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En Blanco

En Blanco

Status: En proceso
Genre:Romance / Yaoi / Pérdida de memoria / Traiciones y engaños / La Vida Después del Adiós
Popularitas:703
Nilai: 5
nombre de autor: Marianitta

Cuando Aiden despierta en una cama de hospital sin recordar quién es, lo único que le dicen es que ha vuelto a su hogar: una isla remota, un padre que apenas reconoce, una vida que no siente como suya. Su memoria está en blanco, pero su cuerpo guarda una verdad que nadie quiere que recuerde.

NovelToon tiene autorización de Marianitta para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Sombras en la isla

La barcaza avanzaba lentamente sobre el mar embravecido.

Leo mantenía los ojos fijos en el horizonte, donde la silueta de la isla se alzaba como un secreto olvidado.

Había pasado noches enteras revisando pistas, cartas y recuerdos que lo habían conducido hasta allí.

Todo apuntaba a ese lugar: la enfermera, antes de desaparecer entre evasivas, había mencionado que Thomas —el padre de Aiden— había hecho contactos en la isla. Ese hilo, tenue pero persistente, era lo único que tenía.

El motor de la embarcación vibraba con un ruido áspero, y Leo se obligó a inhalar profundo.

Sentía el peso del cansancio en los párpados, pero también el ardor de una determinación que no lo dejaba descansar.

Al poner un pie en el muelle, la brisa cargada de sal le golpeó con fuerza.

El pueblo parecía detenido en el tiempo: casas bajas, techos de teja, paredes desconchadas por la humedad.

A simple vista, nadie reparaba en él, pero Leo notó las miradas que lo seguían cuando caminó hacia la plaza.

Había algo en la atmósfera, como si todos supieran algo que preferían callar.

Mientras tanto, Aiden observaba por la ventana de la habitación en la que lo tenían confinado.

El vidrio estaba sucio, empañado por la humedad, y apenas le permitía ver la calle que serpenteaba hacia el muelle. Su padre había llegado días antes con una actitud aún más severa de lo habitual.

No respondía a sus preguntas, solo le ordenaba empacar pocas pertenencias. “Pronto nos iremos”, había dicho, como quien dicta una sentencia.

Aiden apretó los puños.

Cada fibra de su cuerpo gritaba resistencia, aunque la confusión seguía acechándolo.

Había recuerdos dispersos que lo herían como astillas: una risa, un tacto cálido sobre su hombro, la sensación de un lugar que ya no lograba ubicar.

Y, junto a todo eso, la certeza inexplicable de que debía quedarse, de que había algo en esa isla que lo anclaba más allá del control de Thomas.

...

Leo se detuvo frente a un pequeño café en la esquina de la plaza, otra vez.

Las paredes estaban cubiertas de fotografías antiguas, y el aroma a café recién molido lo envolvió apenas cruzó la puerta.

Se sentó en una mesa y pidió algo para tomar.

La dueña, una mujer de cabello canoso y sonrisa medida, lo observó con cautela.

—No es común ver caras nuevas por aquí—dijo mientras servía la taza.

—Estoy buscando a alguien— respondió Leo, tratando de sonar casual.

—¿A alguien en específico?

Leo dudó un segundo. No podía arriesgarse otra vez a soltar el nombre de inmediato.

—Un hombre vino hace poco. Alto, de mirada dura… creo que se llama Thomas.

La mujer entrecerró los ojos, como si el aire se hubiera vuelto más denso.

Finalmente, con un gesto evasivo, se limitó a dejar la taza frente a él.

—No sé de quién habla. Pero en este pueblo todos nos conocemos… y a veces es mejor no meterse en los asuntos de otros.

Leo comprendió que el silencio era una respuesta en sí misma.

...

En el cuarto, Aiden había comenzado a garabatear en un cuaderno que había encontrado en uno de los cajones.

El lápiz temblaba entre sus dedos, pero las líneas fluían solas, como si recordaran un camino que su mente no lograba trazar.

Dibujo tras dibujo, aparecían rostros difusos, paisajes rotos, y siempre la misma figura de un hombre cuya silueta le parecía dolorosamente familiar.

De pronto, la puerta se abrió con un golpe seco. Thomas entró, acompañado de un hombre corpulento que parecía ser su sombra.

—Mañana al amanecer nos vamos—sentenció Thomas.

—Empaca lo necesario.

Aiden lo miró fijamente. La rabia contenida se mezclaba con el miedo.

—¿A dónde?— preguntó, su voz apenas un susurro.

—A un lugar donde no puedan encontrarte.

...

Leo salió del café y caminó hacia la costa.

Sus pasos lo llevaron hasta un callejón estrecho, donde un anciano reparaba redes de pesca.

Se inclinó para saludarlo y, casi sin planearlo, mencionó de nuevo el nombre de Thomas.

El anciano levantó la mirada, y por un instante el silencio fue absoluto.

—Ese hombre no pertenece a este lugar—dijo finalmente—. Llegó hace poco. Pero no está solo. Se hospeda en una casa en lo alto de la colina.

El corazón de Leo se aceleró. No tenía confirmación de Aiden, pero sabía que estaba cerca.

Esa intuición ardía en su pecho.

La noche cayó sobre la isla. Aiden se recostó en la cama, incapaz de conciliar el sueño.

Cada crujido de la madera le parecía un presagio.

Sabía que al amanecer lo sacarían de allí. Y sin embargo, una fuerza invisible lo llamaba, como si alguien, en algún lugar, estuviera buscándolo con la misma desesperación que él sentía por escapar.

Se llevó una mano al pecho y cerró los ojos.

Por un instante, una imagen fugaz apareció: la silueta de un hombre en un muelle, con el viento agitando su cabello oscuro.

El recuerdo era tan vívido que lo hizo jadear.

Esa misma hora, Leo, sentado en la habitación que había rentado en una posada, revisaba una y otra vez el mapa improvisado que había trazado en una servilleta.

La colina se alzaba a pocos kilómetros. Sabía que debía moverse con cautela: si Thomas sospechaba de su presencia, podía ocultar aún más a Aiden.

Antes de apagar la lámpara, Leo se prometió que no se iría de esa isla sin encontrarlo.

La primera luz del amanecer comenzó a teñir de dorado los techos del pueblo.

Thomas revisaba el auto que los llevaría lejos, mientras el hombre corpulento cargaba maletas al maletero.

Aiden, desde la ventana, observaba cada movimiento.

Sus uñas se clavaban en la madera del marco.

La desesperación crecía en su pecho: no podía permitir que lo sacaran de allí. No cuando algo —o alguien— estaba tan cerca.

Leo, al mismo tiempo, ascendía por el sendero hacia la colina, con el corazón desbocado.

El aire estaba impregnado de sal y tierra húmeda. Cada paso lo acercaba más a la verdad.

No lo sabía aún, pero el destino ya había comenzado a cerrar el círculo.

1
Maru Sevilla
/Frown/
Maru Sevilla
El capitulo está interesante /Smile/
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