Una amor cultivado desde la adolescencia. Separados por malentendidos y prejuicios. Madres y padres sobreprotectores que ven crecer a sus hijos y formar su hogar.
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Cap. 22 Deberíamos ir a pasear
La reunión fue larguísima, pero Belle tuvo la satisfacción de enviarle un mensaje a Bernarda: "Todo salió bien. Kendall, despedida. Gracias, mamá."
Así pasaron los días cinco, para ser exactos, y cada reunión de proyectos era igual de larga y extenuante. Belle y Diego, ahora obligados a trabajar codo a codo, chocaban constantemente. Eran discrepancias profesionales, pero la tensión personal las teñía de un voltaje eléctrico que todos en la sala podían sentir.
—Belle, este salón ya ha sido analizado por el arquitecto —dijo Diego, consultando un informe—, y no puede soportar tus adiciones estructurales.
Belle se crispó, erizándose como una gatita indignada.
—Sé muy bien que se puede. Las dimensiones son idénticas a las del Ala Braganza en Venecia, tiene la misma distribución, y allí tienen las adecuaciones que yo pido. Creo que nuestro arquitecto está siendo demasiado temeroso.
Diego se acercó a ella, bajando la voz en un intento de evitar otra escena pública.
—Solo... revalúalo, Belle.
Pero ella no cedió ni un milímetro. Alzando la barbilla, replicó con una firmeza que resonó en la sala:
—Presidente, no voy a cambiar mi diseño y proyección.
Se miraron, fijamente, dos fuerzas de la naturaleza igual de tercas y desafiantes. La tensión era tan palpable y cargada que los presentes no sabían si debían dejarlos solos para que resolvieran sus "asuntos" o empezar a tararear una canción romántica. Era incómodo, pero era imposible mirar hacia otro lado.
Pero después de unos días, el cansancio absoluto lo barrió todo. Las peleas cesaron, reemplazadas por un agotamiento que volvía todo más lento y vulnerable. Belle tenía ojeras marcadas y Diego sentía su mente como un ordenador recargado.
Ese día, cuando los jefes de unidad terminaron de completar la última proyección, levantaron la vista hacia el presidente, listos para dar por finalizada la maratoniana jornada. Y se quedaron absolutamente estáticos.
Allí, en el centro de la sala, la escena era distinta. Belle, con la mirada vidriosa de cansancio, analizaba unas láminas finales, recargada casi por completo contra el costado de Diego.
Él, a su vez, se había acercado para ver ese último paso, y su brazo rodeaba ligeramente su espalda en un gesto protector y casual. Pero el detalle más revelador estaba en sus manos: el dedo de Diego estaba enroscado, casi por instinto, en un mechón de su suave cabello, un gesto tan antiguo como su amistad.
El ensordecedor silencio fue lo que los alertó. Diego alzó la cabeza y se encontró con las miradas congeladas de todo el equipo. Jaime, en un acto reflejo, estaba sacando fotos discretamente con el teléfono. El resto tenía la boca entreabierta por la sorpresa.
Fue entonces cuando Diego y Belle se dieron cuenta, simultáneamente, de la intimidad de la pose. Como si una corriente eléctrica les hubiera atravesado, se separaron de un salto, alejándose el uno del otro con una velocidad y un rubor que delataban más que cualquier discurso.
—Sigamos —dijo Diego, con un leve rubor rosado en las orejas que delataba su turbación.
Belle, en cambio, era más honesta con sus emociones: estaba roja como un camarón. Claro que se había dado cuenta de la proximidad, pero jamás lo admitiría. Diego era como un imán... un imán guapo, sexy y terriblemente cálido.
Mientras, en otro frente de batalla…
—Rodri, esa loca de Kendall... me alegra tanto que la hayan sacado —declaró Samira, revolcándose en el sofá.
Rodrigo asintió sin levantar la vista de su celular.
—No la conozco bien, pero eso de que era la novia de la infancia de mi hermano lo dudo. Mi cuñada siempre ha sido Belle, punto final.
—Es esa tía tuya, estoy segura —insistió Samira, acercándose como un tiburón que huele sangre.
—Cuéntame, ¿qué secretos tiene? ¿Cuáles son sus debilidades?
—Sami, no te voy a decir nada —respondió Rodrigo, firme.
—La última vez que te di información para una 'venganza', casi terminamos en la comisaría.
Samira, frustrada, cambió de táctica.
—Deberíamos ir a pasear —anunció de pronto, y se fue al baño.
Rodrigo, creyendo que era una tregua, siguió viendo su celular. Minutos después, vio a Samira salir del baño con dos conjuntos de ropa en cada mano. El problema era que ella llevaba solo su ropa interior, dejando a Rodrigo petrificado y con la mirada clavada en la pantalla de su teléfono como si su vida dependiera de ello.
—¡Samira! —tartamudeó, colorado hasta las orejas.
—¡Soy un chico! ¡No puedes caminar frente a mí con solo calzones y brasier!
Ella se detuvo frente a él, imperturbable.
—Rodri, no eres un chico, eres mi Rodri. Ahora, dime, ¿cuál? —preguntó, impaciente, alzando las dos opciones de outfit.
Rodrigo, sin atreverse a mirarla, señaló uno al azar. Satisfecha, Samira giró y volvió al baño a vestirse. Rodrigo dejó escapar un suspiro de profundo agotamiento.
—Esa chica está loca. Me va a matar un día de estos —murmuró, levantándose para ir al baño. Tenía que encargarse de un "detallito" (que molestaba en sus pantalones) antes de que ella terminara de arreglarse y se diera cuenta, si es que se daba cuenta.
Esa noche, Belle llegó a su departamento consumida por el cansancio. Cuando recibió una videollamada de Diego, contestó con un —Hola... —que sonó a puro fastidio.
Entró a su habitación en piloto automático y puso el celular en el pedestal sin pensar.
—Belle, los últimos reportes están en tu correo. Debes revisarlos para la reunión de mañana —dijo la voz de Diego, profesional y fría.
Belle se crispó al instante, erizándose como una gatita furiosa.
—¿Es sábado... vamos a trabajar el sábado? —preguntó, con una indignación que le salía por los poros.
—Sí —fue la respuesta lacónica de él.
—Así que revisa eso. Ahora.
Su tono era mandón, despreocupado, rozando la soberbia. Belle apretó los dientes con tanta fuerza que casi crujieron.
—Bien —espetó, y acto seguido, la pantalla del celular se oscureció.
"¡Por fin!", pensó Belle, asumiendo que Diego había colgado. Decidida a relajarse, se desvistió sin prisa y se fue a dar un baño caliente. Salió de la ducha, se aplicó crema por todo el cuerpo, se secó el cabello frente al espejo... estuvo más tiempo semi-desnuda que vestida.
Cuando por fin se puso su pijama y estaba lista para dormir, levantó el celular para apagarlo... y entonces lo vio.
Diego seguía allí. Miraba la cámara con una expresión impasible, como si observar su rutina de belleza fuera lo más normal del mundo.
—¡Tú...! ¿Qué haces? ¡No habías colgado! —chilló Belle, palideciendo.
—No —respondió él con la cara más dura del mundo.
—Recibí otra llamada y puse la tuya en espera, pero después volví y vi que te estabas cambiando. Pensé que querías decirme algo más cuando terminaras.
Belle se puso roja como un semáforo en alto.
—¡Cuelga, degenerado! —gritó, colgando ella a toda velocidad.
—¡Cochino! ¡Lo voy a matar! —siguió gritando sola en su habitación, antes de revisar el teléfono obsesivamente, asegurándose de que esta vez sí estuviera completamente desconectado. No vaya a ser que ese maldito todavía la estuviera escuchando.
Pillina ya los veré en cada rincón ahi dandose su despedida 😆🤭🤭🤭