Elysia renace en un mundo mágico, su misión personal es salvar a su hermano...
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Cuñado
La tensión con Ernesto y Mark se fue disipando, pero Hans no soltó a Elysia ni un instante. Todavía en la sala, con ella entre sus brazos, la miraba como si el resto del mundo no existiera.
—Brujita… —murmuró, con esa voz grave que siempre le erizaba la piel—. Ya me respondiste frente a todos, pero quiero que me respondas a mí. ¿Cuándo te vas a ir a vivir conmigo?
Elysia lo miró sorprendida al principio, y después no pudo evitar soltar una risa ligera. Ladeó la cabeza y, con picardía, alzó la mano para mostrársela.
—Mmm… aún no veo un anillo en este dedo —dijo, acariciando su propio anular mientras lo miraba con una sonrisa traviesa—. ¿Cómo esperas que me mude contigo sin eso?
Hans dejó escapar una carcajada baja, inclinándose hasta rozar su nariz con la de ella. Su mirada brillaba con promesa.
—Oh, brujita —susurró, relamiéndose apenas los labios como cuando algo lo tentaba—. Entonces prepárate, porque en menos de un mes ese anillo va a estar ahí… y cuando lo esté, no tendrás escapatoria.
Elysia lo empujó suavemente en el pecho, fingiendo indignación, aunque no podía dejar de sonreír.
—¿Escapatoria? —repitió, entre risas—. No me estás secuestrando, Hans.
El conde la atrajo de nuevo con fuerza hacia su pecho, acunándola entre sus brazos.
—No necesito secuestrarte… —le susurró al oído, con un tono tan posesivo como tierno—. Tú misma elegiste quedarte conmigo.
Elysia, divertida y con el corazón acelerado, apoyó su frente contra la de él, sintiendo el calor de esa promesa.
La mañana siguiente, Ernesto entró en su oficina con el ceño fruncido. Apenas abrió la puerta, se quedó helado: Hans estaba allí, sentado cómodamente en su sillón, hojeando algunos documentos como si fuese el dueño de la mansión.
—¿Cómo entraste sin que nadie te viera? —preguntó Ernesto, incrédulo, cerrando la puerta tras de sí.
Hans levantó la vista con una sonrisa ladina, como si la pregunta no mereciera respuesta.
—Los guardias de tu mansión aún tienen mucho que aprender —dijo con calma, dejando el papel sobre el escritorio—. Pero no estoy aquí para hablar de ellos. Estoy aquí para decirte que, en unas semanas, Elysia y yo nos casaremos.
Ernesto lo miró con una mezcla de sorpresa y molestia.
—¿Me estás pidiendo la mano de mi hermana… o simplemente me estás informando de tus planes?
Hans se levantó con elegancia, caminó lentamente alrededor del escritorio hasta quedar frente a él. Lo observó de arriba abajo, con esa seguridad arrogante que lo caracterizaba.
—Si quieres pensar que te la estoy pidiendo, hazlo —respondió con un deje de burla—. Pero la verdad es que no necesito tu permiso, Ernesto. Elysia ya decidió.
Ernesto apretó la mandíbula.
—Ella sigue siendo mi hermana, Hans.
El conde sonrió de medio lado, inclinándose apenas hacia él.
—Y pronto será mi esposa —corrigió, con voz baja y peligrosa—. No olvides eso.
Ernesto lo sostuvo con la mirada, pero no pudo ocultar la incomodidad. Hans, satisfecho, se acomodó los guantes y dio media vuelta, despidiéndose con un gesto casual.
—Te sugiero que empieces a prepararte, cuñado. Tu hermana no será menos que una condesa.
Y con la misma naturalidad con la que había aparecido, Hans se esfumó, dejando tras de sí un aire frío y pesado que Ernesto tardó en sacudirse.