Noveno libro de saga colores.
El reino se tambalea con la llegada de la nueva reina proveniente de una tierra desconocida, Sir Levi, ayudante del rey, emprenderá un viaje para hacer un trato con el gobernante, Eudora, la aspirante espía, insistirá en acompañarle, una tentación a la que el sir no podrá resistirse.
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21. La emboscada.
...LEVI:...
El viento nos golpeaba, con un fuerte zumbido, Eudora siguió avanzando, lejos del pueblo, la ayudé a avanzar en la nieve, sosteniendo su mano.
Nos encontramos con una torre.
— ¡Es aquí! — Dijo ella, señalando la puerta.
Sacó la llave mientras yo vigilaba.
Abrió la cerradura, dando giros complejos.
Los memorizó, Eudora era inteligente, por eso confiaba en ella.
Tal vez no era justo en ocasiones, pero solo quería prepararla para las dificultades al servir como Escucha.
Entramos.
— No la cierres, las puertas solo se pueden abrir desde afuera — Dijo, abriendo mucho los ojos.
Busqué una piedra pequeña y la usé para impedir que se cerrara.
Bajamos las escaleras del penumbroso lugar, yendo a un calabozo iluminado por antorchas.
— ¿No hay guardias?
— Había uno en la entrada...
Nos estuvimos en seco.
Tres guardias estaban en el pasillo.
— Vaya, vaya, el rey sospechaba de esto y no se equivocó — Dijo uno de ellos.
Mierda, sabía que no sería tan sencillo.
Avancé, tomando una antorcha, colocando a Eudora detrás de mí.
Los tres se lanzaron hacia mí con sus espadas, esquivé y golpeé la antorcha en el rostro del primero. Cayó al suelo, gritando por las quemaduras, el siguiente me atacó al mismo tiempo, empujé a Eudora, esquivé y me agaché, golpeando sus piernas, terminó en el suelo, pateé su rostro y tomé una de las espadas con rapidez.
El guardia fue por Eudora, ella esquivó, saltando hacia atrás, pateó su entrepierna y luego le dió un puñetazo al rostro.
Ella tomó la espada y cortó su garganta.
Me quedé admirando su falta de compasión y su carácter al pelear.
— Es esa puerta — Señaló avergonzada y observé hacia el final del pasillo.
Avanzamos con cuidado.
Me sentí nervioso.
Mi padre estaba allí.
Eudora abrió la puerta con la misma agilidad que la anterior.
Empujó, la cerradura rechinó.
Adentro había una penumbra.
Ella tomó otra antorcha.
Entré con cuidado mientras iluminaba el espacio.
Olía a humedad, a excremento y orina.
El sonido de las cadenas me dejó quieto y Eudora iluminó hacia la esquina.
Las cadenas estaban conectadas a la pared, eran largas, se cerraban en grilletes en las muñecas delgadas y los tobillos.
Mi padre se abrazó las rodillas.
Estaba tan delgado, tan harapiento, tan golpeado y maltratado.
Siempre lo recordé como un hombre fuerte y feroz.
Barbany se encargó de robarle eso.
Debí volver antes.
Me aproximé con cuidado.
Él gruñó, tratando de alejarse.
Eudora permaneció a distancia.
— Quesac (Padre) — Dije, con cuidado, agachándome frente a él.
Mi padre se quedó quieto, inmóvil.
— Quesac.
Observó hacia mí, por debajo del cabello largo y sucio.
Sus ojos no me reconocieron.
— Merlla pokara (Hijo muerto) — Dijo, con voz rasposa.
Agité mi cabeza — Merlla losam (Hijo vivo) — Llevé una mano a mi pecho.
— Merlla pokara.
Me abrí el abrigo y recogí la manga de mi camisa.
Le mostré el tatuaje.
Abrió mucho los ojos y extendió su mano.
Me rasguñó en el brazo y Eudora se estremeció.
Estaba avergonzado de mí, sabía que era yo, pero al verme como uno de los hombres extraños era como si hubiese traicionado a mi gente.
— Merlla pokara.
— Quesac, no hay tiempo — Dije, suspirando pesadamente, hice una seña, fingiendo que arrancaba unos grilletes.
Me evaluó con desconfianza.
Hice otro gesto, para indicar que después le explicaba que no había tiempo, lleve mis manos en la cabeza, mostrando una corona.
El rey iba a enterarse pronto.
Accedió, asintiendo con la cabeza.
— Eudora, ayúdame con los grilletes — Pedí.
Ella se aproximó, mi padre empezó a gruñir.
Elevé mis manos, para que se calmara.
Alejó la antorcha, la colocó en la pared.
Señaló a Eudora, llevó sus manos a la cabeza.
— ¿Qué dice? — Preguntó ella.
— Quiere decir que tú estabas con el rey, al no tener muchas palabras con las que describir las cosas, recurrimos a los gestos.
Aprendí más palabras después de civilizar mi naturaleza, me encargué de buscar por mi cuenta. El rey Archibald tenía documentos sobre el lenguaje, un diccionario completo de palabras, tal vez cortesía de Barbany, así fue como logré completar mi lenguaje Polemo.
Pero, al hablarlo lo hacía más fluido que un aprendiz, había ciertas entonaciones complejas, por eso, el hablarlo aquí me hacía sospechoso.
— Dile que solo estaba aquí para saber donde estaba, que tú me lo ordenaste para poderlo rescatar.
Se lo dije, también agregué que ella era mi hembra.
Mi padre la evaluó, algo disgustado por mi elección, los hombres de mi tribu, podían elegir a más de una hembra cada que les placiera, aún así asintió con la cabeza.
Eudora se aproximó cuando se lo indiqué, observó los grilletes y comparó con la llave.
— No es la misma cerradura.
— ¿Puedes abrirlas sin la llave? — Pregunté.
Ella sacó una horquilla de su cabello.
— Voy a intentarlo.
Mi padre se tensó cuando la acercó.
Eudora empezó a mover el alambre, tratando de hallar la conexión exacta.
Él nos evaluaba a ambos.
El sonido de la cerradura cediendo llegó y suspiré, liberando el primer grillete.
Continuó con el resto.
Él observó sorprendido y yo también lo estaba.
La último grillete se abrió.
Eudora se apartó.
Tendí la mano a mi padre.
La observó detenidamente.
Extendió su mano temblorosa y se aferró a mi agarre.
Lo ayudé a levantarse.
Hice señas indicando que había que salir.
Mi padre caminó, un tanto tembloroso, estaba débil, así que lo sostuve del brazo mientras Eudora caminaba adelante.
Esquivé los guardias asesinados.
Eudora se detuvo en seco.
— ¿Qué sucede?
Se acercó a las puertas y las abrió una por una.
— No hay prisioneros.
— El rey los usa para alimentar a los lobos — Dije y ella se estremeció — Hay que seguir.
Subimos las escaleras, mi padre se aferró a la piedra de la pared.
Al llegar arriba abrimos la puerta.
Cubrí a mi padre con la capa.
— Hay que ir con Albert, hacia la puerta principal.
Decidí llevar a mi padre en la espalda, se aferró a mis hombros y avanzamos con rapidez.
Cruzando el pueblo, evitando la claridad de los faroles.
Albert se hallaba reunido con la flota, cerca de la muralla, agazapados contra la pared de un edificio.
Hizo una seña al vernos.
Nos acercamos.
— Todo listo — Dije y se sorprendió al ver a mi padre aferrado a mi espalda.
— ¿Qué está pasando? — Preguntó Dilan, el resto de la flota murmuró lo mismo.
— Hay que salir de aquí, iré a la torre para poder abrir la puerta — Dije, dejando a mi padre en el suelo, se aferró a la pared.
— Espera, Levi, ten cuidado — Eudora se tensó.
— ¿A dónde rayos creen que van? — Preguntó alguien detrás de nosotros.
Me giré lentamente.
El principe sostenía una antorcha, varios hombres armados se acercaron para rodearnos.
También sostenían lobos con gruesas correas y cadenas.
— Debemos marchar, si no es mucha molestia.
— Sabía que no eras de fiar, era cuestión de tiempo para que hicieras algo estúpido — Siseó, observando a mi padre — Pero, robarte a este maldito salvaje no te servirá de nada, mi padre controla lo que pasa dentro de la muralla y nadie puede pasar esa puerta sin su autorización — Señaló la enorme puerta a unos pocos metros — ¡Suelten los lobos!
Desataron la correa y los lobos corrieron hacia nosotros.
— ¡No se dispersen! — Grité.
Colocando a Eudora detrás de mí.
Los lobos se lanzaron a atacarnos.
Golpeé con mi espada, el resto de mis hombres intentaron defenderse, todos con sus armas en mano, peleando con los lobos.
Los hombres del rey corrieron hacia nosotros también.
La batalla empezó rápidamente.
Corté y esquivé, golpeando rápidamente.
Eudora también respondió a los ataques.
Albert batalló, lanzando embestidas, nuestros hombres se separaron para repeler, ganando terreno fácilmente.
El príncipe corrió, alejándose.
El resto también retrocedió al ver a los lobos muertos.
Mi padre había tomado un palo que encontró y mató a varios con bastante destreza.
— ¡Vamos, a la torre! — Grité, corriendo, todos me siguieron.
La primera flecha nos dejó quietos.
La segunda aterrizó en uno de los marineros.
Albert se acercó al hombre caído.
— ¡Está muerto, nos atacan desde la muralla!
Las flechas empezaron a caer sobre nosotros.
Corrimos hacia un edificio.
Las flechas aterrizaban cerca de nuestros pies, se enterraban en la pared.
Nos ocultamos.
— ¡Nos atacan de todas direcciones! — Gritó Albert.
Nos agachamos, la flechas seguían golpeando las paredes.
— ¡Intentan alejarnos de las puertas! — Eudora se mantuvo a mi lado.
Mierda, teníamos que llegar a la playa, pero con la oscuridad, era imposible ver a los arqueros.
— ¡Cinco hombres conmigo, el resto esperen aquí! — Grité — Hay que encargarnos de los arqueros.
Eudora pretendió seguirme.
— ¡No, quédate aquí!
— ¿Por qué?
— Es peligroso.
— Soy parte de este equipo — Dijo, suspirando.
— Quédate aquí, cuida de mi padre.
— Levi...
Mi padre se iba a levantar, pero negué con la cabeza, le indiqué que esperara. No quería perderlo nuevamente, no estaba en condiciones para pelear.
Albert, Dilan, Osmar, Marlon y yo nos levantamos para prepararnos.
Eudora me tomó la mano, desde su posición agachada.
— Ten cuidado — Parecía muy preocupada.
— Volveré — Le prometí.
— Vaya, esa es la motivación que necesito — Dijo Albert, con recelo.
Rodeamos el edificio por la parte de atrás.
Observé a todas partes.
Crucé rápidamente el callejón.
Los demás me siguieron.
Corrimos otro tramo.
Llegamos a la muralla.
Me asomé hacia la torre.
Una flecha pasó cerca de mi cabeza.
— ¡Los ataquen vienen de las torres, cada uno tomará una, yo iré hacia la que tiene el mecanismo de la puerta, corran en zigzag, todos al mismo tiempo, ya!
Corrimos, cada uno tomando una dirección diferente, yendo en zigzag.
Las flechas no lograron darnos.
No me hacía falta conocer las murallas, conocía como si manejaban, éstas no eran diferentes a las del castillo del rey Adrian, solo eran más grandes.
Entré a la torre, estando tan cerca no podían darme.
Subí las escaleras.
Me encontré con el arquero en la cima, tratando de apuntar su ballesta, pero el poco espacio se lo impidió, quiso golpearme con ella, lo desarmé rápidamente, golpeé su rostro, lo empujé hacia la ventana y cayó de la torre.
Incliné mi cuerpo para tomar la palanca que abría las puertas, pero alguien rodeó mi cuello con una cuerda, apretó tan fuerte que el aire empezó a escapar.
Lo empujé hacia las escaleras.
Caímos rodando por ellas.
Me liberé, jadeando, girando para darle.
El príncipe se levantó y blandió su espada hacia mi abdomen, salté a milésimas, el filo cortó mi chaleco.
Observó con los ojos muy abiertos hacia mi abdomen.
Mis tatuajes estaban a la vista.
— ¡Eres un maldito salvaje! — Gritó con furia.
— ¡Al menos estoy orgulloso de haberte dejado la cara horripilante! — Grité, con satisfacción.
Soltó un grito de furia, lanzando su espada.
Esquivé una y otra vez.
Lancé golpes, se apartó con agilidad.
Retrocedí fuera de la torre.
Se abalanzó, estaba desarmado y solo podía esquivar.
Cortó mi mejilla y se rió.
— Yo también diré lo mismo.
Rocé el corte con mis dedos y lamí la sangre.
— Esto solo son cosquillas.
Me quité la capa y cuando se aventó a mí se la lancé encima.
Atravesé mi pie y terminó cayendo al suelo.
Tomé la espada y empecé a caminar hacia el infeliz.
— ¡No vas a salir de ésta torre, maldito salvaje! — Gritó cuando le hice un corte en las piernas.
— Soy la muestra de que mi raza no está destinada a extinguirse — Gruñí, blandiendo mi espada contra su cuello.
Una soga me rodeó el brazo, caí al suelo, otra rodeó mi cuello.
El rey apareció, caminando orgullosamente.
— Hablar el idioma fluido fue la primera señal, cuestionar mi guerra fue la segunda, mandar a tu maldita perra a seducirme para descubrir donde estaba el salvaje y quitarme la llave fue la tercera, soy demasiado cuidadoso con los visitantes, por eso mi reino es impenetrable — Gruñó, acercándose, intenté zafarme de la cuerda en mi cuello.
Recibir un golpe en la nuca.
...EUDORA:...
— ¿Hasta cuándo hay que esperar? — Preguntó uno de los hombres de Levi — Mejor salir a pelear.
— No lo sé, no hay que separarse.
El padre de Levi se levantó, gruñendo.
Lobos corrieron hacia nosotros, antes de poder reaccionar tuve que salir huyendo, el padre de Levi me siguió.
Los lobos nos dispersaron, noté que los hombres de Levi salieron en distintas direcciones, siendo atacados y mordidos, otros recibieron flechazos.
Solté un grito al ver como nos estaban masacrando.
El padre de Levi tiró de mi brazo y empezamos a correr.
Los lobos estaban tras nosotros.
Los soldados del rey nos rodearon con los lobos, gruñían con furia, mostrando sus colmillos afilados.
El salvaje trató de golpearlos, pero eran demasiados.
— En realidad, no usamos los lobos para comer — Dijo un hombre del rey, silbando a los lobos — Los domesticamos, dándole la sobras de los salvajes y prisioneros.
— ¿Y el resto? — Jadeé, tratando de evitar a los lobos, que mordieron el palo del padre de Levi y lo destrozaron.
— Si los salvajes se comen a nuestros hombres ¿Por qué no comerlos a ellos?
Me tensé, jadeando.