mueca, luego levantó la vista hacia mí, con la mirada perdida y un poco culpable.

—Solo quería sorprenderte, hacer algo diferente sin depender de la magia. —dijo, como si su noble gesto tuviera algún tipo de justificación.

Reí con un toque de burla, sin freno.

—¿Sorpresa? ¡Eso fue un desastre! Si "hacer algo diferente" significa asar hongos venenosos creyendo que no lo eran, no quiero ni imaginar qué consideras un buen plato... o si estás intentando matarme.

Kenja se encogió de hombros y me miró con cara de niño regañado, pero su estómago volvió a rugir tan fuerte que la risa se me escapó sin querer.

—¡Mueve y camina, llorón! —le dije, acelerando el paso mientras lo dejaba atrás.

—¡Oye, espera, no camines tan rápido! —gritó Kenja, su voz suplicante fluyendo con desesperación mientras trotaba detrás de mí, jadeando.

Lo observé por un momento y, por primera vez, me detuve a esperar. No pude evitar sonreír.

—¿Qué pasa, ya no tienes más excusas? —le lancé con tono burlón, sin dejar de caminar.

Kenja me miró con una mezcla de frustración, hambre y ese orgullo herido tan típico en él. Quise seguir burlándome… pero su cara era tan patética que solté otra carcajada, sin poder contenerme.

Horas después, los árboles dieron paso al horizonte, y la frontera de Thérenval se reveló ante nosotros como un mundo completamente nuevo.

Una ciudad portuaria colosal nos recibió con el bullicio de miles de voces. Muros altos protegían casas de piedra y madera pulida; barcos gigantes anclados en el puerto flotaban como fortalezas sobre el mar. El aroma a sal marina, pescado fresco y especias llenaba el aire, mientras comerciantes gritaban sus precios y guardias reales patrullaban con semblantes tensos. Era un caos ordenado, una sinfonía de culturas y colores.

Al pasar el control de entrada, los guardias apenas nos dieron una mirada larga antes de permitirnos cruzar. Kenja, en cambio, apenas dio dos pasos antes de que sus ojos se encendieran como faroles.

—¡Waaah! ¡Esto es increíble! —exclamó, girando sobre sí mismo—. ¡Mira eso! ¿Ese es el mar? ¡Nunca lo había visto! ¡Es enorme! ¡Y azul! ¡Y eso… eso de allá… ¿son casas flotantes!?

Los locales empezaron a lanzar miradas. Algunas de curiosidad, otras de molestia. Y yo… yo sentía que me hervía la sangre.

—Ya pareces un idiota. Cálmate, ¿quieres? Vas a llamar la atención —le dije entre dientes, apretando los labios.

—¡No puedo! ¡Es todo tan genial! ¡Hay tanta gente, tantas cosas! ¡Mira esas frutas, parecen brillar! ¿Y ese tipo lleva una serpiente en el cuello? ¡Ahí hay música! ¡Y ese niño está vendiendo… qué es eso? ¿Pulpo frito?

Me llevé una mano a la frente. Inútil. Absolutamente inútil.

—Sabes qué… —suspiré con resignación—. ¿Por qué no vas tú solo a explorar un rato? Anda, diviértete. Come algo, ¿no que tenías hambre?

—¿En serio? ¿Puedo? ¿Yo solo? —preguntó, con los ojos brillando como si le hubiera regalado un tesoro.

—Sí, sí, vete. Pero no hagas tonterías, y trata de no meterte en problemas. Hay ojos por todas partes. Esto puede ser peligroso.

—¡Trataré de no llamar la atención! —gritó mientras salía corriendo como si tuviera alas en los pies.

Vi cómo desaparecía entre la multitud y, por primera vez en días, sentí un silencio delicioso. Sonreí suavemente, luego chasqueé los dedos.

Con un leve destello mágico, mi atuendo cambió en un instante: un vestido blanco con escote elegante, ajustado al cuerpo como una segunda piel; sandalias de tacón alto; labios teñidos de rosa pálido; el cabello blanco recogido adornadas con trenzas. Cadenas doradas colgaban de mis muñecas y cuello, balanceándose al compás de mi andar.

—Ahora sí… lista para un poco de paz, lejos de ese mocoso—murmuré para mí misma, mientras comenzaba a caminar entre la gente, con la ciudad abierta ante mí como un tablero de oportunidades.

“¿Dónde debería ir primero?”

Sonreí con elegancia, sintiendo por fin un momento solo para mí.

Mientras Synera buscaba en qué distraerse, creyendo que por fin tendría un respiro…

— Kenja —

…yo ya estaba metido hasta el cuello en lo que parecía una combinación entre feria, mercado y zoológico.

—¡WOAH, eso se mueve! —exclamé al ver una criatura parecida a un pulpo con patas que bailaba sobre un barril, mientras un anciano lo tocaba con una flauta extraña.

Las calles olían a mil cosas distintas: canela, carbón, pescado, incienso… ¡y todas al mismo tiempo! Mis ojos no sabían a dónde mirar primero. Había vendedores de armas con hojas brillantes, niños haciendo acrobacias por unas monedas, y puestos de comida donde el vapor salía como niebla de batalla.

—¡Tengo que probar eso… y eso… y eso también! —me repetía, mientras mi estómago rugía como un dragón encerrado.

Corrí entre la gente como un crío suelto, con la misma emoción que un niño noble escapando del palacio por primera vez.

Y claro, sin saberlo…

ya empezaba a llamar la atención de algunas personas.

Seguí recorriendo cada rincón como si el mundo entero se hubiera convertido en un festival solo para mí. Todo me fascinaba: los carteles de colores brillantes, las linternas flotantes que se mecían con la brisa marina, las melodías callejeras tocadas por músicos con instrumentos exóticos. El bullicio era como una coreografía viva que no quería perderme.

Mi estómago rugía tan fuerte que una anciana me miró con lástima desde su puesto de empanadas flotantes. No me detuve. Olía a especias, pescado asado, dulce de nueces y algo que olía peligrosamente delicioso.

Me detuve frente a un pequeño puesto de brochetas.

El cartel colgaba torcido, pero claro: “Brochetas de pescado con papas - 5 monedas de plata”.

Miré las brochetas con devoción. Las papas chispeaban con mantequilla, y el pescado dorado parecía recién salido del cielo. Tragué saliva. Metí las manos a los bolsillos.

Solo encontré…

…una pelusa y un botón.

—No puede ser… ¡¿ni una mísera moneda?! —pensé, con el alma en los pies.

—¿Te gustan? —dijo una voz cálida a mi lado.

Me giré, sorprendido.

—¿Me das dos brochetas, por favor? —pidió el desconocido al vendedor, luego me miró con una sonrisa amable, mientras una brisa repentina levantaba suavemente su cabello. Me ofreció una de las brochetas, como si fuera un gesto cotidiano.

—Toma. Se nota que tienes demasiada hambre, jajaja.

Al alzar la vista… lo vi.

Era más alto que yo, con una figura imponente, pero sin resultar intimidante. Vestía un atuendo ajustado sin mangas, en tonos oscuros con detalles púrpura y ámbar que brillaban sutilmente con cada movimiento. Sus ojos turquesa desprendían un brillo cálido. Una faja púrpura le ceñía la cintura con cintas que bailaban al viento. Su katana, elegante y ceremonial, colgaba de su cadera. Guantes sin dedos, hombreras ligeras, y su largo cabello castaño con mechones blancos recogido en un moño alto decorado con trenzas y cintas. Un pendiente dorado en forma de medialuna brillaba en su oreja izquierda.

Su aura... era de alguien que ha vivido mil inviernos y aun así camina con calor en el pecho.

—¿De… de verdad para mí? ¡Muchas gracias! ¡Qué amable eres! —dije con una sonrisa enorme, y los ojos casi brillando como si me hubieran salvado la vida. Le di un gran mordisco a la brocheta, mientras mis mejillas se inflaban como las de un niño feliz.

—Jajaja, de nada. Me llamo Vaelor, mucho gusto —dijo, con una sonrisa que parecía esconder una sombra lejana.

Me sonrojé. Era muy apuesto. Me limpié rápidamente las manos con mi manga, como si eso fuera a mejorar mi presentación.

—Soy Kenja… y… de verdad no sabía qué hacer. No tengo ni una moneda, y ya casi moría de hambre —dije, dramáticamente, con el palito de la brocheta aún en mano como si fuera mi única arma contra la tragedia.

Vaelor soltó una pequeña risa.

—No te preocupes. No hay de qué. Todo sea por ayudar a un joven tan apuesto.

Me congelé. ¿Lo dijo en serio? ¿Me lo dijo a mí?

Sentí cómo el calor subía desde mi cuello hasta las orejas.

—Eh… ehhh… gracias… —dije, tratando de actuar normal mientras disimulaba el temblor de mis manos—. ¿Eres de por aquí?

—Solía vivir cerca, pero vine a la frontera por unos asuntos —respondió con voz tranquila, pero con un dejo de algo más… como si ocultara cicatrices viejas.

Luego hizo una pausa, me miró con interés renovado.

—Oye, ¿te gustaría acompañarme un rato? Me agradaste. Podemos hablar un poco más… Vamos, te invito a comer de verdad —dijo, extendiéndome la mano con naturalidad.

—¡¿En serio?! ¡SÍ, CLARO! —salté de la emoción, masticando aún la brocheta con los ojos brillando como estrellas—. ¡Vamos, vamos! ¡Acepto!

Corrí a su lado con una sonrisa infantil, pegado como si fuéramos amigos de toda la vida. “¿Voy con un desconocido solo porque me regaló comida?” pensé un segundo… pero luego vi la brocheta aún en mi mano. Sí, definitivamente es de fiar.

—¡Qué suerte tengo! —murmuré entre dientes mientras masticaba feliz.

Mientras caminaba al lado de Vaelor, mis pensamientos vagaron nuevamente. Me pregunto qué estará haciendo Synera ahora...

En algún rincón oculto de la ciudad, muy lejos de la calma con la que yo caminaba, Synera sostenía por el cuello de la camisa a un hombre bajito, vestido con túnicas oscuras, al fondo de una tienda polvorienta y saturada de frascos con líquidos brillantes y hierbas colgadas del techo.

—¡¡¿¡CÓMO QUE ESTO ES TODO LO QUE TIENES!?! —gritaba Synera con ojos desquiciados, agitando un sobrecito transparente lleno de polvo blanco brillante frente al rostro del pobre vendedor.

—¡L-le juro que ese es el producto más potente del mercado, señorita! ¡Es... es hongo cristalizado triple destilado con esencia de salamandra! —respondía el hombre, temblando como una hoja bajo su mostrador lleno de frascos sospechosos.

Synera tenía ojeras, un tic nervioso en el ojo izquierdo y los labios apretados como si llevara días sin respirar... o peor, sin inhalar.

—¡Esto no me hace ni cosquillas! ¡Lo que necesito es algo que me vuele los sesos al plano astral, no este polvo para principiantes! —bufó, alzando una ceja de forma amenazante.

En ese instante, la puerta del local chirrió con dramatismo y dos tipos entraron como si vinieran directamente de una banda de rock infernal: uno era alto, de piel roja, melena de fuego y lentes de sol que no se quitaban ni en la oscuridad; el otro era un humano regordete con cadenas en el cuello y una camiseta que decía "Muerte al Silencio".

—Heeey, pequeña —dijo el pelirrojo con voz rasposa y tono cómplice—. ¿Buscando algo que te haga ver el rostro de los dioses... y también el de tu tía muerta?

Synera se volteó lentamente, analizando a los recién llegados como un halcón estudia a sus presas.

—Depende… ¿me garantiza visiones vívidas, pérdida de la noción del tiempo y al menos una conversación con una entidad cósmica?

—Si no lo logras, te devolvemos el alma —dijo el gordo, soltando una carcajada cavernosa.

Sin dudar, Synera bajó al suelo al vendedor aún tembloroso, se sacudió el polvo de las manos y asintió.

—Conduzcan, profetas a la buena vida.

Y salió con ellos, mientras el vendedor se desplomaba tras el mostrador, hiperventilando como si acabara de sobrevivir a una guerra.

Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad...

De vuelta con Vaelor, entramos a una cantina que olía a madera vieja, carne asada y aventuras olvidadas. Las mesas eran rústicas, los bancos incómodos, pero el ambiente… cálido.

Nos sentamos junto a la ventana, y él pidió con la seguridad de alguien que no revisa precios.

—Una tabla de carne especiada, dos platos de arroz del norte, pan de ajo y… ¿algo dulce? ¿Qué te apetece, Kenja?

—¡Oh! ¡¿Puedo elegir?! ¡¿Puedo?! —dije con los ojos brillando. Luego me puse serio, como si fuera un maestro sabio—. Trae… ¡el postre más peligroso que tengan!

Vaelor río con suavidad, como si ya supiera que este almuerzo no sería tranquilo.

Entonces, la puerta de la cantina se abrió de golpe con el tintineo de una campana oxidada. Una joven de cabello corto color celeste entró dando saltitos, como si la gravedad no aplicara del todo en su caso.

Vestía un conjunto estilo gótico-lolita en tonos pastel: un vestido rosa suave con volantes blancos, detalles en amarillo claro y lazos que se movían como si tuvieran vida propia. Sus medias rayadas en celeste y rosa combinaban con el enorme sombrero de bruja celeste, decorado con una estrella sonriente ladeada de forma coqueta. Sus ojos brillaban con picardía, y la energía a su alrededor olía a flores dulces y travesuras mágicas.

Se acercó a nuestra mesa sonriendo de oreja a oreja.

—¡Joven Vaelor! Ya estoy aquí\~. ¿Qué pediste de comer? ¡Tengo hambreeee, MUCHA! ¡Jajajaja! —dijo la chica, llevándose dos dedos frente al ojo, cerrando uno y sacando la lengua en una pose caricaturesca.

Luego se giró hacia mí, como si recién me notara.

—¡Oh! Qué descortés soy… ¡No sabía que había invitados! ¡Mucho gusto, soy Esmeralda! —añadió con una reverencia exagerada y teatral, haciendo volar su falda como pétalos en el viento.

—¡Qué linda! Soy Kenja. Mucho gusto\~ —le respondí, imitando su gesto con entusiasmo.

La comida llegó, y pronto los tres estábamos comiendo entre risas, chistes sin sentido y anécdotas extrañas de hechiceros que se convirtieron en ranas por error. La noche cayó lenta y cálida fuera de la cantina, mientras las luces de las lámparas de aceite tintineaban como luciérnagas con insomnio.

Tras el postre (que resultó ser una gelatina chispeante que bailaba sola en el plato), Vaelor se levantó y miró a Esmeralda con complicidad.

—Bueno, ya es tarde. Tenemos cosas que hacer, ¿verdad?

—¡Sí! ¡La noche me llama! —canturreó Esmeralda, saltando del banco con una voltereta innecesaria pero encantadora.

—Nos vemos luego, Kenja. Fue un placer conocerte —dijo Vaelor con una sonrisa cálida.

—¡Y comer contigo fue lo mejor del día! —añadió Esmeralda, agitando la mano con entusiasmo—. ¡Nos vemos pronto, pastelito!

—¡Igualmente! Espero que la próxima vez traigan más aventuras… y más postre —respondí con una sonrisa traviesa, alzando mi cuchara como si fuera una espada.

Los vi alejarse entre risas y pasos seguros, hasta que la bruja pastelina y el guerrero elegante se perdieron entre la multitud.

Más tarde, ya de noche…

Caminaba por las tranquilas calles de la ciudad cuando unas risas extrañas llamaron mi atención desde un callejón. Me asomé, y allí estaba ella.

Synera, sentada sobre unos barriles, con la mirada perdida y los ojos vidriosos. Murmuraba palabras sin sentido mientras uno de los tipos con los que se había ido trataba de prender fuego a una piedra. Todos estaban igual de perdidos, entre risas huecas y movimientos torpes.

—¡Synera! —dije, caminando hacia ella.

Ella me miró con una sonrisa tonta, reconociéndome a medias.

—¡Kenjaaa! ¡Kenja, ven! El suelo me está contando chistes… ¡y son BUENOS!

Me acerqué, la ayudé a ponerse de pie mientras ella se reía sin control. Estaba hecha un desastre, pero viva.

—¿Tú sabías que eres una bruja con serios problemas de adicción? Porque yo sí, y empiezo a preocuparme.

—Y tú eres mi favorito —respondió, colgándose de mi cuello.

Juntos comenzamos a caminar por la calle empedrada, dejando atrás aquel rincón de locura y luces tenues.

El viento nocturno soplaba suave, como si el mundo nos abrazara sin decir nada, y bajo las estrellas titilantes, supe que ese día no había sido normal… pero tampoco lo cambiaría.

Porque en este mundo roto y mágico, incluso los desastres brillan.

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Beatriz Narváez campo
con quién comenzará esta nueva vida synera...al menos no estará sola!!
Beatriz Narváez campo: eso está muy bien!! entre más entretenida mejor se disfruta la lectura!!
Kenja: Y cada capítulo es mejor que el anterior🤭🤭
total 2 replies
Beatriz Narváez campo
muy interesante historia!!
Leidys Quintero
Es muy emocionante esta historia, cada vez se pone mejor.
Leidys Quintero
Esta genial la historia, necesito leer mas, cada vez se pone mejor.
Paola Rivera
Muy buen trabajo hermano, sigue así.
Mikoru987
increible !!
Đông đã về
¡Escribe más, por favor!
Kenja: Hola, saludos. Por supuesto. Estaré subiendo capítulos todos los días. Pronto estará disponible el capítulo V. /Heart/
total 1 replies
Maito
Mas capitulos escritora!
Kenja: Hola, gracias por tu comentario. Espero estes disfrutando mi Obra tanto como yo al escribirla, estare subiendo capitulos nuevos todos los dìas. saludos...
total 1 replies
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