El Idioma De Las Flores

Los días pasaban y Evangelina ya no sabía qué pensar.

Las notas anónimas seguían apareciendo.

Los detalles misteriosos no cesaban.

Y lo peor de todo…

Leonardo Devereux seguía robándole besos como si fuera su pasatiempo favorito.

Si alguien en la empresa se enteraba, ella sería ejecutada públicamente en la plaza del comedor por "seducir" al CEO.

Pero la realidad era que ese hombre la estaba volviendo loca.

Ese día, el problema comenzó en la sala de reuniones.

🔹🔹🔹

—Evangelina, necesito hablar contigo en mi oficina.

La joven lo miró con sospecha.

Hablar con Leonardo Devereux en su oficina era peligroso.

La última vez que lo hizo, salió con un rubor tan fuerte que pensaron que tenía fiebre.

Pero como era su jefe, no tenía opción.

Así que asintió y lo siguió.

Lo que no esperaba era que Leonardo hubiera cambiado de estrategia.

Apenas cerró la puerta, él se inclinó sobre el escritorio con una expresión seria.

—Tengo algo importante que preguntarte.

Evangelina tragó saliva.

—¿Qué cosa?

—¿Cómo haces para verte tan linda incluso cuando te estresas?

Hubo un silencio.

Ella parpadeó.

—… ¿Perdón?

Leonardo apoyó el codo en la mesa y sonrió con arrogancia.

—Estoy haciendo un estudio. Es para un… proyecto confidencial.

Evangelina cruzó los brazos.

—Leonardo.

—Sí.

—¿Estás usando tu puesto de CEO para ligar conmigo en horas de trabajo?

Él le sostuvo la mirada.

—Tal vez.

—Eso es abuso de poder.

Leonardo se encogió de hombros, completamente impune.

—Soy el jefe.

Evangelina estaba por responderle con alguna amenaza creativa cuando, de repente, la puerta se abrió de golpe.

—¡Hermano!

Sebastián y Marina irrumpieron en la oficina sin previo aviso.

Evangelina casi se atraganta con el aire.

Leonardo chocó la frente contra el escritorio.

—¿QUÉ ESTÁN HACIENDO AQUÍ?

Marina sonrió con inocencia.

—Vinimos a ver cómo iba tu plan secreto de conquista.

Sebastián se cruzó de brazos.

—Aunque, viendo tu expresión de desesperación, parece que aún no has avanzado lo suficiente.

Leonardo les lanzó una mirada asesina.

Evangelina se llevó una mano a la cara.

—No quiero saberlo.

—¡Pero es una historia muy interesante! —exclamó Marina, sentándose en la silla con entusiasmo—. Todo comenzó cuando nuestro hermano nos confesó que estaba enamorado de su becaria pero no podía decirlo en público porque ella sería ejecutada socialmente.

Evangelina gimió de vergüenza.

Sebastián asintió con seriedad.

—Así que decidimos ayudarlo con técnicas de cortejo sigilosas.

Leonardo ya estaba perdiendo la paciencia.

—¿Pueden callarse?

—¿Qué te pasa, Leonardo? —se burló Marina—. ¿Acaso tienes miedo de que Evangelina descubra que has estado acosándola con pequeños detalles románticos?

Evangelina levantó una ceja.

—¿Perdón?

Sebastián sonrió.

—Oh, ¿no te ha contado? ¡Él es el responsable de todas las notas misteriosas, los postres sorpresa y la bufanda de emergencia!

Evangelina se giró lentamente hacia Leonardo, quien ya había aceptado su destino y solo suspiró con resignación.

—Tú fuiste…

Leonardo apoyó la barbilla en la mano.

—¿Esperabas que fuera el becario?

—¡No esperaba nada!

Marina se rió.

—Bueno, ahora lo sabes. ¿Y qué opinas de que nuestro hermano se haya convertido en tu admirador secreto?

Evangelina estaba demasiado aturdida como para responder.

Pero el peor problema fue que, después de esa visita de sus hermanos, Leonardo se volvió peor.

🔹🔹🔹

Esa misma tarde, intentó robarle otro beso.

Evangelina estaba organizando documentos en la sala de archivos cuando sintió una presencia familiar detrás de ella.

—Leonardo…

—Shh.

—No puedes robarme besos cada vez que te da la gana.

—¿Por qué no?

Evangelina se volteó para fulminarlo con la mirada, pero él ya estaba demasiado cerca.

Tan cerca que, cuando intentó retroceder, chocó con las estanterías y Leonardo aprovechó para inclinarse más.

—Leonardo… —susurró en advertencia.

Él rozó su nariz con la de ella.

—Solo uno.

—No.

—Por favor.

—Tienes problemas.

—Sí.

Evangelina apretó los labios.

—Si nos descubren, van a decir que seduje al CEO.

Leonardo suspiró.

—Lo sé.

—Entonces, aléjate.

Él la miró en silencio.

Y luego dio un paso atrás con resignación.

Evangelina creyó que había ganado… hasta que él le tomó la mano y besó suavemente sus nudillos.

Fue tan rápido y tan inesperado que ella se quedó congelada.

Leonardo sonrió de lado.

—Está bien. Te dejaré ganar esta vez.

Evangelina sintió que su corazón traicionero latía demasiado fuerte.

Y lo peor…

Es que una parte de ella no quería que él dejara de intentarlo.